... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

miércoles, 25 de junio de 2008

Sobre la higiene...

Si uno llega a estas tierras sin ningún ánimo de adoptar nuevas formas de aseo personal, considerando que la fórmula occidental es la única que contempla las normas de sanidad, probablemente se irá de aquí proclamando a los cuatro vientos que se trata de gente sucia. Sin embargo yo creo que se preocupan mucho más por la limpieza del cuerpo que nosotros…

El Corán tiene infinidad de preceptos respecto a estas cuestiones y pareciera ser que se pueden seguir con bastante más facilidad que los que intentan poner orden en otras áreas.

Uno de ellos es el de usar para el aseo personal sólo la mano izquierda ya que la otra se utiliza para llevarse cosas a la boca ¿lo recuerdan? Pues la verdad es que no es fácil constatar que todos sigan esta regla en el cuarto de baño, pero creo que comer encierra más dificultades que lavarse el culo, así que si pueden hacer lo primero con una sola mano de seguro que se las arreglan también muy bien para lo segundo.

La mano izquierda es considerada "impura" y por lo tanto tiene un uso social reservado, a nadie se le ocurre, por ejemplo, utilizarla para saludar. Yo seguí al pie de la letra las normas del saludo, pero lo que ellos no saben es que en mi caso no hay ninguna mano que se salve de las impurezas. Para una persona que ha gastado a lo largo de su vida metros y metros de papel higiénico, es imposible abrir el grifo, manipular la manguerita de al lado del water, echar toda el agüita necesaria en las partes y hacer todo lo que viene después para salir en calma del escusado, prescindiendo de la diestra. Así que para todos aquellos que después de un salam aleikum o un spahir me estrecharon la mano, mil disculpas.

Para el mundo árabe el agua, además de ser la bebida de la sabiduría, es origen de la vida y elemento de purificación. El musulmán se baña antes de sus plegarias y después del acto sexual, se lava los pies si estos estuvieron en contacto con la arena y la tierra y las manos cada vez que termina de ingerir un alimento. Quizás hay muchos que ya no practican los cinco rezos, pero creo que de ellos muy pocos perdieron la costumbre de tomar la misma cantidad de duchas diarias.

Más de una vez, estando en casa de lugareños tan solo de visita, en un gesto de inmensa cortesía, y después de haberme dado de comer en cantidades abundantes, me han ofrecido pasar al toilette para tomar una ducha. Pues ellos de seguro que no ven bien que nosotros nos bañemos sólo una vez al día, a lo sumo dos si corresponde con una jornada de altas temperaturas. Costumbres son costumbres.

martes, 24 de junio de 2008

Sobre la veta romántica…

Por aquí la gente tiene un andar florido y perfumado. En una tarde cualquiera se pueden ver a muchísimos hombres portando el clásico ramillete de jazmines compactos u alguna otra florcita de estación. A falta de solapas con ojales, las flores se llevan detrás de las orejas. Hay quienes me dijeron que es el estado civil el que determina si es en la izquierda o en la derecha, pero muchos otros desestimaron esta historieta de los lados, motivo por el cual no voy a asegurar que sea una costumbre que anida la contraseña para el coqueteo, aunque me gusta pensármelo así.

Las mujeres también son buenas clientas de los jazmineros ambulantes, ellas compran collares florales o ramilletes para perfumar sus carteras.

Es muy común ver a dos personas del mismo sexo caminando tomadas de la mano o del brazo. He visto a hombres darse hasta seis besos para iniciar un encuentro que no duró más de diez minutos.

De la música occidental les encanta Celine Dion y morirían de placer si tuvieran una FM Aspen haciendo el compiladito de melódicos viejos con el que mi generación bailaba en los asaltos.

Sobre la fisonomía de las ciudades (el paisaje)…

En general Túnez es un país de baja altura, sólo en la capital he visto edificios que superen los cuatro pisos (y tampoco tantos). Es un pueblo blanco, con pinceladas celestes y pintitas rojas.

Es verdad que hay zonas donde los blancos de las paredes están descoloridos por grietas y rajaduras pero en general predomina la buena conservación de las viviendas, por lo menos en sus fachadas. Incluso en las barriadas más humildes he visto a gente pintando muros que para mi no estaban tan mal.

Creo que no hay más de cuatro o cinco tonalidades diferentes para los celestes de puertas y ventanas. Algún que otro contra, usará el negro o el amarillo, pero juro que es difícil encontrarlos.

Recuerdo haber hecho un homenaje a los portales, pero ahora se que me anticipé, porque realmente aquí las puertas son un festín. Las hay cuadradas, con arco de medio punto u ojival, las hay especialmente decoradas con herrajes y remaches que forman dibujos en negro. Las más lisas por lo general están abiertas y todas pueden contener, más o menos visiblemente, la mano de Fátima, el amuleto musulmán que indica que el hogar está protegido. Brinda salud y amor, atrae la buena suerte y aleja, problemas, discusiones y enfermedades.

Fátima era la hija mayor del profeta Mahoma, el fundador del Islam, y la leyenda cuenta que un día, mientras preparaba la cena, sorprendida por la llegada inesperada de su marido con su segunda esposa, dejó caer su mano en una olla de aceite hirviendo. Como consecuencia quedó lisiada de por vida y fue su padre que inmortalizó aquel suceso convirtiendo su mano en símbolo de la religión musulmana. Fe, caridad, ayuno, oración y peregrinación, sus cinco preceptos más importantes representados en cada uno de sus dedos.

Las ventanas con sus correspondientes rejas también tienen su atractivo, las más llamativas son las abombadas, conocidas como haissas, y si, mirando un poco más allá, aparecen los típicos balcones con celosías, definitivamente ha dado con una postal bien bonita.

Las pintitas rojas son las banderas que flamean por doquier… y en esto cuanto me hizo recordar a Turquía.

Si es que además las diferencias en sus insignias son tan mínimas… hay que pensarlo un par de veces para no meter la pata ¿o no?



lunes, 23 de junio de 2008

Sobre los susurros y los silencios…

…Hasta los 25 años el casillero de la profesión de los formularios bancarios y afines no tenía ningún peso para mi, yo sólo completaba con un escueto estudiante y asunto resuelto. Pero superada esa edad, y peor aún ingresando en la década de los treinta, esta situación se fue complejizando (este preludio se intitula: cargando mochilas nuevas según pasan los años).

Hace no mucho tiempo, un amigo, que además fue compañero de estudios, y al que no llamo colega porque no me siento a la altura, me ofreció la clave para resolver este problema. Fue tan convincente en sus argumentos que entendí que era mejor decir con exactitud soy comunicador/a que hacer el esfuerzo por evitar generar incertidumbre en nuestros interlocutores. Pues tomándome una licencia bastante importante, porque no recibiré el título hasta que no haga la bendita tesina, para todas las burocracias que me merodearon pasé a ser una COMUNICADORA.

¿Pero como es su traducción al francés? Comunicateur no me sonaba y entonces ante el apuro de los espacios en blanco de la carte de visiteur, no resident para la aduana decidí simplificar el asunto con un journaliste. En Buenos Aires, todos los que pasaron por los bancos de la facultad de Ciencias de la Comunicación lo hicieron alguna vez, aunque más no sea para conformar a algún mayor de la familia. Pues yo lo hice una vez más, pero en el extranjero y nada menos que en un paso de frontera.

