jueves, 19 de junio de 2008

Creo que la experiencia tunecina merece ser contada de otra manera. No cronológicamente sino por acumulación de sentires. Cuando hago esta reflexión estoy promediando la mitad de mi estadía por estos pagos. Atesoro infinidad de servilletas y papelitos diversos con glosas de ocasión, ampliaciones aclaratorias, observaciones sucintas, tachaduras y dibujitos (parecidos a los que se realizan cuando uno está al teléfono). No he tenido ni muchos momentos, ni muchos enchufes a disposición para pasar en limpio y darle forma de escrito legible a todo eso.

Pero hoy que el tiempo me sobra, porque estoy varada en un albergue lejano al centro de la ciudad de Sousse (y simplemente no tengo ganas de hacer grandes esfuerzos por ver algo semejante a lo que vi ayer) y porque estoy lo suficientemente ardida como para bajar a la playa… Hoy que estoy de paso, en una escala técnica para poder llegar en tiempo y forma a un casamiento (tranquilos que no es el mío), repaso los fragmentos de letra y maquino la mejor estrategia para encontrarles un orden.

Entonces me doy cuenta que debo hacer la misma operación que hago cuando armo mis queridos rompecabezas, empezar por destacar bordes, colores, grosores de líneas, salpicados, concentración de elementos… No importa la evidencia, o excusa, que se use para hacer las agrupaciones (lícitas o ilícitas, en este caso da igual), si existe realmente una propiedad compartida entre sus componentes, las piezas no tardarán en acoplarse, encastrarse, enlazarse, copularse encontrando al final su lugar más cómodo y definitivo.

La cronología la haré de todas formas pero resumida y sin grandes revelaciones, sólo para que mi bitácora no quede con grandes baches…

8 de junio

  • Antes de desembarcar recuperé mi toalla.
  • Ni bien pisé tierra firme me olfatearon dos perros, pasé migraciones y la inspección de equipaje. Ya estaba legalmente en Túnez.
  • Cambié divisas y como no estaba en tierras del euro decidí dar de baja unos de los dos billetes verdes que no alcancé a gastar en Turquía. En tren de hacer esta operación fue que confirmé que la cola no corresponde con la idiosincrasia de este pueblo.
  • Evadiendo taxistas caminé hasta la estación de tren La Goulette seguida por un infante.
  • Tomé el convoy para llegar a Tunis, la capital del país, por suerte el trayecto no superaba los 15 minutos.
  • Llegué hasta la Porte de France seguida por un vejete.
  • Como las indicaciones que envió el Hostel por e-mail empezaban a resultar insuficientes revalidé referencias en cuatro o cinco oportunidades antes de llegar al 25 de la rue Saida Ajaula.
  • Me di cuenta que aunque había pagado la habitación muy barata para los precios europeos, se gastaba mucho menos aún si no se reservaba la plaza por Internet. Mientras que por pantalla solamente quedaban disponibles habitaciones dobles, en vivo y en directo la paupérrima cantidad de huéspedes en el lugar era inapelable. De todas formas siempre existe una explicación que aunque inverosímil nos saca del paso –Es que se cayó un contingente norteamericano. Buaaaaa. ­–Pero, ahora me podés cambiar ¿no? –Es que vos ya tenés una reserva. Buaaaaaaaaa. Por suerte solo había hecho mis reservas por dos días. Por lo demás, a simple vista, el albergue era sumamente acogedor, un edificio con todas las características de la arquitectura de la región y una exposición de azulejos que no tenía desperdicio.
  • Me prendí a la cama como una garrapata.
  • Tomé contacto y comí dulces con algunos de los inquilinos (todos nativos). Nadia se ofreció a acompañarme para que hiciera mi postergado almuerzo.
  • La tarde del domingo se hacía sentir. El desbordante ajetreo comercial que había visto por la mañana tenía asueto. Cruzamos la Medina tres veces más rápido que mi primera vez y la Avenida Bourghiba tres veces más lento.

  • Al fin Nadia optó por el lugar más conveniente para que yo comiera.

