Nos levantamos con un problema administrativo a resolver, teníamos que llegar al Gran Bazar para recuperar la tarjeta de débito de Adriana o prender fuego un cajero automático. Gracias a la buena gestión de Şerif, en pocas horas, el plástico volvió a la billetera de mi compañera. Mientras tanto Ishmael nos cambió dólares y reservó pasajes para nosotras; tomamos mucho té y bailamos música caribeña.
Con todo más o menos en orden caminamos hacia Eminönü en busca del bazar de las especias. Allí todos nuestros sentidos se encendieron al mismo tiempo, mezcla de colores, aromas y gustos nos hacían andar más lento y aceptar la invitación de los puesteros a mostrarnos sus mercancías. Así es como seguimos tomando té, pero esta vez degustando bombones de la región y oliendo yuyos de lo más diversos. Entre néctares y sustancias afrodisíacas nuestras hormonas se revolucionaron y, luego de comernos unos kebab, decidimos entrar a una mesquita cercana para encontrar la calma nuevamente.
Allí pudimos observar a muchos lugareños en oración, nosotras no teníamos mucho para decir, pero la contemplación, el silencio y los pañuelos cubriendo nuestras cabezas ayudaron a que entráramos más o menos en el mismo trance. En un momento una mujer mayor interrumpió mi paso, vaya sorpresa, todavía no se bien que es lo que sucedió… Con una sonrisa muy plena en el rostro no paraba de hablarme (supongo que en turco), me agarraba las manos y yo sin saber que hacer solo atiné a devolverle la misma expresión y por último, no me pregunten por qué, le besé las manos. Sus ojitos brillaron aún más y continúo escupiendo palabras que yo no comprendía en lo más mínimo, creo que recién en ese momento se percató y entonces fue ella la que besó mis manos… rarezas!
De una extraña situación a otra…
A pedido nuestro José había reservado turno para que vayamos a un Hamam que saliera del circuito turístico. Allí nos llevó Hakan.
Luego de pagar lo correspondiente, 30 liras cada una, un chico nos guió hasta una puerta común y corriente, tocó un timbre, nos hizo una señal para que entremos y se esfumó. Inmediatamente nos encontramos en un gran recinto con mobiliario muy austero y un decorado bastante decadente. Minutos después apareció una señora gorda en bata y comenzó un ritual de bienvenida. Nos llevó hasta un pequeño cubículo para que dejáramos nuestras cosas y antes de irse nos dio unas ojotas bastante pintorescas y una pequeña toalla (pesternal) para que cubriéramos nuestra desnudez. Al rato volvió a buscarnos… a pocos metros de allí, pero con una arquitectura completamente diferente, nos esperaba el propio baño turco.
En fila india, comandada por la “dueña de casa”, llegamos al recinto principal. En el centro una piedra hexagonal de mármol se imponía y encima de ella dos mujeres más (también “dueñas de casa”) ostentaban sus gruesas formas. Éramos cinco damas, yo la única totalmente en pelotas, pero estupendamente a gusto entendiendo que por aquí la armonía tiene que ver con otras cuestiones muchos menos esquizofrénicas.
La ceremonia comenzó… el lugar era cálido y húmedo, por unas cuantas canillas brotaba agua y todo allí dentro estaba hecho para poder ser salpicado o groseramente empapado. Por los pisos había una disposición de canaletas para que no sea necesario tener que saber nadar. Sentaditas a los costados de las piletas recibimos los primeros baldazos de agua tibia, aunque quizás es mejor decir palanganazos y aclarar que todo fue con movimientos muy sutiles; después, la indicación para que siguiéramos con la acción nosotras mismas. Una vez completamente mojadas nos invitaron a sentarnos en la piedra y como si fuéramos amigas de antaño tomamos café, “conversamos” en un perfecto lenguaje de señas y sonidos y fundamentalmente nos reímos.
La tertulia llegó a su fin y empezó el relax más pleno. Me recosté de espaldas, vi la cavidad de la cúpula en el techo y medité sobre lo estupendo que me estaba resultando el plan. Al rato mi pesternal estaba perfectamente estirado en uno de los lados del hexágono y de alguna manera supe que era allí donde tenía que ponerme boca abajo.