La argentina (como Alemania o Canadá) no parecía estar en la nómina de países que exporta gente de riesgo, pero (como Colombia o Chile) tampoco en la del que bien, estos traen platita. Simplemente de la Argentina no llegaba nadie (quizás por aire alguno que otro, pero por mar, jamás). Salvo por la fama mundial del señor Diego Armando por estos pagos somos un pueblo desconocido y lo desconocido amerita un momento de atención… sobre todo si de sopetón aparece una journaliste.

El interrogatorio duró bastante más que saliendo de Italia… el problema no parecía ser lo que pudiera traer (contrabando o mano de obra desempleada) sino lo que pudiera llevarme (información). Fueron varias personas las que acudieron al llamado de la señorita de la cabina de recepción para analizar mi caso.

En todos lados se cuecen habas, en todos lados hay tierrita para meter debajo de la alfombra, y aquí alfombras hay para tirar por el techo. En todos lados pasan cosas que los mandamases quieren que no se sepan en otros lados y, a nadie se le escapa ya que justamente, estas cuestiones son el objeto preferido de los buenos periodistas.

Vade retro libertad de prensa ¿qué es lo que busca la periodista argentina? Pues nada… vacacionar en un bello país y mi más bella sonrisa para convencerlos.

Gracias papi por los ojos celestes, gracias Jose por el corte de pelo (aunque lo que tenga ahora en la cabeza ya no atestigüe tu arte) y gracias Pablo por el visto bueno a mi pircing!! Fue todo lo que el supervisor apreció de mí antes de autorizar el sellado de mi pasaporte.

Lo cierto es que una vez adentro y sin tener pautas laborales que me obligaran a hurgar en las cuitas de las políticas públicas fue fácil advertir que los ciudadanos no gozan del derecho a la libertad de expresión.

Mis aptitudes como comunicadora me permitieron mantener conversaciones de lo más variadas, incluso sobre aquellos temas que es preferible hablar casi en silencio. En más de una oportunidad he constatado la paranoia por el cuidado que nos pueden oír.

Es verdad que las mujeres no pueden mencionar sus deseos sexuales, ni siquiera que tienen la regla y en general hablan por teléfono agazapadas para que no las oigan, pero el de eso no se habla sobrepasa el plano religioso. El dueño de un video club, muy bien puesto y con cartel luminoso a la calle, que en vez de rentar películas, las copia en DVD para su venta a un dinar y medio, me dijo -aquí está permitido todo menos hablar de política.

¿Cuál será el rol de los periódicos entonces? Lamentablemente no tengo los recursos para poder hacer ese análisis. Pero la impresión es que sus letras no hacen ningún barullo, a lo sumo alcanzan a susurrar alguna cuestión, no más interesante que aquello que se escucha con el accionar de manos veloces que intentan dividir las hojas de los diarios gratuitos que no salen cortadas desde la imprenta. Pero ese cantar no dura más de unos segundos… así que si se quiere terminar con el silencio perturbador hay que recurrir a otras fuentes.

Aquí un documento de Amnesty Internacional del 23 de junio de este año:
TÚNEZ: Los defensores de los derechos humanos en la línea de fuego

Sobre los ruidos y los sonidos…

Lo primero que consideraron mis oídos inexpertos como ruido fue la lengua. Es que al árabe no hay por donde entrarle. Haciendo un esfuerzo enorme por prestar atención a la maroma del sin sentido, de vez en cuando se escucha un taxi, un celular, un cacahuete, un chercher, un message, un preservative y entonces uno sonríe de la emoción… pero es muy poco para ponerse contento.

Por suerte por aquí muchos hablan también el francés y esto quiere decir, nada más y nada menos, que tengo forma de comunicarme. Pero la segunda lengua no acalla el rumrum de volumen elevado que, muchas veces, le hace creer a uno que está presenciando el comienzo de una pelea… es bueno que exista el lenguaje corporal para compensar estos desperfectos.

Otra sonoridad muy característica es la llamada al rezo (Adhân) que tiene lugar cinco veces al día. Los altavoces colocados en los minaretes de las mezquitas convocan a la población a dejar todo a un lado para pensar en Dios. Al·lâhu Akbar…

El ruido de la incomprensión fue silenciado
por la ayuda
desinteresada de un políglota.
Gracias a él ahora tengo el registro
de un verdadero grito al cielo.

Dios es Más Grande
Atestiguo que no hay más dios que Al∙lâh.
Atestiguo que Mohammad es el Mensajero de Al∙lâh.
Venid de prisa al rezo.
Venid de prisa a la prosperidad.
Dios es Más Grande.

No hay más dios que Al∙lâh.

Pero, y por fuera de ese canto elevado y para las alturas ¿que se dibuja en el pentagrama de las superficies? En realidad los ruidos terrestres son muchos… pero para mi existió un sonido que se destacó del resto y en casi todos los circuitos que emprendí. La música árabe… presente!! (Una categoría desfachatada para los que tienen dotes en la materia, pero muy simplificadora para los que sólo sabemos mover el cuerpo). Acompañando la dinámica de cafés, locales de ropa, medios de transporte, albergues y casas de familia… la música árabe presente! Siendo el pilar de festejos familiares, aniversarios y bodas… la música árabe, ejecutada en vivo, presente!

domingo, 22 de junio de 2008

Sobre lo bebestible…

Aquí, como en Turquía, el té es una de las infusiones predilectas!
…Esa bebida que yo decía odiar porque la asociaba con momentos de malestar corporal… Esa bebida que sólo me gustaba tomar cuando iba a visitar a mi abuela a Bahía Blanca haciendo el ritual de las cinco de la tarde con galletas marineras y miel… Esa bebida que sólo conseguía seducirme en alguna cabaña de madera, más cerca de los Andes que del Atlántico, siempre y cuando tuviera aroma y gusto a frutos del bosque… Esa bebida que sólo por cortesía tomé sonriente pero sin ningún placer, para no enemistarme con la gente de ojos rasgados del barrio de Belgrano en aquella temporada que trabajé con la comunidad china…
Pues, esa bebida, hace casi medio mes, que me acompaña a diario! Puede variar en sus aromas (aunque existe un leve predominio de la menta) y en sus formas de ser servido (en vaso grande o pequeño, con o sin tetera, con o sin semillas flotando en su superficie), pero siempre es un buen artilugio para sentarse a ver la gente pasar. Porque aquí, amigos, una taza de té puede durar horas sin que importe en lo más mínimo que vaya perdiendo su temperatura original, de la misma forma con el café…
El café, por lo general, se sirve tan corto como en Italia y encima con un poquito de borra, por lo que no es recomendable dar el sorbo final. Muchas veces agregan a la taza unas gotitas de l’ eau de chance (yo he preguntado y me han dicho que es agua con limón) pero esto no modifica en absoluto ni el gusto ni la cantidad del líquido. Lo misterioso es que teniendo tan poco para beber no lo hagan de raje como los tanos. No, no, no, aquí se toman todo el tiempo del mundo.
En Túnez existen tantos cafés como mezquitas. Por lo general son lugares pequeños, con instalaciones precarias, que ganan espacio en dirección a la calle amontonando mesitas destartaladas que siempre están repletas de hombres. Mañana, tarde y noche… la practica masculina de pasarse largo rato sin hacer nada (o “nada productivo”, porque algunos mientras tanto juegan a las cartas o fuman la shisha) no tiene horario predilecto. Es raro que las mujeres pisen estos reductos y si lo hacen deben confinarse al interior del local. Sin embargo ellas también beben su té con parsimonia, después de la siesta son muchas las que salen con sus sillas a la calle (nuestra vereda pero sin vereda… ya lo explicaré). Y allí se las ve, también por largo rato, con sus vasitos en la mano de pura conversa y chisme. Sin discusión, las infusiones son realmente un elemento de peso para la vida social tunecina.
Si bien el Islam prohíbe el consumo y la venta de bebidas alcohólicas, la importante afluencia turística al país (hoy día, un sector clave para la economía tunecina) condujo a la existencia de bastantes permisiones que no solo incumben a la extranjería. Las grandes tiendas (como Monoprix o Carrefour) tienen el negocito asegurado… Miles de musulmanes pasan por allí para comprar sus licorcitos, cervezas y vinos (que los hay tunecinos por cierto), excepto los días viernes que son días benditos y las góndolas de las sustancias que embriagan están perfectamente custodiadas para que sólo accedan personas con pasaporte habilitante.

