Luego mi compañero iría a su clase de italiano y yo comenzaría el circuito de
Para mi esta aquí era más que suficiente así que crucé
Y allí con inmenso placer estiré mi cuerpo en el césped, abrí mi libro en la página 170, y en la 187 leí: “El placer fue siempre un tónico, un reconstituyente. Mejor que las vitaminas, los minerales y los antioxidantes. En la adolescencia, uno asume su cuerpo como ostentándolo; en la juventud, como queriéndolo; en la madurez, como cuidándolo, haciendo lo posible para que el puzzle no se desarme antes de tiempo.” Me gusta Benedetti por lo simple e ingenioso que es con sus observaciones. Pero no es la relación que yo mantuve con mi cuerpo cien por ciento. En la adolescencia no tuve la posibilidad de ostentarlo básicamente porque perdí mucho tiempo renegando de el. En la juventud temprana (porque me considero una persona madura pero me niego a abandonar la juventud definitivamente) empecé a querer a mi cuerpo, a sentirme a gusto con el, pero creo que fue gracias a que alguien más lo quiso primero y me enseñó a hacerlo. En la madurez, en esa etapa donde aparecen las canas, se remarcan las arrugas, se caen las tetas y se amontona la celulitis, yo sigo sin usar cremas, sin ir al gimnasio, dejé de teñirme, tomo poco agua, no como sano y además fumo (ahora menos, sólo me permito cuatro o cinco cigarrillos por día, pero a decir verdad el motivo se corresponde más con la intención de alargar el viaje que con el deseo de alargar la vida). De todas formas es bajo estas condiciones que aprendí a querer mi cuerpo por mi misma, más allá de lo que decidan hacer los demás con él. Y resulta que este cambio en el orden de los factores es realmente favorable para estos tiempos donde la endiablada superficialidad todo lo alcanza… Por estos pagos abunda la gente que, sin importar la etapa de la vida en la que se encuentre, hace demasiado por verse y mostrarse en “buena forma”. Pero entonces quererse termina siendo agotador y cuando de repente alguien aparece haciéndole pito catalán a todos esos sacrificios hay quienes lo festejan.
Cuando terminé la página 196 cerré el libro y me comí un durazno. Llegando al albergue ya había probado también los damascos. Buena fruta!
Esperé en la recepción hasta que me confirmaron que, aunque ellos no tuvieran plazas disponibles para el sábado, me habían conseguido un lugar en otro albergue. Sólo después de eso pude ir a darme una ducha con total tranquilidad.
Era noche de fiesta brasilera en algún bar de Candelaia, pero hasta que comenzara todavía había tiempo para hacer un paseito previo.
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