Quien se encargó de mí hasta el final, siguiendo todos los pasos para alcanzar una completa limpieza de mi cuerpo (y por que no de mi mente), fue la mujer más joven y, según los cánones de la belleza occidental, la más guapa. Primero, con una esponja vegetal, se ocupó de deshacerse de toda mi piel vieja; luego, de la mano, me llevó hasta las piletas para que el agua hiciera correr los restos.
Mientras me tiraba agua oí el mismo timbre que sonó a nuestra llegada, no tardaron en aparecer tres españolas. Luego de una pequeña charla con las ruidosas intrusas, volví al lugar de donde partí pensando que esta invasión haría que se perdiera
Nuevamente el agua sobre mi cuerpo… y pasar a la fase de los masajes. Las manos que antes se deslizaban con suavidad, ahora ejercían cierta fuerza, sentí una agradable e intensa presión en cada uno de mis músculos: desde los pies hasta el tórax mientras estuve acostada boca arriba y boca abajo; desde los hombros hasta la cabeza mientras estuve sentada. Y he aquí el momento sublime, de repente empecé a oír una melodía que provenía de la persona que tenía mi brazo entre sus manos, era como si me estuvieran cantando al oído. La música continuó hasta el final del proceso y se detuvo justo en el momento en que los labios que la ejecutaban besaron tres veces distintas partes de mi cabeza.
El baño propiamente dicho terminó después de que esas manos, que para mí ya eran palabras mayores, usaron el conocido shampoo y la afamada crema de enjuague para una perfecta higiene del cabello (me gusta ir a las peluquerías sólo para que me laven el pelo pero les juro, y creo que ya se lo imaginarán, que aquí es muchísimo mejor).
No había dudas de que se trataba de una experiencia formidable! No puedo describir todas las sensaciones por las que atravesé desde que apareció aquella mujer envuelta en su robe de chambre desgastada, sólo diré que fueron muchas y todas intensas.
¿Si lo repetiría? Claro que si, pero dejaría que pase un tiempo… para no naturalizarlo. Definitivamente, lo que me hubiera gustado es desdoblarme… para estar allí pero a la vez poder ver la escena, con todos sus detalles, desde fuera, entre otras cosas porque no imagino un cuadro más erótico y porque creo haber tenido un buen protagónico.
Con cuarenta minutos de retraso llegamos al encuentro de Şerif que, como vive cerca de la estación de buses, había prometido llevarnos hasta allí para pagar los billetes que ya teníamos reservados. Por suerte no hubo enojos, solo unos retos de mentirita por la demora y emprendimos la misión conjuntamente con otro amigo hispano parlante: Archibaldo (Archí, para todo el mundo). Una vez cumplido el objetivo nos dejaron en nuestro lujoso hotel, se suponía que debíamos descansar y aprovechar al máximo el estado de relajamiento que uno alcanza después de haber pasado por un Hamam, pero ni bien nos metimos en la puerta giratoria supimos que no era el momento de terminar el día.
Después de una pasadita por el toilette, decidimos tomarnos el tren hasta Kumkapi y probar con los meyhanes (restaurantes de pescado). Encontramos uno lindo, bueno y barato, el Havuzbasi, que como todos los otros estaba a orillas del mar Mármara. De las opciones del menú elegimos lo que nos aseguraron que era bien fresco. Pues yo no se si es verdad, pero los kaides (mejillones) y el levrek (lubina) sabían bien buenos.
Mientras cenábamos advertimos que eran muchas las personas preocupadas por el servicio. Desde los camareros hasta los gerentes, todos hicieron algo para hacernos sentir más a gusto. Mención aparte merece Billy, el relaciones públicas que con simpatía nos había hecho entrar. Su nombre verdadero resultó ser Garip y ahora nos haría salir por la puerta grande y con chofer (él mismo). No teníamos que preocuparnos más por el horario del último tren y entonces tomamos el té que siempre viene de regalo y finalmente nos llevó hasta el hotel sanas y salvas.
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