sábado, 21 de junio de 2008

Sobre las particularidades gastronómicas…

Las primeras ingestas saladas fueron abrasivas para mi garganta. Da lo mismo si se trata de pastas, patatas, cuscús o guisos varios, un picor lo invade todo.

Ya con los primeros bocados se empieza a apreciar como se van abriendo las vías respiratorias, al terminar el plato uno se siente poderoso y sediento. Pero es un sentir defectuoso porque el agua no modifica en absoluto la escena, la sensación perdura por un buen rato. Sólo el paso de los días, el acostumbramiento, permiten el reconocimiento de la variedad de sabores.

Yo a esta altura ya aprendí a disfrutar de la comida, lo único que todavía rechazo sin miramientos, es el ají verde que por suerte no tienen el mal gusto de picar y mezclar entre otros ingredientes. Por lo general ocupa un lugar bien visible, aparece entero y en lo más alto del plato (como la frutillita de la torta o como la oblea que corona los helados, salvando las enormes distancias).

Salvo una ensaladita de cebollas, tomates, pepinos y ajíes (que casi siempre está de acompañamiento), el resto corresponde a lo que para nosotros es comida de invierno… muchas calorías. Y para colmo todo se sirve con abundante pan, que es riquísimo, no como el italiano.

Cuando uno come en los sitios donde comen los nativos debe saber que el pan sustituye a los cubiertos, que a menos que los pidas no verás en tu mesa. Yo preferí seguir las costumbres del lugar y sólo los utilicé en aquellas oportunidades que me los trajeron. Es que todo sabe más rico cuando se come con las manos… pero claro, con las dos. El problema es que aquí la izquierda no debe ser usada para estos menesteres. Por esa razón es que para mi las cosas se hicieron más difíciles con tenedor en mano, porque no iba a rescindir de pan y cómo hacer para manipular ambas cosas con la diestra. Los reto a que hagan el intento… sírvanse, por ejemplo, un plato bien suculento de macarrones con abundante salsa de la abuela (no vale probar con pollo o asado, en ese caso es bastante más fácil), lleven a la mesa ese pan calentito que acaban de comprar en La Rosita y luego siéntense a disfrutar del manjar. No les voy a pedir que aten su brazo izquierdo al respaldo de la silla porque se que son capaces de no hacer trampa (bueno… por las dudas con Mariano A. y Fernanda S. hagan un doble nudo). Después me cuentan cómo les fue.

En general he elegido mis alimentos apuntando con el dedo índice, a veces en dirección al bocadillo directamente y otras, hacia una lista que, aunque siguiera con mi vista de derecha a izquierda, en ningún caso logré comprender. Operando del primer modo degusté la pizza berber (tapga, en su versión fonética), el sándwich de tuna y los kakis que, nada tienen que ver con la fruta, son unos palitos salados que se parecen mucho a nuestros grisines y que me acompañaron con frecuencia en la playa.

Gracias a la segunda práctica he dado con el omlette, “al fin algo conocido” pensé… pero sorpresa, es un guisado de carne con una salsa desbordante. Genial para pedir cuando son más de dos los que van a comer, el plato sopero gigante al centro de la mesa y a entrarle sin asco que si el pan se acaba no tardarán en reponerlo. Y las sorpresas no terminan claro, porque en otra oportunidad pedí eou, y vaya que parecido a nuestro omelette… un poquito más crocante eso si (la misma receta con una insignificante modificación en el tiempo de cocción, eso es todo).

Sobre los dos clásicos de la gastronomía árabe, el shawarma y el cuscús, diré solamente que aunque pueda reconocer que existen diferencias de elaboración y gusto dependiendo del lugar del planeta donde se consuman, no sería capaz de rankiarlos por orden de preferencia. A mi siempre me parecieron sabrosos!!

¿Y que hay de postre? Melón, sandía… Pero verdaderamente no creo que entiendan el concepto tal cual lo hacemos nosotros, la fruta pareciera ser aquello que termina de completar un menú saludable. Por lo general la traen sin que uno la pida y como obsequio. Jamás un camarero me ofreció postre, algunos hasta se “olvidaron” de preguntarme que iba a tomar para acompañar el plato principal, pero nunca lo hicieron con el café o el té del final. Costumbres…

Claro que existen los dulces y son deliciosos. Masas hojaldradas rellenas con membrillo, turrones que no escatiman en frutos secos y, en general, muy buena pastelería para cualquier momento del día.

viernes, 20 de junio de 2008

Sobre la caza y la pesca...

Los argentinos en el mundo tienen fama de piropeadotes… yo sin embargo tengo un montón de amigos a los que jamás se les escapó un Adiós bonita! Las generalizaciones nunca son buenas, está a la vista, pero hecha la fama uno puede echarse a dormir y en el mundo hay mucha gente con sueño.

Pues yo no tengo ninguna intención de instaurar ningún atributo genérico para los hombres tunecinos pero voy a explayarme en mi experiencia con respecto al arte del encare y las estrategias para combatirlo. Supongo que si las experiencias individuales coinciden nadie podrá evitar que mediante el proceso de razonamiento inductivo se llegue a un Ay los árabes, mamita querida!

En cuanto a la atracción ejercida sobre la población masculina existen semejanzas con lo sucedido en Turquía. No se exactamente cuales son los atributos cotizados, pero supongo que las carnes (que aunque estén flojas son naturales), quizás los ojos claros. Aunque tengo la impresión de que en estas tierras donde muchas mujeres andan tapadas (y las que no, son más calmaditas por tradición), la curiosidad expresada en la mirada que se dirige hacia todos lados y el cuerpo en movimiento hacen su aporte.

Pues hasta aquí los parecidos porque los turcos no perdían oportunidad para manifestar sus deseos pero, lo hacían en concreto y, si no veían el mínimo gesto de interés del otro lado respetuosamente reculaban con una sonrisa. Pero en Túnez las cosas son distintas… la insistencia es agotadora. Probablemente este sea uno de los motivos por lo que a los turcos no les gusta que los confundan con los árabes.

Que los mercaderes estén al asedio no sorprende a nadie, es natural que con la noble intención de vender sus productos desarrollen todo tipo de artimañas. Incluso es normal que, después de tantas horas atornillados a sus puestos de trabajo, se jueguen por una conquista, sobretodo si se dan cuenta que no hay posibilidad de ninguna transacción comercial (eso pasa en el Gran Bazar de Estambul como en nuestra calle Florida).

Pero aquí, amparados por familias numerosas o amigos que también se sienten parte, los comerciantes con frecuencia pueden ausentarse de sus puestos de trabajo y seguir a su presa cuadras y cuadras, motivo por el cual el recurso de acelerar la marcha para dejar el punto de venta atrás no tiene ningún sentido.

