Sus planes empezaban con la colazione, pero como yo me había adelantado, convenimos en que me pasara a buscar 30 minutos más tarde.
Pues Palermo de día tampoco tiene desperdicio… es verdad que desde arriba de una moto el paisaje se vuelve fugaz pero se gana en sensación de vértigo. Además se trata de un hábito citadino bastante popular por lo que es meritorio tener la posibilidad de experimentarlo. El primer descenso se realizó en la Catedral, sin duda el sello de
Aunque por la noche no parecía existir ninguna norma para la circulación motora, de día se lleva casco. Anduvimos por estrechos pasajes hasta
Después llegó el momento de hacer mercado y lo anunció a viva voz. Supuse que íbamos a terminar en donde yo ya había estado la tarde anterior, pero no. La passeggiata esta vez era por Il Capo. A mi me pareció que en éste la vocinglería era mayor, pero pensé que podía ser solo la diferencia horaria entre las visitas. También sentí más tumulto y podía adjudicárselo a lo mismo que antes. Pero creo que todas esas sensaciones tienen que ver con que iba acompañada de un local, que además tiene una familia multitudinaria y muchísimos conocidos.
La caminata fue interrumpida, una y otra vez, por abrazos, besos, palmadas, chistes y presentaciones (quizás lo único novedoso del ritual). Y me corrijo, no era interrumpida sino acompañada, era una caminata conversada, gritada. Era una caminata festiva, familiar y amigable. Y esto no tiene que ver con una particularidad del personaje que les presento, esto tiene que ver con el auténtico espíritu palermitano.
Para celebrar toda esa algarabía del encuentro callejero la ronda debía terminar con un cafecito… el mío lungo, lungo. Una vez que tuve el posillo lleno en mis manos me senté a una mesa, dos violaciones a las normas del lugar que se me permitieron sólo porque acudí al neologismo de “intercambio cultural”. Lo obligué a sentarse a mi lado y le conté sobre la ceremonia del cafecito en argentina. No creo que se tratara de una irrupción nostálgica, más bien un artilugio para justificar el sacrilegio de hacer más ligera la infusión.
Pero ya no más trampas, porque si hay algo que disfruto cuando estoy de viaje es dejarme gobernar por las formas, los gustos y las costumbres del lugar donde me encuentro, así que Maurizio, tu dime. Y Maurizio dijo que era la hora del almuerzo y que debía probar la pasta siciliana.
Nos montamos a la moto y, tomando nuevos pasajes, llegamos a un cruce de calles que legalmente era una piazza pero que, en el trajín de la jornada, se convertía gracias a la disposición, más bien desprolija, de mesas, sillas y sombrillas en el salón comedor de un restaurante. Trufa, el hijo de la cocinera o el dueño de la “piazza” nos recibió con bombos y platillos, sin dejar de ser amable y afectuoso. Nos sentamos en la única mesa desocupada que había.

Hasta que pudimos cambiarnos a una sin triángulos de sol pasaron olivas, pan, sardinas y birras. Los caserísimos spaghetti con pomodoro y melanzane llegaron cuando ya teníamos un puesto de lujo. Todo especialmente rico!
Fueron varios los amigos que se acercaron a nuestra mesa. Pero con Giuseppe la situación fue bastante especial, la presentación lo posicionaba como mi futuro compañero de baile (él estudiaba salsa y merengue y ya se había corrido la voz de que a mi me apasionaba la danza).
Comimos sin ningún apuro y nos fuimos después de que rechacé por cuarta vez pedir alguna otra cosa. Un par de cuadras a pie y arribamos a una gelatería, a mi me pareció interesante poder ver como hacían el producto artesanalmente, pero el helado lo cambié por el café (que esta vez fue lungo, lungo pero sin ninguna intervención de mi parte). Después del dolce lo que quedaba era dejarme en casa sana y salva.
Yo quería dormir pero no tenía sueño así que cuando llegó Giuliano nos pusimos a conversar, le presté mi ordenador para que bajara música a su mp3 y me enseñó unos video clips de O Rappa, una banda que yo no conocía. Pues suenan bien pero lo más interesante son las historias que cuentan. De comprender el portugués no se lo que hubiera sucedido porque sólo con las imágenes me emocioné tanto que hasta se me escaparon un par de lagrimones.
El plan de la noche giró en torno al fragolino casero, un vino tinto sumamente dulce que puede subir muy rápido a la cabeza sobre todo si uno lo agita bailando. El encuentro fue en “The Cantror”, pero para Viccenzo nosotros éramos unos pésimos clientes porque la bebida llegó con Maurizio y cuando yo necesité comer alguna cosa para darle algo de base a mi organismo, me fueron a comprar un panino con milza para que siga degustando la comida popular palermitana.
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