... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

miércoles, 30 de abril de 2008

Tarde accidentada...

Salimos en dirección a Denizli, teníamos urgencia por llegar a Pamukale, una ciudad que nos había recomendado mucha gente. Arribamos cerca del mediodía y lo primero que hicimos fue entrar a una oficina de información (que no era turística pero nos daba igual). Allí nos dieron los datos fundamentales para conocer el lugar y nos invitaron a probar un delicioso manjar que por respeto no aceptamos. A menos de 100 metros subiendo la calle, volvimos a ver la misma imagen, un pollito asado bien doradito, esta vez girando en el spiedo… yo les aseguro que nos llamaba!!

La parada alimenticia la hicimos al borde de un lago donde residían algunos patos.

Ya estábamos listas para iniciar el ascenso hacia las aguas termales. Desprovistas de nuestro calzado, cruzamos los diversos charcos de agua que atravesaban el exquisito paisaje de piedra áspera y totalmente blanca. En el medio del trayecto empezaron a caer las primeras gotas, realmente una sorpresa porque minutos antes brillaba un sol espléndido. Llegando a la cima ya empezó a incomodarnos el frío, la tormenta estaba esperando que, al menos, cubriéramos nuestros pies para que la corrida hasta el próximo techo no fuera tan fastidiosa.

Llagamos al refugio, el predio de las viejas piletas de agua caliente, junto con un número importante de personas que unidas a las que ya estaban allí (porque se la vieron venir) conformaban una multitud. Mientras Adriana disfrutaba de un bañito bajo la lluvia torrencial yo avancé bastante con mi escritura bajo techo.

El agua no paraba de caer (y algunas piedras que se colaron), cada vez hacía más frío, y decidimos emprender la retirada. El camino de regreso era largo y complejo pero no podíamos darnos el lujo de esperar a que el tiempo mejorara. Nuevamente con las patas al aire y los pantalones remangados (aunque no se bien para qué, porque el agua ya tenía la batalla ganada) mi única preocupación era proteger mi ordenador portátil lo máximo posible.

Totalmente compenetrada en esa tarea, protegiendo con garra mi integridad moral descuidé mi integridad física y, cuando faltaba todavía la mitad de la travesía, volqué. La mochila en mi pecho me impedía ver el terreno por el cual andaba, mi pie derecho pisó imprecisamente el borde de una canaleta con aproximadamente cuarenta centímetro de ancho y unas piedritas flojas fueron culpables del resto… Primero derrapé; luego, muy próximo al suelo, mi cuerpo contorsionó para que el golpe no estropeara el dispositivo tecnológico. El saldo fue un fuerte dolor en el hombre, tres o cuatro moretones, el peorcito en la rodilla, y un corte en el dedo del pie izquierdo (una participación que no podía faltar). Me levanté toda estropeada pero me levanté!

Decidí que para seguir adelante era mejor portar la mochila en la espalda y entonces fue cuando vi primero mis deditos azulados e inmediatamente después la sangre… No me importaba perder el pie, pero prefería no verlo, así que me puse las medias. A esta altura ya estaba completamente empapada, mucho había hecho la lluvia pero lo peor fue ocasionado por el descenso del ballenato hacia la correntada. Pues se imaginarán que ya poco me importaba atravesar charcos o charquitos, lo único que quería era llegar al auto.

Allí me esperaba ropa seca, calefacción y un buen reducto para prender un cigarrillo y verificar que toda la tecnología seguía en funcionamiento. El proceso se llevó a cabo sin ningún reparo por los espectadores ocasionales. Si logré mejorar un poco mi facha fue a costa del aspecto del rodado, que se convirtió en un verdadero desastre. Como la solución a ese problema no era urgente decidimos gratificarnos con un buen té caliente. Descendimos del auto y pasamos del escenario a la platea, un barcito donde muchos hombres se entretenían, ahora, con juegos diversos (uno de ellos el OK, que creo es nuestro burako).

Teníamos pensado pasar por un poblado llamado Afrodisias pero el mal tiempo nos obligó a ir directo para Selçuk, centro de un montón de lugares interesantes para curiosear. Por suerte no tardamos mucho en encontrar un sitio donde pasar la noche, optamos por la pensión Vardar que incluía en el precio desayuno, simpatía y excelentísima atención.

El cansancio y los dolores solo me dieron tiempo para extender mi ropa mojada por toda la habitación, darme un bañito y basta… No me acosté, me desmayé y estoy segura que tuve felices sueños!

28 de abril

martes, 29 de abril de 2008

Parajes recónditos en la inmensidad de Turquía...

Nos levantamos tempranito, cargamos todas nuestras cosas en el auto y, después de desayunar, tomamos nuevamente la carretera, pero esta vez hacia el sur. A pocos kilómetros encontramos Derinkuyu, donde todavía se conserva parte de una ciudad subterránea, por supuesto entramos. Descendiendo metros y metros bajo tierra circulamos por pasillos que se ensanchaban y angostaban sin previo aviso tanto en su horizontalidad como en su verticalidad. Los más osados elegimos también pasadizos que carecían de iluminaria, pero una vez que llegábamos a la nada misma simplemente había que desandar lo andado. El camino de vuelta fue más complicado, porque todo lo que baja tiene que subir.

Nuevamente en la superficie nos entretuvimos con un español al que le encargaron el cuidado de su nietita, mientras los otros miembros de la familia corrían el riesgo de sufrir claustrofobia. La niña estaba en el compartimiento trasero de un auto, bastante más grande que el nuestro, y allí debía quedarse… al menor movimiento se escuchaba: “pa’ tras, pa’ tras”. Más allá de la brutada fue lindo hablar un rato largo con un desconocido en nuestra propia lengua. Nos esperaba el Valle de Ihlara, así que después de los buenos augurios nos despedimos.

En menos de una hora llegamos al gran cañón y comenzábamos así el real contacto con la naturaleza. Lejos del ruido de la ciudad, sin divisar contingentes de turistas, nos dejamos atrapar por el verde y nos aventuramos a nuestra primera experiencia en senderismo. Con poco y nada para el “piqui-niki” (el huevo duro que no me apetece para el desayuno y un kilo de yogurt que compramos en el pueblo) fuimos bordeando el río Melendiz hasta que, simplemente, nos aburrimos de tanta paz. En el camino nos mojamos las patas, cantamos, nos cruzamos con pescadores y agricultores, hablamos con niños y tomamos sol. Sería perverso no mencionar el avistaje de las iglesias, ya que así es como se vende el circuito. Pero como habrán notado por el relato, para nosotras fue lo menos relevante, y en este caso no creo que se trate de poca fe. La sensación es que podría tratarse de templos como de tabernas o penitenciarios, ya que no son más que espacios libres en el centro de la roca. A mi me hubiera gustado más que carecieran de toda denominación y que el reconocimiento de los sitios dependiera exclusivamente de la voluntad y la imaginación de cada quien.

Suponemos que la extensa reserva tenía varias vías de acceso, y por lo tanto de salida, pero nosotras repetimos el camino de ida y de vuelta, no queríamos que se nos complicara encontrar el vehículo que nos ayudaría a acercarnos al Egeo.

Pasamos de lardo algunas ciudades grandes y dedicamos algo de tiempo a recorrer varios pueblitos. En dos oportunidades pensamos en que habíamos llegado al lugar donde pernoctar, sin embargo las dos veces decidimos seguir viaje un poco más. Hasta que nos agarró la noche (alguno de los cálculos había fallado: las distancias, o la hora en que se pone el sol) y lo más cerca, desviándonos algunos kilómetros, era Yalvaç.

Llegamos al pueblo con lo justo, el kursunsuz que nos quedaba en el tanque ni siquiera completaba la reserva. Ya había oscurecido totalmente y el tendido público de luces era restringido. Con muy pocos recursos teníamos que encontrar un lugar para dormir y otro para comer, pero aunque esta fórmula corresponda con el orden de prioridades más lógico, nosotras encaramos la búsqueda exactamente al revés.

