La noche en el bus no estuvo del todo mal, pero tampoco pudimos dormir demasiado. El micro hizo unas cuantas paradas, anunciadas por altavoz y encendido de luces, y la posibilidad de fumarnos un cigarrillito siempre pudo más que el sueño.
Llegamos a Izmir a las 7 de la mañana y, no pasaron más de cinco minutos con caras de despiste, hasta que un pelilargo, barbudo y con pinta de motoquero del 80 salido de un video clip berreta, nos hace saber que estaba a nuestra entera disposición. Octav hizo que vayamos a un comedor, que pidamos algo para beber, que lo escucháramos un rato largo y que incorporáramos a nuestros pensamientos una inmensidad de sugerencias hechas por él. En un rato no sólo estábamos alojadas en un hotel, sino que además habíamos alquilado un auto por cinco días y habíamos sacado el pasaje para nuestra vuelta a Estambul.
Como era muy temprano para tomar nuestra habitación hicimos un paseito por
Empezamos caminando por Anafartalar, una calle que reúne a tiendas de alimentos y vendedores ambulantes, allí recurriendo a las señas, compramos nuestros víveres para sentarnos en una mesita de la plaza y almorzar. El postre había quedado en una tienda más atrás, así que volvimos por él. Supongo que el pastelero, a través de la vidriera, alcanzó a ver la baba que se deslizaba por la comisura de nuestros labios, y por ello nos invitó a entrar y a tomar asiento. Con la ayuda del dedo índice elegimos algunas cosas que se veían ricas y por último preguntamos si podíamos tomar té. Allí sólo vendían dulces, pero Mustafá quería complacernos y mandó a buscar nuestras infusiones a un local de
Queríamos bajar las calorías injeridas, pero sobre todo, conocer lo más que pudiéramos la ciudad que abandonaríamos al día siguiente, así que seguimos nuestro camino a pie. Por pequeñas callejuelas llegamos al Agora, luego al barrio Asensor y la vuelta, ya al atardecer, coincidió con avenidas y peatonales bien iluminadas y muy transitadas.
24 de abril
No hay comentarios:
Publicar un comentario