Desde Lyon, república de Francia, una viajante vocinglera los saluda.
Este será probablemente otro reporte extenso pero, como su contenido no tiene fecha de vencimiento ni es urgente, no tiene por que ser leído íntegramente ni de un tirón.
Como anticipé me dedicaré en esta oportunidad a contarles de mi estadía en Paris, la ciudad de las luces y del amor, lo primero a cargo de casi todos los libros de historia y lo segundo un recorte estratégico para la cinematografía mundial. No negaré ninguna de las dos cuestiones, ya que aun despreciando el turismo de museos y elevaciones monumentales, mis recorridos libres y sin prisa, casi todas las veces, me condujeron a verdaderos documentos de la Kultura como decía Cortázar (que sigue pululando por ahí de la mano de la Maga cuando se aburre de la siesta en Montparnasse). Así, y casi sin quererlo, uno llega al Louvre, a la torre Eiffel, al arco del Triunfo, a la Conciergerie, al Panteón, a la plaza de la Bastille, a la sede del Partido Comunista, al palacio de Luxemburgo, a la casa de Tristan Tazara y a tantos otros lugares mencionados por doquier en la literatura universal. Pero la curiosidad y el azar también me hicieron llegar a otros rinconcitos de menor reputación, o fama más reciente (como el café de Amélie Poulain) que lo aproximan a uno a la parte más romántica. Et voilà mes amis, l’amour se impone en todas sus formas… muy cerquita de la plaza des Abbesses, por ejemplo, uno puede chocarse con una pared en la que unos tipos se encargaron de escribir “Te quiero” en 400 idiomas diferentes. Y si no les alcanza visiten el 19 de la rue Alphand, en pleno corazón del barrio La Butte aux Calles, allí residen dos argentinos enamorados que los recibirán de mil maravillas. Ella se sentirá complacida si uno está dispuesto a acompañarla con una cervecita de cuando en cuando y él mostrará su sonrisa más espléndida frente a un pain au chocolat. En esas condiciones como uno podría sentirse a disgusto.
Tengo tanto más para contarles… pero me lo reservo para la vuelta. Solo agregaré, por si acaso alguno se tienta y quiere hacerse un paseito por aquí, que aunque el metro es muy bueno es necesario cruzar varias veces los puentes del Sena a pie para familiarizarse con la ciudad, que no hay que intentar probar todos los quesos y delicias que se consiguen en los mercados al aire libre porque es verdaderamente imposible, que hay que evitar mirar a los brazos de las viejas paquetas parisinas porque allí con seguridad estará descansando un perro chuiquito y especialmente feo que estropeará la panorámica, que no importa por donde uno ande… siempre se encontrarán cosas interesantes para ver y simpáticos bistrots para tomarse alguna copa.
Los destacados: La tarde que Montmartre me ofreció música para cantar y bailar. Y el paseo por el sena a bordo de un bateau-mouche con vinito tinto y aceitunas en mi noche de despedida.
Desde aquí mando en distintas direcciones millones de besos pero por si no alcanzan para todos les recuerdo que los quiero.
Suerte, Carla
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