A fuerza de mucha prueba y error, con el pasar de los días, fui mejorando mis formas de defensa y aunque todavía no logré suprimirlas, al menos, las persecuciones son más cortas. La mejor frase resultó ser –Estoy apurada, me esperan para ir a la playa.

Pero ¿que hacer en la playa, cuando resta todo el día por delante, y uno quiere broncearse y meterse al mar para sacarse de encima los 40 grados de térmica? Pues, es tonto intentar con un estoy apurada la la la la la (si este relato fuera oral aquí debería ir mi querido sarlanga). Pues señoras y señores en esta situación no hay nada para decir, no existe la frase de peso. He intentado con –quiero dormir no se si me entendés, –estoy leyendo no se si te das cuenta, sarlanga, sarlanga y más sarlanga. Si uno pudiera dormir teniendo a un fisgón a diez centímetros de distancia, si uno pudiera leer a pesar de unos 500 llamados de atención de un regio desconocido, vaya y pase, pero no es el caso. Confirmado, lo único que se puede hacer es elegir, lo mejor posible, al hombre que nos acompañará por el resto del tiempo que decidamos permanecer en la misma locación.

En este punto voy a hacer una salvedad que le quitará algo de responsabilidad a la sangre. Se ha corrido la voz y hoy Túnez es un país con cierto renombre para los amantes del turismo sexual. Los libaneses vienen en busca de las señoritas que por una módica suma de dinero les hacen pasar una velada agradable y las europeas (especialmente alemanas y francesas) buscan señoritos que no cobran nada pero que intentarán enamorarlas para ver si consiguen la posibilidad de otra ciudadanía. Así están las cosas.

Yo por mi parte, no tengo nada para ofrecerles, ni plata, ni ciudadanía interesante y por suerte eso se descubre rápidamente… así logré zafar de cuatro o cinco. Pero ¿y el resto? El resto trabaja para una organización en pos de que la mujer tenga alta su autoestima y para eso manda a la calle a halagadores profesionales. Pero, como a casi todas las organizaciones sin fines de lucro de los países pobres, no le alcanzó el presupuesto y no ha podido impartir las lecciones del cuando acabar.

jueves, 19 de junio de 2008

Creo que la experiencia tunecina merece ser contada de otra manera. No cronológicamente sino por acumulación de sentires. Cuando hago esta reflexión estoy promediando la mitad de mi estadía por estos pagos. Atesoro infinidad de servilletas y papelitos diversos con glosas de ocasión, ampliaciones aclaratorias, observaciones sucintas, tachaduras y dibujitos (parecidos a los que se realizan cuando uno está al teléfono). No he tenido ni muchos momentos, ni muchos enchufes a disposición para pasar en limpio y darle forma de escrito legible a todo eso.

Pero hoy que el tiempo me sobra, porque estoy varada en un albergue lejano al centro de la ciudad de Sousse (y simplemente no tengo ganas de hacer grandes esfuerzos por ver algo semejante a lo que vi ayer) y porque estoy lo suficientemente ardida como para bajar a la playa… Hoy que estoy de paso, en una escala técnica para poder llegar en tiempo y forma a un casamiento (tranquilos que no es el mío), repaso los fragmentos de letra y maquino la mejor estrategia para encontrarles un orden.

Entonces me doy cuenta que debo hacer la misma operación que hago cuando armo mis queridos rompecabezas, empezar por destacar bordes, colores, grosores de líneas, salpicados, concentración de elementos… No importa la evidencia, o excusa, que se use para hacer las agrupaciones (lícitas o ilícitas, en este caso da igual), si existe realmente una propiedad compartida entre sus componentes, las piezas no tardarán en acoplarse, encastrarse, enlazarse, copularse encontrando al final su lugar más cómodo y definitivo.

La cronología la haré de todas formas pero resumida y sin grandes revelaciones, sólo para que mi bitácora no quede con grandes baches…

8 de junio

  • Antes de desembarcar recuperé mi toalla.
  • Ni bien pisé tierra firme me olfatearon dos perros, pasé migraciones y la inspección de equipaje. Ya estaba legalmente en Túnez.
  • Cambié divisas y como no estaba en tierras del euro decidí dar de baja unos de los dos billetes verdes que no alcancé a gastar en Turquía. En tren de hacer esta operación fue que confirmé que la cola no corresponde con la idiosincrasia de este pueblo.
  • Evadiendo taxistas caminé hasta la estación de tren La Goulette seguida por un infante.
  • Tomé el convoy para llegar a Tunis, la capital del país, por suerte el trayecto no superaba los 15 minutos.
  • Llegué hasta la Porte de France seguida por un vejete.
  • Como las indicaciones que envió el Hostel por e-mail empezaban a resultar insuficientes revalidé referencias en cuatro o cinco oportunidades antes de llegar al 25 de la rue Saida Ajaula.
  • Me di cuenta que aunque había pagado la habitación muy barata para los precios europeos, se gastaba mucho menos aún si no se reservaba la plaza por Internet. Mientras que por pantalla solamente quedaban disponibles habitaciones dobles, en vivo y en directo la paupérrima cantidad de huéspedes en el lugar era inapelable. De todas formas siempre existe una explicación que aunque inverosímil nos saca del paso –Es que se cayó un contingente norteamericano. Buaaaaa. ­–Pero, ahora me podés cambiar ¿no? –Es que vos ya tenés una reserva. Buaaaaaaaaa. Por suerte solo había hecho mis reservas por dos días. Por lo demás, a simple vista, el albergue era sumamente acogedor, un edificio con todas las características de la arquitectura de la región y una exposición de azulejos que no tenía desperdicio.
  • Me prendí a la cama como una garrapata.
  • Tomé contacto y comí dulces con algunos de los inquilinos (todos nativos). Nadia se ofreció a acompañarme para que hiciera mi postergado almuerzo.
  • La tarde del domingo se hacía sentir. El desbordante ajetreo comercial que había visto por la mañana tenía asueto. Cruzamos la Medina tres veces más rápido que mi primera vez y la Avenida Bourghiba tres veces más lento.

  • Al fin Nadia optó por el lugar más conveniente para que yo comiera.

  • Saïda se unió a nosotras en la Catedral. El trío tomaría un refrigerio en la gran avenida del levante.
  • Las chicas tunecinas, protegiendo a la turista descocada que responde los saludos de todo el mundo, litigaron con un señorito (supuestamente muy maleducado).
  • Cené en el albergue con mi nueva familia.

Bueno al final muy resumido no quedó. Me esforzaré más en la próxima… lo prometo.

9 de Junio

  • Me dejé perder por las calles imbricadas de la Medina blanca y celeste.
  • Escuché atentamente todo el proceso de elaboración de los perfumes y entregué ambos brazos para muestrario de fragancias.
  • Visité Tourbet El Bey, el mausoleo del príncipe Usseiniti. Allí me ofrecieron amablemente una explicación pormenorizada sobre el monumento que guarda de la tumba del soberano y su familia pero que también cuida de las estancias funerarias de algunos ministros y fieles servidores.
  • Entré al Dar Ben Abdallah, una escuela de principios del 1800 convertida hoy en el Museo del Arte y Tradiciones Populares, pero que en sus salas sólo se ve representada la vida familiar de la burguesía tunecina del siglo XIX.
  • Almorcé en un auténtico bodegón berber.
  • Continué el paseo hasta la tardecita.
  • Volví a elegir cenar en familia.

