La linda vista de los Pirineos se repite pero la serenidad de los días toulousanos permitieron que esta vez viaje con planes hasta el 12 de agosto, día en el que comenzará mi segunda experiencia en África.
Los trenes franceses una delicia, confort y servicio, hasta mi ordenador iba contento enchufado a un toma corriente. Luego cambiar al bus que chillaba por el gran esfuerzo de
Se supone que en Ribes de Freser, antes de subirnos al tren que nos llevaría hasta Barcelona, tendríamos tiempo de tomarnos un café y fumarnos un cigarrillito pero unas vacas apostadas en el camino hicieron que nos demoráramos bastante más de lo planeado.
Me bajé del convoy en Arc de Triomf y aunque tenía la entrada del metro que debía coger a pasitos, subí mogollón de escalones porque me moría de ganas de hacer pis. Salí a la superficie toda transpirada, BCN ardía.
Entontes fue allí que después de mear me tomé el café. Llegué a la habitación alquilada desde el sensacional portal de Loquo (todo un hallazgo) a las cinco y pico. Me adentré en el Pople Nou sin ninguna dificultad, es un barrio cercano al mar, la primera sensación es buena, hay algo de movimiento pero a la vez es tranquilo… creo que me va a gustar. La morada amplia, luminosa, con conexión a Internet y con acceso a una cocina y un baño modernos.
Como el viaje fue largo me tomé la tarde para descansar, acomodarme, escuchar (o leer) las nuevas buenas de Argentina y seguir el culebrón brasilero. Sólo salí a hacer algunas compras para que el estante que me correspondía en la heladera no estuviera tan vacío.
Volví a salir un poco después de las diez de la noche pero esta vez no volvería enseguida. El plan de recorrido se armó velozmente en mi cabeza mientras bajaba solo un piso por la escalera (esa es una excelente particularidad para los departamentos económicos en BCN). Llegaría hasta Barceloneta caminando por la costa, luego me perdería por el barrio de pescadores (¿?) para dar con un lindo lugarcito donde tomar una caña y volver. Misión cumplida y más.
El paseo de noche y bordeando el mar fue extraordinario. En el trayecto de ida encontré unas cuantas instantáneas dignas de mención: cada uno de los chiringuitos montados sobre la arena con sus luces verdes apuntando a las plantas que los circundan y sus correspondientes parafernalias (dj’s en vivo, pantallas gigantes, tragos multicolores…); un grupo de jóvenes adultos que bajaron a la playa nocturna con heladerita, mesita, sillas y velas; un muchacho malabarista practicando figuras de fuego con los pies; un edificio circular que explotaba de música; y la mesa de pin pon de
Ya de regreso a casa, volví a pasar por el coloso desde donde se oía gente de fiesta, crucé la calle, me acerqué y tras las rejas vi a un conjunto de gente que se la estaba pasando muy bien. Rodeé el lugar hasta encontrar la entrada y me metí. En un segundo pensé: “Seguramente se trate de una fiesta privada y el personal de seguridad está para hacérselo saber a los entrometidos”. Y entonces actué en consecuencia… la misma estrategia que usaba cuando iba en el Peugeot azul al que no le funcionaban las luces, le faltaba la patente trasera (y no sigo porque los desperfectos del rodado eran muchos), si veía un puesto policial, bajaba la velocidad, me acercaba al cabo más accesible y preguntaba como hacía para tomar tal o cual calle. En esta oportunidad, encaré al uniformado más atractivo y antes de que dijera nada, pregunté: “Hola, solo por curiosidad ¿de qué se trata?”. Me sorprendió con un “¿De dónde eres?” a lo que respondí “Argentina”. “Ah, me parecía, yo también”.
Pues, el niño, muy guapo de veras, me contó que acababa de terminar un campeonato de voley y que se la estaban montando, que definitivamente era una fiesta privada, pero que iba a dejarme pasar de todas formas. Así fue como terminé bailando en patas en el Parc Recerca Biomèdica de Barcelona, un prestigioso centro científico de Catalunya.
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24 de julio
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