Nos estacionamos frente al primer bodegón con mesitas que encontramos, pero resultó ser que sólo vendían bebidas y pan (por las dudas compramos una pieza del alimento más noble). Ya habíamos notado que en ese lugar recóndito de Turquía el entendimiento no iba a ser nada fácil… Allí paraban unos señores bien lugareños que a puras señas comprendieron que necesitábamos ingerir alguna otra cosa, uno de ellos nos acompañó caminando hasta un verdadero comedor. Entró con nosotras dijo algo que no entendimos y sonriendo se marchó.

Nuestra llegada al lugar hizo, de alguna manera, que el cocinero, el mesero y los clientes (todos hombres), muy pendientes de la transmisión de un partido de fútbol por televisión, se desconcentraran un poco. Saludamos amablemente y vuelta a empezar con los movimientos corporales que creíamos claves, pero que no funcionaban del todo bien… la grata sorpresa fue que uno de los personajes allí reunidos hablaba un modesto francés. Así fue como por fin probamos la pizza turca.

Una vez pasada la primera urgencia dimos con un hotel no muy bueno pero accesible. Las particularidades de la residencia… poca luz en general, nada de calefacción y escasa conexión a Internet, un lujo!!

27 de abril

domingo, 27 de abril de 2008

La Kapadokia...

Durante el desayuno analizamos el improvisado mapa de la región proveído por el Sems Otel, al finalizar sabíamos que iríamos en dirección norte.
Nuestra primera parada fue en Uchisar, el punto más alto de la zona a explorar. Ingresamos al castillo con la convicción de que no se parecería en nada a los visitados en Estambul. Aquí no hay mobiliario, ni ornamentos, solo se ve piedra… El castillo no es más que una enorme piedra con innumerables huecos y, por lo menos para mí, allí radica lo atractivo del asunto: no ver la piedra en lugares donde de antemano uno cree imposible que no esté. Pero no está y me tomé un buen tiempo para meditar sobre la escalofriante ingeniería que procuró ventanales por donde pudiera pasar el viento. Maravilloso espectáculo al aire libre!

Desde allí seguimos la ruta de la peregrinación y desembocamos en el valle de Göreme. Una vez más el protagonismo lo tienen las rocas… La diversidad en sus contornos y cavidades propician un hábitat digno para que Pedro y Bilma se animen a agrandar la familia. Aquí no encontramos castillos, pero de todas formas incursionamos al interior de la piedra y esta vez si pudimos apreciar mobiliario, utensilios y decorado acorde con las necesidades de la vida hogareña. Madre, hija y nieta nos recibieron en su casa, nos convidaron con té y torta y, sólo después de estar seguras de que estábamos muy cómodas, con algo de timidez y mucho respeto, nos mostraron su arte. La señora mayor bordaba pañuelos y los ofrecía a quienes tuvieran ganas de comprarlos en su propia residencia, conciente de la curiosidad del turista por saber cómo viven por esas latitudes.
Pues lo cierto es que eran muy lindos, que el trabajo artesanal estaba bien hecho y que en ningún momento nos sentimos forzadas a comprarlos, por todo eso decidimos gastar algunas liras que fueron derechito hasta el corpiño de la auténtica jefa de familia. Con los pañuelos en nuestro poder y luego de que la hija nos enseñara algunos trucos para cubrir nuestras cabezas con algo de gracia, dimos por terminada la visita que ya había superado la hora y media.
Göreme resultó un lugar muy pintoresco para nosotras y para nuestro auto rojo que, por largo rato, encontró la diversión subiendo y bajando cuestas. Pasamos por innumerables rinconcitos dignos de ser fotografiados, restaurantes, pensiones, puestos de venta de artesanías, frutas y verduras. También coincidimos con algunos eventos particulares, la valentía de una tortuga para cruzar una de las calles principales sin respetar la senda peatonal y un numeroso cotejo fúnebre.
Parando en todos aquellos lugares desde donde se apreciaba una buena vista panorámica llegamos al valle de Zelve. Un aporte de nuevas formas a la geografía, autorizan la asignación de otro nombre para la zona: Parque Nacional del Falo Loco o, en su defecto, Reserva Natural del Pene Activo. Un interesante museo en tierras por demás calientes.
Nuestro recorrido continuaba en un poblado de alfareros, la ciudad de Avanos, a orillas del río Kizilirmak (más conocido como Rojo y afamado por ser el más largo del país). Allí hicimos nuestra primera parada gastronómica. Optamos por el restaurante Kumsal dador Inci al que se accedía subiendo una escalera por un callejón infame, pero que recibía al comensal con dos acogedores salones, bellísimamente ambientados.
Bebimos de lo conocido: cerveza; pero comimos aquello que nos sonaba más atípico. De entrada mercimek çorbasi (que resultó ser una sopa de lentejas) y sigara böregi (unos arrolladitos de queso fritos) y de salida saç tava (mmmm ¿un mezcladito de carne y tomate?) y sulu köfte (albóndigas pequeñísimas con yogurt y perejil). Después de la panzada, por primera vez en el viaje, consideramos que con las exquisiteces saboreadas hasta el momento habíamos colmado nuestra curiosidad en abundancia, y pactamos empezar a ser más recatadas en los menesteres alimenticios. El tiempo y la ropa dirán si cumplimos o no.
Pagamos y salimos a la calle a vivir una nueva experiencia, disfrutar de la lluvia turca… Una actitud positiva para que el calificativo de nublado solo le cuadrara al cielo. El chaparrón más fuerte nos limpió el auto justo antes de llegar a Hacibektaş.
Buscando un monasterio, fundado por la orden de Bektasi en 1248, encontramos primero un gran predio que honraba a la música y a sus ejecutores: el Cilehame. Bue’, simplemente un sitio más antes de llegar por fin a donde las mujeres son aceptadas como iguales. Pues no se si por mujeres o por turistas, a pesar de que llegamos fuera de horario, nos permitieron pasar a los patios centrales, al cementerio y al lugar de oración.
El día había sido largo pero aún así decidimos hacer todavía una última escala, la ciudad de Ürgüp. Un nuevo modelo de roca apareció ante nuestros ojos, luego un poblado que alternaba abandono y movimiento citadino cada cuatro o cinco cuadras. Definitivamente la Kapadokia es una región árida, ventosa pero plagada de misterios que le otorgan un encanto muy especial.
Volvimos al hotel cansadas pero repletas de entusiasmo. Tan llenas, tan llenas que nos bastó con ir al comedor lindante por café y yogurt para la cena. Después un bañito reparador y el teléfono de la habitación que suena. Al salir de la ducha la buena nueva era que habían llamado de la recepción para ofrecernos café.
A los diez minutos golpean a la puerta…
26 de abril

Una gran piloto...

Luego de un desayuno bastante generoso, nos montamos a nuestro autito nuevo y salimos rumbo a la Kapadokia. Con un poco de nervios por tener que manejar en un país desconocido, y con el recuerdo latente de los conductores “estambulenses”, tomé la ruta en dirección a Uşak. Teníamos que llegar al centro de Turquía y, excepto por las escalas técnicas, no paramos hasta llegar a allí. Elegimos la ruta más directa, dejando para la vuelta los senderos más generosos, en función de un número importante de pueblitos que nos habían dicho que valía la pena visitar.

El primer stop coincidió con un arroz con leche espectacular, el segundo fue obligado y lo estipuló la policía local al tener evidencias contundentes sobre mi exceso de velocidad. Juro que por las carreteras que circulé no había ni un solo cartel que indicara la velocidad máxima, la fotografía que tomaron a la patente N° 35 CLU 47 (la que hacía desplazar yo misma) acusaba 118 km por hora. Pues, después de una larga discusión, parada de micros repletos de turistas (para que oficiaran de traductores), firmé un papelucho y seguimos andando. La tercera parada se efectivizó pasando Konya y fue originada por la visualización desde la carretera de un letrero que anunciaba una lokanta a pocos metros. Allí hicimos la comida fuerte del día, yo empecé con la sopa típica y continué con el, ya vulgar, kebab. Para finalizar, y con la cuenta, el clavo de olor que se usa para sacarse de encima el mal aliento y que, después de un recorrido por los lugares más recónditos de la boca, debe ser tragado porque no hace daño.