Mucho mejor ¿o no?

10 de Junio

  • Desayuné con Hisham, un egipcio al que le gustaba ser más argelino y como su madre lo era, por carácter transitivo, él podía hacer de cuenta. Había vivido en México por varios años y por eso además, del árabe, el francés y el inglés, también hablaba español. No le pregunté si hablaba chino pero probablemente, en su tarjeta de presentación dice Polyglot Interpreter…
  • Crucé la ciudad para llegar a la oficina de Información Turística y conseguir mis mapas.
  • Luego me dejé peder en la gran ciudad, en el más allá de la Medina.
  • De regreso me quedé de gran charla con Kader un vendedor que, al ser hijo de una española, hablaba perfectamente mi lengua.
  • Al llegar al albergue comí del pan caserito que había hecho Saïda con sus propias manos.

¿Así les gusta más?

11 de Junio

  • Tomé el tren a La Marsa, la última estación del circuito playero cercano a la capital. Pensaba visitar alguna otra ciudad balnearia por la tarde, pero encontré un mar tan turquesa, tan calmo, una arena tan blanca y tan poco concurrida que allí me quedé el resto del día. Por supuesto que el traje de baño de dos piezas atraía demasiado a los moscardones.
  • Para sacarme de encima a un Alí con gorro, que no entraba en razones, no alcanzaba con cambiarme de emplazamiento, además tenía que conseguirme un nuevo compañero. La operación, por un lado, era sencilla porque había varios muchachotes dándome vueltas, pero, por otro lado, tenía sus riesgos porque era imposible saber quién resultaría el más agradable. No me quedó otra que confiar en mi instinto.

  • Karim tenía mi edad y otras formas, quizás las mismas intenciones, pero más apaciguadas. Allí me quedé, al resguardo de una masculinidad bastante más atractiva y bastante menos cargosa.

  • Así fue que conocí a una familia humilde y hermosa, que vivía en un barrio humilde y hermoso (que formaba una familia más grande aún).
  • Me alimentaron, primero, con las almendras verdes que ya había probado en casa de Carmelo (acá las llamaban lez y las abren con los dientes). Aunque yo ya había practicado la maniobra y había logrado dar con una semilla blanca, Sonia, la mujer de uno de los hermanos de Karim, me pasaba a toda velocidad más y más frutos pelados. El montículo de cáscaras verdes que se formó era realmente considerable. Luego, un vecino, semioculto detrás de unas cortinas, aportó un vasito de vino rojo para la extranjera y un bocadito de pescado para que no se suba rápido a la cabeza. Para terminar la mater familiae cocinó pasta con carne.
  • Regresé al albergue chocha de contenta y habiendo prometido regresar al día siguiente para probar el cuscús.

12 de Junio

  • Volví a tomar el tren hacia La Marsa. Karim me esperaba en la estación con la tremenda noticia de que no habría cuscús porque su madre se había levantado desmejorada. Cuando indagué un poco más para ver si se podía hacer algo por la señora me enteré de que el dramón era estar en falta conmigo. -TRANQUILO! Que no pasa nada hombre!
  • El día no era como el anterior, estaba nublado y había algo de viento. De todas formas, como había prometido, me acompañó hasta el final de la playa, allí donde siempre se escucha música porque se encuentra el mejor hotel de la zona. Aunque el agua estaba fría yo no me la perdí, ni el viento hacía que el mar se deje de ver como una piscina gigante. Él prefirió quedarse sobre la arena seca, -es que casi todos los días de mi vida salgo a pescar, suficiente mar para mí.
  • En general, las condiciones climáticas que hacen que la madre no pueda olvidar, ni por un minuto, que padece de artrosis, son las mismas que retienen a los peces en sus refugios y por lo tanto Karim no tiene trabajo. Esto quiere decir que, en líneas generales, los malos días en la familia coinciden para todo el mundo. Claro que todo tiene su lado positivo, Karim no tiene que salir de su casa los días que su madre más lo necesita. Sin embargo en esta oportunidad había una variable interviniente (yo) que descompensaba la ley de la positividad. Cuando logré atar todos estos cabos le sugerí que fuéramos para su casa.
  • Cuando llegamos, la madre, con su pañuelo en la cabeza y carita de jaqueca, me saludó con los cuatro besos de los íntimos. Le pregunté por su salud y me contó de sus dolencias, pero sólo un poquito, sólo el ratito que tardó en agarrarme de la mano y llevarme hasta la puerta de la sala que también era el cuarto de Karim. Sobre la mesa ratona había tortilla, ensalada y pan recién comprado (todavía estaba caliente); y en el ambiente una preocupación inmensa por la ausencia del cuscús y la escasez de alimentos.
  • Existía la posibilidad de que estuvieran engordándome, no para Navidad porque no festejan pero, quizás para algún día en épocas del Ramadán, en ocasión del banquete una vez que se pone el sol. Después de tanto ayuno, después de horas y horas sin tomar agua siquiera, imagino que esos estómagos están repletos de ganas…

  • A partir de las cinco de la tarde las casas se extendían hasta la calle, las señoras de la cuadra salían con sus sillas, los pequeños con triciclos, el número de los integrantes de la reunión fluctuaba sin cesar pero nadie se alteraba, el té nunca se terminaba. Karim era uno de los desaparecidos y nadie lo hubiera notado de no haber sido por mi presencia (cada quien encontraba sus propios motivos pero, por una cosa o por otra, yo era el centro de atención para todos).
  • Karim contestó al requerimiento de su hermana asomándose desde lo alto de la escalera y haciéndome un gesto para que subiera.
  • Ya no quedaban evidencias del almuerzo, en su lugar había copas, vinito tunecino (porque hay ocasiones en las que algo de alcohol se toma) y haciendo juego, una sandia rojísima cortada en trozos para ser llevados a la boca directamente. De fondo, y solo por el momento a bajo volumen, se escuchaba una melodía auténticamente berber.
  • Existía la posibilidad de que hubiera festichola esa misma noche y que yo no estuviera presente como comensal pero si como comida. Mierda, SANDíA y VINO, la combinación letal ante mis ojos y casi en ofrenda. Yo decidí no darle vueltas al asunto y a lo que me llamaron. Por aquí acompañarían el gesto con un “y lo que Dios quiera”. Yo sólo pensé en que era una buena oportunidad para echar por tierra el mito urbano o la posibilidad de tener un final memorable, bocado para gente linda es mucho mejor que infinidad de otras opciones (si al final todos terminaremos en el mismo sitio más tarde o más temprano).
  • El volumen de la música subió y Sonia me tiró las primeras coordenadas para la danza, lo demás lo hizo mi instinto rítmico.
  • Llegó Busaid, un amigo de Karim, se seguía sumando gente a la tertulia. Sin embargo el anfitrión y la dama (la misma que escribe) se ausentaron por un rato.
  • Un taxi nos llevó hasta el Monoprix más cercano y nos esperó hasta que salimos con el tinto. Las grandes tiendas son apreciadas por los ciudadanos porque venden insumos difíciles de conseguir en otros lados, las bebidas alcohólicas son el mejor ejemplo. Pero las compras por lo general no suelen completarse dentro de locales, hay una predisposición a colaborar en la supervivencia de la venta ambulante. En la puerta del supermercado adquirió unos grisines y, nuevamente en el barrio, le pagó a un niño por dos ramilletes de jazmines.
  • Caminando en dirección a su morada escuché música regional pero más animada de lo que había oído hasta el momento. Supongo que habrá advertido mi curiosidad por el asunto, porque no tardó en llamar a la puerta de donde provenían los ecos de la percusión. Después vino una conversación, no muy larga, con el que yo imaginé el dueño de casa (pero como fue en árabe no sabría decirles si se conocían o no). Lo único que se a ciencia cierta es que se trataba del aniversario de una pequeña de cuatro años. Pero de eso me enteré una vez que ya había entrado, había bailado al son de los tambores (no es chiste) y tenía en las manos una porción de torta y un vaso de naranjada. Todo el mundo estaba alegre, una pena que se superpusieran dos eventos tan bonitos.
  • Cuando ya se había hecho de noche, y había decidido quedarme a dormir, entonces salimos nuevamente de paseo. Conocí a buena parte de la familia de Busaid y a otros amigos. Tomamos café en un bar del centro y volvimos al palacio. Alguien se encargó de comprar pizza en el camino…

Ya se que con los últimos dos días me zarpé, lo siento.

13 de Junio

  • Llegué al albergue casi al mediodía y advertí que mi ausencia nocturna había causado un sinfín de comentarios, además de algunas frustraciones sentimentales. Nada que hacer al respecto.
  • Por la tarde me ocupé de hacer algunas compras para mi higiene personal.
  • Con custodio personal (el chico de la recepción del albergue), salimos con Nadia en busca de un bodegón para cenar. La Medina de noche es realmente atractiva y comer donde comen los locales una delicia.

Intentando compensar la gran extensión del relato del día anterior…

14 de Junio

  • Compré el pasaje para Djerba (lo que por aquí todos llaman la isla de los sueños).
  • Visité el mercado central de alimentos.
  • Me deleité con la exposición casi orgiástica de las tiendas que venden zapatos y sandalias, pero al final no compré ni un solo par.
  • Me despedí de Nadia con un cafecito en la Bourghiba. Allí conocimos a Samir, que casualmente, hasta Gabes, viajaría en el mismo tren que yo.
  • Mohamed me acompañó a la estación.
  • 22:20 salió el convoy que, en dos asientos de primera clase, llevaba para el sur a Carla y a Samir.

15 de Junio

  • En Gabes descendimos del tren a toda velocidad y buscamos nuestros respectivos buses, el de Samir viajaba a Tatouine (la última ciudad antes de entrar al mismísimo desierto). No hubo mucho tiempo para las despedidas.
  • Un trayecto del viaje (que alcanza para fumarse un cigarrillo) se hace arriba de un trasbordador. Recién allí, mi compañero de asiento se animó a hablarme, su nombre era Walid, venía de pasar sus vacaciones en Tunis y todavía no había cumplido los 22.
  • Cuando llegamos a Houmet Essouk, el pequeño (que según me dijo, debía esperar a que se hicieran las ocho de la mañana para tomar otro bus que lo llevara hasta su pueblo) se encargó de que yo desayunara y llegara al Albergue.
  • Aproximadamente a las diez de la mañana tomé el colectivo que iba para la zona de playas más prestigiosa. Bajé a la altura del Asim Palace, el resort para turistas acaudalados que inicia el gran cordón hotelero que, al mejor estilo Cancún, restringe la visita de los no residentes habilitando sólo una entrada al mar. (Por suerte yo era poseedora de un buen dato)
  • Mi compañero de la jornada balnearia fue Anis.
  • De vuelta en la ciudad pasé por el mercado al aire libre que se hace dos veces por semana. Allí compré fruta para la cena… la cola rutera de turno se llamaba Mohamed.

16 de Junio

  • No había terminado mi desayuno cuando se apareció el chiquitín de Walid. -Como recién comienzo a trabajar mañana, te voy a acompañar a hacer un paseo por la ciudad para que conozcas, después podemos ir a la playa, hoy va a hacer mucho calor. –Pero, no hace falta… - No tengo nada mejor que hacer. No se me ocurrió como retrucar.
  • Pues el Ancien Souk y Le Port Espagnol unas preciosuras. Todas las callecitas con ese que se yo y el cafecito al lado del vivero muy bien también. Se acababa Houmet Essouk.
  • Entonces hicimos la misma vuelta por Midoun (un poblado un poco más allá). Me quedé sorprendida con la cantidad de féminas que, profesando una ortodoxia desmesurada, portaban atuendos no compatibles con la temporada. He visto mujeres soportando los cuarenta grados enfundadas íntegramente en ropas de invierno (medias de lana y guantes incluidos).
  • Después no quedaba más que hacer playa.
  • Solo de tardecita y cuando con mucho esfuerzo logré convencer a Walid de que estaba muy cansada, porque el agua y el sol que se yo cuanto, empecé a disfrutar de mi soledad.
  • Cené en el restaurante Carthage y tuve el placer de que me atendiera Amor, el mozo de los mil trescientos trucos (algunos de magia).

17 de Junio

  • Antes de convertirme en un verdadero lagarto de playa fui a la estación a por mi billete para Sousse, ya era suficiente isla de los sueños. Todo muy lindo pero, demasiado turismo de brazalete (old inclusive). Demasiado europeo millonario en busca de sexo barato. Demasiado nativo esperando encontrar la persona que le ayude a hacer sus papeles para escaparse también. Demasiado… demasiado acoso.
  • Ya era hora de emprender la retirada, sin embargo el próximo bus salía recién al día siguiente y por la noche. Y para que vean que no hay ni un minuto de paz en esta isla, un nuevo episodio, que a esta altura y justo en el momento en que yo estaba planeando mi fuga, no hizo más que matarme de la risa. De no creer!! El vendedor de pasajes dispuesto a pagar las costas del mío si solamente lo dejaba acompañarme en el trayecto. -Si justamente esta es la razón por la que quiero irme. Puse 18 dinar arriba del mostrador y a carcajadas esperé que se imprimiera mi ticket.
  • Después de cinco horas tirada al sol, que me sirvieron para reafirmar un color bastante inusual en mi cuerpo y releer los últimos tres capítulos del único libro que traje conmigo (solo para tener el derecho irrevocable de querer estar sola), volví al centrito.
  • La vuelta al perro (que en la literatura por lo general es sin perro, en este relato tiene un can de referencia y es faldero) esta vez me condujo a una tienda de alfombras. Tuve la suerte de caerles bien a las chicas encargadas de los telares que muy amablemente contestaron a todas mis preguntas sobre la materia. Leyla, la más simpática de las dos, me enseñó a hacer el punto y así colaboré en algo a una tarea que lleva aproximadamente tres meses de trabajo intenso y mucha paciencia. Para ese momento le chien (que además de faldero era guardián se sintió) perdu porque había quedado completamente relegado. No le quedó otra que seguir corriendo a su cola… ya que el dueño del lugar salió de su cueva con té de menta para todo el mundo aportando a la charla la curiosidad natural por tener de visitante a una argentina. Karim era el único que parecía conocer que su país y el nuestro comparten la categoría de tercer mundistas.

18 de Junio

  • Igualito que el día anterior pero sin tanta playa, cambiando telares por cerámicas y con jugo de naranjas.
  • La revelación fue el cuscús servido con, y por, Amor, porque antes de partir volví al Carthage.
  • Dejé Djerba a las 21:15 en un autobús de cortinas verdes que olía a especias. Buena manera de irse del paraíso.

