Un buen descanso venía bien antes de volver a la noche de Sorrento. Esta vez mi compañera decidía dejarme sola, le estaba pegando feo el clima y el cada vez más cercano retorno a Buenos Aires. Decidí tomar el tren, existía la posibilidad de que se arrepintiese y quisiera salir. Ella decía que no, que se lo iba a pasar muy bien allí y que además no tenía ganas de agarrar por primera vez el volante, perderse y acabar en Napoli.
De todas formas usé el transporte público confiaba en que iba a conseguir alguien que me trajera de vuelta a casa.
Pues definitivamente en día de semana no hay mucho para hacer en este poblado, los lugares abiertos y con un poco de onda son escasos. Y claro nos tocó repetir, la sorpresa (y yo todavía no dije que era buena) fue que el bar irlandés tenía una terraza grandísima. Con Flavia no acreditábamos lo que veíamos, allí arriba había unas cuantas personas más sin embargo estaban todas muy concentradas mirando una película y para colmo pochoclera. Por suerte estábamos en mejor compañía y todos comprendimos que el entorno era nocivo para el grupo.
Cambiamos función de tiros y monstruos por paisajes agrestes de montaña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario