... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

viernes, 18 de abril de 2008

Llegamos a destino...

Nuestro arribo a Istambul no podía ser con más fortuna, como primera medida para testearnos en esto de irrumpir en una nueva cultura, con costumbres y lenguas diferentes decidimos ajustarnos al lema “donde va Vicente va la gente”. Pero resultó formidable tener que cambiar de estrategia tan deprisa al descubrir que el pasaje proveniente de Argentina (creo que éramos las únicas) no pagaba visado… vaya uno a saber por qué. Así que derechito a inmigraciones, cambiamos el entorno constituido por españoles y norteamericanos por gente que creemos proveniente de Polonia, Estonia, Eslovenia y porque no del país del mismísimo conde Drácula.

Una vez aceptadas como turistas, con nuevos timbrados en el pasaporte, habiendo sonreído para las cámaras y atravesado la línea amarilla sin pagar un solo centavo, verificamos la banda por la cual tendrían que aparecer nuestras maletas… Pero todo pasó tan rápido que todavía teníamos algo de tiempo para buscar la pecera correspondiente. A juzgar por lo moderno del aeropuerto Atatürk, pensamos que iba a ranquear para los top five pero no, ni sillones, ni mobiliario diseñado para tal efecto, solo un sitio más apartado y unos cuantos ceniceros.

Las maletas aparecieron sin rasguño alguno, mi ruedita reparada improvisadamente sigue allí, por suerte. Y entonces hicimos camino al andar.

Generalmente uno le escapa al cambio de divisas en los aeropuertos, pero aquí nos dijeron que era diferente, así que decidimos no conformarnos con lo justo para llegar al hotel y algún que otro refresco, es por eso que a mi pequeño rollito de dólares ya le faltan tres billetes. De todas formas muy duchas en el asunto de la economía, no nos quedamos con el primer cartel con la inscripción change, había varios y optamos por los numeritos más interesantes (a saber más plata, menos comisión).

Inmediatamente después empezamos a ocuparnos del tema del traslado hasta el hotel. Imaginábamos que debía haber alguna forma de llegar hasta allí con transportes públicos y para nosotras eso significan palabras mágicas: bajo costo. Fácilmente encontramos la oficina de información turística y allí otra vez las buenas nuevas, con unos cuantos gestos de por medio entendimos que existía una posibilidad aún mejor, que fuera gratis. Una pequeña van con un diminuto cartelito que dice Polat nos acercaría hasta lo que será nuestro lujoso albergue por una semana.

El único problema que teníamos ahora era safar de las propinas que esperaba el chofer… involucraban al portero… y por supuesto reclamaría el maletero. Pero para eso mandadas a hacer, unas perfectas caras de idiota, hacernos cargo nosotras mismas de todos los bártulos y listo. Con esa horrible actitud de nuestra parte, de todas formas nos recibieron de mil maravillas, era el primer indicio de que los turcos son buena gente y para nada interesados. Nos concedieron la habitación 1208 que aunque no tiene vista al mar de Mármara está sumamente acogedora.

Necesitábamos darnos un bañito, deshacernos de nuestra ropa de viaje y acomodar nuestras pertenencias (para las prendas el placard y para el dinero y los cigarrillos la caja fuerte, claro). Ya estábamos listas para salir a la calle nuevamente, pero esta vez con un destino más desafiante, dar el primer vistazo por donde fuera.

Conocíamos el nombre de un barrio céntrico llamado Taksim, no habíamos hablado de ir para allí, pero sólo habíamos caminado una cuadra y oh sorpresa aparece un bus grandote y verde que llevaba al frente escrito ese destino. El bólido se detuvo fuera de su parada oficial (segundo indicio de hospitalidad) y sin dudarlo nos montamos al 72T. Luego de pagarle al boletero nos sentamos muy cerquita de aquellos que nos habían escuchado decir con un acento extraño hasta donde íbamos, era seguro que así nos avisarían cuando tuviéramos que descender.

La idea no era mala pero no era imprescindible. Inmediatamente, una chica, que percibió las dificultades del señor que expendía los billetes para entender el inglés, intervino. A dónde van, de dónde son, como se llaman, tienes e-mail. Luego otro más apuntó lo arriesgadas que éramos al haber emprendido esa excursión solas y de noche, sugirió lugares para no perderse y mostrando alguna preocupación por nuestra vuelta, dio horarios de buses, nos enseñó los minibuses y una vez llegados al lugar nos indicó el camino para acceder a la peatonal Istiklal Caddesi (una reflexión pasajera: o Caddesi fue un ejemplar emperador que los turcos necesitan recordar todo el tiempo o bien significa simplemente calle, prefiero quedarme con la segunda opción aunque no tenga información fidedigna todavía).

Y allí comenzamos el circuito de reconocimiento. Como nuestra Florida, Istiklal acoge a todas las casas de ropa de las grandes marcas, perfumerías, zapaterías y locales modernos de todos los rubros. Pero una comparación tan pueril no conforma a nadie y, además, no es puramente fiel al entorno. Vendedores ambulantes de billetes de lotería que portan un curioso tambor giratorio, conejos que ofrecen papelitos al transeúnte deseoso de probar su suerte, heladeros cantores que hacen sonar campanas y mucha, mucha gente andando; olores a castañas, choclos asados y humo de manzanas que expiden los narguile; cruces de calles que dan a pasajes atestados de teterías, restaurantes y pubs; todo esto justificó el haber hecho tantos kilómetros.

Todavía nos faltaba descubrir algo sobre los sabores y entonces decidimos interrumpir la caminata para entrar a alguno de los tantos sitios que ofrecen comidas. En honor a la verdad debo decir que lo que definió la elección fue un efecto visual. En una cuasi vidriera, una señora toda vestida de blanco, pañuelo en la cabeza incluido, estiraba una maza, también blanca, con total destreza, luego cubría esta superficie con distintos ingredientes y terminaba la tarea haciendo un doblez. El bocadillo sabe llamarse Gözlemeler (una traducción arriesgada pero práctica sería panqueque… turco). Pedimos dos distintos para compartir, uno con ispanakli (espinaca) y otro con peynirli (queso). Intentamos acompañarlos con cerveza pero no fue posible, no sabemos si por creencias religiosas o por falta de habilitación, allí no vendían bebidas alcohólicas. Esto no nos desanimó, la soda es más amable con los sabores de la comida. Ya teníamos la primera experiencia con lo salado, también con lo picante, pero faltaba lo dulce… Lo solucionamos pidiendo un Asure, postre energético que nosotras creemos está hecho a base de garbanzos, porotos, puré de manzanas y canela.

Ya era bastante tarde y atentas por no perder el último bus, después de transcribir en mi cuaderno de notas lo que había sido nuestra comanda, devolvimos el menú al único mozo del Hala.

Después de una corta caminata que no alcanzó para hacer la digestión arribamos a la parada en tiempo y forma. Bueno, en realidad eso fue lo que creímos al llegar, pero después de haber advertido que la gente a nuestro alrededor había rotado unas cuatro o cinco veces y que habían pasado 45 minutos de la hora señalada por el amigo del bus, entendimos que la espera era en vano y que lo mejor era tomarnos un taksi.

El hotel queda bastante alejado del centro de la ciudad por lo que tuvimos que asumir nuestro primer exceso. Nos fajaron con 50 liras turcas (YTL). Jodida tarifa nocturna!

16 de abril de 2008

No hay comentarios: