Ya con los primeros bocados se empieza a apreciar como se van abriendo las vías respiratorias, al terminar el plato uno se siente poderoso y sediento. Pero es un sentir defectuoso porque el agua no modifica en absoluto la escena, la sensación perdura por un buen rato. Sólo el paso de los días, el acostumbramiento, permiten el reconocimiento de la variedad de sabores.
Yo a esta altura ya aprendí a disfrutar de la comida, lo único que todavía rechazo sin miramientos, es el ají verde que por suerte no tienen el mal gusto de picar y mezclar entre otros ingredientes. Por lo general ocupa un lugar bien visible, aparece entero y en lo más alto del plato (como la frutillita de la torta o como la oblea que corona los helados, salvando las enormes distancias).
Salvo una ensaladita de cebollas, tomates, pepinos y ajíes (que casi siempre está de acompañamiento), el resto corresponde a lo que para nosotros es comida de invierno… muchas calorías. Y para colmo todo se sirve con abundante pan, que es riquísimo, no como el italiano.
Cuando uno come en los sitios donde comen los nativos debe saber que el pan sustituye a los cubiertos, que a menos que los pidas no verás en tu mesa. Yo preferí seguir las costumbres del lugar y sólo los utilicé en aquellas oportunidades que me los trajeron. Es que todo sabe más rico cuando se come con las manos… pero claro, con las dos. El problema es que aquí la izquierda no debe ser usada para estos menesteres. Por esa razón es que para mi las cosas se hicieron más difíciles con tenedor en mano, porque no iba a rescindir de pan y cómo hacer para manipular ambas cosas con
En general he elegido mis alimentos apuntando con el dedo índice, a veces en dirección al bocadillo directamente y otras, hacia una lista que, aunque siguiera con mi vista de derecha a izquierda, en ningún caso logré comprender. Operando del primer modo degusté la pizza berber (tapga, en su versión fonética), el sándwich de tuna y los kakis que, nada tienen que ver con la fruta, son unos palitos salados que se parecen mucho a nuestros grisines y que me acompañaron con frecuencia en la playa.
Gracias a la segunda práctica he dado con el omlette, “al fin algo conocido” pensé… pero sorpresa, es un guisado de carne con una salsa desbordante. Genial para pedir cuando son más de dos los que van a comer, el plato sopero gigante al centro de la mesa y a entrarle sin asco que si el pan se acaba no tardarán en reponerlo. Y las sorpresas no terminan claro, porque en otra oportunidad pedí eou, y vaya que parecido a nuestro omelette… un poquito más crocante eso si (la misma receta con una insignificante modificación en el tiempo de cocción, eso es todo).
Sobre los dos clásicos de la gastronomía árabe, el shawarma y el cuscús, diré solamente que aunque pueda reconocer que existen diferencias de elaboración y gusto dependiendo del lugar del planeta donde se consuman, no sería capaz de rankiarlos por orden de preferencia. A mi siempre me parecieron sabrosos!!
¿Y que hay de postre? Melón, sandía… Pero verdaderamente no creo que entiendan el concepto tal cual lo hacemos nosotros, la fruta pareciera ser aquello que termina de completar un menú saludable. Por lo general la traen sin que uno la pida y como obsequio. Jamás un camarero me ofreció postre, algunos hasta se “olvidaron” de preguntarme que iba a tomar para acompañar el plato principal, pero nunca lo hicieron con el café o el té del final. Costumbres…
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