Llegamos, por fin, a Navsehir alrededor de las 7:30 de la tarde. Sin buscar demasiado, y donde creíamos que era el centro de la ciudad, hallamos un hotelucho limpito y no muy caro donde pasar la noche. Ni bien me tiré en la cama planché, los casi 800 kilómetros de manejo me habían liquidado!!

25 de abril

viernes, 25 de abril de 2008

Izmir...

La noche en el bus no estuvo del todo mal, pero tampoco pudimos dormir demasiado. El micro hizo unas cuantas paradas, anunciadas por altavoz y encendido de luces, y la posibilidad de fumarnos un cigarrillito siempre pudo más que el sueño.

Llegamos a Izmir a las 7 de la mañana y, no pasaron más de cinco minutos con caras de despiste, hasta que un pelilargo, barbudo y con pinta de motoquero del 80 salido de un video clip berreta, nos hace saber que estaba a nuestra entera disposición. Octav hizo que vayamos a un comedor, que pidamos algo para beber, que lo escucháramos un rato largo y que incorporáramos a nuestros pensamientos una inmensidad de sugerencias hechas por él. En un rato no sólo estábamos alojadas en un hotel, sino que además habíamos alquilado un auto por cinco días y habíamos sacado el pasaje para nuestra vuelta a Estambul.

Como era muy temprano para tomar nuestra habitación hicimos un paseito por la costanera. Pero nuestros cuerpitos no daban para mucho más así que, aminorando el paso, retornamos para ingresar a la “suite” 402. Subimos las maletas que nos habían esperado en la recepción del Yeni Çunar Otel y nos echamos rápidamente a dormir. Después de un par de horas nos despertó el hambre y entonces salimos de vuelta al ruedo.

Empezamos caminando por Anafartalar, una calle que reúne a tiendas de alimentos y vendedores ambulantes, allí recurriendo a las señas, compramos nuestros víveres para sentarnos en una mesita de la plaza y almorzar. El postre había quedado en una tienda más atrás, así que volvimos por él. Supongo que el pastelero, a través de la vidriera, alcanzó a ver la baba que se deslizaba por la comisura de nuestros labios, y por ello nos invitó a entrar y a tomar asiento. Con la ayuda del dedo índice elegimos algunas cosas que se veían ricas y por último preguntamos si podíamos tomar té. Allí sólo vendían dulces, pero Mustafá quería complacernos y mandó a buscar nuestras infusiones a un local de la cuadra. Lo que más nos gustó fueron los tôrkiş (saray burma), unos bastoncitos embadurnados de almíbar y espolvoreados con pistachio.

Queríamos bajar las calorías injeridas, pero sobre todo, conocer lo más que pudiéramos la ciudad que abandonaríamos al día siguiente, así que seguimos nuestro camino a pie. Por pequeñas callejuelas llegamos al Agora, luego al barrio Asensor y la vuelta, ya al atardecer, coincidió con avenidas y peatonales bien iluminadas y muy transitadas.

Cuando volvimos al hotel nos esperaba un Hyundai Getz, rojo furioso, en la puerta, pedimos que lo aparquen en el estacionamiento del hotel y que lo regresaran al mismo lugar bien temprano en la mañana. Ya podíamos irnos a dormir!

24 de abril

Último día en Estambul...

Dejamos el hotel aprovechando hasta el último minuto de permanencia posible antes de la hora del check out (12 del mediodía). Ya en el mostrador de la recepción, pagamos 4 liras con algunos centavos por dos llamadas locales y de prepo nos servimos chocolates (destinados creo, a los buenos clientes, o por lo menos a aquellos que dejan allí unos cuantos billetes más que nosotras). Definitivamente era una retirada triunfal.

De allí derechito a saludar a nuestros amigos del boulevard, que tantas veces se habían encargado de servirnos el primer alimento del día, y que seguramente lo repetirían complacidos. Esta vez solo un aperitivo y marchar nuevamente al Gran Bazar para que cuidaran de nuestras maletas hasta la hora de tomarnos el bus rumbo a Izmir.

Para no molestar mucho a nadie, y a todos un poco, repartimos nuestros bártulos en tres tiendas diferentes (la de José y Hakan, la de Archí y la de Şerif). En realidad nuestro recorrido fue justo en el orden inverso y nos llevó bastante tiempo por las obvias relaciones públicas que la situación obligaba. Lo mismo sucedería cuando quisiéramos recuperar nuestras pertenencias por lo tanto decidimos no irnos muy lejos.

De las opciones posibles la más interesante fue ir a jugar al tavla con Hakan, a una tetería que no conocíamos todavía. Esta vez la suerte no me acompañó tanto y además tenía en frente mío a un profesional en la materia. Entre charlas defectuosas, derrotas y mucho, mucho té se nos pasó la tarde. Fuimos en busca de nuestro equipaje, saludamos a los conocidos como correspondía y los invitamos a participar del último brindis y despedida a realizarse en el Sultan Pub después del cierre de las tiendas. Para allí partimos nosotras un poco antes para no tener testigos del andar cansino y de la arremetida voraz sobre algún bocadillo.

Luego de la reunioncita en Sultanahmed, que cerraba nuestra estancia en Estambul, tomamos el metro rumbo a la terminal de buses. Con unos cuantos eriks en mi bolsillo, unos frutos chiquitos, verdes y ácidos que no se conocen en la Argentina, ingresé al vagón casi a los empujones. Adriana por su lado también batalló contra el apelotonamiento de gente propio de la hora. Habíamos superado la primera prueba, pero quedaban otras por delante… La siguiente constaba en elegir correctamente la estación en la cual bajar, era un dato que nos había faltado confirmar, creíamos que la tarea no sería complicada ya que habíamos ido hasta allí con anterioridad. Pero el planito con los nombres de las paradas y las intervenciones de la gente que quería ayudarnos nos metió en un brete y terminamos bajando mal. Por suerte apareció nuestro salvador, un tal Mehamed, que nos guío hasta la parada de la compañía Ulusay a tiempo e incluso cargó con nuestro equipaje en algunos tramos (sobre todo en aquellos que estaban constituidos por peldaños). Por fin subimos al autobús… el Egeo nos esperaba!!

23 de abril

miércoles, 23 de abril de 2008

De paseo culturoso a noche de marcha...

Una vez más desayunamos en el Soray, necesitábamos conectarnos a Internet para reportarnos y comer alguna cosa rica para terminar de despabilarnos. Cuando finalizamos con las tareas, caminamos sólo una cuadra y, nos montamos al bus hasta Taksim (durante el día el viaje se hace muchísimo más largo e incómodo).

Andamos un buen rato y llegamos al Palacio Dolmabahce, pagamos la entrada y un permiso de 6 liras para sacar fotografías. Como mi calzado eran ojotas, en vez de enfundar mis pies con bolsas rosas (como hacía todo el mundo) opté por entrar en patas. Así comencé la ruta del Selamlik, dentro de un contingente con guía en inglés. Esto no tiene que ver con un brote de intelectualidad, simplemente que no hay otra forma de visitar el edificio reservado a los hombres que no sea en grupo y con un vigía (y si bien no tengo aptitudes para el inglés, sabrán que lo prefiero antes que el turco, aunque probablemente si me dieran un par de meses cambiaría de opinión).

En un momento mi grupo, que se desplazaba a gran velocidad, se topó con un contingente de franceses con guía privado. Y si es cierto que esta lengua me viene mejor que las dos anteriores, cuando disimuladamente me infiltré entre los franchutes no estaba pensando en la información que iba a recibir sino en que iba a tener más tiempo para contemplar y fotografiar los salones, el mobiliario, las arañas y todos los tesoros de los que se precia el palacio.

El primer grupo muy rápido, pero el segundo insoportablemente lento, en breve me había arrepentido del cambio. Por suerte no tardó en llegar el equipo turco y sin dudarlo, traicionando completamente a mi intelecto, me cambié de bando. No en vano se dice que la tercera es la vencida! Salí del palacio un rato más tarde que Adriana que se entretuvo sacando fotos a los guardias y a las boyas.

Subimos al metro que nos acercaría a una tetería tradicional. Una vez arribadas nos dispusimos en cómodos asientos, pedimos nuestro té y nuestro narguile de melón y fumamos… Después de un rato mi compañera logró marearse y yo, un poco más tarde, conseguí aburrirme de la ceremonia. Pero como ya habían pasado casi dos horas decidimos dar por terminado el plan.

