... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

sábado, 31 de mayo de 2008

Momias paquetas...

Después de la juerga la misión de levantarme y dejar mi habitación antes de las diez de la mañana fue bastante compleja. Lo bueno es que no me tenía que preocupar por no hacer ruido porque con la borrachera que había llegado mi compañero ni un terremoto lo hubiera despertado.

Una vez fuera de la recámara no tuve que apurarme demasiado, dejé mis cosas en la recepción y tomé mi desayuno entre grandes bostezos. Cuando ya me sentí con un poco más de fuerzas encaré el proyecto mudanza. El nuevo albergue no quedaba lejos de allí: vía Maqueda 124, el problema era que una vez caminadas las cinco cuadras, para llegar al Hostel Quattro Canti había que subir cuatro pisos por escalera.

De todas formas la bienvenida de Giuseppe y Andrea, una compatriota, fue tan amable que enseguida me recompuse del gran esfuerzo. El primer cigarrillito del día lo hice en una simpática terraza con vista a la iglesia de la Martorana.

Yo ya conocía bastante bien la ciudad pero, de todas formas, le permití a Giuseppe que desplegara todo el orgullo que sentía por el lugar donde había nacido sin chistar. Después de ordenar mis cosas y dejarle a Andrea ropa para lavar salí en busca de las catacumbas.

Una vez en la plaza Independenza el camino empezaba a ser nuevo para mi, tomé la vía Cappuccini e inmediatamente antes de girar a la derecha para encontrarme con el antiguo Monasterio de los Capuchinos y acceder a le catacombe decidí almorzar. Si elegí el “Caffe Celoso” fue porque vi a un señor comiendo algo parecido a una pizza que supuse sería la sfingione, el típico plato de los campesinos y agricultores sicilianos. Estaba en lo correcto, y además de mi ración obtuve una explicación pormenorizada de porque no se debían confundir los dos alimentos. Los argumentos más fuertes fueron que la sfingione se elabora íntegramente con productos de la región y desde mucho antes de que alguien pudiera hablar de la pizza.

Luego del recreo gastronómico me dispuse a continuar con mis planes. Pero como todavía no era horario de visita me entretuve conversando con un vendedor de los típicos libros y recuerdos para turistas, otro Mauricio pero que hablaba casi todas las lenguas. Ese rato de espera, para nada tediosa aunque nos abrasara el calor de la tarde, me permitió conocer también a un personaje muy popular de la ciudad: el loquito cantador, Ignacio Trevi.

Empezaron a llegar los buses con franceses y supe que era momento de ponerme de pie. Entré junto con una multitud, pero lo que perdí en intimidad lo gané en conocimiento. El guía no se iba a enojar si una argentina se le infiltraba en el contingente. Así me enteré que las catacumbas datan de 1599, año en el que por la necesidad de trasladar los cadáveres de los clérigos a un espacio más grande descubrieron las especiales condiciones climáticas para la conservación de los cuerpos.

Luego los monjes se perfeccionarían en diversas técnicas de momificación y empezaría a convertirse en una práctica habitual entre la población laica. Hoy se trata de un verdadero museo de la muerte que contiene aproximadamente 8.000 cadáveres ataviados con sus ropas de época y reunidos según el sexo, la edad y la profesión. También hay una galería para las vírgenes, pero no se dijo nada de cómo se llevó a cabo este proceso clasificatorio. La pieza destacada del museo es el cuerpito de la pequeña Rosalía Lombardo que fue momificado en 1920, uno de los últimos restos depositados en las catacumbas de Palermo.

Mis pocas horas de sueño podían hacer que en breve me empezara a confundir con los moradores inanimados así que antes de que me clavaran a una pared me oculté entre los rozagantes visitantes franchutes y salí nuevamente a la superficie.

Caminé de vuelta al albergue todo lo rápido que me dieron las piernas, quería dormir y esta vez tenía sueño. Además la noche del sábado prometía nuevamente bailongo y había que recargar pilas.

Me desperté y no había nadie en la sala, ni en ningún lado. Con todas las instalaciones a mi disposición me bañé, me cambié y me tomé un café. Después llegó Andrea y conversamos hasta que se hizo la hora de encontrarme con Maurizio y sus amigotes.

Hasta que llegaron todos tuve tiempo de comer un bocadito. Luego en dos autos, diez personas tomaríamos carreteras para llegar a “Sotto le stelle”, la disco más grande y con más fanáticos de la región.

El vehículo conducido por Mimo llevaba a dos Verónicas, una Cecilia y al pequeño Giuseppe. En el otro subimos Giovanni, Rosario (un hombre con nombre de mujer), Maurizzio, yo y Vito, el encargado de que lleguemos a destino.

Estuvimos largo rato en la puerta hasta que pudimos entrar pero la espera fue animada. Una vez adentro anduvimos por las cuatro pistas intermitentemente. Buena Fiesta!

31 de mayo

viernes, 30 de mayo de 2008

Arabo, barocco y sapagnolo se fusionan en Palermo...

Después del desayuno que compartí con dos argentinos desorientados fui por cigarrillos y me perdí en el mercado que me faltaba conocer. La Vucciria, que en dialecto siciliano significa confusione, me recibió con su olor a pescado característico, con sus colores vegetales y su peculiar ruido provocado por los gritos de los vendedores que ofrecen sus productos al transeúnte. Volví al hotel con algo de fruta, sin embargo me acoplé al programa de Giuliano, y terminé almorzando en la ciudad universitaria donde te ofrecen un menú muy nutritivo a muy bajo costo.

Luego mi compañero iría a su clase de italiano y yo comenzaría el circuito de la oración. Las iglesias di San Catalto, di San Giovanni, della Martorana, della Magione, son algunas de las que conforman la città arabo-normanda. Hasta allí me permití infiltrar un Teatro Biondo. Llegué a I Quatro Canti, lo que constituía el centro físico de la ciudad y hoy es el símbolo de il baroccco, y entonces fue la chiesa del Santissimo Salvatore, di San Giuseppe dei Teatini, di Santa Maria in Valvere. Y como no podían quedar afuera exponentes de la Architettura spagnola… también visité la chiesa della Gancia, di Santa Maria Catena. Pffff, juro que quedaban muchísimas más, pero verlas todas es una tarea imposible de realizar.

Para mi esta aquí era más que suficiente así que crucé la Porta Felice y terminé la tarde en la Terraza a mare, un parque con vista al mediterráneo. Buen lugar para leer y comer algún duraznito.

Y allí con inmenso placer estiré mi cuerpo en el césped, abrí mi libro en la página 170, y en la 187 leí: “El placer fue siempre un tónico, un reconstituyente. Mejor que las vitaminas, los minerales y los antioxidantes. En la adolescencia, uno asume su cuerpo como ostentándolo; en la juventud, como queriéndolo; en la madurez, como cuidándolo, haciendo lo posible para que el puzzle no se desarme antes de tiempo.” Me gusta Benedetti por lo simple e ingenioso que es con sus observaciones. Pero no es la relación que yo mantuve con mi cuerpo cien por ciento. En la adolescencia no tuve la posibilidad de ostentarlo básicamente porque perdí mucho tiempo renegando de el. En la juventud temprana (porque me considero una persona madura pero me niego a abandonar la juventud definitivamente) empecé a querer a mi cuerpo, a sentirme a gusto con el, pero creo que fue gracias a que alguien más lo quiso primero y me enseñó a hacerlo. En la madurez, en esa etapa donde aparecen las canas, se remarcan las arrugas, se caen las tetas y se amontona la celulitis, yo sigo sin usar cremas, sin ir al gimnasio, dejé de teñirme, tomo poco agua, no como sano y además fumo (ahora menos, sólo me permito cuatro o cinco cigarrillos por día, pero a decir verdad el motivo se corresponde más con la intención de alargar el viaje que con el deseo de alargar la vida). De todas formas es bajo estas condiciones que aprendí a querer mi cuerpo por mi misma, más allá de lo que decidan hacer los demás con él. Y resulta que este cambio en el orden de los factores es realmente favorable para estos tiempos donde la endiablada superficialidad todo lo alcanza… Por estos pagos abunda la gente que, sin importar la etapa de la vida en la que se encuentre, hace demasiado por verse y mostrarse en “buena forma”. Pero entonces quererse termina siendo agotador y cuando de repente alguien aparece haciéndole pito catalán a todos esos sacrificios hay quienes lo festejan.