19 de Junio

  • Ya lo expliqué, hoy fue un día remolón y de paso.
  • De Sousse sólo conocí: la Gare en profundidad (allí estuve de cuatro a siete de la mañana), todas las cuadras que anduvo el taxi hasta encontrar un lugar donde quedarme a dormir y el barrio donde se emplazaba el albergue.
  • Comí un rico sándwich de atún.
  • Escribí mucho y dormí el resto.

domingo, 8 de junio de 2008

Divisando la costa tunecina...

8411, 8412, 8413 (evidentemente la presencia me distraía), 8414, 8415, 8416 ovejitas y por suerte sentí un vacío prometedor. Confiaba en mi instinto pero de todas formas obré con cautela. Convoqué a todas mis dotes actorales para un cambio de posición somnoliento, mejor dicho sonámbulo, tenía que conseguir un ángulo estratégico para espiar y que pareciera que seguía dormida. Ni bien confirmé que Kalide se había esfumado, me puse el abrigo, agarré mi mochilita y me escapé.

Primero pasé por cubierta, con el estrés de la jornada me permití romper con el régimen de tabaco, pero corría tal ventolera que enseguida fui a mi guarida de invierno. La sorpresa fue que había cambiado el tripulante responsable del expendio de bebidas. Intenté no desmoralizarme y me propuse ganar nuevamente posiciones sin jugarme más que un café (igual a un euro)… me tenía confianza!!

El muchacho miraba una película en un ordenador portátil y yo arremetí –será que yo puedo enchufar el mío también, en realidad no existió la frase, fue a través del lenguaje de las señas (lamentablemente todavía no aprendí a decir enchufe ni en italiano, ni en francés… con lo que lo necesito).

Pues claro que si. Qué bueno, estaba inquieta por escribir la experiencia en el navío. Cuando estaba concluyendo lo que para ustedes será el relato de ayer escucho la música de Misión Imposible y no se trata de una metáfora, lo juro, era el film que estaba viendo mi colega. Esas raras coincidencias de la vida…

Continué un poco más trabajando en mis anotaciones recordatorias hasta que se hicieron las dos de la mañana, hora en que la cafetería (como en el cuento de la Cenicienta) se convertía repentinamente en una jaula sin pájaros.

Miré a mi alrededor y descubrí que no había casi nadie deambulando, el barco estaba en silencio, evidentemente ya todos habían encontrado su rincón para dormir y yo no tenía más que ir al mío. Con total calma caminé hacia mi poltrona, cuando llegué Kalide no estaba, pero en su lugar, y también en el mío, había otro hombre despatarrado. Todavía no puedo dejar de reírme de mi ingenuidad.

Toqué el hombro derecho del grandulón, pero nada. Yo no se si estaba simulando como lo había hecho yo antes, pero a mi no me quedaban más fuerzas para batallar por mis derechos. Así que resigné mi lugar y mi toalla, que estaba bajo todo ese pedazo de cuerpo inerte, y me retiré a comer mis sandwichitos a otra trinchera.

Lo que sigue y hasta la seis de la mañana fue el intento por descansar el cuerpo de la mejor manera posible y no pasar frío.

Cuando empezó el movimiento matutino yo ya tenía un nuevo atuendo y la lucidez para asumir que, sin dejar de ser agradable, había que comportarse con rudeza.

Con el siguiente personaje merodeador las cosas fueron distintas. Atefe supo de inmediato que yo ya conocía el paño y que no lo dejaría pasarse de la raya ni un milímetro, básicamente porque no me interesaba. Con las cosas claras es más fácil para todo el mundo, si después se puede seguir charlando en otros términos macanudo. Con Atefe se pudo y hasta acepté que me invitara un café.

-Ey, Argentina! Había vuelto mi amigo de la barra. Me acerqué a saludarlo y así me enteré que no llegaríamos en horario. Allí me quedé apreciando los humores de cuando canta el gallo (en este caso creo que es de riña y bien guapetón). Desde un costadito pude ver en primera fila como algunos clientes zarandeaban los brazos y levantaban la voz con un apuro inapropiado para la hora. Después llegaron refuerzos para atender a los sedientos y personas de seguridad para atender a los prepotentes. Cuando todo estuvo un poco más calmo al lado de mi brazo apareció un expreso que yo no había pedido. ¡A mi salud!

sábado, 7 de junio de 2008

La experiencia en el navío...

Si estaba de vuelta en Palermo era porque desde allí salía el barco que me haría cambiar de continente por exactamente tres semanas. El horario de partida era a las ocho de la noche pero como había que pasar por migraciones el requisito era llegar al puerto dos horas antes.

No me levanté muy temprano y tampoco apuré demasiado los trámites de la higiene y la colación. Me quedaban bastantes horas por delante y no iba a hacer ninguna excursión de último momento salvo adquirir algunas provisiones (no quería despilfarrar mi dinero comprando alimentos y cigarrillos en el navío, sabiendo que podía gastar tres veces menos si lo hacía en la ciudad).

El resto del tiempo lo utilicé para comunicarme con mis congéneres, contestar mails y hacer todas esas cuestiones que necesitan de los servicios de Internet, tenía algunas sospechas sobre las disponibilidades que había en Túnez sobre esta materia. Pues así sin más, llegó la hora casi sin darme cuenta.

Tomé el colectivo que me dejaba más cerca de la estación marítima y llegué con precisión a las oficinas de Grimaldi Ferries. Allí solo confirmaron que mi pasaje fuera válido y me mandaron para la aduana. Aproximadamente diez personas, todas mayores de edad y con pasaporte tunecino, estaban antes que yo en la fila. El que me sucedía no tardó en darme charla, se llamaba Kalide y, para mi sorpresa, conocía bastante de Argentina y de todo el continente Americano. Habían pasado veinte minutos y no avanzamos ni un centímetro en dirección a los gendarmes pero no me importaba demasiado porque estaba entretenida con la charla, cuando me di cuenta un papá con dos hijos pequeños se hacían los distraídos delante de mi.

Al rato un ordenanza italiano dio indicaciones para que cambiáramos la dirección de la espera, simplemente porque estábamos entorpeciendo el paso y ni lerdos ni perezosos… resultó que pasaron a ser veinte las personas que me antecedían. El recuento lo hice desde un nuevo emplazamiento, forzado por la buena intención de cumplir con el requerimiento intentando no alterar el orden de llegada. Kalide era el único junto a mi y haciéndose cargo de mi perplejidad ante el atropello hizo un gesto como de disculpas en representación de todos sus compatriotas, después musitó algo que no alcancé a entender y marchó hacia la injusta posición cola de perro.

Pues yo no, nunca me caractericé por ser modosita, y aunque muchos se esforzaron por poner caras de malo no me acobardé. En un francés, seguramente deplorable, pregunté si no habían comprendido la consigna o si simplemente se trataba de que no les importaba nada. Y por si acaso no entendieran el lenguaje, acompañé las palabras con una mirada que no dejara dudas. Esperé los resultados sin moverme de mi puesto, la mayoría eligió hacer de cuenta que yo no existía, un grupito mucho más pequeño repitió el formato corporal del Kalide avergonzado pero en silencio y sólo uno movió su brazo en vaivén indicando cual sería mi nuevo sitio.