Cuando salimos de allí ya había oscurecido y pensamos que no estaría mal hacer un nuevo paseito por Sultanahmed (los paisajes se modifican según la luz que los alumbra y nosotras todavía nos debíamos ese circuito por la noche).

Hicimos una escala en el Faros Hotel para tomarnos unas cervezas, allí con conexión a internet mediante nos entretuvimos un rato largo. Mientras Adriana se concentraba en las respuestas de sus mails yo, en un cocoliche importante estuve de gran charla con Erol. Después de un rato largo, al entender que las afecciones en el lenguaje no dificultaban la comprensión, decidí que no era una mala idea que fuéramos a tomar algunas copas para saber de que se trataban las noches de marcha en Estambul.

Como soy una chica responsable y al otro día teníamos que dejar el Polat, procuré que la fiesta no continuara hasta la madrugada. Así fue como a las tres y media de la mañana llegué al hotel montada en una moto, todavía sin tanto cansancio como para hacer mi valija.

22 de abril

Experiencias extrañas y reconfortantes...

Nos levantamos con un problema administrativo a resolver, teníamos que llegar al Gran Bazar para recuperar la tarjeta de débito de Adriana o prender fuego un cajero automático. Gracias a la buena gestión de Şerif, en pocas horas, el plástico volvió a la billetera de mi compañera. Mientras tanto Ishmael nos cambió dólares y reservó pasajes para nosotras; tomamos mucho té y bailamos música caribeña.

Con todo más o menos en orden caminamos hacia Eminönü en busca del bazar de las especias. Allí todos nuestros sentidos se encendieron al mismo tiempo, mezcla de colores, aromas y gustos nos hacían andar más lento y aceptar la invitación de los puesteros a mostrarnos sus mercancías. Así es como seguimos tomando té, pero esta vez degustando bombones de la región y oliendo yuyos de lo más diversos. Entre néctares y sustancias afrodisíacas nuestras hormonas se revolucionaron y, luego de comernos unos kebab, decidimos entrar a una mesquita cercana para encontrar la calma nuevamente.

Allí pudimos observar a muchos lugareños en oración, nosotras no teníamos mucho para decir, pero la contemplación, el silencio y los pañuelos cubriendo nuestras cabezas ayudaron a que entráramos más o menos en el mismo trance. En un momento una mujer mayor interrumpió mi paso, vaya sorpresa, todavía no se bien que es lo que sucedió… Con una sonrisa muy plena en el rostro no paraba de hablarme (supongo que en turco), me agarraba las manos y yo sin saber que hacer solo atiné a devolverle la misma expresión y por último, no me pregunten por qué, le besé las manos. Sus ojitos brillaron aún más y continúo escupiendo palabras que yo no comprendía en lo más mínimo, creo que recién en ese momento se percató y entonces fue ella la que besó mis manos… rarezas!

De una extraña situación a otra…

A pedido nuestro José había reservado turno para que vayamos a un Hamam que saliera del circuito turístico. Allí nos llevó Hakan.

Luego de pagar lo correspondiente, 30 liras cada una, un chico nos guió hasta una puerta común y corriente, tocó un timbre, nos hizo una señal para que entremos y se esfumó. Inmediatamente nos encontramos en un gran recinto con mobiliario muy austero y un decorado bastante decadente. Minutos después apareció una señora gorda en bata y comenzó un ritual de bienvenida. Nos llevó hasta un pequeño cubículo para que dejáramos nuestras cosas y antes de irse nos dio unas ojotas bastante pintorescas y una pequeña toalla (pesternal) para que cubriéramos nuestra desnudez. Al rato volvió a buscarnos… a pocos metros de allí, pero con una arquitectura completamente diferente, nos esperaba el propio baño turco.

En fila india, comandada por la “dueña de casa”, llegamos al recinto principal. En el centro una piedra hexagonal de mármol se imponía y encima de ella dos mujeres más (también “dueñas de casa”) ostentaban sus gruesas formas. Éramos cinco damas, yo la única totalmente en pelotas, pero estupendamente a gusto entendiendo que por aquí la armonía tiene que ver con otras cuestiones muchos menos esquizofrénicas.

La ceremonia comenzó… el lugar era cálido y húmedo, por unas cuantas canillas brotaba agua y todo allí dentro estaba hecho para poder ser salpicado o groseramente empapado. Por los pisos había una disposición de canaletas para que no sea necesario tener que saber nadar. Sentaditas a los costados de las piletas recibimos los primeros baldazos de agua tibia, aunque quizás es mejor decir palanganazos y aclarar que todo fue con movimientos muy sutiles; después, la indicación para que siguiéramos con la acción nosotras mismas. Una vez completamente mojadas nos invitaron a sentarnos en la piedra y como si fuéramos amigas de antaño tomamos café, “conversamos” en un perfecto lenguaje de señas y sonidos y fundamentalmente nos reímos.

La tertulia llegó a su fin y empezó el relax más pleno. Me recosté de espaldas, vi la cavidad de la cúpula en el techo y medité sobre lo estupendo que me estaba resultando el plan. Al rato mi pesternal estaba perfectamente estirado en uno de los lados del hexágono y de alguna manera supe que era allí donde tenía que ponerme boca abajo.

Quien se encargó de mí hasta el final, siguiendo todos los pasos para alcanzar una completa limpieza de mi cuerpo (y por que no de mi mente), fue la mujer más joven y, según los cánones de la belleza occidental, la más guapa. Primero, con una esponja vegetal, se ocupó de deshacerse de toda mi piel vieja; luego, de la mano, me llevó hasta las piletas para que el agua hiciera correr los restos.

Mientras me tiraba agua oí el mismo timbre que sonó a nuestra llegada, no tardaron en aparecer tres españolas. Luego de una pequeña charla con las ruidosas intrusas, volví al lugar de donde partí pensando que esta invasión haría que se perdiera la magia. Sin embargo, nuevamente recostada en mi sitio, ni bien sentí el agua jabonosa por mi espalda, el encanto se potenció. Mi cuerpo era lavado con extremo cuidado y una notable dedicación: si era necesario un mejor posicionamiento del cuerpo para llevar adelante la tarea, no debía hacer nada más que dejar hacer y casi siempre era imperceptible; si la espuma irrumpía en mi rostro, una suave caricia la retiraba.

Nuevamente el agua sobre mi cuerpo… y pasar a la fase de los masajes. Las manos que antes se deslizaban con suavidad, ahora ejercían cierta fuerza, sentí una agradable e intensa presión en cada uno de mis músculos: desde los pies hasta el tórax mientras estuve acostada boca arriba y boca abajo; desde los hombros hasta la cabeza mientras estuve sentada. Y he aquí el momento sublime, de repente empecé a oír una melodía que provenía de la persona que tenía mi brazo entre sus manos, era como si me estuvieran cantando al oído. La música continuó hasta el final del proceso y se detuvo justo en el momento en que los labios que la ejecutaban besaron tres veces distintas partes de mi cabeza.

El baño propiamente dicho terminó después de que esas manos, que para mí ya eran palabras mayores, usaron el conocido shampoo y la afamada crema de enjuague para una perfecta higiene del cabello (me gusta ir a las peluquerías sólo para que me laven el pelo pero les juro, y creo que ya se lo imaginarán, que aquí es muchísimo mejor).

No había dudas de que se trataba de una experiencia formidable! No puedo describir todas las sensaciones por las que atravesé desde que apareció aquella mujer envuelta en su robe de chambre desgastada, sólo diré que fueron muchas y todas intensas.

¿Si lo repetiría? Claro que si, pero dejaría que pase un tiempo… para no naturalizarlo. Definitivamente, lo que me hubiera gustado es desdoblarme… para estar allí pero a la vez poder ver la escena, con todos sus detalles, desde fuera, entre otras cosas porque no imagino un cuadro más erótico y porque creo haber tenido un buen protagónico.

