viernes, 18 de julio de 2008

Montjuïc vuelta y vuelta…

Hasta la estación de metro Liceu, había que caminar dos cuadras; para saludarlo a Omar y descubrir cuál era de todas las estatuas vivientes que había visto tantas veces en la Rambla, sólo cien metros más… no me iba a perder esa oportunidad!!

Después de la sorpresa floripondia, hacer la ruta subterránea para desembocar en la Plaza Espanya, tomar la Avenida Reina María Cristina con todo el monumental edificio del Palau Nacional al frente y desilusionarme un poco porque la Font Màgic, en ese momento no estaba tan mágica.

Lindas vistas hasta llegar al Poble Espanyol y una vez adentro también muy bonito. Esta maravilla construida con motivo de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929 tiene su sitio Web y hasta donde pude ver es muy digno, así que me evito los comentarios, en todo caso hagan click.

Por ocho euros te sacás las ganas de tomar fotos de edificios típicos, ver artesanos trabajando en objetos decorativos de buen gusto y entrar al Museo de la Fundación Fran Laurel que en esta época está exponiendo, además de su colección permanente, la muestra “Los desastres de la Guerra” de Goya. Pues, lo único que no estuvo incluido en el precio de la entrada fue el rico café que me tomé en la Casa Siurana (Morella, Castellón) donde funciona un barcito atendido por un simpático peruano.

Después del descanso, seguí mi ruta. Próximo destino el Teatro Griego, empezaba a subir la cuesta entre cuidados jardines…

Salí de allí con un espíritu aventurero que me animaba a subir el monte en busca del Castillo, pero antes de encontrarlo (y creo que en honor al ánimo deportivo de la fecha) me topé con el Palau Sant Jordi y todas las instalaciones construidas para los Juegos Olímpicos de 1992.

Atravesando kilómetros de naturaleza en la soledad más pura, llegué por fin a lo más alto, lástima que no había princesa para rescatar. Me repuse del exceso de caminata tomando agüita fresca de un bebedero, contemplando el puerto desde el mirador y comiendo un sándwich vegetariano en un típico chiringuito de zona turística.



Para el descenso opté por el funicular, que además tenía el beneficio de empalmar con el metro. Realmente estaba cansada.


Cené en el barrio chino y mientras comía mi lasagna, un marroquí me recomendaba las ciudades que no debía dejar de visitar si iba a su país de origen.

17 de julio

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