Cuando terminé la página 196 cerré el libro y me comí un durazno. Llegando al albergue ya había probado también los damascos. Buena fruta!

Esperé en la recepción hasta que me confirmaron que, aunque ellos no tuvieran plazas disponibles para el sábado, me habían conseguido un lugar en otro albergue. Sólo después de eso pude ir a darme una ducha con total tranquilidad.

Era noche de fiesta brasilera en algún bar de Candelaia, pero hasta que comenzara todavía había tiempo para hacer un paseito previo.

30 de mayo

jueves, 29 de mayo de 2008

A la luz del día y de comilona...

Por tres euros en el albergue se podía desayunar bastante sustancioso. Estaba abocada a esa tarea cuando Valentina viene a avisarme que en la recepción alguien preguntaba por mi. Por supuesto yo no esperaba a nadie… pero no había ningún error, era Maurizio que a causa de cambios en sus horarios laborales tenía la mañana y parte de la tarde libre. Una situación muy conveniente para terminar lo que había comenzado… la visita guiada no era muy profesional sin un circuito diurno.

Sus planes empezaban con la colazione, pero como yo me había adelantado, convenimos en que me pasara a buscar 30 minutos más tarde.

Pues Palermo de día tampoco tiene desperdicio… es verdad que desde arriba de una moto el paisaje se vuelve fugaz pero se gana en sensación de vértigo. Además se trata de un hábito citadino bastante popular por lo que es meritorio tener la posibilidad de experimentarlo. El primer descenso se realizó en la Catedral, sin duda el sello de la ciudad. La verdad es que por dentro es más de lo mismo pero con la fachada, si no se te caen las medias es por que no las llevas puestas (te entiendo… con este calor!!). Es realmente impresionante y por todos sus lados.

Aunque por la noche no parecía existir ninguna norma para la circulación motora, de día se lleva casco. Anduvimos por estrechos pasajes hasta la Porta Nuova para desembocar en el Palacio Real, segunda parada.

Después llegó el momento de hacer mercado y lo anunció a viva voz. Supuse que íbamos a terminar en donde yo ya había estado la tarde anterior, pero no. La passeggiata esta vez era por Il Capo. A mi me pareció que en éste la vocinglería era mayor, pero pensé que podía ser solo la diferencia horaria entre las visitas. También sentí más tumulto y podía adjudicárselo a lo mismo que antes. Pero creo que todas esas sensaciones tienen que ver con que iba acompañada de un local, que además tiene una familia multitudinaria y muchísimos conocidos.

La caminata fue interrumpida, una y otra vez, por abrazos, besos, palmadas, chistes y presentaciones (quizás lo único novedoso del ritual). Y me corrijo, no era interrumpida sino acompañada, era una caminata conversada, gritada. Era una caminata festiva, familiar y amigable. Y esto no tiene que ver con una particularidad del personaje que les presento, esto tiene que ver con el auténtico espíritu palermitano.

Para celebrar toda esa algarabía del encuentro callejero la ronda debía terminar con un cafecito… el mío lungo, lungo. Una vez que tuve el posillo lleno en mis manos me senté a una mesa, dos violaciones a las normas del lugar que se me permitieron sólo porque acudí al neologismo de “intercambio cultural”. Lo obligué a sentarse a mi lado y le conté sobre la ceremonia del cafecito en argentina. No creo que se tratara de una irrupción nostálgica, más bien un artilugio para justificar el sacrilegio de hacer más ligera la infusión.

Pero ya no más trampas, porque si hay algo que disfruto cuando estoy de viaje es dejarme gobernar por las formas, los gustos y las costumbres del lugar donde me encuentro, así que Maurizio, tu dime. Y Maurizio dijo que era la hora del almuerzo y que debía probar la pasta siciliana.

Nos montamos a la moto y, tomando nuevos pasajes, llegamos a un cruce de calles que legalmente era una piazza pero que, en el trajín de la jornada, se convertía gracias a la disposición, más bien desprolija, de mesas, sillas y sombrillas en el salón comedor de un restaurante. Trufa, el hijo de la cocinera o el dueño de la “piazza” nos recibió con bombos y platillos, sin dejar de ser amable y afectuoso. Nos sentamos en la única mesa desocupada que había.

Hasta que pudimos cambiarnos a una sin triángulos de sol pasaron olivas, pan, sardinas y birras. Los caserísimos spaghetti con pomodoro y melanzane llegaron cuando ya teníamos un puesto de lujo. Todo especialmente rico!

Fueron varios los amigos que se acercaron a nuestra mesa. Pero con Giuseppe la situación fue bastante especial, la presentación lo posicionaba como mi futuro compañero de baile (él estudiaba salsa y merengue y ya se había corrido la voz de que a mi me apasionaba la danza).

Comimos sin ningún apuro y nos fuimos después de que rechacé por cuarta vez pedir alguna otra cosa. Un par de cuadras a pie y arribamos a una gelatería, a mi me pareció interesante poder ver como hacían el producto artesanalmente, pero el helado lo cambié por el café (que esta vez fue lungo, lungo pero sin ninguna intervención de mi parte). Después del dolce lo que quedaba era dejarme en casa sana y salva.

Yo quería dormir pero no tenía sueño así que cuando llegó Giuliano nos pusimos a conversar, le presté mi ordenador para que bajara música a su mp3 y me enseñó unos video clips de O Rappa, una banda que yo no conocía. Pues suenan bien pero lo más interesante son las historias que cuentan. De comprender el portugués no se lo que hubiera sucedido porque sólo con las imágenes me emocioné tanto que hasta se me escaparon un par de lagrimones.

El plan de la noche giró en torno al fragolino casero, un vino tinto sumamente dulce que puede subir muy rápido a la cabeza sobre todo si uno lo agita bailando. El encuentro fue en “The Cantror”, pero para Viccenzo nosotros éramos unos pésimos clientes porque la bebida llegó con Maurizio y cuando yo necesité comer alguna cosa para darle algo de base a mi organismo, me fueron a comprar un panino con milza para que siga degustando la comida popular palermitana.

29 de mayo

miércoles, 28 de mayo de 2008

Guías turísticas...

Me levanté temprano, me preparé café pero se me fue toda la mañana conversando con Giuliano y despidiéndome de Edu.

Casi al mediodía salí en dirección al puerto, quería averiguar cuales eran las posibilidades para ir a Túnez en barco. La primera compañía en la que pregunté tenía ese destino pero solo salía los sábados por la mañana. Preguntando conseguí que me dijeran que la empresa más importante se llamaba Grimaldi y donde se encontraban sus oficinas. Di enseguida con el lugar pero estaba cerrado. Las únicas personas que había por allí pertenecían al gremio de taxistas y lo único que sabían era que el barco que venía de las islas Eoli recién llegaría mañana. Todos masticaban bronca y me acerqué al que parecía menos malhumorado. Stefano no tenía nada para decirme sobre compañías navieras pero intentó hacer un llamado telefónico para preguntar el horario. No consiguió que le respondieran, pero si entretenerse un rato. Me preguntó sobre mi viaje y mis planes para el futuro, le conté que había arrancado en Turquía y que seguía por Túnez. Pero creo que el se refería a los planes inmediatos porque seguidamente ofreció llevarme al Monte Pellegrino e invitarme una cerveza. Entre risas, yo le aclaré que no era una turista común y corriente, que no podría aprovecharse de mi (en ningún aspecto), que no le pagaría ni un céntimo por el viaje pero que se a pesar de todo eso seguía vigente la propuesta, aceptaría encantadísima porque me parecía una persona muy agradable y por lo general yo no me confundía con la gente.