Cuando pensé que ya todo había terminado y me iban a llevar en busca de mi ropa, confirmé que en ese lugar no había apuro alguno, absolutamente para nada. Allí podíamos quedarnos disfrutando del sauna o de la pileta con agua helada hasta que nos diera la gana… y por supuesto hicimos las dos cosas, pero no hasta que quisimos porque todavía teníamos que ir a comprar nuestros pasajes para Izmir.

Con cuarenta minutos de retraso llegamos al encuentro de Şerif que, como vive cerca de la estación de buses, había prometido llevarnos hasta allí para pagar los billetes que ya teníamos reservados. Por suerte no hubo enojos, solo unos retos de mentirita por la demora y emprendimos la misión conjuntamente con otro amigo hispano parlante: Archibaldo (Archí, para todo el mundo). Una vez cumplido el objetivo nos dejaron en nuestro lujoso hotel, se suponía que debíamos descansar y aprovechar al máximo el estado de relajamiento que uno alcanza después de haber pasado por un Hamam, pero ni bien nos metimos en la puerta giratoria supimos que no era el momento de terminar el día.

Después de una pasadita por el toilette, decidimos tomarnos el tren hasta Kumkapi y probar con los meyhanes (restaurantes de pescado). Encontramos uno lindo, bueno y barato, el Havuzbasi, que como todos los otros estaba a orillas del mar Mármara. De las opciones del menú elegimos lo que nos aseguraron que era bien fresco. Pues yo no se si es verdad, pero los kaides (mejillones) y el levrek (lubina) sabían bien buenos.

Mientras cenábamos advertimos que eran muchas las personas preocupadas por el servicio. Desde los camareros hasta los gerentes, todos hicieron algo para hacernos sentir más a gusto. Mención aparte merece Billy, el relaciones públicas que con simpatía nos había hecho entrar. Su nombre verdadero resultó ser Garip y ahora nos haría salir por la puerta grande y con chofer (él mismo). No teníamos que preocuparnos más por el horario del último tren y entonces tomamos el té que siempre viene de regalo y finalmente nos llevó hasta el hotel sanas y salvas.

21 de abril

lunes, 21 de abril de 2008

Domingueando...

Los domingos los bazares cierran, por lo tanto, José tenía el día libre y nos ofreció llevarnos de paseo para conocer un poco mejor la ciudad. Nos encontramos al mediodía en la estación de tren, nos subimos a su auto y empezó la ronda.

Primero tomamos té (çay) en una terraza a orillas del bósforo, a pasitos no más del palacio Dolmabahçe. Luego recorrimos Beşiktaş, algo así como los bosques de Palermo pero sin lago y con muchas flores. Desembocamos en Ortaköy donde hicimos nuestra primera escala técnica. Por fin decidió aparcar, digo por fin, porque aunque los paisajes que se fueron desplegando a través de nuestras ventanas eran realmente buenos, estar arriba de un automóvil turco, conducido por un turco es realmente un peligro. Ya lo habíamos notado siendo simples transeúntes (en dos oportunidades estuvimos a punto de ser arrolladas) pero la experiencia arriba del rodado era aún peor porque el riesgo era continuo. Casi, casi atropellamos a un carrito de bebé, juro que en el relato no hay nada de exageración, Adriana tuvo que poner sus manitas para salvar al crío de un fuerte impacto, algo que finalmente terminó ocurriendo minutos después contra otro vehículo entrando en un estacionamiento. ¿Qué más puedo agregar? Y si, que por suerte todo esto ocurrió yendo a 5 kilómetros por hora, sino no se si podrían estar leyendo estas líneas.

Nos tocaba ahora un poco de caminata, algo que a los turcos no les viene nada bien. Para incentivar a nuestro lazarillo paramos en una heladería, yo elegí mis gustos según los colores y así fue como, por primera vez en la vida, opté por el pistacho y el kiwi. Por supuesto que este era solo un tentempié, aunque ya eran las cuatro de la tarde, todavía quedaba por resolver el almuerzo. Después de todos los agasajos del día anterior, donde no nos dejaron sacar ni una moneda, le habíamos hecho prometer a nuestro anfitrión que este día corría por cuenta nuestra y si bien ya había logrado hacernos algo de trampa, ahora estábamos más alertas.

En un centrito comercial, muy próximo al muelle de donde salía el barco que nos llevaría a dar una vuelta por el Bósforo, encontramos una mesa libre. Allí sentados comimos papas rellenas, tomamos cerveza y jugamos al tavla. Después de un largo rato lúdico las damas embarcaron (José aprovecharía para ir a buscar a su hijo y volvería en unas horas).

Mientras tanto, agua, agua y más agüita, fotitos por aquí y fotitos por allá cubriendo los dos márgenes del río (el lado europeo a la ida, el asiático a la vuelta). De charla con una española infiltrada en un contingente de jóvenes turcos, cuando pasó el chico cobrando el pasaje se olvidó de mí. Adriana, desde la cabina del capitán (haciendo alarde de sus conocimientos náuticos), tampoco tuvo que desembolsar billete alguno. Al final, y sin darnos cuenta siquiera, nos habíamos ahorrado 14 liras.

Pisamos nuevamente tierra firme y enseguida nos reencontramos con José. Ya estaba anocheciendo y fuimos al barrio de Eyüp a contemplar la mejor vista del Cuerno de Oro desde un parador realmente bello (al que también van los recién casados para tomarse fotografías).

Como broche de oro para un estupendo día, José nos invitó a su casa y así conocimos a toda su familia y hasta un par de vecinas. Su madre nos ofreció comida casera y unos cuantos pasos de la danza del vientre. Con las limitaciones idiomáticas de por medio todos tuvimos que acentuar nuestra gestualidad, pero lo hicimos sin grandes esfuerzos. Toda nuestra corporalidad obró en nuestro beneficio y con total naturalidad… Linda gente!!

Si bien insistimos en que el viaje hasta el hotel era muy largo, que no había necesidad de que nos llevara hasta allá teniendo todavía la posibilidad de tomarnos el tren, se empecinó en no hacernos caso. Para ponerle punto final al asunto recurrió a una frase que yo ya conocía gracias a las enseñanzas de Koray (el turco con el que compartí peripecias en Tenerife). “Capachenené” (fonética pura), que quiere decir cállate o cierra la boca. Nos reímos y salimos para Yesilyurt…

Después resultó que terminamos haciendo una escala en Berkikoy. Unas copas para nosotras, juguito exprimido para el señor, música en vivo para todos y baile para mí.

Después de todo este movimiento dormí como un angelito…

20 de abril

Conociendo mejor a los locales...

Marlene (una linda niña que conocí en Tenerife) me dijo: si lo deseas ponte en contacto con José Álvarez, habla muy bien español y si tienes algún problema no dudes en llamarlo, él y los suyos son mi familia turca. Sin complicaciones mediante, ni problemas a la vista, de todas formas decidí enviarle un mail. No tardó en responder y convinimos el encuentro. 12:30 en el Gran Bazar, él tiene un local allí y a nosotras nos venía estupendo porque todavía no lo habíamos visitado y mi compañera de viaje moría por hacer compras.

Nuevamente nos tomamos el tren, pero esta vez bajamos en la estación Kumkapi y subiendo la cuesta atravesamos los barrios Gedikpaşa y Çemberlitas. Llegamos cansadas pero llegamos… a la hora señalada y al lugar preciso: la puerta que desemboca en la estación del metro Beyazit. Después todo corrió por cuenta de nuestra pinta, José nos identificó fácilmente.

Luego de las presentaciones formales y no tanto, entramos al Kapali Çarşi (entiéndase Gran Bazar). Allí conocimos a Hakan, el socio de José y a bastante más gente de la que no recuerdo el nombre.

