El primer impulso me llevó hasta el Ménara, un gran predio repleto de olivares en el que se destaca una inmensa cuenca del siglo XII y un pabellón un poco más moderno donde antes solían darse sita los sultanes y ahora se recrea
Sólo la intención de terminar con ese acoso originó el segundo impulso… y entonces, sin saberlo, comencé un paseo hacia la nada misma que tuvo que ser desandado después de reconocer que la progresiva desurbanización del paisaje estaba empezando a inquietarme.
Sin inconvenientes recuperé posiciones pero, ni bien sucedió esto tuve que asimilar la existencia de otro adversario… El sofocante calor me impedía continuar
Previa negociación del precio me monté a una calèche. Lamentablemente, todo lo mejor que me sentí, apoyando el trasero en un mullido asiento a la sombra de gruesas telas sostenidas por un herrumbroso armazón metálico, fue en perjuicio del equino que tenía que soportar la sobrecarga mientras era azotado por un implacable hombre de sombrero que le indicaba el camino. 50 dirham fue lo máximo que pagué para hacer el traslado de un cuerpo desfortalecido por las altas temperaturas que me indicaban además que las primeras dunas del desierto no podían quedar lejos y que debía considerar la idea de gastar un poco más para llegar hasta ellas. Así, al menos, la novedad justificaba la deshidratación y el desastre cutáneo. (Te juro vieja que si hubiera tenido una botella de cocinero a la mano habría imitado tus caseros métodos para no desescamarse).
Con la lección aprendida, el segundo circuito lo encaré en colectivo. Llegué hasta Guéliz, la ciudad nueva, utilizando
Probablemente no me crean si les digo que lo más ruidoso de toda esta jornada fue el Hospital público. Será prudente que aclare que no llegué hasta allí porque me aquejara algún mal, simplemente me topé con el coloso y entré por pura curiosidad. La contracara de los pasillos atestados de gente bulliciosa clamando por su salud fueron las pasarelas del jardín Majorelle. Se trata de un bellísimo espacio con tupida vegetación y destellos de un azul furioso, en el que, rodeado de una absoluta calma y disfrutando del fresco, uno se olvida que está afrontando el intenso verano marroquí. Claro que no podía quedarme allí todo el día y poca gracia tenía repetir la visita en los días sucesivos, por lo que fue necesario idear otra estrategia para contrarrestar el sofocón.
Más de una vez había escuchado hablar sobre unas cascadas que no quedaban lejos (de hecho me habían propuesto el paseo y rechacé la invitación aduciendo que no me gustaba viajar en moto). Finalmente, terminé yendo al Vallée de l’Ourika en minibús y en compañía de El Hadi, un muchacho que se me había adosado la noche anterior y que esa mañana se me apareció en el albergue (con bolsito y todo) mientras yo desayunaba.
De ida viajamos, en primera clase, sentados al lado del conductor, eso significa que el auténtico espíritu de este rodado de precio intermedio (20 dirham) lo descubrí recién de regreso. Si uno busca un verdadero contacto con los locales… nada mejor que ir en la cabina de
En lo que cabe a la cascada, sin ser todo lo grande que había imaginado, tiene su encanto. Pero lo mejor es el caminito que hay que echarse para llegar hasta el salto. Como la superficie es rocosa no hay huella y eso multiplica las posibilidades, sin embargo, no podrá evitar comenzar en un pueblito minúsculo por demás pintoresco, e ir dejando atrás una gran cantidad de “recreos” que hacen equilibrio a ambos costados de la gran depresión que hizo el paso del agua a lo largo del tiempo. Con seguridad, después de haber avistado el chorrete y haberse remojado un poco en la “piscina pública” volverá a por uno de ellos para despatarrarse en una esterilla, beber té y fumar shisha a la sombra de algún árbol frondoso. No importa cuál elija en todos encontrará un agradable ambiente familiar.
Nosotros mudamos para almorzar… y no se si fue la suerte de alguien que sabe o simplemente estar lejos de la gran ciudad, pero el punto es que comimos un tajine de carne buenísimo, pan casero, casero y fruta “de la huerta”.
Aparte de esta experiencia, gastronómicamente hablando, lo mejor fueron los jugos con helado del café Argana y los dulces de casi todos lados… esto se llama: reviviendo la panzada de breuats y shbaquiah que me di en casa de Zaka el año pasado mmmmmmm.
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