Al rato estaba subiendo al monte donde se encontraba el santuario de Santa Rosalía (la Santa patrona de Palermo), allí a donde todos los julios van sus devotos a pie en peregrinación. Estaba arriba de un taxi que conducía un desconocido escuchando historias de la ciudad (que por lo coloridas poco importaba si no eran ciertas).

Pues un nuevo acierto, porque el desconocido no resultó ser Jack el Destripador y me hizo ver unas vistas panorámicas de Palermo increíbles, me hizo probar el fico dindia (la fruta de lo que para mi era un vulgar cactus) y me entretuvo un buen rato con buena conversación (seguramente también me hizo incorporar alguna palabrita nueva a mi humilde italiano).

Cuando llegamos a la cima intenté pagar las cervezas a cambio del paseito pero no me lo permitió. La bebida fresca no tardó en acabarse, a mi esta vez no me interesaba caer en la trampa de la charlatanería italiana y eso significaba que allí, en villa cariño, no había mucho más para hacer, así que cuando llamó un cliente emprendimos el descenso.

Me dejó en la Piazza Politeama, no sin antes darme su teléfono y aclararme que era para cualquier tipo de servicio (que a mi no me cobraría ni un peso). Italia, entre otras cosas, también es nuestra hermana en el sentido del humor.

Pues desde allí comencé el circuito céntrico de las grandes avenidas y tiendas. Anduve por peatonales y visité el teatro Massimo, un edificio emblemático de la ciudad (el sitio donde siempre termina uno cuando está dando una vueltita). Me sorprendió ver en las carteleras un concierto de obras de Piazzolla para el jueves y un espectáculo de tango para el viernes. En Palermo todavía no había encontrado a nadie que supiera lo que es el mate pero las referencias al tango y a Maradona les salían casi a todos.

Con calor y con hambre paré en una gelateria. Pedí el cono más pequeño porque en ese momento no recordé al sándwich de helado que ya nos había llamado tanto la atención a Ariel y a mi, la primera vez que visité Sicilia trece años atrás. Eso fue lo que pidieron los dos muchachos que estaban detrás de mi: broccha con gelato. Se ve que mi cara decía unas cuantas cosas porque me dieron a probar. Pero como lo hice con algo de timidez todavía no tengo una opinión formada al respecto, creo que necesito tener mi propio pastel para decidir como sabe.

Pues claro que después de tan generoso acto me puse a conversar con los señoritos. El más tímido me cayó simpático desde el principio y no hubo variaciones en mis percepciones hasta el final. Pero el otro, que tipo desagradable. Se trataba de un milanés que resultó ser todo lo engreído y soberbio que cuentan las leyendas. Hete aquí una de las diferencias entre el norte y el sur más trascendentes para esta humilde observadora. En lo que a mi respecta, este tipo de consideraciones también cuentan para medir la calidez de las personas.

Volví al albergue, me recosté unas horitas y volví a salir un ratito antes de las nueve. Antes de saber si los nativos cumplen o no con lo que prometen quería alimentarme, porque de heladito (y para colmo sin el pan) no vive el hombre.

Di algunas vueltas hasta que encontré unos interesantes panini, me compré uno y seguí adelante. Aparecí en Candelai y me animé a sentarme con mi bocadito en el lugar pactado (no estaba segura pero creía haber visto a algunas personas bebiendo en un sitio y comiendo lo que había adquirido en otros locales). Pedí una cerveza y todo a posto.

La gente del lugar me reconoció pero no parecía que estuvieran enterados de qué es lo que yo hacía allí, buen punto. Comenzamos a charlar, el que parecía el dueño me convidó un pedazo de lo que comía, algo similar al pastel de papas pero más crocante: estaba probando el spidino.

Tan concentrada estaba en mi platillo que no vi llegar a la moto que traía a mi cita y acompañante. Es que no eran las 9:30 todavía… y estaba desprevenida. Por supuesto tuvimos que volver a presentarnos, algo que es completamente lógico pero que yo aprendí a resolver de bastante grande. Muchas veces y por muchos años de mi vida sufrí por no haber repreguntado un nombre a tiempo, teniendo que sostener charlas intensas pensando ahora queda mal, por suerte ya no me pasa. Las presentaciones se hicieron extensivas a su amigo, que en verdad era su primo, un tal Giovanni (de los miles que hay dando vueltas por estas tierras).

Sorpresa generalizada mezclada con algo de disgusto quedó en el lugar cuando me subí a la moto y nos fuimos. A pocas cuadras cambiamos el motore por la macchina y empezó la visita guiada.

Primero fuimos a Mondello, una ciudad balnearia, vecina a Palermo. En la bahía formada entre el monte Pellegrino y Capo Gallo está la playa más visitada por toda la familia los fines de semanas y por la juventud todas las noches. Dimos unas vueltas por la ciudad luminosa y luego caminamos por la arena húmeda (yo, además, metí los pies en el mar y si no continué, a lo Alfonsina, es porque el agua estaba realmente fría).

El Tour continuó con la Palermo Nocturna y sus varias paradas con refrigerios. La más destacada fue la que coincidió con un clásico para la gente de la ciudad, allí donde todos paran a comer su corneto caldo no importa la hora que sea.

28 de mayo

martes, 27 de mayo de 2008

En el sur 'sur' de Italia...

Llegamos a Regio Calabria a las 6:30 de la mañana. El movimiento en el compartimiento me despertó y antes de lavarme los dientes bajé con Francesco y Paolo a fumar un cigarrito. Habían pasado muchas horas sin vicio pero eran tiempos de revancha. El tren subiría al barco que nos cruzaría a Sicilia y allí con cafecito y corneto de por medio, mirando hacia el mar, vendría la segunda vuelta.

Claro que para eso había que esperar a que la guardia con sus perros montaran su show, que encontraran a algún chivato, que empezaran los rumores, que jugáramos al teléfono descompuesto y que, a causa de todo aquello, todos termináramos de despabilarnos.

Llegamos a Palermo a las 12:15, con 30 minutos de retraso de la hora señalada en el billete. Me despedí de mis camaradas con abrazos afectuosos y me crucé hasta el primer bar que vi desde la puerta de la estación. Lo primero que hice antes de prender mi ordenador fue pedir un café lungo y un cannolo (dulce típicamente siciliano a base de ricota). Sabía que el albergue no quedaba lejos pero como nadie conocía la calle que buscaba, debía leer las indicaciones que me habían enviado en perfecto inglés.

Por las dudas, aunque creía que para la próxima misión no hacía falta, busqué la casucha de información turística. Cuando llegué el muchacho estaba cerrando y para no caerle tan antipática solo le pedí que me diera un mapa a lo que accedió pero sin emitir sonido.

Caminé por Roma hasta Victorio Emanuelle, doblé a la izquierda… a pocos metros y nuevamente a la izquierda tomé la calleja Schioppettieri. Elegí el timbre que decía Palazzo Savona en el primer portón y escuché el prrrrrrr. Ahora restaba subir hasta el segundo piso, lo que se olvidaron de poner en el mail es que el ascensor estaba roto.

El calor era realmente sofocante y llegué pero con la lengua afuera. Al verme las chicas de la recepción, sabiendo perfectamente quien era, me ofrecieron un vaso de agua. Yo primero acepté y luego les exigí que se presentaran, no me gustaba estar en inferioridad de condiciones desde el principio. Eran Alicce y Valentina y se encargarían de mostrarme las instalaciones, cobrarme, y ofrecerme toda la ayuda que necesitara.