Nuestro nuevo amigo nos invitó a almorzar al Havuzlu y se encargó de que el menú fuera variado y perfectamente turco.
Lo salado: sa
ç kavurma, bezelye, ispanak
Lo dulce: sutla
ç firinda, uncir tatlisi cevirli
Lo bebible: ayran (yogurt con agua)

Luego del banquete nos separamos pautando previamente un horario de encuentro. Adriana a gastar su platita… y yo a deambular por los corredores con cámara en mano. A primera vista el caos visual y la disposición laberíntica del lugar me hicieron pensar que no tardaría mucho en perderme, así y todo prefería ir al ritmo del despistado que al del regateador y entonces encaré el proyecto con entusiasmo y me perdí… La sorpresa es que enseguida me sentí como en casa, del enorme bullicio afloraban Maradona´s, Messi´s y Delgado’s (¿?). Y a mi paso encontré a muchos como José que, más allá del deseo de demostrar que esta tierra también es futbolera, hablaban bastante bien el español. Entre alfombras, lámparas, gorros y carteras comprendí que había alguna forma para zafar de la insistencia de los vendedores. Algunas fotos y muchas sonrisas me permitieron continuar un rato más entre cueros, algodón, platería y perfumes pero me sobraba tiempo y entonces decidí seguir mi caminata a la luz del sol para conocer un poco mejor la periferia.

De regreso, acompañé a Hakan a comprar carteras y de camino, me enseñó el pabellón de música de la universidad, una tetería tradicional y algunos pasajes por los que nunca hubiera andado de no haber estado con una persona local. Finalmente volvimos con una gran carga y no mucho antes del cierre. Me encontré con Adriana que ya se había recuperado del malestar que le había ocasionado la pérdida de su tarjeta de débito luego de un intento infructuoso de extracción de dinero. Todos prometieron que el lunes encontrarían una solución al problema, era sábado.

Después de presenciar el ritual de cierre del bazar, hacer unas cuantas cuadras con el complemento, más que interesante, de las notas al pie que aportaban nuestros guías, montamos al vehículo que nos conduciría al hotel para dejar nuestros bártulos y hacer un cambio de ropa.

Terminamos la jornada cenando en el Isak Paşa al compás de un tamboril que por momentos nos invitaba al baile (el ejecutor de la música parece que era un excelente trovador… una pena no haberle entendido nada de nada). Comimos nuevas exquisiteces y bebimos raki (agua ardiente de anís). Para evitar el exceso etílico te sirven dos copas del mismo tamaño, una con agua y la otra con una medida de raki que se completa con agua (al mezclar las dos bebidas, en principio igual de transparentes, el resultado final es un líquido blanco). La fórmula es que los dos vasos se vayan vaciando a la misma velocidad. Lo hicimos correctamente y yo particularmente varias veces, pero nadie tuvo que llevarme en andas y recuerdo absolutamente todo, incluido el veredicto de la borra del café… pero eso me lo guardo para mi!

19 de abril

sábado, 19 de abril de 2008

Los clásicos...

Hoy si que podemos practicar nuestro gunaydin! (Buenos Días!), si usted quiere intentarlo también diga algo así como gewn-I-duhn…

Nos hemos levantado a las 7:30 y hemos desayunado en el Soray, donde probamos una masa hojaldrada rellena con ricota y especias que caliente está muy bien. Si usted quiere probarlo también, pida su bôregi.

Tomamos el tren hacia el centro de la ciudad en busca de los lugares mencionados en todas las guías turísticas… Para ello descendimos en la estación Cankurtarn y nos adentramos en el barrio Sultanahmet.

Empezamos nuestro recorrido monumental en la gran Mesquita azul, construida allá por el 1600. Nos descalzamos como todo el mundo lo hacía y una vez adentro, esquivando numerosos cuerpos, tomamos las fotografías de rigor. La visita no fue muy prolongada. Cruzando una calle y unos bellos jardines llegamos a Santa Sofía, allí también se agolpaba la gente. De todas formas pagamos nuestra entrada y pasamos los puestos de seguridad, no podíamos dejar de visitar la iglesia de la sagrada sabiduría, no habíamos hecho tantos kilómetros para omitir el templo más importante de la época bizantina inaugurado por el emperador Justiniano en el año 537. Atájense esa, ja ja ja. Pues con tanto nombre y tanta historia AyaSofya nos tomó un poco más de tiempo.

Una calle más arriba nos topamos con la cisterna de la Basílica (Yerebatan Sarnici), curioso… porque se dice que los otomanos tardaron más de 100 años en descubrirla. Chicas con suerte!! Descendimos las escaleras, nos abrigamos un poco para combatir el frío que provoca el exceso de humedad y la ausencia del sol y paseamos por las pasarelas protegiendo nuestras cámaras de las caprichosas goteras.

No anduvimos mucho más para llegar al Palacio Topkapi y menos mal, porque allí si que hay que tomarse un tiempito… Recorrer los jardines, las habitaciones, los Hamam, la cocina, el tesoro, el Harem (entrada aparte) y demás instalaciones lleva aproximadamente cuatro preciosas horas. Si usted viene por aquí ni se le ocurra pagar 10 liras más por las guías electrónicas (poca información y musiquita en demasía).

El desayuno no había sido muy suculento, nos habíamos salteado el almuerzo y a las cinco de la tarde estábamos a punto de devorarnos una a la otra. Encontrar un lugar donde ofrecieran los típicos kebab era nuestro próximo objetivo. Pasamos por restaurantes, teterías, cafés, seguimos haciendo cuadras sin lograr dar con el lugar, hasta que al fin, aventurándonos por callecitas más escondidas encontramos el Kebab Hause. Allí hicimos una degustación de todas las variedades, desinflamos un lavay (pan sin miga) para trozarlo y acompañar los manjares y brindamos con cerveza una y otra vez porque Estanbul se portaba de maravillas con nosotras. Como si eso fuera poco aprendimos a decir hola (merhaba) y por favor (lûtfen) y por el mismo precio Ahmet (amigo kurdo) nos enseñó algunos pasos del baile tradicional de Anatolia.

Con nuestras panzas satisfechas decidimos volver al hotel. De camino nos aprovisionamos de café instantáneo, pan, queso y algunos dulces, por si acaso…

18 de abril

Caminatas de reconocimiento...

Camas confortables y almohadas mullidas cuidaron de nuestro sueño nocturno y mañanero. Mi compañera de cuarto saltó de la cama al ver en el display del televisor 13:34, era tardísimo y no podía tratarse de una confusión producto de la diferencia horaria con nuestro país (seis horas menos). El movimiento brusco me despertó y en breve estábamos listas para salir del hotel.

Si bien en Buenos Aires no tengo la costumbre de dedicarle mucho tiempo al desayuno, cuando estoy de viaje esta práctica me parece sumamente indispensable, se trata del momento en el cual se esclarece el plan de la jornada. Para Adriana significa mucho más que eso, recién después del quinto sorbo de café y algún que otro bocadillo termina de abrir los ojos. Pues entonces teníamos que desayunar…

Caminando por el boulevard Sipahioglu Cad rumbo a la estación de tren Yesilyurt, nos topamos con el bar–restaurant Tarihi Tekirdag Koftecisi. Había muchos, pero fue el primero que vimos y entramos. El mozo no nos entendía ni jota y por ese motivo tuvimos el honor de ser atendidas por el propio dueño. Con las diferencias lógicas para el caso conseguimos que nuestra pequeña mesa al aire libre se fuera ocupando con los alimentos adecuados conforme a lo que para nosotros es el primer plato del día. Los ingredientes que más se demoraron fueron aquellos que entraron al local, mucho después que nosotras, dentro de una bolsita de supermercado. Yogurt, quesos, fiambres, omelette, pan y miel, y todo en grandes cantidades, nos haría olvidar de la comida hasta la noche. Por el mismo precio también conseguimos conectarnos a Internet y mandar nuestros primeros mails notificando, fundamentalmente a la familia, que el viaje había sido exitoso y que nos encontrábamos de maravillas.

No podíamos estar en mejores condiciones para arrancar el día. Finalmente nos tomamos el tren hasta la última estación. El tiempo en llegar a Sirkeci fue de aproximadamente 40 minutos. Allí encontramos una oficina de información turística y mejoramos la calidad de nuestro mapa. Sin más demoras empezamos nuestra caminata por Sultanahmet. Sabíamos que tendríamos que volver por allí, ya que es el barrio que aloja la mayor cantidad de edificios a visitar pero este día estábamos fuera de horario.

Por suerte todavía nos acompañaba la luz del sol y nuestros ojos no perdían detalle. Tampoco nuestros cuerpos… que tuvieron que adaptarse a subidas y bajadas, calles empedradas y maniobras bruscas para no ser arrollados por los conductores locales.

