... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

sábado, 7 de junio de 2008

La experiencia en el navío...

Si estaba de vuelta en Palermo era porque desde allí salía el barco que me haría cambiar de continente por exactamente tres semanas. El horario de partida era a las ocho de la noche pero como había que pasar por migraciones el requisito era llegar al puerto dos horas antes.

No me levanté muy temprano y tampoco apuré demasiado los trámites de la higiene y la colación. Me quedaban bastantes horas por delante y no iba a hacer ninguna excursión de último momento salvo adquirir algunas provisiones (no quería despilfarrar mi dinero comprando alimentos y cigarrillos en el navío, sabiendo que podía gastar tres veces menos si lo hacía en la ciudad).

El resto del tiempo lo utilicé para comunicarme con mis congéneres, contestar mails y hacer todas esas cuestiones que necesitan de los servicios de Internet, tenía algunas sospechas sobre las disponibilidades que había en Túnez sobre esta materia. Pues así sin más, llegó la hora casi sin darme cuenta.

Tomé el colectivo que me dejaba más cerca de la estación marítima y llegué con precisión a las oficinas de Grimaldi Ferries. Allí solo confirmaron que mi pasaje fuera válido y me mandaron para la aduana. Aproximadamente diez personas, todas mayores de edad y con pasaporte tunecino, estaban antes que yo en la fila. El que me sucedía no tardó en darme charla, se llamaba Kalide y, para mi sorpresa, conocía bastante de Argentina y de todo el continente Americano. Habían pasado veinte minutos y no avanzamos ni un centímetro en dirección a los gendarmes pero no me importaba demasiado porque estaba entretenida con la charla, cuando me di cuenta un papá con dos hijos pequeños se hacían los distraídos delante de mi.

Al rato un ordenanza italiano dio indicaciones para que cambiáramos la dirección de la espera, simplemente porque estábamos entorpeciendo el paso y ni lerdos ni perezosos… resultó que pasaron a ser veinte las personas que me antecedían. El recuento lo hice desde un nuevo emplazamiento, forzado por la buena intención de cumplir con el requerimiento intentando no alterar el orden de llegada. Kalide era el único junto a mi y haciéndose cargo de mi perplejidad ante el atropello hizo un gesto como de disculpas en representación de todos sus compatriotas, después musitó algo que no alcancé a entender y marchó hacia la injusta posición cola de perro.

Pues yo no, nunca me caractericé por ser modosita, y aunque muchos se esforzaron por poner caras de malo no me acobardé. En un francés, seguramente deplorable, pregunté si no habían comprendido la consigna o si simplemente se trataba de que no les importaba nada. Y por si acaso no entendieran el lenguaje, acompañé las palabras con una mirada que no dejara dudas. Esperé los resultados sin moverme de mi puesto, la mayoría eligió hacer de cuenta que yo no existía, un grupito mucho más pequeño repitió el formato corporal del Kalide avergonzado pero en silencio y sólo uno movió su brazo en vaivén indicando cual sería mi nuevo sitio.

Otra vez en la hilera, ya sin las distracciones que pudiera ocasionarme Kalide, y más cerca de la puerta con custodio, que se abría y se cerraba a intervalos desparejos, me dediqué a analizar un poco mejor la situación. A juzgar por los fragmentos interrogatorios de la ley que llegaron a mis oídos se trataba de un paso migratorio complejo, no para mi claro. Cuando tocó mi turno los hombres con chapa desfruncieron el seño, hicieron chistes y me dedicaron un montón de sonrisas (para todo eso no era necesario cerrar la puerta, es más, era importante que quedara abierta… la puta exhibición de la diferencia que termina siendo más dañina que la diferencia a secas). Para mí también hubo interrogatorio: -¿Vehículo? –No. -¿A pie? –Si -¿Y qué va a ser una Argentina a Túnez? -… (solo levanté mis hombros). Antes de embarcarme en el Eurostar Salerno, dos personas más miraron mi pasaporte y ambas tuvieron la misma actitud… definitivamente no era habitual que pasaran argentinos por allí.

No había dado dos pasos después del último control cuando Kalide logró alcanzarme. Creo que pensaba que la pequeña conversación que habíamos mantenido le daba el derecho a acompañarme, y la obligación de protegerme, hasta llegar a destino. Cargó mi valija hasta el cuarto piso donde se encontraba el salón comedor, la salida a cubierta y la sala para los que como yo (y hasta el momento él) habíamos pagado por una poltrona. Entró al habitáculo con decisión y me invitó a tomar asiento mientras él se encargaba de que el equipaje quedara a la vista.

Cuando le hice notar que el asiento en el que estaba no correspondía con el que me asignaba el billete, me dijo que era lo mismo. Supuse que él si estaba sentado correctamente y que no quería perderme de vista, de ser lo mismo hubiera elegido un sitio más cómodo. Había optado por las dos últimas butacas de una de las filas, aquellas que se reclinaban menos que el resto por que una pared detrás nuestro les impedía realizar el recorrido completo. Si por lo menos me hubiera dejado el pasillo…

Hasta que el barco zarpó (y un rato más también) resolví prestarle atención. Sacó de su pequeño bolso un montículo de fotos de épocas diversas y me las enseñó con especial devoción, había sido por varios años tripulante de uno de esos buques que no tienen puerto fijo. Después me pidió un papel y dibujó el contorno de Túnez con una minuciosidad que me dejó atónita. Ubicó con puntos todas las ciudades importantes y escribió sus nombres, sólo subrayó aquellos que tenían algún interés turístico y agregó las distancias entre una y otra. Por supuesto cada una de las anotaciones en el papel fue acompañada con un pequeño relato que ampliaba la información ofrecida. A pesar de todo el empeño que le puso a la tarea llegó un momento que no había nada más para agregar (creo que se lamentó por la escasez territorial de su patria, 781 kilómetros de largo y solo 378 de ancho no le permitía entretener a una señorita por diez horas).

