Ni bien pisé suelo madrileño tuve la sensación de estar llegando a casa después de un largo viaje. No tenía mapa pero tampoco tenía ningún apuro por conseguirlo. Mi buen humor se acopló perfectamente al de los locales y mi primer café negro con churros estuvo de lo más concurrido.
Cuando mi celular marcó una hora decente para tocar a la puerta de un amigo, saqué mi pase de metro y llegué a Príncipe Pío en lo que canta un gallo.
Abrazos y besos, entre lagañas y cara inflamada, me convencieron de que sería una buena idea aceptar hacer una siestita antes de ponernos on line.
Al despertar comenzaría un fin de semana de reactualizaciones, de ponernos al día, de incorporar la dinámica del anfitrión de tal forma que mi presencia allí importunara lo menos posible y al mismo tiempo fuera disfrutable.
Además de una rodilla lesionada, producto de la práctica abusiva del Jiu-jitsu, por la que el dueño de casa debía entrar a quirófano la semana entrante (situación que yo conocía a la perfección), me encontré con una persona poseída por el dolor de muelas y estresada por conseguir dos inquilinos con urgencia.
Pues así fue que remplazamos el deambuleo en pos del tapeo tradicional, por la guardia inmobiliaria con comidita casera (de la rica) para que los antibióticos no cayeran mal. Lo cierto, es que esto que puede sonar decepcionante para los lectores, a mi cuerpo y a mi cabeza les vino regio. Estaba necesitando el mimo gastronómico y la calma de puertas adentro, aunque eso implicara poner algunas cosas en orden (o lo que algunos llaman que se note la presencia femenina en el hogar).
Fui tan felicitada por mis labores que voy a pasar un chivito…
Te ordeno la vida…
No se trata de un slogan de libros de auto ayuda… se trata de un don. A los 34 años de edad (que casi son de experiencia en la materia) confirmo que nací para poner las cosas en orden. Definitivamente soy buena en estas artes y por eso me animo a publicitarme. Soy de esas personas que, sin ningún temor de frustrarse en el intento, saben donde ir a buscar las banditas elásticas, los cueritos y el vestido que ya queda chico para regalar a la prima menor.
- Ordeno archivos, fotos, herramientas, habitaciones, bauleras, oficinas y garajes completos. Organizo armarios y los aparadores de la vajilla.
- Ayudo en las mudanzas. Sacar las cosas de su sitio también tiene sus complicaciones. Ideal para aquellas personas que se abruman antes de empezar a desmontar y que consideran que la tarea es irrealizable si no se cuenta para ello con varios meses por delante. Lo que no podré hacer es darte una mano para el descarte, no soy buena para eso. Para mi no existen los trastos viejos e inservibles, yo lo guardo todo y ordenadamente.
- Ensancho espacios. Existe la posibilidad de diseñar muebles o artefactos para mejores emplazamientos. No voy a engañarte, no soy yo quien tiene esas virtudes, pero tengo una madre que es sensacional para eso. Bienvenida la empresa familiar siempre que no sea a tiempo completo.
Experiencia:
En muchas oportunidades hice todo esto y más, ayudando a los que quiero en sus despiojes, derrumbamientos emocionales y cambios de morada. Siempre lo hice con mucha generosidad, hoy pretendo que sea mi profesión lucrativa.
Aficiones que tienen íntima relación con el servicio que ofrezco:
- Armo rompecabezas.
- Colecciono monedas.
- Y sorprendo a mis amigos recordándoles momentos de sus vidas que habían olvidado. Guardarlo todo y en orden, también ejercita la memoria.
Para poner a prueba mi confianza, mi destreza y mis recursos, podés empezar contratándome para líos pequeños, para poner en orden cosas que no tengan especial importancia para vos (o de las que tengas copia de seguridad). Si el trabajo lo puedo hacer desde mi lugar de residencia no te saldrá caro.
No cobro los presupuestos, así que podés ponerte en contacto conmigo solo por impulso, a raíz de un desvarío mental o una idea loca. Me gustan los desafíos. Solo tendrás que charlar un rato conmigo y disparar tu ocurrencia.
Si considero que la hazaña es practicable, será necesario que me muestres cuales son los objetos a los que querés encontrarles su lugar. No soy pudorosa y puedo ser muy reservada.
Tenés que saber expresar qué es exactamente lo que querés, a menos que no tengas ni idea, entonces yo me encargo de todo.
Puedo escuchar sugerencias sobre la marcha salvo que desbanden por completo el proyecto originario. Me conozco e intentaré convencerte de mejores opciones (probablemente lo logre), pero, en mi defensa, tengo que decir que comprendo perfectamente la fórmula el cliente siempre tiene la razón.
Si te llegara a perturbar lo coloquial de este anuncio, desde ya te digo… No soy la persona idónea para resolver tu problema, evitate el llamado. Es que siempre trabajé mejor, y con más esmero, en los lugares donde se podían decir las cosas por su nombre y se hablaba sin tapujos.
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