  • Saïda se unió a nosotras en la Catedral. El trío tomaría un refrigerio en la gran avenida del levante.
  • Las chicas tunecinas, protegiendo a la turista descocada que responde los saludos de todo el mundo, litigaron con un señorito (supuestamente muy maleducado).
  • Cené en el albergue con mi nueva familia.

Bueno al final muy resumido no quedó. Me esforzaré más en la próxima… lo prometo.

9 de Junio

  • Me dejé perder por las calles imbricadas de la Medina blanca y celeste.
  • Escuché atentamente todo el proceso de elaboración de los perfumes y entregué ambos brazos para muestrario de fragancias.
  • Visité Tourbet El Bey, el mausoleo del príncipe Usseiniti. Allí me ofrecieron amablemente una explicación pormenorizada sobre el monumento que guarda de la tumba del soberano y su familia pero que también cuida de las estancias funerarias de algunos ministros y fieles servidores.
  • Entré al Dar Ben Abdallah, una escuela de principios del 1800 convertida hoy en el Museo del Arte y Tradiciones Populares, pero que en sus salas sólo se ve representada la vida familiar de la burguesía tunecina del siglo XIX.
  • Almorcé en un auténtico bodegón berber.
  • Continué el paseo hasta la tardecita.
  • Volví a elegir cenar en familia.

Mucho mejor ¿o no?

10 de Junio

  • Desayuné con Hisham, un egipcio al que le gustaba ser más argelino y como su madre lo era, por carácter transitivo, él podía hacer de cuenta. Había vivido en México por varios años y por eso además, del árabe, el francés y el inglés, también hablaba español. No le pregunté si hablaba chino pero probablemente, en su tarjeta de presentación dice Polyglot Interpreter…
  • Crucé la ciudad para llegar a la oficina de Información Turística y conseguir mis mapas.
  • Luego me dejé peder en la gran ciudad, en el más allá de la Medina.
  • De regreso me quedé de gran charla con Kader un vendedor que, al ser hijo de una española, hablaba perfectamente mi lengua.
  • Al llegar al albergue comí del pan caserito que había hecho Saïda con sus propias manos.

¿Así les gusta más?

11 de Junio

  • Tomé el tren a La Marsa, la última estación del circuito playero cercano a la capital. Pensaba visitar alguna otra ciudad balnearia por la tarde, pero encontré un mar tan turquesa, tan calmo, una arena tan blanca y tan poco concurrida que allí me quedé el resto del día. Por supuesto que el traje de baño de dos piezas atraía demasiado a los moscardones.
  • Para sacarme de encima a un Alí con gorro, que no entraba en razones, no alcanzaba con cambiarme de emplazamiento, además tenía que conseguirme un nuevo compañero. La operación, por un lado, era sencilla porque había varios muchachotes dándome vueltas, pero, por otro lado, tenía sus riesgos porque era imposible saber quién resultaría el más agradable. No me quedó otra que confiar en mi instinto.

  • Karim tenía mi edad y otras formas, quizás las mismas intenciones, pero más apaciguadas. Allí me quedé, al resguardo de una masculinidad bastante más atractiva y bastante menos cargosa.

  • Así fue que conocí a una familia humilde y hermosa, que vivía en un barrio humilde y hermoso (que formaba una familia más grande aún).
  • Me alimentaron, primero, con las almendras verdes que ya había probado en casa de Carmelo (acá las llamaban lez y las abren con los dientes). Aunque yo ya había practicado la maniobra y había logrado dar con una semilla blanca, Sonia, la mujer de uno de los hermanos de Karim, me pasaba a toda velocidad más y más frutos pelados. El montículo de cáscaras verdes que se formó era realmente considerable. Luego, un vecino, semioculto detrás de unas cortinas, aportó un vasito de vino rojo para la extranjera y un bocadito de pescado para que no se suba rápido a la cabeza. Para terminar la mater familiae cocinó pasta con carne.
  • Regresé al albergue chocha de contenta y habiendo prometido regresar al día siguiente para probar el cuscús.

