El muchacho dejó que tomara una ducha y me sacó a pasear para que tuviera mi primer contacto real con Barcelona.
El incoveniente para aparcar, propio de todas las grandes ciudades, en este caso para mí resultó muy conveniente. En una relación muy favorable de tiempo/distancia (menor/mayor en comparación con la tracción a sangre) mis ojos obtuvieron una gran cantidad de imágenes nuevas.
Cenaríamos en la Rambla del Raval y veríamos un espectáculo callejero en el barrio Saint Antoni, con música en vivo, clawns y malabares con fuego.

Luego al barrio de Gracia a por los últimos tragos de
El camarero, otro simpático, me regaló un rico chupa chups, yo me dormí toda contenta.
Nos levantamos bastante tarde, se suponía que haríamos un largo paseo de domingo pero una lasagna caserísima empezaba a demorar bastante el asunto. Luego una siesta requerida por un cuerpo embebido por el tinto, cansado por el trabajo y turbado por pensamientos confusos, terminó de abolir el plan. Yo, que nada de sueño tenía, el lo hice igual. Es verdad, que no me fui muy lejos… pero en las inmediaciones encontré unas cuantas cosas interesantes, incluida una tortuosa charla con un marroquí que insistió en invitarme el café que estaba tomando.
Cuando regesé, ideamos un plan más propicio para la hora del día. Tomamos una carretera diferente, que nos internó en un bosque bien bonito y luego nos regaló lindas vistas de
Una reunión tranquila, con presentación, cerveza y maría, muy agradable. Gente linda.
Si volvimos a cenar a Cerdanyola fue porque ya llevábamos mucho tiempo invadiendo “intimidades ajenas”.
El estreno de La Lola española acompañó las natillas del postre…
5 y 6 de julio
No hay comentarios:
Publicar un comentario