Aquí estoy otra vez en mi hueco escriturario, en mi espacio reflexivo, queriendo poner en orden el rincón donde amontono mis memorias de viaje. Pero se me han juntado tantas cosas en el cuerpo que no es una tarea sencilla.
No es casual que mis silencios se remonten hasta la segunda parte de mi experiencia tunecina… todo lo vivido por allí me arremolinó los sentidos. El deseo supremo de asomarme a un “mundo nuevo” hizo que me dejara adoptar por una familia local. El interés por descubrir usos y costumbres, tradiciones, normas culturales y formas de ser de “los otros”, me llevó a incorporarme lo más “naturalmente posible” al ritmo de sus días. Pero luego, una vez involucrada hasta el tuétano en una realidad, en apariencias, muy distinta a la mía, me tocó atravesar por todo tipo de sentimientos… diversión, aburrimiento, emoción, paranoia, enamoramiento, enojo, ternura y miedo. Vaya aprendizaje! Conocer a “los otros” implica también conocerse mucho más a uno mismo.
Me fui del país del Magreb con un apreciado lío mental y, aunque puse a trabajar duro a mi cabeza, no alcanzaron los cuatro días palermitanos para poner en orden tantas emociones encontradas. Supuse que el reencuentro con mi lengua y con gente que me conoce bien ayudaría a poner cada cosa en su sitio pero, contra todos los pronósticos, se siguieron apelmazando las emociones fuertes. Bienvenidas, despedidas, cachitos de Buenos Aires, recapitulación rememorativa de casi tres meses de aventuras, cambios de cucha y viaje relámpago. Hoy siento que la palabra escrita no me permite expresar con justicia todo lo imbricado de los sucesos, sin embargo creo que el recurso es apropiado para el desahogo… veremos que sale.
Me niego a abandonar la tarea de registro porque como todavía no me he cansado de andar, y presiento que no lo haré de inmediato, necesito tener la certeza de que cuando me toque detenerme habrá algo que me permita acceder desde un lugar más calmo a aquello que disfruté de forma apresurada.
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