En el cuarto que me asignaron había dos camas libres y Alicce me dio a elegir. Yo entonces pregunté quienes eran mis compañeros a lo que contestó un ragazzo brasiliano y un uomo irlandese. La verdad es que yo elegí en función de la proximidad de la ventana pero a mi acompañante le dije lo contrario (que me quedaba con el brasilero) y creo que fue por ese gesto que me gané su confianza. Las dos nos reímos.

Cuando me quedé sola empezó el verdadero deslumbramiento, el precio que pagaba por noche era el mismo que en Roma y las diferencias eran notables. La habitación era espaciosa, tenía balcón, armarios, aire acondicionado, un televisor (lo único verdaderamente inútil) y cuatro camas menos. El cuarto de baño quedaba aproximadamente a la misma distancia de la cama que antes, pero cuando uno cerraba la puerta no tenía que escuchar el rumor y los ruidos de otra gente aseándose. Las coincidencias en el horario de evacuación o higiene no podían ser más de dos, pero sin dudas era preferible esperar. Disfrutar de esa soledad fue lo primero que hice.

Cuando ya estaba cambiada y me disponía a acomodar mis cosas llegó el brasilero. Giuliano había llegado a Palermo hace cuatro semanas, estaba estudiando el idioma y buscaba trabajo. Interrumpimos la charla para más tarde porque después de toda la mañana en la calle estaba cansado y necesitaba dormir un poco. Yo podría haberlo imitado, el calor ameritaba una siestita, pero no pude con mi genio y salí a ver con qué me encontraba. Por suerte la consigna no era con quién porque en la primera hora de caminata no vi ni a los perros, seres vivientes tan protagónicos en esta ciudad.

El sueño del pomeriggio se respeta, todo estaba cerrado, incluso la recepción del hostel hacía un stop de dos a cinco. Todo estaba muerto salvo I mercati que funcionaban de corrido, pero de eso me enteraría más tarde cuando vagando por las calles, y ya a una hora más prudente, me topé con el Ballarò, el más antiguo de los mercados de Palermo.

Volví al albergue con la exaltación de colores en la retina y de calores en todo el cuerpo. En el mostrador de entrada había una chica que todavía no conocía, le pregunté si era posible que me sentara en la sala contigua a escribir y, como todavía llevaba conmigo el instantáneo comprado en Roma mientras estaba Adriana, le pedí permiso para hacerme un café (lo que sucede es que después de Estambul y hasta Palermo no había vuelto a ver ese preciosa jarra eléctrica que en breve calienta agua).

No encontré negativas para ninguna de las dos cosas, así que me instalé en un sillón confortable, prendí mi portátil y cuando iba por el café invadieron la sala. Primero Andriana con cara de preocupación y luego un huésped que quería ver una película y que lo tenía que hacer en el salón multifuncional donde yo acababa de ubicarme. Cuando me enteré que la aflicción de la muchacha era porque suponía que yo me iba a molestar me puse a conversar con el cinéfilo para que se relajara. No se por qué imaginé que podría tratarse del Irlandés compañero de cuarto, así que indagué y descubrí que estaba en lo cierto.

Nos presentamos formalmente y convenimos en elegir juntos la película para la función privada. Después de varias idas y vueltas la seleccionada resultó Manhattan de Woody Allen. Fui a la habitación a preguntarle a Giuliano si quería aprovechar del espectáculo y me lo traje conmigo. Ofrecí café pero ninguno de los dos aceptó, yo me hice uno de esos jarrotes enormes que ya todos conocen.

Luz, cámara, acción…

Giuliano dejó la sala antes de que terminara el film, lo sentía mucho, pero para él era imperioso mangiare qualcosa. Para mi la situación era parecida pero no me animé a decir nada hasta que la proyección no terminara.

Cuando al fin concluyó, fue Edu que me dijo de ir a beber unas copas en mi primera y su última noche palermitana. A mi me pareció bien si al plan se le agregaba algún bocadito.

Ni bien entramos a la via dei Candelai encontré un puesto callejero de elaboración de kebab. La clásica ingesta económica, rica, caliente y fácil de comer en el camino hacia alguna parte, era buena para mi pero no para el irlandés que era vegetariano. De todas formas él decía no tener hambre así que arremetí sin culpas.

Mi compañero de caminata era un personaje muy extraño pero a la vista solo podía decirse que era pelado, un poco gordito, bastante rosadito de chupandín y especialmente algo mayor para mi. Pero ¿de qué va este comentario…? También yo soy un personaje muy extraño… a la vista tengo poco pelo, soy un poco gordita y el bastante rosadita puede ser por andar bajo el sol mucho rato, por algunas copitas de más o, como en esta oportunidad, por el picor de la comida que me vendió un marroquí. Podría decirse que soy especialmente menor para él, pero vamos, ya sabemos que las cuestiones de la edad son gilipolladas.

Pues no se de qué se trataba pero lo que sucedía es que no paraban de mirarme, ¿mirarlo? cerremos en “mirarnos” ¿ok? Como imaginé el sur tiene sangre más caliente y fuera de la capital la gente tiene más predisposición a la extranjería.

Charlábamos animadamente entre nosotros pero sin dejar de mirar a nuestro alrededor (Edu buscando el lugar más adecuado para bebernos unos tragos, yo intentando dilucidar el comportamiento de la gente). Así fue como advertí unos ojos que me miraban especialmente y una boca que, con una excelente gestualidad, fue responsable de un bellísima casi silencioso. Luego amplié el cuadro y alcancé a ver a un hermoso muchacho sentado a una mesa con un amigo. Como nuestro paso no era lento tuve que voltearme para que él leyera en mis labios grazie.

Algunos bares más allá hicimos nuestro primero stop y nos tomamos unos chupitos de rhon y pera, pero el sitio estaba tan apagado que decidimos continuar. Llegamos hasta el final de la strada y dimos la vuelta. Yo quería que fuera él el que eligiera el lugar donde bebernos una cerveza. Así lo hizo y se detuvo cuando escuchó algo que para los dos era buena música. En un gesto amable me invitó a tomar asiento y lo gracioso fue que corrió la silla más próxima y más enfrentada a la de mi piropeador.

Yo no dejé ni un momento de conversar con Edu (incluso teniendo que esforzarme por hablar un mezcladito de lenguas para lograr el entendimiento), pero dicen que las mujeres podemos hacer más de una cosa a la vez y es verdad. Sin perturbar en nada a quien había llegado conmigo, me encargué de que el otro pelado (por decisión y no por banal paso de la vida) se percatara de mi interés. Bastó que el sangre fría se levantara para ir al baño para que el sangre caliente se acercar a mi mesa y ocupara una de las sillas vacías. Inmediatamente supe que el intruso se llamaba Maurizio y que le intrigaba saber que era lo que yo hacía con aquel hombre. Luego de las presentaciones y explicaciones pertinentes le dediqué mi mejor sonrisa.

-Yo podría hacerte conocer la ciudad… - Si, podrías… Pero en todo caso domani y no tardamos en ponernos de acuerdo para un nuevo encuentro. Me hizo saber que tenía una leve duda sobre mi asistencia y respondí diciéndole que el riesgo también era mío, que me llamaba Carla, era argentina, pero fundamentalmente tenía palabra. Cuando nos estábamos dando la mano para cerrar el trato apareció en escena el grandote que no entendía nada de lo que estaba pasando. Claro que los presenté pero como no tomaba asiento entendí que quería irse. Entonces me despedí de Maurizio, de la gente del bar y emprendimos la marcha. Yo le aclaré que el etílico había sido suficiente para mi y que estaba muy cansada. A pesar de la insistencia por hacer un último brindis, accedí solo a acompañarlo a comprarse un “kebab vegetariano”. Luego nos fuimos a la cama, cada uno a la suya, aunque el me hiciera saber que prefería que sea la misma. Una pena, pero no era mi tipo…


27 de mayo

lunes, 26 de mayo de 2008

Un día de aciertos...

