... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

lunes, 1 de octubre de 2007

Tarde pero suculento

Uff los tengo muy abandonados con mis relatos de viaje y ahora ponerse al día es bien difícil. La única razón de esta demora es que cada día que pasa las fórmulas para la aventura se multiplican, las relaciones interpersonales abren el juego a infinitas oportunidades y el tiempo nunca es suficiente para hacer todo lo que uno quiere. Habíamos quedado en Ibiza, recién llegadita… nada les conté de esa isla y los buenos amigos que supieron recibirme, ahora estoy en París con otros amigos, igual de buenos, pero tampoco saben nada de ello, y como si esto fuera poco, además asistí al tercer festejo de casamiento de mi prima en la Normandía francesa. No encuentro como poner en orden tantas experiencias. Si bien los escenarios geográficos, a grandes rasgos, no son más que tres, para describirlos dignamente las postales y las notas deberían ser millones. Lo que diré en primer lugar, entonces, es que una corriente japonesa me ha invadido y sin miedo a que se me acalambre el índice derecho no pierdo oportunidad para abrir el obturador de mi cámara fotográfica.

Mi estancia en Ibiza fue realmente relajada, quizás muchos se desilusionen por esto, pero yo sin embargo encontré muy atractivo apreciar la locura de la marcha sin participar prácticamente de ella. No pisé ningún boliche y sin embargo los conozco a todos por sus nombres y podría llevarlos a cada uno de ellos. La previa en la ciudad de Eivisa y personajes como Albarito (un fiestero residente) me alcanzaron para saber de que se trata. De todas formas no perdí la oportunidad de danzar y fue en Sa Trinxa con los pies sobre la arena.

Por lo demás compartir con amigos de toda la vida, y otros nuevos, las puestas de sol, el mate amargo en diferentes playas y calitas, la cata de bebidas varias (desde el más vulgar Paternina, hasta el más excéntrico Don Perignon) y la lujuria gastronómica (nunca olvidaré la caza de erizos en Cala Roja) me hizo inmensamente feliz. El sol tuvo la oportunidad, como pocas veces en mi vida, de broncear mi piel blanquecina sin ponerme roja como un tomate… lamento tanto que la arremetida del invierno europeo no les permita apreciar este fenómeno de la naturaleza. Por suerte tengo testigos… mis anfitriones podrán validar mis palabras en breve ya que les queda poco para terminar la temporada y pronto estarán llegando a Buenos Aires. Seguramente algunos de ustedes tendrán el privilegio de saber bastante más sobre mi escalada en San Jordi por boca de ellos, al resto le pido paciencia. Yo me comprometo (más por mi que por ustedes) a no olvidarme de nada ya que lo pasé de maravilla.

Con un poco de melancolía abandoné la isla para dar un gran salto… y así llegué a Paris. Lo que pensé que iba a ser un gran obstáculo, el idioma, se convirtió rápidamente en un interesante desafío. La olvidada práctica de hablar francés, las limitaciones que tengo con la telefonía celular por todos conocidas y la falta de datos sobre el paradero de mis amigos parisinos, no pudieron conmigo y logré dar con ellos sorpresivamente en pleno quehacer de sus prácticas cotidianas. Después de unos meses bastante relajados para ellos en función de actividades programadas llegué en la semana donde comienzan con nuevos planes de estudios, y a lo chiquita Legrand que trae suerte yo llegué juntamente con ofertas laborales para Laucho. Estas circunstancias hicieron que en primera medida tengamos mucho por que brindar, que luego, mientras ellos cumplen con sus responsabilidades, yo vagabundee por Paris compulsivamente como a mi me gusta, para después reencontrarnos en algún lugar estratégico para seguir brindando y conversando sobre la vida y esas cuestiones. De reunioncita en reunioncita ya conocí a varias personas, mi visita los conminó a hacer raclette en mi honor y con ese gustito en la boca emprendí mi viaje a Lisieux para encontrarme con parte de la familia.

La boda se celebró en un pueblito normando llamado Moyaux, y debo decirles que en ese paraje tan lejano, la iglesia del lugar tiene guardada mi rúbrica, ya que para no perder la costumbre siguen las buenas sorpresas para mi, y fui testigo oficial de un evento por demás pintoresco y del que además jamás imaginé participar. La fiesta estuvo realmente increíble, la comida deliciosa y en demasía… el menú no dejó de lado ni un solo plato típico de la región. Bailamos hasta altas horas de la madrugada, y después de unas horas de descanso continuó la comilona al día siguiente para rematar con la visualización de los partidos de rugby que hacían correr peligro la noble unión entre Francia y Argentina que pocas horas antes se había consumado.

Nuevamente en Paris, decidida a no dejar nada por ver… En el próximo mail intentaré hablarle sobre ello.

Aprovechando la norma del norte francés los saludo esta vez con cuatro besos, en una libre traducción al argentino es porque los quiero realmente mucho.

Perdón para los que este relato les parezca muy extenso.

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