12 de Junio

  • Volví a tomar el tren hacia La Marsa. Karim me esperaba en la estación con la tremenda noticia de que no habría cuscús porque su madre se había levantado desmejorada. Cuando indagué un poco más para ver si se podía hacer algo por la señora me enteré de que el dramón era estar en falta conmigo. -TRANQUILO! Que no pasa nada hombre!
  • El día no era como el anterior, estaba nublado y había algo de viento. De todas formas, como había prometido, me acompañó hasta el final de la playa, allí donde siempre se escucha música porque se encuentra el mejor hotel de la zona. Aunque el agua estaba fría yo no me la perdí, ni el viento hacía que el mar se deje de ver como una piscina gigante. Él prefirió quedarse sobre la arena seca, -es que casi todos los días de mi vida salgo a pescar, suficiente mar para mí.
  • En general, las condiciones climáticas que hacen que la madre no pueda olvidar, ni por un minuto, que padece de artrosis, son las mismas que retienen a los peces en sus refugios y por lo tanto Karim no tiene trabajo. Esto quiere decir que, en líneas generales, los malos días en la familia coinciden para todo el mundo. Claro que todo tiene su lado positivo, Karim no tiene que salir de su casa los días que su madre más lo necesita. Sin embargo en esta oportunidad había una variable interviniente (yo) que descompensaba la ley de la positividad. Cuando logré atar todos estos cabos le sugerí que fuéramos para su casa.
  • Cuando llegamos, la madre, con su pañuelo en la cabeza y carita de jaqueca, me saludó con los cuatro besos de los íntimos. Le pregunté por su salud y me contó de sus dolencias, pero sólo un poquito, sólo el ratito que tardó en agarrarme de la mano y llevarme hasta la puerta de la sala que también era el cuarto de Karim. Sobre la mesa ratona había tortilla, ensalada y pan recién comprado (todavía estaba caliente); y en el ambiente una preocupación inmensa por la ausencia del cuscús y la escasez de alimentos.
  • Existía la posibilidad de que estuvieran engordándome, no para Navidad porque no festejan pero, quizás para algún día en épocas del Ramadán, en ocasión del banquete una vez que se pone el sol. Después de tanto ayuno, después de horas y horas sin tomar agua siquiera, imagino que esos estómagos están repletos de ganas…

  • A partir de las cinco de la tarde las casas se extendían hasta la calle, las señoras de la cuadra salían con sus sillas, los pequeños con triciclos, el número de los integrantes de la reunión fluctuaba sin cesar pero nadie se alteraba, el té nunca se terminaba. Karim era uno de los desaparecidos y nadie lo hubiera notado de no haber sido por mi presencia (cada quien encontraba sus propios motivos pero, por una cosa o por otra, yo era el centro de atención para todos).
  • Karim contestó al requerimiento de su hermana asomándose desde lo alto de la escalera y haciéndome un gesto para que subiera.
  • Ya no quedaban evidencias del almuerzo, en su lugar había copas, vinito tunecino (porque hay ocasiones en las que algo de alcohol se toma) y haciendo juego, una sandia rojísima cortada en trozos para ser llevados a la boca directamente. De fondo, y solo por el momento a bajo volumen, se escuchaba una melodía auténticamente berber.
  • Existía la posibilidad de que hubiera festichola esa misma noche y que yo no estuviera presente como comensal pero si como comida. Mierda, SANDíA y VINO, la combinación letal ante mis ojos y casi en ofrenda. Yo decidí no darle vueltas al asunto y a lo que me llamaron. Por aquí acompañarían el gesto con un “y lo que Dios quiera”. Yo sólo pensé en que era una buena oportunidad para echar por tierra el mito urbano o la posibilidad de tener un final memorable, bocado para gente linda es mucho mejor que infinidad de otras opciones (si al final todos terminaremos en el mismo sitio más tarde o más temprano).
  • El volumen de la música subió y Sonia me tiró las primeras coordenadas para la danza, lo demás lo hizo mi instinto rítmico.
  • Llegó Busaid, un amigo de Karim, se seguía sumando gente a la tertulia. Sin embargo el anfitrión y la dama (la misma que escribe) se ausentaron por un rato.
  • Un taxi nos llevó hasta el Monoprix más cercano y nos esperó hasta que salimos con el tinto. Las grandes tiendas son apreciadas por los ciudadanos porque venden insumos difíciles de conseguir en otros lados, las bebidas alcohólicas son el mejor ejemplo. Pero las compras por lo general no suelen completarse dentro de locales, hay una predisposición a colaborar en la supervivencia de la venta ambulante. En la puerta del supermercado adquirió unos grisines y, nuevamente en el barrio, le pagó a un niño por dos ramilletes de jazmines.
  • Caminando en dirección a su morada escuché música regional pero más animada de lo que había oído hasta el momento. Supongo que habrá advertido mi curiosidad por el asunto, porque no tardó en llamar a la puerta de donde provenían los ecos de la percusión. Después vino una conversación, no muy larga, con el que yo imaginé el dueño de casa (pero como fue en árabe no sabría decirles si se conocían o no). Lo único que se a ciencia cierta es que se trataba del aniversario de una pequeña de cuatro años. Pero de eso me enteré una vez que ya había entrado, había bailado al son de los tambores (no es chiste) y tenía en las manos una porción de torta y un vaso de naranjada. Todo el mundo estaba alegre, una pena que se superpusieran dos eventos tan bonitos.
  • Cuando ya se había hecho de noche, y había decidido quedarme a dormir, entonces salimos nuevamente de paseo. Conocí a buena parte de la familia de Busaid y a otros amigos. Tomamos café en un bar del centro y volvimos al palacio. Alguien se encargó de comprar pizza en el camino…