Me levanté a las nueve, me duché y, como quería saber que sería de mi antes del mediodía, sólo tomé café negro y cargué algunos alimentos para el camino o para más tarde.

Dejé mi valija prolijamente acomodada en un rinconcito de la sala de recepción (que era la única aparte de las habitaciones y el baño) y me marché.

Gracias al morocho de la playa sabía que para llegar a la embajada de Túnez debía tomarme el bus 90 que salía de Termini, la dirección la había conseguido por Internet. Asmara 7 (la zona de las embajadas en general) quedaba fuera del plano turístico y en el hemisferio superior derecho del mapa que había viajado conmigo desde Buenos Aires. Realmente era lejos para hacer el trayecto caminando y como a mi no me resulta eso de montarme a los transportes públicos sin pagar (aunque aquí lo haga todo el mundo), compré el billete de 4 euros que sirve para todo el día. Estaba claro que teniendo el metro a pasitos de la puerta de casa hoy el proyecto caminata se reducía a cero.

Después de un viaje arbolado y mi descenso en una avenida bastante importante, toqué el timbre de una casona antigua de uno de esos barrios a los que nosotros llamamos residenciales para indicar donde vive la gente bien (como si en Ezpeleta o Villa Fiorito no hubiera residentes).

Me atendió un caballero al que de inmediato, sabiendo que me daría un si como respuesta, le pregunté si hablaba francés. No se trataba de que no me sintiera capaz de hacer las consultas en italiano, lo que quería saber era que tan en la superficie se encontraba aquella lengua que hace tanto no practicaba. Pensé que nada saldría, sin embargo mantuvimos una conversación bastante larga sobre su país, la mentalidad de los italianos y las bondades de viajar sola. Todo eso mientras esperábamos que nos confirmaran que al llegar solo me pedirían el pasaporte.

Realmente había dado con un tipo muy simpático, muy guapo y además muy amable. Salí de allí con mucho material impreso, convencida de que me tenía que marchar de Roma, empezar el descenso y finalmente cambiar de continente.

Nuevamente en Termini y sin nada más para pensar compré el pasaje para irme a Palermo esa misma noche. Por suerte esta vez había suficientes plazas como para elegir y además, como aprendí la lección, pagué el adicional por la reserva del puesto. Llamé al albergue para hacerles saber que finalmente partía a las once y media. Ya estaba liberada, solo me faltaba conseguir un lugar donde dormir en la capital siciliana pero no creía que tuviera que apurarme.

Y entonces ¿qué hacer? ¿Volver a la San Pedro? Dicen que la tercera es la vencida y además hoy tenía en el haber ya unos cuantos éxitos.

Salvo por que llegué en Metro y estaba suficientemente cubierta, seguí exactamente los mismos pasos que el día anterior hasta que estuve frente a frente con el que me había bajado el pulgar. No creo que se acordara de mi, sin embargo cuando entre los tantos a los que frenó levanté los brazos en signo de victoria y dije “adeso si, io si”, se rió.

Una vez adentro fue como visitar muchas iglesias todas juntas. Interesante, si, pero sin dudas lo disfruta mucho más aquel que se nutre de todo el valor simbólico allí contenido.

Para mi lo más pintoresco fue ver a un niño portando una metralleta, de juguete claro está, pero que confusión de valores (porque no se me va a negar que no es puramente simbólico).

Pues a último minuto cumplía con todos los sitios obligados de Roma… me podía ir en paz.

Cuando llegué al albergue ayudé a los muchachos a subir los insumos para el desayuno de los que se quedaban y de los que recién llegaban. Quizás esta acción que yo hice desinteresadamente fue el motivo por el cual ligué juguito de naranjas exprimido y un sandwichito de prosciutto y formaggio. Mientras merendaba reservé una cama por cuatro noches en Palermo, bajé fotos a mi ordenador, subí otras a Internet y recibí un llamado de Verónica para ver cuáles eran mis planes.

Como mis planes eran prontos e implicaban el alejamiento corporal, decidimos vernos de inmediato, cada una por su lado volvería al bar irlandés. Después de una copa me acompañó a despedirme de Sena y sus secuaces, otra copa claro. Luego, ya sola, continué la ronda de saludos con los músicos y por último con la gente del albergue. Hubo intercambio de mails, besos, abrazos e infinitos in bocca al luppo (que no es otra que el deseo de que todo vaya muy bien).

Me quedó todavía un ratito para hablar con algunos argento y avisarles de mi traslado. De todas formas me tomé el metro hasta Tiburtina con bastante tiempo de antelación, a tal punto que cuando llegué todavía no se podía saber a que andén arribaría el tren 1921 proveniente de Milán.

Joder, es que todavía existen “caballeros”, me refiero a esos tipos a los que no les gusta que las “señoritas” carguen con maletas (para aquellos que apuntaron que todavía no me he casado). Esos tipos que se preocupan por la seguridad de la dama advirtiendo que no se debe confiar mucho en la gente que deambula por las estaciones. Ja, empleando ese criterio habría pocas posibilidades de que ese mensaje llegue a destino ¿o no? Esas cosas raras de la vida… no hables con nadie salvo conmigo, no seas puerca chanchita mía (quién comprenda el chiste que se ría, quién no sin perturbaciones que no se trata de que sean idiotas, sólo me he permitido un mensaje personal).

Por primera vez en el viaje, y solo porque no había otra cosa abierta, me alimenté con la comida chatarra del todopoderoso señor Mc. Donal’s. Pedí un combo en el que uno de los ingredientes era bacon simplemente porque se que en Buenos Aires ya hace rato que no lo sirven.

A las 23.26, de todos los pasajeros que esperábamos en el binario 29, fui la única que subió a la carrozza 007. Menos mal porque lo cierto es que ya estaba casi toda ocupada. La cuccetta que buscaba era la número 6 y quedaba casi al final del pasillo (bueno, si hubiese entrado por la otra puerta habría escrito “casi al principio”). Después de un recorrido defectuoso esquivando gente y valijas me recibieron cuatro hombres que con 6 horas de convivencia obligada daban el aspecto de estar viajando juntos. Enseguida me integré al equipo y estaba segura que por la mañana todo aquel que nos viera pensaría lo mismo que yo. No pude evitar reflexionar sobre lo colorida que podía resultar mi incorporación a la fórmula si pasaba por la retina de un buen exponente de la chusma siciliana.

Los personajes de los trenes pueden ser tan simpáticos como los personajes de aeropuerto. Creo que no les conté la experiencia con el Seminarista que venía de Australia y que viajó sentado al lado mío de Fiumicino a Roma. Todo el trayecto intentando convencerme de que la felicidad se hallaba en Cristo y yo tan feliz y tan campante proponiéndole que me mirara y me dijera si no tenía una leve sospecha de que también se podía encontrar en otras partes.

Pero a lo que iba… Me correspondía el posto 85 alto y lo dije, pero solo por confirmar que estaba en el lugar correcto. Esa plaza estaba siendo ocupada por el más joven, cosa que yo no advertí hasta ver los movimientos de cambio. Traté de hacerle entender que para mi era exactamente lo mismo cualquier lugar, pero ya no pude detenerlo. Su nombre era Paolo y resultó ser mi mejor aliado para afrontar las conversas politiqueras que se fueron desatando antes del sueño. Entonces, sobre los personajes de los trenes con más detalles y en profundidad les cuento en otro momento.

26 de mayo

domingo, 25 de mayo de 2008

Un día de desaciertos...

Se habían acabado las noches pagas en el hostel y eso significaba que se había agotado el tiempo que me había dado para pensar lo que quería hacer. Si bien tenía algunas ideas dando vueltas en mi cabeza, necesitaba averiguar algunas cuestiones que creía me sacarían del estado de indecisión.

