8411, 8412, 8413 (evidentemente la presencia me distraía), 8414, 8415, 8416 ovejitas y por suerte sentí un vacío prometedor. Confiaba en mi instinto pero de todas formas obré con cautela. Convoqué a todas mis dotes actorales para un cambio de posición somnoliento, mejor dicho sonámbulo, tenía que conseguir un ángulo estratégico para espiar y que pareciera que seguía dormida. Ni bien confirmé que Kalide se había esfumado, me puse el abrigo, agarré mi mochilita y me escapé.
Primero pasé por cubierta, con el estrés de la jornada me permití romper con el régimen de tabaco, pero corría tal ventolera que enseguida fui a mi guarida de invierno. La sorpresa fue que había cambiado el tripulante responsable del expendio de bebidas. Intenté no desmoralizarme y me propuse ganar nuevamente posiciones sin jugarme más que un café (igual a un euro)… me tenía confianza!!
El muchacho miraba una película en un ordenador portátil y yo arremetí –será que yo puedo enchufar el mío también, en realidad no existió la frase, fue a través del lenguaje de las señas (lamentablemente todavía no aprendí a decir enchufe ni en italiano, ni en francés… con lo que lo necesito).
Pues claro que si. Qué bueno, estaba inquieta por escribir la experiencia en el navío. Cuando estaba concluyendo lo que para ustedes será el relato de ayer escucho la música de Misión Imposible y no se trata de una metáfora, lo juro, era el film que estaba viendo mi colega. Esas raras coincidencias de la vida…
Continué un poco más trabajando en mis anotaciones recordatorias hasta que se hicieron las dos de la mañana, hora en que la cafetería (como en el cuento de la Cenicienta) se convertía repentinamente en una jaula sin pájaros.
Miré a mi alrededor y descubrí que no había casi nadie deambulando, el barco estaba en silencio, evidentemente ya todos habían encontrado su rincón para dormir y yo no tenía más que ir al mío. Con total calma caminé hacia mi poltrona, cuando llegué Kalide no estaba, pero en su lugar, y también en el mío, había otro hombre despatarrado. Todavía no puedo dejar de reírme de mi ingenuidad.
Toqué el hombro derecho del grandulón, pero nada. Yo no se si estaba simulando como lo había hecho yo antes, pero a mi no me quedaban más fuerzas para batallar por mis derechos. Así que resigné mi lugar y mi toalla, que estaba bajo todo ese pedazo de cuerpo inerte, y me retiré a comer mis sandwichitos a otra trinchera.
Lo que sigue y hasta la seis de la mañana fue el intento por descansar el cuerpo de la mejor manera posible y no pasar frío.
Cuando empezó el movimiento matutino yo ya tenía un nuevo atuendo y la lucidez para asumir que, sin dejar de ser agradable, había que comportarse con rudeza.
Con el siguiente personaje merodeador las cosas fueron distintas. Atefe supo de inmediato que yo ya conocía el paño y que no lo dejaría pasarse de la raya ni un milímetro, básicamente porque no me interesaba. Con las cosas claras es más fácil para todo el mundo, si después se puede seguir charlando en otros términos macanudo. Con Atefe se pudo y hasta acepté que me invitara un café.
-Ey, Argentina! Había vuelto mi amigo de la barra. Me acerqué a saludarlo y así me enteré que no llegaríamos en horario. Allí me quedé apreciando los humores de cuando canta el gallo (en este caso creo que es de riña y bien guapetón). Desde un costadito pude ver en primera fila como algunos clientes zarandeaban los brazos y levantaban la voz con un apuro inapropiado para la hora. Después llegaron refuerzos para atender a los sedientos y personas de seguridad para atender a los prepotentes. Cuando todo estuvo un poco más calmo al lado de mi brazo apareció un expreso que yo no había pedido. ¡A mi salud!
Primero pasé por cubierta, con el estrés de la jornada me permití romper con el régimen de tabaco, pero corría tal ventolera que enseguida fui a mi guarida de invierno. La sorpresa fue que había cambiado el tripulante responsable del expendio de bebidas. Intenté no desmoralizarme y me propuse ganar nuevamente posiciones sin jugarme más que un café (igual a un euro)… me tenía confianza!!
El muchacho miraba una película en un ordenador portátil y yo arremetí –será que yo puedo enchufar el mío también, en realidad no existió la frase, fue a través del lenguaje de las señas (lamentablemente todavía no aprendí a decir enchufe ni en italiano, ni en francés… con lo que lo necesito).
Pues claro que si. Qué bueno, estaba inquieta por escribir la experiencia en el navío. Cuando estaba concluyendo lo que para ustedes será el relato de ayer escucho la música de Misión Imposible y no se trata de una metáfora, lo juro, era el film que estaba viendo mi colega. Esas raras coincidencias de la vida…
Continué un poco más trabajando en mis anotaciones recordatorias hasta que se hicieron las dos de la mañana, hora en que la cafetería (como en el cuento de la Cenicienta) se convertía repentinamente en una jaula sin pájaros.
Miré a mi alrededor y descubrí que no había casi nadie deambulando, el barco estaba en silencio, evidentemente ya todos habían encontrado su rincón para dormir y yo no tenía más que ir al mío. Con total calma caminé hacia mi poltrona, cuando llegué Kalide no estaba, pero en su lugar, y también en el mío, había otro hombre despatarrado. Todavía no puedo dejar de reírme de mi ingenuidad.
Toqué el hombro derecho del grandulón, pero nada. Yo no se si estaba simulando como lo había hecho yo antes, pero a mi no me quedaban más fuerzas para batallar por mis derechos. Así que resigné mi lugar y mi toalla, que estaba bajo todo ese pedazo de cuerpo inerte, y me retiré a comer mis sandwichitos a otra trinchera.
Lo que sigue y hasta la seis de la mañana fue el intento por descansar el cuerpo de la mejor manera posible y no pasar frío.
Cuando empezó el movimiento matutino yo ya tenía un nuevo atuendo y la lucidez para asumir que, sin dejar de ser agradable, había que comportarse con rudeza.
Con el siguiente personaje merodeador las cosas fueron distintas. Atefe supo de inmediato que yo ya conocía el paño y que no lo dejaría pasarse de la raya ni un milímetro, básicamente porque no me interesaba. Con las cosas claras es más fácil para todo el mundo, si después se puede seguir charlando en otros términos macanudo. Con Atefe se pudo y hasta acepté que me invitara un café.
-Ey, Argentina! Había vuelto mi amigo de la barra. Me acerqué a saludarlo y así me enteré que no llegaríamos en horario. Allí me quedé apreciando los humores de cuando canta el gallo (en este caso creo que es de riña y bien guapetón). Desde un costadito pude ver en primera fila como algunos clientes zarandeaban los brazos y levantaban la voz con un apuro inapropiado para la hora. Después llegaron refuerzos para atender a los sedientos y personas de seguridad para atender a los prepotentes. Cuando todo estuvo un poco más calmo al lado de mi brazo apareció un expreso que yo no había pedido. ¡A mi salud!
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