Otra vez en la hilera, ya sin las distracciones que pudiera ocasionarme Kalide, y más cerca de la puerta con custodio, que se abría y se cerraba a intervalos desparejos, me dediqué a analizar un poco mejor la situación. A juzgar por los fragmentos interrogatorios de la ley que llegaron a mis oídos se trataba de un paso migratorio complejo, no para mi claro. Cuando tocó mi turno los hombres con chapa desfruncieron el seño, hicieron chistes y me dedicaron un montón de sonrisas (para todo eso no era necesario cerrar la puerta, es más, era importante que quedara abierta… la puta exhibición de la diferencia que termina siendo más dañina que la diferencia a secas). Para mí también hubo interrogatorio: -¿Vehículo? –No. -¿A pie? –Si -¿Y qué va a ser una Argentina a Túnez? -… (solo levanté mis hombros). Antes de embarcarme en el Eurostar Salerno, dos personas más miraron mi pasaporte y ambas tuvieron la misma actitud… definitivamente no era habitual que pasaran argentinos por allí.

No había dado dos pasos después del último control cuando Kalide logró alcanzarme. Creo que pensaba que la pequeña conversación que habíamos mantenido le daba el derecho a acompañarme, y la obligación de protegerme, hasta llegar a destino. Cargó mi valija hasta el cuarto piso donde se encontraba el salón comedor, la salida a cubierta y la sala para los que como yo (y hasta el momento él) habíamos pagado por una poltrona. Entró al habitáculo con decisión y me invitó a tomar asiento mientras él se encargaba de que el equipaje quedara a la vista.

Cuando le hice notar que el asiento en el que estaba no correspondía con el que me asignaba el billete, me dijo que era lo mismo. Supuse que él si estaba sentado correctamente y que no quería perderme de vista, de ser lo mismo hubiera elegido un sitio más cómodo. Había optado por las dos últimas butacas de una de las filas, aquellas que se reclinaban menos que el resto por que una pared detrás nuestro les impedía realizar el recorrido completo. Si por lo menos me hubiera dejado el pasillo…

Hasta que el barco zarpó (y un rato más también) resolví prestarle atención. Sacó de su pequeño bolso un montículo de fotos de épocas diversas y me las enseñó con especial devoción, había sido por varios años tripulante de uno de esos buques que no tienen puerto fijo. Después me pidió un papel y dibujó el contorno de Túnez con una minuciosidad que me dejó atónita. Ubicó con puntos todas las ciudades importantes y escribió sus nombres, sólo subrayó aquellos que tenían algún interés turístico y agregó las distancias entre una y otra. Por supuesto cada una de las anotaciones en el papel fue acompañada con un pequeño relato que ampliaba la información ofrecida. A pesar de todo el empeño que le puso a la tarea llegó un momento que no había nada más para agregar (creo que se lamentó por la escasez territorial de su patria, 781 kilómetros de largo y solo 378 de ancho no le permitía entretener a una señorita por diez horas).

Y entonces probó con otros puntos del planeta… empezó a nombrar países aleatoriamente y a hacer alarde de lo que conocía de cada uno de ellos. Yo a esa altura solo escuchaba palabras sueltas: Brasil, café, carnaval, Colombia, droga, Panamá, canal, España, Gibraltar, Marruecos… hasta que no escuché más… creo que ya habíamos pasado por todos los continentes cuando bostecé sin ningún disimulo y le pedí que me dejara pasar que iba a fumarme un cigarrillo. Quiso acompañarme y le advertí que también aprovecharía para ir al baño, que allí no lo dejarían pasar y que definitivamente era mejor que fuera sola.

Crucé la puerta completamente mareada y preguntándome cómo haría para sacármelo de encima. Caminé hacia ninguna parte, pretendía hacer un paseo de reconocimiento de la zona, pero no pude prestar la atención que merecía el proyecto porque tuve que dedicarme a defenderme de un importante número de acosadores. Escuché de todo, desde el divague más tosco intentando descubrir mi nacionalidad, a la fórmula más elocuente de la propuesta matrimonial. Salí a la intemperie para fumar y tomar aire fresco, pero era demasiado fresco y cuando logré mi primer propósito entré. Además se había incorporado un nuevo cargoso a la lista de evasiones por lo que el baño era, hasta el momento, el único lugar que consideraba tranquilo.

¿Pero cuánto tiempo puede estar una en un baño que además hace agua por todos lados? No mucho, claro. Así que sólo hice mis necesidades que no eran de las pesadas, gracias a Dios, y me envalentoné para salir con los tacones de punta.

Fui nuevamente hasta el salón comedor, pero a esa altura ya había terminado el servicio de la cena, solo quedaba una barra abierta que oficiaba de cafetería. Ocupé el único asiento que estaba vacío procurado no tapar la visión del tripulante a cargo que seguía el partido de fútbol entre Turquía y Portugal. Sin ninguna ofuscación por la interrupción, por el contrario, con una generosa simpatía (que yo necesitaba especialmente) el rumano me sirvió un expreso. Acababa de encontrar un lugar con las mismas propiedades que el toilette pero mucho más confortable, acababa de entender que los tunecinos no irrumpen con tanta facilidad cuando se interpone otra presencia masculina. Continué con una cerveza sin que me importara demasiado que en mi bolso hubiera comida y bebida esperándome. Pero no podía alargar demasiado la estadía allí si no seguía consumiendo, y si seguía consumiendo se acortaba mi estadía fuera de mi patria. Ja, la birra me había dado algo de sueño y pensé que quedarme profundamente dormida era otra solución al problema Kalide.

Me despedí de mi nuevo amigo dejando una puerta abierta para un regreso abrupto, no hubo un gesto perceptible de su parte, sin embargo me fui sabiendo que podía volver cuando quisiera sin la necesidad de seguir gastando dinero.

El panorama empezaba a mejorar, no tuve que pedir permiso para pasar a mi asiento ventana, mi compañero no estaba. Genial, podía poner en marcha mi estrategia. Usé mi toalla de almohada, mi buzo de manta y me acomodé lo más parecido a la posición fetal que pude. Lamentablemente no había alcanzado a contar las ovejitas suficientes… por lo que no pude evitar sentir primero sólo una presencia (yo inmutable), luego unos golpecitos en el hombro (a los que hice caso omiso) y después unas cosquillas en la pierna (imposible no sobresaltarme). Se había pasado! Giré todo mi cuerpo para dedicarle y que viera en primer plano mi rostro perturbado. –No te gusta eso. -NOOOO

-Disculpame –rrrrrr (o algo parecido) –¿Donde estabas? -¿Perdón? Había ido a buscarme, era obvio que se había propuesto convertirse en mi sombra.

-Realmente estoy cansada y quiero dormir!! ¿Puede ser? –Es que faltan muchas horas de viaje todavía, conviene esperar. –Mierda!! En ese momento se prendieron las luces de la sala y se escuchó a alguien decir –billetes, por favor, billetes. Inmediatamente después comenzó una trifulca entre una persona que representaba a la compañía y un pasajero. El problema era que otros dos viajantes habían pagado para hacer el trayecto sentados y no conseguían lugar. En ese momento descubrí que la persona que estaba a mi lado era otro de los vivos, pero como había muchos el problema de los desplazados se solucionó antes de que la autoridad llegara a él.

-Tu me has traído suerte! Y de sopetón estrechó su mano sudorosa con la mía. Después me regaló un perfume. –No hace falta de verdad. –Me hace feliz obsequiártelo, así te acordás de mí. Jamás podré olvidarme de este sujeto!!

Yo quería dormir, a ver si así conseguía cambiar la pesadilla por un buen sueño… pero estaba presa de un insomnio custodio, así que me conformé con hacerle creer que así lo hacía…

7 de junio