Era domingo y no era un buen día para hacer gestiones, mucho menos para pensar, entonces hablé con Julio para que me asegurara la plaza por una noche más. El tema habitacional fue inmediatamente resuelto y sin tener que cambiar de cama.

Hacía muchísimo calor pero me puse los largos porque, aunque iba a evitar el mensaje papal del Corpus Domini visitando primero a los filipinos, a la tarde quería ir a la basílica madre y conocía perfectamente las reglas (toda tapadita).

No caminé mucho para llegar a la fiesta aniversario de la comunidad oriental. Fue muy fácil encontrar el lugar pero imposible divisar, entre el gentío, a las personas con las que había hablado el pasado domingo. Esta vez tenía mi ayuda memoria conmigo y podría haberle preguntado a alguien, pero la reunión me pareció tan íntima que no me quedó cómodo.

Había niñitos con trajes que se parecían a los que usan las criaturas argentinas cuando toman la comunión (probablemente de eso se trataba pero no lo confirmé), había padres emocionados y señoras muy paquetas posando para la cámara fotográfica, no la mía claro, pero yo aproveché la situación. Aunque tampoco me pareció que les gustara demasiado así que no me quedé más que un rato.

Las primeras cuadras en dirección a la ciudad del Vaticano las hice con algo de bronca por no haber intentado siquiera romper el hielo. Tenía la sensación de que me había perdido un relato interesante y no me gustaba nada saberme totalmente responsable de ello. En fin, no estaba con todas las luces…

Para recuperar el entusiasmo fui cantando unas cuantas cuadras y para no llegar mucho antes de lo que había planeado hice algunos desvíos. En uno de ellos, atravesando un sotopassaggio, encontré una librería y me compré un diccionario español/italiano.

Cuando ya no faltaba tanto para llegar me topé con una caravana de Ferraris (rojas y amarillas), sus conductores no se parecían en nada a los personajes que había intentado retratar por la mañana, ellos se hinchaban cuando los apuntaban con los lentes. Lamentablemente a mi no me resultaba nada interesante capturar rostros de vanidad y ostentación. Si tomé alguna fotografía de los fierros fue para que las vean los muchachos.

El ruido de motores y las maniobras para el posicionamiento de largada sirvió para que llegara a la plaza San Pedro cuando ya no quedaban restos de la concentración matutina.

Hice la cola para pasar los puestos de seguridad sin mayores dificultades, no éramos tantos y no llevaba objetos peligrosos (aunque tampoco hubiera sido un problema porque inmediatamente antes del detector de metales había cestos de basura para que uno se deshiciera de sus tijeras, cortaplumas y/o granadas, yo alcancé a contar seis flamantes victorinox en un solo recipiente).

Por lo demás, nadie me dijo nada de mis bracitos desnudos (era lógico, ese control dependía de la policía italiana y a ellos no les disgustan las mujeres con poca ropa). Yo ya estaba tan sofocada adentro de mis pantalones largos que pensé que me iba a llamar al orden solo cuando fuera realmente necesario.

Claro que ese momento no tardaría en llegar. Bastó aproximarme al segundo puesto de seguridad para advertir la mirada rayo láser en dirección a mis hombros. Esta vigilancia ya no se ocupaba de los posibles daños físicos, sino de los morales. No tardé en abrir mi mochila en busca de lo que por lo general suele ser mi abrigo y en este caso particular se había convertido en mi pase a la beatitud.

Maldición, si mi mano no daba con la prenda era porque no se encontraba allí. En los segundos que duró el procedimiento recordé que hace trece años me faltaron menos de tres centímetros de manga para que me dieran el visto bueno, se estaba repitiendo la historia… y no había nada para hacer.

Me quedé un rato contemplando el accionar de los porteros, a los rechazados y especialmente a aquellos que lo hubieran sido de no haber bajado polleras y añadido pañuelos para tapar pechos y brazos. Resulta que en nombre de la pureza, las mujeres ostentaban ridiculez y mal gusto. Pero parece ser que eso sólo es dañino para el ojo esteta, porque ni a Cristo, ni a Dios, ni a María Santísima les molesta.

Sin penas ni glorias emprendí la retirada, compré un par de duraznos y me fui a leer un rato al costado del Tevere, hoy era un día predestinado para las actividades al aire libre. Cuando volví al albergue tuve miedo porque se trataba de un lugar cubierto, pero probablemente su condición de non santo le permitía tener mucha mejor onda con gente como uno. Ni bien llegué me regalaron una cerveza y cuando pagué la noche me sorprendieron con un generoso descuento. Me fui contenta a armar la valija pensando que si después de todo me iba de Roma sin conocer la San Pietro la verdad es que me tenía que importar bastante poco.

Cuando terminé me di cuenta de que tenía hambre, pero al mismo tiempo me percaté de que ya no eran horas para ir al super. La solución era un kebab, tenía divisado un lugar a pocas cuadras y hacia allí fui.

Además de comer me quedé conversando largo rato con Sany (seudónimo italiano de un nombre egipcio muy difícil de pronunciar para clientes y proveedores). Después de fotos y cerveza (que invitó pero no tomó por religión) me fui por algo dulce a lo de un compatriota suyo. Éste decía llamarse Aladín aunque seguramente también se trataba de un alias. Yo la lámpara mágica no la froté pero el postre lo conseguí igual.

El cigarrillito de después de la cena lo hice en la puerta del hostel y como a tanta gente, en ese puesto estratégico, conocí a Chiara, una genovesa que había venido a Roma a audicionar para una película.

Ya pasada la medianoche, con la cuota de socialización cubierta, me fui a la cama a consultarle a la almohada los pasos a seguir. Ya era lunes y se podía empezar a pensar.

25 de mayo

sábado, 24 de mayo de 2008

Sobre las condiciones meteorológicas… que me permitieron ir a la playa

Hablar del tiempo no es una práctica exclusiva de taxistas y pasajeros, es un recurso que por lo general usamos todos cuando no tenemos mucho para decir. Las condiciones meteorológicas no son sólo la primera preocupación de aquellos que quieren saber como la está pasando el vacacionante, también suelen conformar un argumento válido para hacer o dejar de hacer infinitas actividades. Increíblemente todas estas cuestiones no trascienden el plano discursivo, pero el viento, el sol, la lluvia, el calor y el frío existen, más allá de lo que se diga al respecto, y muchas veces tienen un protagonismo especial en la vida de las personas. Por ejemplo, para mi padre éstos son factores que definitivamente modifican su estado de ánimo; para un compañero de la vida que tuve, el cambio climático es incluso la posibilidad de irrupciones alérgicas y; para tantos que he conocido en este viaje (sobre todo los nacidos en tierras calientes) significa la excusa perfecta para seguir andando mundo hasta dar con el ambiente más propicio.

Para mí y los de mi entorno inmediato en esta última semana había sido, sencillamente, una putada. Todavía se escuchaban estornudos y se olía a ropa húmeda. Después de varios días sin ventilación en los cuartos se festejaba poder abrir las ventanas y comenzar de vuelta con los planes al aire libre.

Apreciando el espléndido sol, que hacía rato no se veía, consideré que había que actuar con velocidad y montar una hazaña que lo merezca. Me fui hasta Pirámide en metro y luego tomé el convoy que va hacia El Lido Di Ostia, o sea la playa.

Tardé aproximadamente 45 minutos en llegar a la estación donde se bajaron todos los que tenían pinta de querer broncearse. El rinconcito de escasísimos metros de arena pública se llama Martín Pescatore y allí estuve tantísimas horas disfrutando del sol, el agua, los refrigerios del parador donde se escuchaba música latina (destacándose particularmente Calle 13) y las conversaciones eventuales con gente que se recreaba en su día de descanso.