Realmente no dábamos crédito de lo que veíamos, miráramos para donde miráramos todo nos resultaba impresionante: las flores, especialmente los tulipanes, inundando los espacios libres; los característicos contornos de las mesquitas asomando por el cielo; muchos hombres jugando al tavla o simplemente charlando sentados en sillas diminutas tomando te y un centenar de Can I help you?, que estimo la excusa para tomar contacto. Así apareció Hasan, que desde una mesa desde el restaurant Mozaik, descubrió inmediatamente que no era nuestra lengua y entonces probó con un excelente español, bravo! Comenzó la primera charla fluida desde nuestro arribo, nosotras hacíamos preguntas sobre lugares y costumbres y él respondía con tips de conveniencias y cuidados, mezclados con que guapa, hermosa niña, cariño, que bellos ojos tienes y todas esas cosas que casi todos los turcos saben aunque no hablen casi nada de español.

Pues por recomendación de Hasan, habiendo prometido previamente volver hasta allí más tarde, caminamos hasta la torre Gálata para ver el atardecer. Para ello había que cruzar el puente homónimo, en el cual se amontonan los pescadores por arriba y un montón de restaurantes en una pasarela inferior que dejamos para la vuelta.

La torre ofrece una bella vista de la ciudad, de los ríos Cuerno de oro y Bósforo y el mar de Mármara. La visita duró el tiempo necesario para tomar unas cuantas fotografías de la puesta del sol, rescatar una lapicera suicida (que no logró saltar definitivamente al vacío y quedó atrapada entre la reja de protección y el borde de la cornisa) y un descansito con aperitivos en la confitería (un piso más abajo del mirador).

No teníamos planeado cenar, sin embargo caímos en las garras del puente (köprüsü), o mejor dicho en una de sus Lokantas (los típicos restaurantes tradicionales donde te sirven los platos anunciados en la puerta), aunque quizás más honesto es decir que fue la insistencia de un tal Roberto… ¿Roberto? Pues si, es que aquí casi todos los personajes que de alguna manera están en contacto con turistas usan un seudónimo más conveniente. Definitivamente, desde Balik Noktasi (Fish Point) el paisaje era bueno y apropiado para terminar la jornada. Además estábamos a poquitas cuadras de la estación y todavía faltaba bastante para las 12 de la noche (hora en la que pasa el último tren), por lo tanto no podíamos dejar de aceptar la invitación a bebernos un te de manzana, sabiendo que luego cambiaríamos de brebaje. A esa hora no nos venía nada mal unas cervecitas con algunos bocaditos. Elegimos una mesa al aire libre y ahora era Antonyo el que se encargaba de servirnos…

Nos sentamos con cierta desconfianza, temíamos que tanta amabilidad y sonrisas en demasía, terminaran en una cuenta desorbitante. Decidimos entonces arreglar las cuentas antes de consumir nada. Llegamos a un buen trato y comenzó el disfrute, pero también el frío. Como reflexión final diré que en Estambul no hay que preocuparse de nada. Cuando los turcos dicen esto es un regalo, realmente lo es, si tenés frío te ofrecen abrigo y si te agasajan, te dicen cosas lindas y te regalan flores probablemente te estén queriendo levantar, pero si tu no accedes no pasa nada. Las sonrisas continúan!

17 de abril

viernes, 18 de abril de 2008

Llegamos a destino...

Nuestro arribo a Istambul no podía ser con más fortuna, como primera medida para testearnos en esto de irrumpir en una nueva cultura, con costumbres y lenguas diferentes decidimos ajustarnos al lema “donde va Vicente va la gente”. Pero resultó formidable tener que cambiar de estrategia tan deprisa al descubrir que el pasaje proveniente de Argentina (creo que éramos las únicas) no pagaba visado… vaya uno a saber por qué. Así que derechito a inmigraciones, cambiamos el entorno constituido por españoles y norteamericanos por gente que creemos proveniente de Polonia, Estonia, Eslovenia y porque no del país del mismísimo conde Drácula.

Una vez aceptadas como turistas, con nuevos timbrados en el pasaporte, habiendo sonreído para las cámaras y atravesado la línea amarilla sin pagar un solo centavo, verificamos la banda por la cual tendrían que aparecer nuestras maletas… Pero todo pasó tan rápido que todavía teníamos algo de tiempo para buscar la pecera correspondiente. A juzgar por lo moderno del aeropuerto Atatürk, pensamos que iba a ranquear para los top five pero no, ni sillones, ni mobiliario diseñado para tal efecto, solo un sitio más apartado y unos cuantos ceniceros.

Las maletas aparecieron sin rasguño alguno, mi ruedita reparada improvisadamente sigue allí, por suerte. Y entonces hicimos camino al andar.

Generalmente uno le escapa al cambio de divisas en los aeropuertos, pero aquí nos dijeron que era diferente, así que decidimos no conformarnos con lo justo para llegar al hotel y algún que otro refresco, es por eso que a mi pequeño rollito de dólares ya le faltan tres billetes. De todas formas muy duchas en el asunto de la economía, no nos quedamos con el primer cartel con la inscripción change, había varios y optamos por los numeritos más interesantes (a saber más plata, menos comisión).

Inmediatamente después empezamos a ocuparnos del tema del traslado hasta el hotel. Imaginábamos que debía haber alguna forma de llegar hasta allí con transportes públicos y para nosotras eso significan palabras mágicas: bajo costo. Fácilmente encontramos la oficina de información turística y allí otra vez las buenas nuevas, con unos cuantos gestos de por medio entendimos que existía una posibilidad aún mejor, que fuera gratis. Una pequeña van con un diminuto cartelito que dice Polat nos acercaría hasta lo que será nuestro lujoso albergue por una semana.

El único problema que teníamos ahora era safar de las propinas que esperaba el chofer… involucraban al portero… y por supuesto reclamaría el maletero. Pero para eso mandadas a hacer, unas perfectas caras de idiota, hacernos cargo nosotras mismas de todos los bártulos y listo. Con esa horrible actitud de nuestra parte, de todas formas nos recibieron de mil maravillas, era el primer indicio de que los turcos son buena gente y para nada interesados. Nos concedieron la habitación 1208 que aunque no tiene vista al mar de Mármara está sumamente acogedora.

Necesitábamos darnos un bañito, deshacernos de nuestra ropa de viaje y acomodar nuestras pertenencias (para las prendas el placard y para el dinero y los cigarrillos la caja fuerte, claro). Ya estábamos listas para salir a la calle nuevamente, pero esta vez con un destino más desafiante, dar el primer vistazo por donde fuera.

Conocíamos el nombre de un barrio céntrico llamado Taksim, no habíamos hablado de ir para allí, pero sólo habíamos caminado una cuadra y oh sorpresa aparece un bus grandote y verde que llevaba al frente escrito ese destino. El bólido se detuvo fuera de su parada oficial (segundo indicio de hospitalidad) y sin dudarlo nos montamos al 72T. Luego de pagarle al boletero nos sentamos muy cerquita de aquellos que nos habían escuchado decir con un acento extraño hasta donde íbamos, era seguro que así nos avisarían cuando tuviéramos que descender.

La idea no era mala pero no era imprescindible. Inmediatamente, una chica, que percibió las dificultades del señor que expendía los billetes para entender el inglés, intervino. A dónde van, de dónde son, como se llaman, tienes e-mail. Luego otro más apuntó lo arriesgadas que éramos al haber emprendido esa excursión solas y de noche, sugirió lugares para no perderse y mostrando alguna preocupación por nuestra vuelta, dio horarios de buses, nos enseñó los minibuses y una vez llegados al lugar nos indicó el camino para acceder a la peatonal Istiklal Caddesi (una reflexión pasajera: o Caddesi fue un ejemplar emperador que los turcos necesitan recordar todo el tiempo o bien significa simplemente calle, prefiero quedarme con la segunda opción aunque no tenga información fidedigna todavía).