Ya se que con los últimos dos días me zarpé, lo siento.

13 de Junio

  • Llegué al albergue casi al mediodía y advertí que mi ausencia nocturna había causado un sinfín de comentarios, además de algunas frustraciones sentimentales. Nada que hacer al respecto.
  • Por la tarde me ocupé de hacer algunas compras para mi higiene personal.
  • Con custodio personal (el chico de la recepción del albergue), salimos con Nadia en busca de un bodegón para cenar. La Medina de noche es realmente atractiva y comer donde comen los locales una delicia.

Intentando compensar la gran extensión del relato del día anterior…

14 de Junio

  • Compré el pasaje para Djerba (lo que por aquí todos llaman la isla de los sueños).
  • Visité el mercado central de alimentos.
  • Me deleité con la exposición casi orgiástica de las tiendas que venden zapatos y sandalias, pero al final no compré ni un solo par.
  • Me despedí de Nadia con un cafecito en la Bourghiba. Allí conocimos a Samir, que casualmente, hasta Gabes, viajaría en el mismo tren que yo.
  • Mohamed me acompañó a la estación.
  • 22:20 salió el convoy que, en dos asientos de primera clase, llevaba para el sur a Carla y a Samir.

15 de Junio

  • En Gabes descendimos del tren a toda velocidad y buscamos nuestros respectivos buses, el de Samir viajaba a Tatouine (la última ciudad antes de entrar al mismísimo desierto). No hubo mucho tiempo para las despedidas.
  • Un trayecto del viaje (que alcanza para fumarse un cigarrillo) se hace arriba de un trasbordador. Recién allí, mi compañero de asiento se animó a hablarme, su nombre era Walid, venía de pasar sus vacaciones en Tunis y todavía no había cumplido los 22.
  • Cuando llegamos a Houmet Essouk, el pequeño (que según me dijo, debía esperar a que se hicieran las ocho de la mañana para tomar otro bus que lo llevara hasta su pueblo) se encargó de que yo desayunara y llegara al Albergue.
  • Aproximadamente a las diez de la mañana tomé el colectivo que iba para la zona de playas más prestigiosa. Bajé a la altura del Asim Palace, el resort para turistas acaudalados que inicia el gran cordón hotelero que, al mejor estilo Cancún, restringe la visita de los no residentes habilitando sólo una entrada al mar. (Por suerte yo era poseedora de un buen dato)
  • Mi compañero de la jornada balnearia fue Anis.
  • De vuelta en la ciudad pasé por el mercado al aire libre que se hace dos veces por semana. Allí compré fruta para la cena… la cola rutera de turno se llamaba Mohamed.