El primer premio de la tarde fue adjudicado a un dueto italo-ucraniano, las blondas ejecutantes de música folk norteamericana. El segundo galardón fue para dos romanos que, jugando a la pelota paleta y haciendo desviar el balón una y otra vez, consiguieron relacionarse casi con la totalidad de la gente que ocupaba las dos primeras filas de espectadores de la mar. Además, hubo una mención especial para un vendedor tunecino que, al descubrir mi especial interés por su país natal, dejó de lado su intención comercial y desplegó un francés básico para intentar convencerme de que me quedara en Roma hasta septiembre… si así lo hiciera, tendría un guía personalizado para conocer las tierras del otro lado del mediterráneo. Realmente era mucho tiempo para Roma pero especialmente para esperar a un hombre…

De regreso de la spiaggia, y antes de subir a mi guarida, hice una parada técnica en la terraza del Ivanhoe cafè. No alcancé a terminar mi brebaje negro cuando aparecieron mis amigos los músicos que viven dos pisos más arriba y estudian justito al lado. La conversación duró hasta que empecé a sentir muchísimo frío y, tratando de no ser antipática, me despedí.

Subía con la intención de darme una ducha pero Julio ya tenía preparada pasta verde y a mi no me venía nada mal un plato caliente. Un grupo numeroso se preparaba para ir a bailar y algunos insistían para que los acompañara pero yo estaba rendida y me sentía afiebrada. Sin dudas prefería quedarme conversando con María Luisa una colombiana muy simpática que había llegado el día anterior.

El baño me recompuso un poco pero seguía sin ganas de rumba, lo que definitivamente hizo que se me pasaran todos los males fue que no quedara nadie en la sala, a excepción de Giuseppe que como se dedicaba a la misma tarea que yo, escribir, no hacía estruendo y por lo tanto no molestaba.

Después de una hora de milagroso silencio en el hostal, se empezaron a escuchar gritos, cánticos y ruidos varios que venían de la calle. Con algo de curiosidad, y con la excusa de fumarme el último cigarrillo del día, bajé a ver de qué se trataba. Caminé hasta la avenida donde el alboroto era mayor y allí me enteré que Roma había ganado la Coppa Italia. Pues volví a mi morada igual que como me había ido, no me sentía en condiciones de comenzar un estudio antropológico al respecto y casi todos saben que mi interés por el calcio solo se vincula con esas cuestiones. Lo que puedo agregar, asumiéndome una neófita en el tema es que a simple vista la experiencia de triunfo se vive de forma similar a la de las pampas.

24 de mayo

viernes, 23 de mayo de 2008

Si te levantás de buen humor...

Empezaba a componerse el tiempo… y ahora era yo la que flaqueaba. Me levanté después del mediodía. Pensé que no se habían percatado de mi presencia porque por lo general golpeaban las puertas y, con buena onda, gritaban bastante para hacer cumplir las reglas del lugar, y nada de eso había sucedido. Sin embargo cuando al fin conseguí salir, primero, de la cama, y luego de la habitación, descubrí que en un costadito de la mesa estaba el termo con agua caliente, el café y que me habían reservado pan, fiambre y algunas galletitas para que pudiera alimentarme (aunque no fuera ya la hora del desayuno).

Todos mis compañeros de cuarto (seis muchachotes y una dama) habían madrugado y sin testigos pudieron hacerse los tontos. Definitivamente di con la mejor hora para la ducha, acababan de terminar con la limpieza.

Esos mimos había que agradecerlos… Empecé pidiendo disculpas por todos los disturbios ocasionados, a lo que respondieron, cada uno con su aporte (parecía como si hubieran hablado del tema de antemano), que era el trato que correspondía para la única huésped que siempre se levanta de buen humor. Si bien es verdad que algunos metían miedo con el rumor del sueño en el rostro, el caso más complejo era el de Julio, y esto comparativamente me beneficiaba, el comentario no dejaba de sorprenderme.

Sorprendida como estaba agradecí y me quedé un rato charlando con ellos. A las cuatro y media de la tarde me encontraba con Beatrice e Italo, dos lindas personas que conocí en la Fiesta de los Pueblos, que trabajan en una organización que colabora con los inmigrantes africanos.

Para llegar a la piazza Mazzini atravesé toda la Roma del mapa turístico, y más…, el encuentro duró casi cuatro horas y no se privó de utilizar dos locaciones bien distintas (una confitería muy moderna y una taberna especialmente antigua que hicimos coincidir con la hora del aperitivo).

Estaba realmente a gusto y me hubiera quedado toda la noche con ellos, pero ya había arreglado otra cosa y a mi no me gusta plantar a nadie. Era viernes, en la Piazza Bologna había juerga, y Leo se había comprometido a llevarme hasta allá.

El festín fue de Vodka, Red Bull y Taralucci (un exquisito ingrediente para el copetín). Para el final algo de baile.

23 de mayo

jueves, 22 de mayo de 2008

Tante auguri!!

Como todos los días salí a desayunar en camisón (la señora usaba camisón). Como todos los desayunos lo básico fue el café negro (los copos de maíz y la chocolatada nunca formaban parte de la primera ingesta de la señora). Como todas las mañanas me molestó entrar al baño y encontrar el piso y el papel higiénico mojados. Los pelos en la ducha no me incomodaron, básicamente porque ya le tenía el ritmo al hostal y me había bañado en un buen horario (La señora usaba el cabello bien corto y no dejaba pelos en ningún lado).

Como todas las veces que me cambiaba de ropa, una vez vestida no quedó nada fuera de la maleta (la señora ya no cargaba mochilas bicolores, pesadas y con infinidad de tiras colgando).

Los años no vienen solos… y como si no fuera poco con los caprichos, incomodidades y arrugas a cuestas, además llegan nuevos motes… El de señora es irreparable.

Pues hoy la señora cumplía un año más y resulta que al final uno se da cuenta que el número es lo menos significativo… después de todo, las peculiaridades de la vejez no se imponen de un día para el otro.

Pero como no es mi costumbre reparar sólo en los datos negativos, les diré que yo encuentro varios beneficios en el hecho de estar más vieja (quizás la clave en este caso es “ser la mayor” pero voy a tomar el asunto como una simple sutileza).

Los puntos seguramente son muchos más pero voy a enumerar los más significativos en estas circunstancias particulares de mi vida. Sentirse fuera de la competencia por ser el más hippie o el más roñoso, o en contraposición, vivir sin la necesidad de preocuparse por el alisado del pelo y de comprar quita esmalte. No tener que emborracharse para sentir coraje o despojarse de la timidez y, fundamentalmente, poder hacer valer la opinión propia simplemente porque casi todos creen que es sinónimo de tener más experiencia (y entienden que ese es un buen atributo).

Entonces, como todos los días… No basta!! Si es la putada de la rutina lo que pretende incorporarse a mi mundo en este apio verde, juro que lo combatiré!

Del albergue salí sigilosamente sin mencionar que era mi aniversario, los que ya sabían se habían ido o todavía no habían llegado, los que estaban eran un grupo de bostezantes que probablemente hasta tuvieran mal aliento… no me pareció estimulante!

Me quería fumar mi primer cigarrillo de los 34 y no tenía más, así que visité a mi kiosquero amigo. En realidad este personaje no pertenece a la idiosincrasia del pueblo italiano, el amigo en este caso resultaba un hombre que atendía un puesto de venta de tabaco adentro del bar Venezia. A él si le dije que andaba de festejos y no tardó en correr la voz entre camareros y otros trabajadores de detrás de la barra. Ligué un capuchino y unos cuantos besos.

Me alcanzaba con estar cumpliendo años para nuevas experiencias y emociones fuertes. No tenía ganas de andar caminos no repetidos ni de entablar relación con desconocidos si eso implicaba tener que hacer algún esfuerzo. En principio optaba por la tranquilidad que da la lectura.