Y entonces probó con otros puntos del planeta… empezó a nombrar países aleatoriamente y a hacer alarde de lo que conocía de cada uno de ellos. Yo a esa altura solo escuchaba palabras sueltas: Brasil, café, carnaval, Colombia, droga, Panamá, canal, España, Gibraltar, Marruecos… hasta que no escuché más… creo que ya habíamos pasado por todos los continentes cuando bostecé sin ningún disimulo y le pedí que me dejara pasar que iba a fumarme un cigarrillo. Quiso acompañarme y le advertí que también aprovecharía para ir al baño, que allí no lo dejarían pasar y que definitivamente era mejor que fuera sola.

Crucé la puerta completamente mareada y preguntándome cómo haría para sacármelo de encima. Caminé hacia ninguna parte, pretendía hacer un paseo de reconocimiento de la zona, pero no pude prestar la atención que merecía el proyecto porque tuve que dedicarme a defenderme de un importante número de acosadores. Escuché de todo, desde el divague más tosco intentando descubrir mi nacionalidad, a la fórmula más elocuente de la propuesta matrimonial. Salí a la intemperie para fumar y tomar aire fresco, pero era demasiado fresco y cuando logré mi primer propósito entré. Además se había incorporado un nuevo cargoso a la lista de evasiones por lo que el baño era, hasta el momento, el único lugar que consideraba tranquilo.

¿Pero cuánto tiempo puede estar una en un baño que además hace agua por todos lados? No mucho, claro. Así que sólo hice mis necesidades que no eran de las pesadas, gracias a Dios, y me envalentoné para salir con los tacones de punta.

Fui nuevamente hasta el salón comedor, pero a esa altura ya había terminado el servicio de la cena, solo quedaba una barra abierta que oficiaba de cafetería. Ocupé el único asiento que estaba vacío procurado no tapar la visión del tripulante a cargo que seguía el partido de fútbol entre Turquía y Portugal. Sin ninguna ofuscación por la interrupción, por el contrario, con una generosa simpatía (que yo necesitaba especialmente) el rumano me sirvió un expreso. Acababa de encontrar un lugar con las mismas propiedades que el toilette pero mucho más confortable, acababa de entender que los tunecinos no irrumpen con tanta facilidad cuando se interpone otra presencia masculina. Continué con una cerveza sin que me importara demasiado que en mi bolso hubiera comida y bebida esperándome. Pero no podía alargar demasiado la estadía allí si no seguía consumiendo, y si seguía consumiendo se acortaba mi estadía fuera de mi patria. Ja, la birra me había dado algo de sueño y pensé que quedarme profundamente dormida era otra solución al problema Kalide.

Me despedí de mi nuevo amigo dejando una puerta abierta para un regreso abrupto, no hubo un gesto perceptible de su parte, sin embargo me fui sabiendo que podía volver cuando quisiera sin la necesidad de seguir gastando dinero.

El panorama empezaba a mejorar, no tuve que pedir permiso para pasar a mi asiento ventana, mi compañero no estaba. Genial, podía poner en marcha mi estrategia. Usé mi toalla de almohada, mi buzo de manta y me acomodé lo más parecido a la posición fetal que pude. Lamentablemente no había alcanzado a contar las ovejitas suficientes… por lo que no pude evitar sentir primero sólo una presencia (yo inmutable), luego unos golpecitos en el hombro (a los que hice caso omiso) y después unas cosquillas en la pierna (imposible no sobresaltarme). Se había pasado! Giré todo mi cuerpo para dedicarle y que viera en primer plano mi rostro perturbado. –No te gusta eso. -NOOOO

-Disculpame –rrrrrr (o algo parecido) –¿Donde estabas? -¿Perdón? Había ido a buscarme, era obvio que se había propuesto convertirse en mi sombra.

-Realmente estoy cansada y quiero dormir!! ¿Puede ser? –Es que faltan muchas horas de viaje todavía, conviene esperar. –Mierda!! En ese momento se prendieron las luces de la sala y se escuchó a alguien decir –billetes, por favor, billetes. Inmediatamente después comenzó una trifulca entre una persona que representaba a la compañía y un pasajero. El problema era que otros dos viajantes habían pagado para hacer el trayecto sentados y no conseguían lugar. En ese momento descubrí que la persona que estaba a mi lado era otro de los vivos, pero como había muchos el problema de los desplazados se solucionó antes de que la autoridad llegara a él.

-Tu me has traído suerte! Y de sopetón estrechó su mano sudorosa con la mía. Después me regaló un perfume. –No hace falta de verdad. –Me hace feliz obsequiártelo, así te acordás de mí. Jamás podré olvidarme de este sujeto!!

Yo quería dormir, a ver si así conseguía cambiar la pesadilla por un buen sueño… pero estaba presa de un insomnio custodio, así que me conformé con hacerle creer que así lo hacía…

7 de junio

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