16 de Junio

  • No había terminado mi desayuno cuando se apareció el chiquitín de Walid. -Como recién comienzo a trabajar mañana, te voy a acompañar a hacer un paseo por la ciudad para que conozcas, después podemos ir a la playa, hoy va a hacer mucho calor. –Pero, no hace falta… - No tengo nada mejor que hacer. No se me ocurrió como retrucar.
  • Pues el Ancien Souk y Le Port Espagnol unas preciosuras. Todas las callecitas con ese que se yo y el cafecito al lado del vivero muy bien también. Se acababa Houmet Essouk.
  • Entonces hicimos la misma vuelta por Midoun (un poblado un poco más allá). Me quedé sorprendida con la cantidad de féminas que, profesando una ortodoxia desmesurada, portaban atuendos no compatibles con la temporada. He visto mujeres soportando los cuarenta grados enfundadas íntegramente en ropas de invierno (medias de lana y guantes incluidos).
  • Después no quedaba más que hacer playa.
  • Solo de tardecita y cuando con mucho esfuerzo logré convencer a Walid de que estaba muy cansada, porque el agua y el sol que se yo cuanto, empecé a disfrutar de mi soledad.
  • Cené en el restaurante Carthage y tuve el placer de que me atendiera Amor, el mozo de los mil trescientos trucos (algunos de magia).

17 de Junio

  • Antes de convertirme en un verdadero lagarto de playa fui a la estación a por mi billete para Sousse, ya era suficiente isla de los sueños. Todo muy lindo pero, demasiado turismo de brazalete (old inclusive). Demasiado europeo millonario en busca de sexo barato. Demasiado nativo esperando encontrar la persona que le ayude a hacer sus papeles para escaparse también. Demasiado… demasiado acoso.
  • Ya era hora de emprender la retirada, sin embargo el próximo bus salía recién al día siguiente y por la noche. Y para que vean que no hay ni un minuto de paz en esta isla, un nuevo episodio, que a esta altura y justo en el momento en que yo estaba planeando mi fuga, no hizo más que matarme de la risa. De no creer!! El vendedor de pasajes dispuesto a pagar las costas del mío si solamente lo dejaba acompañarme en el trayecto. -Si justamente esta es la razón por la que quiero irme. Puse 18 dinar arriba del mostrador y a carcajadas esperé que se imprimiera mi ticket.
  • Después de cinco horas tirada al sol, que me sirvieron para reafirmar un color bastante inusual en mi cuerpo y releer los últimos tres capítulos del único libro que traje conmigo (solo para tener el derecho irrevocable de querer estar sola), volví al centrito.
  • La vuelta al perro (que en la literatura por lo general es sin perro, en este relato tiene un can de referencia y es faldero) esta vez me condujo a una tienda de alfombras. Tuve la suerte de caerles bien a las chicas encargadas de los telares que muy amablemente contestaron a todas mis preguntas sobre la materia. Leyla, la más simpática de las dos, me enseñó a hacer el punto y así colaboré en algo a una tarea que lleva aproximadamente tres meses de trabajo intenso y mucha paciencia. Para ese momento le chien (que además de faldero era guardián se sintió) perdu porque había quedado completamente relegado. No le quedó otra que seguir corriendo a su cola… ya que el dueño del lugar salió de su cueva con té de menta para todo el mundo aportando a la charla la curiosidad natural por tener de visitante a una argentina. Karim era el único que parecía conocer que su país y el nuestro comparten la categoría de tercer mundistas.

18 de Junio

  • Igualito que el día anterior pero sin tanta playa, cambiando telares por cerámicas y con jugo de naranjas.
  • La revelación fue el cuscús servido con, y por, Amor, porque antes de partir volví al Carthage.
  • Dejé Djerba a las 21:15 en un autobús de cortinas verdes que olía a especias. Buena manera de irse del paraíso.

19 de Junio

  • Ya lo expliqué, hoy fue un día remolón y de paso.
  • De Sousse sólo conocí: la Gare en profundidad (allí estuve de cuatro a siete de la mañana), todas las cuadras que anduvo el taxi hasta encontrar un lugar donde quedarme a dormir y el barrio donde se emplazaba el albergue.
  • Comí un rico sándwich de atún.
  • Escribí mucho y dormí el resto.

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