Durante el desayuno analizamos el improvisado mapa de la región proveído por el Sems Otel, al finalizar sabíamos que iríamos en dirección norte.
Nuestra primera parada fue en Uchisar, el punto más alto de la zona a explorar. Ingresamos al castillo con la convicción de que no se parecería en nada a los visitados en Estambul. Aquí no hay mobiliario, ni ornamentos, solo se ve piedra… El castillo no es más que una enorme piedra con innumerables huecos y, por lo menos para mí, allí radica lo atractivo del asunto: no ver la piedra en lugares donde de antemano uno cree imposible que no esté. Pero no está y me tomé un buen tiempo para meditar sobre la escalofriante ingeniería que procuró ventanales por donde pudiera pasar el viento. Maravilloso espectáculo al aire libre!

Desde allí seguimos la ruta de la peregrinación y desembocamos en el valle de Göreme. Una vez más el protagonismo lo tienen las rocas… La diversidad en sus contornos y cavidades propician un hábitat digno para que Pedro y Bilma se animen a agrandar la familia. Aquí no encontramos castillos, pero de todas formas incursionamos al interior de la piedra y esta vez si pudimos apreciar mobiliario, utensilios y decorado acorde con las necesidades de la vida hogareña. Madre, hija y nieta nos recibieron en su casa, nos convidaron con té y torta y, sólo después de estar seguras de que estábamos muy cómodas, con algo de timidez y mucho respeto, nos mostraron su arte. La señora mayor bordaba pañuelos y los ofrecía a quienes tuvieran ganas de comprarlos en su propia residencia, conciente de la curiosidad del turista por saber cómo viven por esas latitudes.
Pues lo cierto es que eran muy lindos, que el trabajo artesanal estaba bien hecho y que en ningún momento nos sentimos forzadas a comprarlos, por todo eso decidimos gastar algunas liras que fueron derechito hasta el corpiño de la auténtica jefa de familia. Con los pañuelos en nuestro poder y luego de que la hija nos enseñara algunos trucos para cubrir nuestras cabezas con algo de gracia, dimos por terminada la visita que ya había superado la hora y media.
Göreme resultó un lugar muy pintoresco para nosotras y para nuestro auto rojo que, por largo rato, encontró la diversión subiendo y bajando cuestas. Pasamos por innumerables rinconcitos dignos de ser fotografiados, restaurantes, pensiones, puestos de venta de artesanías, frutas y verduras. También coincidimos con algunos eventos particulares, la valentía de una tortuga para cruzar una de las calles principales sin respetar la senda peatonal y un numeroso cotejo fúnebre.
Parando en todos aquellos lugares desde donde se apreciaba una buena vista panorámica llegamos al valle de Zelve. Un aporte de nuevas formas a la geografía, autorizan la asignación de otro nombre para la zona: Parque Nacional del Falo Loco o, en su defecto, Reserva Natural del Pene Activo. Un interesante museo en tierras por demás calientes.
Nuestro recorrido continuaba en un poblado de alfareros, la ciudad de Avanos, a orillas del río Kizilirmak (más conocido como Rojo y afamado por ser el más largo del país). Allí hicimos nuestra primera parada gastronómica. Optamos por el restaurante Kumsal dador Inci al que se accedía subiendo una escalera por un callejón infame, pero que recibía al comensal con dos acogedores salones, bellísimamente ambientados.
Bebimos de lo conocido: cerveza; pero comimos aquello que nos sonaba más atípico. De entrada mercimek çorbasi (que resultó ser una sopa de lentejas) y sigara böregi (unos arrolladitos de queso fritos) y de salida saç tava (mmmm ¿un mezcladito de carne y tomate?) y sulu köfte (albóndigas pequeñísimas con yogurt y perejil). Después de la panzada, por primera vez en el viaje, consideramos que con las exquisiteces saboreadas hasta el momento habíamos colmado nuestra curiosidad en abundancia, y pactamos empezar a ser más recatadas en los menesteres alimenticios. El tiempo y la ropa dirán si cumplimos o no.
Pagamos y salimos a la calle a vivir una nueva experiencia, disfrutar de la lluvia turca… Una actitud positiva para que el calificativo de nublado solo le cuadrara al cielo. El chaparrón más fuerte nos limpió el auto justo antes de llegar a Hacibektaş.
Buscando un monasterio, fundado por la orden de Bektasi en 1248, encontramos primero un gran predio que honraba a la música y a sus ejecutores: el Cilehame. Bue’, simplemente un sitio más antes de llegar por fin a donde las mujeres son aceptadas como iguales. Pues no se si por mujeres o por turistas, a pesar de que llegamos fuera de horario, nos permitieron pasar a los patios centrales, al cementerio y al lugar de oración.
El día había sido largo pero aún así decidimos hacer todavía una última escala, la ciudad de Ürgüp. Un nuevo modelo de roca apareció ante nuestros ojos, luego un poblado que alternaba abandono y movimiento citadino cada cuatro o cinco cuadras. Definitivamente la Kapadokia es una región árida, ventosa pero plagada de misterios que le otorgan un encanto muy especial.
Volvimos al hotel cansadas pero repletas de entusiasmo. Tan llenas, tan llenas que nos bastó con ir al comedor lindante por café y yogurt para la cena. Después un bañito reparador y el teléfono de la habitación que suena. Al salir de la ducha la buena nueva era que habían llamado de la recepción para ofrecernos café.
26 de abril
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