Y allí comenzamos el circuito de reconocimiento. Como nuestra Florida, Istiklal acoge a todas las casas de ropa de las grandes marcas, perfumerías, zapaterías y locales modernos de todos los rubros. Pero una comparación tan pueril no conforma a nadie y, además, no es puramente fiel al entorno. Vendedores ambulantes de billetes de lotería que portan un curioso tambor giratorio, conejos que ofrecen papelitos al transeúnte deseoso de probar su suerte, heladeros cantores que hacen sonar campanas y mucha, mucha gente andando; olores a castañas, choclos asados y humo de manzanas que expiden los narguile; cruces de calles que dan a pasajes atestados de teterías, restaurantes y pubs; todo esto justificó el haber hecho tantos kilómetros.

Todavía nos faltaba descubrir algo sobre los sabores y entonces decidimos interrumpir la caminata para entrar a alguno de los tantos sitios que ofrecen comidas. En honor a la verdad debo decir que lo que definió la elección fue un efecto visual. En una cuasi vidriera, una señora toda vestida de blanco, pañuelo en la cabeza incluido, estiraba una maza, también blanca, con total destreza, luego cubría esta superficie con distintos ingredientes y terminaba la tarea haciendo un doblez. El bocadillo sabe llamarse Gözlemeler (una traducción arriesgada pero práctica sería panqueque… turco). Pedimos dos distintos para compartir, uno con ispanakli (espinaca) y otro con peynirli (queso). Intentamos acompañarlos con cerveza pero no fue posible, no sabemos si por creencias religiosas o por falta de habilitación, allí no vendían bebidas alcohólicas. Esto no nos desanimó, la soda es más amable con los sabores de la comida. Ya teníamos la primera experiencia con lo salado, también con lo picante, pero faltaba lo dulce… Lo solucionamos pidiendo un Asure, postre energético que nosotras creemos está hecho a base de garbanzos, porotos, puré de manzanas y canela.

Ya era bastante tarde y atentas por no perder el último bus, después de transcribir en mi cuaderno de notas lo que había sido nuestra comanda, devolvimos el menú al único mozo del Hala.

Después de una corta caminata que no alcanzó para hacer la digestión arribamos a la parada en tiempo y forma. Bueno, en realidad eso fue lo que creímos al llegar, pero después de haber advertido que la gente a nuestro alrededor había rotado unas cuatro o cinco veces y que habían pasado 45 minutos de la hora señalada por el amigo del bus, entendimos que la espera era en vano y que lo mejor era tomarnos un taksi.

El hotel queda bastante alejado del centro de la ciudad por lo que tuvimos que asumir nuestro primer exceso. Nos fajaron con 50 liras turcas (YTL). Jodida tarifa nocturna!

16 de abril de 2008

jueves, 17 de abril de 2008

Experiencias de Aeropuerto...

Llegamos a Barajas a las seis de la mañana, hora local. No diré nada del viaje más que he dormido lo suficiente para aceptar que el efecto jet lag se ha apoderado de mí. Que esta somnolencia ha sido interrumpida por las bandejitas de la mejor distracción en vuelo, “pollo o pasta, pollo o pasta” y una película de las de final feliz y desarrollo conflictivo más por el desperfecto técnico de mi auricular que por el argumento fílmico. Quizás lo más interesante del trayecto fue haber llegado a la conclusión de que los eventuales pedidos del comandante de abordo de abrocharse los cinturones, son originados por una ridícula disposición de las compañías aéreas para que, en el caso de catástrofe, la aseguradora pague a los familiares de las víctimas.

Llegar a un aeropuerto cuando uno está en tránsito, y tiene algunas horas por delante para embarcar en el próximo avión, significa una carrera desenfrenada por encontrar lo más rápidamente posible la pecera, entiéndase aquel lugar donde se encuentran una y otra vez los viciosos del tabaco. Creo que me convertiré en una experta de estos sitios. Lo primero para comentar al respecto es que la pecera del aeropuerto internacional de Ezeiza supera ampliamente, en cuanto a comodidad y estética, al cubículo desde el cual estoy sentada ahora escribiendo estas líneas. En Baires nuestros traseros se apoyaron en confortables almohadones blancos mientras que aquí están al contacto de cerámicos fríos, lo bueno del asunto es que esta locación estimula la liberación de las flatulencias desorbitadas que se han ido apoderando de nuestros cuerpos durante las 12 horas del trayecto por los aires.

Ya llevamos dos cigarritos y un café... cada una. Y comprendimos en breve que es muy bueno ser poseedor de un encendedor. Inmediatamente te convertís en alguien poderoso, respetable y te da la posibilidad de ser generoso una y otra vez, con el beneficio además de entablar conversaciones con personajes de todas las especies. Me detendré en uno de ellos…

El señor Tai Chi (compañero de vuelo), ahora nos deleita con un exquisito espectáculo de cuerpo lánguido y flexible acompañado de abanico, no hay música que lo acompañe pero todos los que lo observamos (y no somos pocos) de seguro imaginamos alguna, la mía supone como instrumento protagonista el palo de lluvia. La platea intercambió alguna sonrisas cómplices, pero no hubo aplausos aunque lo merecía, y allí salí yo intentando reparar el daño (en realidad lo único que pretendía era comenzar con mi vocación de ponja y darme la oportunidad de sacar alguna que otra fotografía de algo que para mi resultaba curioso), entonces con un gesto que simulaba ser tímido junté mis palmas dos o tres veces y le pedí amablemente que continuara. Con algo de orgullo visible y muy risueño accedió sin objeciones. Lamentablemente las fotografías dejan mucho que desear…















En fin, el show del abanico terminó pero comenzó uno más interesante aún. Portando una maleta perfectamente rectangular y durísima como las de antaño, y una bolsa de tela negra de la que asomaban varios tubos de diferentes tamaños, entró al cubículo desafiante. Algunas partes de su rostro estabas iluminadas por unos cuantos aritos dorados y otras en sombras por la falta de dos o tres dientes, su calzado típicamente argento, alpargatas, no coincidía con su español germanizado.

Como no podía ser de otra manera el susodicho necesitaba de mi encendedor y para apuntalar su prestigio frente a mi circunstancial supremacía, blandió una tarjeta que rezaba El Tigre Tanguero, y acá viene lo mejor… Resultó ser que el Señor Tai Chi (como lo habíamos apodado desde el avión por haber practicado casi todo el viaje ejercicios de elongación) viene de pasarse tres meses en Buenos Aires ejerciendo su don de cantante y compositor de Tango. ¿Y cómo es que un hombre de cincuenta y largos, oriundo de Zurich, comienza con este curro? Pensé. Y entre innumerables frases que describían muy bien un personaje de Fontanarrosa escucho: Una tragedia, la vida y sus dramas… guauuu, respuesta correcta y estaba a punto de sacar una licuadora cuando vi la cara de Adriana… Y claro que puede que todo esto sea una triste historieta pero en todo caso de ser mentira el único que se entristecerá es él. Para mi es la gloria de la diversión, viva las historias de los personajes de aeropuertos!

Después de otro cafecito nos desplazamos en dirección a la puerta R, de camino, y para poner en falta al anuncio que estipula escasos 11 minutos para llegar a la U, nos detuvimos en un puesto de comidas rápidas con bellas mesitas y sillas de color esperanza. Con algunos problemas de evacuación que le trajeron dolor de cabeza Adriana había aceptado la petición de dejar de manducarnos todo a nuestro paso, por lo menos hasta llegar a la tierra de los mil y un sabores. Sin embargo, intentando convencerme de que se trataba de turismo gastronómico, se lastró un sándwich de pavo… yo creo que la ansiedad continúa. Por suerte esta vez yo no sucumbí a la tentación.

Ya sentadas en las butacas frente a la puerta de embarque, mientras se anuncia el último llamado a Bogotá en la puerta contigua, contemplamos a dos individuos que parecen estar practicando algo parecido al yoga. Todavía falta un rato para que anuncien por altoparlantes el vuelo 3760, y para no empezar a especular con la comida que recibiremos a bordo, preferimos reflexionar sobre la nueva moda, la práctica de ejercicios energéticos, no invasivos y sobre los chacareros españoles que hacen negocios con nuestro país y aquellos que reciben ovejas de regalo.

Sin ninguna duda las experiencias de aeropuerto se tejen con charlas de aeropuerto, chim pum!!

16 de abril