En un parque vecino a la facultad de ingeniería, con la ayuda de Benedetti y su permiso para tomarme ciertas licencias, me animé a construir Andamios.

Además de mi cabeza, me distrajo un perro y por último un vendedor de anteojos mauritano. Primero me molesté por su insistencia, pero luego encontré la forma de hacerle entender que gastar no era mi fuerte pero hablar claro que si. Juntos salimos del parque, los dos creíamos que pronto volvería la lluvia. Nos despedimos en el primer semáforo.

Con paso obligado por el bar Red & Black, decidí tomarme otro cafecito. No pasaron diez minutos y aparece Sena (bastante más temprano de la hora en la que empieza a trabajar). Mientras ningún auto se fuese no habría hueco para que él estacionara el suyo, así que debía esperar y Verónica tendría que hacerlo también (había quedado en visitarla y estaba en retraso). Yo escribí algunas líneas para la simpática vasca esperando que el galán se las alcanzara, así fue que se enteró de mi cumpleaños. ¡Auguri bella! ¡Tante auguri, ragazza!

Se sumó a los saludos un muchacho que ya había visto otras veces en el lugar y con el que había intercambiado algunas palabras. Me invitó una cerveza y nos divertimos viendo como Sena hacía malabares para aparcar.



Sena se fue y volvió acompañado. Verónica venía a saludarme y hacer planes para la noche.




Anuncié a todos que el festejo se haría en The Nag’s Head, lugar propuesto por Julio que ya estaba organizando para que el grupo no tuviera que pagar entrada. Luego de una nueva cervecita las chicas andiamo. Hicimos la posta en un bar irlandés, pero mi cuerpo ya no resistía más cebada.

Con chaparrón salimos cada una en dirección al albergue respectivo. Verónica tenía que dormir algunas horitas después de una noche de rumba y yo debía conectarme a Internet para recibir los cariños familiares.

La birra seguía corriendo y tuve que bajar hasta el supermercado a por un sandwichito preparado en el momento por el fiambrero del lugar. Mmm… qué delicia!

No era una buena hora para tomar una ducha pero esta vez no había nada para hacer… Cuando me estaba cambiando llegó gente de otro albergue a saludarme, algunos se entusiasmaron con el plan y se sumaron.

Para ser mi primer festejo de cumpleaños lejos de la familia y los amigos tengo que decir que fue bastante tumultuoso. Como era de esperarse, siguiendo con mi religión, hubo bailongo hasta altas horas de la madrugada. También hubo tragos que corrieron por cuenta y cargo de aquellos que querían congraciarse conmigo. Como le escribí a un amigo, lo que falto fue la torta y las velitas… y me plagio con alguna corrección.

Faltó la torta y las velitas, pero también faltaron a mis 33 y no pasó nada, o si pero le pusimos onda. Lo importante es que hubo sonrisas, abrazos y besos, pero principalmente ganas de pasarlo bien y compartir. Lamentablemente no llevé mi cámara, así que ahora tengo que confiar en unos americanos que dispararon algunos cuantos fhashes durante la velada.

Realmente lo pasé muy lindo!

22 de mayo

miércoles, 21 de mayo de 2008

Con estilo vaticano...

La gente en el Albergue seguía rotando, todos se quedaban el tiempo suficiente para ver el Coliseo, La Basílica de San Pietro y la Capilla Sextina. Yo ya llevaba 19 días teniendo la oportunidad de completar la tarea y seguía en rebeldía.

Pues este día, igual de feo que los anteriores (la primavera ¡porca miseria!), me decidí a avanzar un paso.

Me tomé el metro hasta Ottaviano y llegué a los Museos del Vaticano. Ya me había hecho a la idea de gastarme 14 euros, seguramente valdría la pena.

Con muchísima calma, la antítesis de la actitud general, recorrí cada una de las salas que fui encontrando en el camino. Mientras atravesaba el museo egipcio muchas personas me pasaron como árbol caído, se concentraron solo en un par de piezas pero fundamentalmente en los letreros y la flecha que indicaba el camino hasta la gran obra de Miguel Ángel. Ninguno de ellos perdió de vista el atajo así que el museo etrusco lo hice en un entorno realmente placentero.

A partir de allí empezó el mal trago: corredores y escaleras atestadas, ruido, guías con séquitos que atascaban puertas en todos los idiomas y muchos, muchos espacios destinados a la venta de libros de arte y souvenires (¡Pavada de negocito! Si hasta tazas hay con el sello del Vaticano.)

A esta altura, cuando llegué a la Capella Sistina, mi cuerpo no era apto para brindarse a la contemplación del arte. Ensayé un par de posturas de recogimiento pero el revuelo se imponía… entonces pensé que eso era lo digno de observar y ser analizado, después de todo ya había visto muchas veces las figuras que cubrían estas paredes y techos (probablemente la gente compre los libros para poder mirar con detenimiento y dignidad lo que in situ ni siquiera puede verse en su completitud).

Por ejemplo, para ver El Juicio Universal como corresponde, uno debería poder alejarse de la pared en la que se encuentra la pintura mínimo cinco metros. Esta acción de corrimiento que parece tan sencilla es imposible de hacer a menos que se active la alarma de incendio y todos salgan corriendo, excepto usted (claro está) que es capaz de cualquier cosa por hacer valer sus 14 euros.

Suponiendo que hubiera incurrido en semejante sabotaje, podríamos pensar que la osadía lo liberó también de los insoportables alaridos de los hombre de seguridad reclamando Silence!! y No fotography! Pero todavía le restaría esquivar los letreros con dibujos naif de niños y niñas semidesnudos tachados por una cruz de prohibido. Y otros donde las personitas se encuentran sentadas en el piso con su espalda levemente inclinada para atrás, también tachados obviamente (Como si a uno le alcanzara el espacio para todo ese despliegue).

Mi recomendación es que viva todas esas contradicciones, que respire ese aire de mala conducta, que mire hacia arriba con regocijo “La creación de Adán” y mientras usted se maravilla mirando dos dedos a punto de reunirse reciba todos los codazos que sean necesarios. En definitiva, que vaya, así puede decir que estuvo allí. Ahora eso si, si quiere tener tema para las reuniones sociales gástese unos manguitos más y cómprese el libro, no se fíe de haber contratado un guía, eso no les asegura nada. Pero si ya se excedió mucho en el presupuesto del día no se preocupe, todavía tengo una solución para usted, consulte esta página http://mv.vatican.va/4_ES/pages/MV_Visite.html. Hágame caso!

Promediando las tres de la tarde había terminado de verlo todo. Para mi sorpresa la cafetería-comedor de allí adentro era bastante económica y entonces almorcé. Las cosas positivas a destacar (además del arte, claro) son que te dejan entrar con tus propios alimentos, que de todas formas podés ocupar un lugar como cualquier persona, que hay un pequeñito espacio al aire libre donde podés fumarte un cigarrillito (que aunque a todos los acompañe la paranoia, nadie viene a molestarte) y que hay muchos enchufes.

Por suerte salí de allí y el cielo me indicó que podía animarme a volver caminando.

Cuando llegué me encontré con los brasileros. Al rato Alejandra, una argentina sureña se unía al grupete jocoso. Les presté mi ordenador para que chequearan mails y reservas mientras iba al supermercado por algunos bocaditos y cervezas para compartir.

Más tarde saldríamos a por unas copas para para recibir mi cumpleaños con algo de ruido y a la vez despedirnos, Andrea y Pedro tomaban su avión muy temprano y Alejandra cambiaba de albergue.

Optamos por no alejarnos mucho y los llevé a la Bottiglieria Ai Tre Scalini (dal 1895). Siempre que pasé por el 251 de Vía Panisperna encontré un lindo ambiente y esta vez no tenía por que fallar.

Conocimos gente, charlamos, bebimos y brindamos. Linda velada.


21 de mayo