sábado, 24 de mayo de 2008

Sobre las condiciones meteorológicas… que me permitieron ir a la playa

Hablar del tiempo no es una práctica exclusiva de taxistas y pasajeros, es un recurso que por lo general usamos todos cuando no tenemos mucho para decir. Las condiciones meteorológicas no son sólo la primera preocupación de aquellos que quieren saber como la está pasando el vacacionante, también suelen conformar un argumento válido para hacer o dejar de hacer infinitas actividades. Increíblemente todas estas cuestiones no trascienden el plano discursivo, pero el viento, el sol, la lluvia, el calor y el frío existen, más allá de lo que se diga al respecto, y muchas veces tienen un protagonismo especial en la vida de las personas. Por ejemplo, para mi padre éstos son factores que definitivamente modifican su estado de ánimo; para un compañero de la vida que tuve, el cambio climático es incluso la posibilidad de irrupciones alérgicas y; para tantos que he conocido en este viaje (sobre todo los nacidos en tierras calientes) significa la excusa perfecta para seguir andando mundo hasta dar con el ambiente más propicio.

Para mí y los de mi entorno inmediato en esta última semana había sido, sencillamente, una putada. Todavía se escuchaban estornudos y se olía a ropa húmeda. Después de varios días sin ventilación en los cuartos se festejaba poder abrir las ventanas y comenzar de vuelta con los planes al aire libre.

Apreciando el espléndido sol, que hacía rato no se veía, consideré que había que actuar con velocidad y montar una hazaña que lo merezca. Me fui hasta Pirámide en metro y luego tomé el convoy que va hacia El Lido Di Ostia, o sea la playa.

Tardé aproximadamente 45 minutos en llegar a la estación donde se bajaron todos los que tenían pinta de querer broncearse. El rinconcito de escasísimos metros de arena pública se llama Martín Pescatore y allí estuve tantísimas horas disfrutando del sol, el agua, los refrigerios del parador donde se escuchaba música latina (destacándose particularmente Calle 13) y las conversaciones eventuales con gente que se recreaba en su día de descanso.

El primer premio de la tarde fue adjudicado a un dueto italo-ucraniano, las blondas ejecutantes de música folk norteamericana. El segundo galardón fue para dos romanos que, jugando a la pelota paleta y haciendo desviar el balón una y otra vez, consiguieron relacionarse casi con la totalidad de la gente que ocupaba las dos primeras filas de espectadores de la mar. Además, hubo una mención especial para un vendedor tunecino que, al descubrir mi especial interés por su país natal, dejó de lado su intención comercial y desplegó un francés básico para intentar convencerme de que me quedara en Roma hasta septiembre… si así lo hiciera, tendría un guía personalizado para conocer las tierras del otro lado del mediterráneo. Realmente era mucho tiempo para Roma pero especialmente para esperar a un hombre…

De regreso de la spiaggia, y antes de subir a mi guarida, hice una parada técnica en la terraza del Ivanhoe cafè. No alcancé a terminar mi brebaje negro cuando aparecieron mis amigos los músicos que viven dos pisos más arriba y estudian justito al lado. La conversación duró hasta que empecé a sentir muchísimo frío y, tratando de no ser antipática, me despedí.

Subía con la intención de darme una ducha pero Julio ya tenía preparada pasta verde y a mi no me venía nada mal un plato caliente. Un grupo numeroso se preparaba para ir a bailar y algunos insistían para que los acompañara pero yo estaba rendida y me sentía afiebrada. Sin dudas prefería quedarme conversando con María Luisa una colombiana muy simpática que había llegado el día anterior.

El baño me recompuso un poco pero seguía sin ganas de rumba, lo que definitivamente hizo que se me pasaran todos los males fue que no quedara nadie en la sala, a excepción de Giuseppe que como se dedicaba a la misma tarea que yo, escribir, no hacía estruendo y por lo tanto no molestaba.

Después de una hora de milagroso silencio en el hostal, se empezaron a escuchar gritos, cánticos y ruidos varios que venían de la calle. Con algo de curiosidad, y con la excusa de fumarme el último cigarrillo del día, bajé a ver de qué se trataba. Caminé hasta la avenida donde el alboroto era mayor y allí me enteré que Roma había ganado la Coppa Italia. Pues volví a mi morada igual que como me había ido, no me sentía en condiciones de comenzar un estudio antropológico al respecto y casi todos saben que mi interés por el calcio solo se vincula con esas cuestiones. Lo que puedo agregar, asumiéndome una neófita en el tema es que a simple vista la experiencia de triunfo se vive de forma similar a la de las pampas.

24 de mayo

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