... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

lunes, 18 de agosto de 2008

Yo soy un estómago resfriado, pero ustedes... ¿Pueden guardar el secreto?

Me levanté tempranísimo preguntándome que tan bueno era salir de Marrakech engrosando las filas de un grupo de desconocidos con deseos de llegar hasta el desierto. Pensé: Estoy traicionando mi espíritu aventurero pero, más grave aún, estoy haciendo que se debiliten mis argumentos en contra de las lecturas anticipadas de los libros de viaje, la contratación de guías y el ascenso a los autobuses rojos de techos amputados. ¡Probablemente tenga que abortar definitivamente mi cruzada anti tour! …en ese momento sentía que mi credibilidad estaba destrozada. Empiné mi botella de agua mineral, esperando que con el primer sorbo llegara alguna idea reparadora.

Pues distinto sería si tuviera carpa y camello propios, pero en estas condiciones… Es verdad que podría llegar por mis propios medios bastante más lejos, pero allí donde comienza el reino de la arena es otro cantar. No creo que sea fácil hacerse amigo de uno de esos cuadrúpedos inmensos (si hasta les tengo miedo). Es cierto que estos bichos nunca andan solos pero, de todas formas, no van marchando por la ruta, su territorio es de dunas adentro y poca confianza le tengo a mi sentido de la orientación mirando las estrellas… Yo sólo quiero recostarme en esa inmensidad ‘ondulosa’ a mirarlas y si de casualidad me hablaran espero que sea sobre algo más interesante que los puntos cardinales.

Mientras mi cabeza se entretenía en estas cuestiones, el resto de mi cuerpo trabajaba para que pudiera llegar a tiempo a la puerta de las oficinas de Sahara Expédition. Y para poner fin a esta inconveniente disociación de mi ser, me dije: Ya es hora de partir, que tampoco es cuestión de perder los 83 euros que pagaste por anticipado. Lo mejor que podés hacer es no protestar tanto y disfrutártelo lo máximo posible… todavía tenés la opción de que nadie se entere de este asunto. Ya en camino me distraje comiendo los deliciosos breuats que había rescatado del acoso de las moscas el día anterior. El recuerdo de la cara de sorpresa que puso el vendedor cuando yo señalaba con insistencia los dulces triangulitos me hizo reír y al mismo tiempo me ayudó a cambiar de frecuencia.

Al llegar al lugar de la cita encontré muchas más personas de las que había imaginado, pero a ningún responsable de la firma. Todos aguardábamos en calma, era muy temprano para iniciar conversaciones. Al rato llegó una señorita que nos agrupó según la clase de contratación: una noche dos días por allí, dos noches tres días cruzando la calle; tres noches cuatro días… no presté más atención ya había mencionado mi combo y tocaba que me pusiera las pilas para no ser arrollada por ningún impetuoso o atolondrado conductor.

Del otro lado aguardaba una furgoneta, un japonés, una pareja de holandeses y otra de catalanes. Inmediatamente después llegaron cuatro alemanes que se habían demorado comprando agua… y claro, se iban al desierto. Nuestro chofer-guía, que se dio a conocer como Abdul, nos recibió a todos con una generosa sonrisa y un apretón de manos, a mi me dedicó unas miraditas más arriesgadas pero yo me hice la desentendida.

Hasta la primera parada oficial (entiéndase lugar donde hay cosas para comprar y con suerte algunas fotos por sacar) el comportamiento del contingente fue cauteloso. Yo sólo rompí el silencio en una oportunidad, a poquitos metros del lugar de partida, después de habernos detenido en una estación de servicio que carecía por completo de personal. Empezamos bien, ja ja. Mi comentario no pretendía franquear la barrera idiomática, mis palabras estaban dirigidas especialmente a los que suponía no les jodería hablar el español estando tan lejos de su linda Barcelona. La primera charla duró lo que Abdul tardó en encontrar donde llenar el tanque. Una vez en la carretera, y hasta la primera terraza donde nos tomamos un rico cafecito y empezamos a entablar relaciones con más ímpetu, todos cabeceamos en algún momento.

Pintaba un lindo grupo, Gema (que no es la de Parchís) e Ignacio, la mejor onda… con el tiempo iría conociendo al resto.

El segundo stop fue en un mirador sin mucha infraestructura, allí la especialidad comercial eran las piedras y los cacharros viejos. La cosa no duró mucho como para intimar con nadie, pero el japonés se encargó de demostrarnos que él no era la excepción a la regla… el chico que mira el mundo a través de su lente, el chico del click fácil.

El siguiente terrenito que pisamos era muy poco fotografiable y por lo tanto bastante propicio para el diálogo. En lo que a mi respecta, me sirvió para saber un poco más de los que provenían del país de los tulipanes… A Ingrid le tocó ser la representante, ya que su novio no manejaba el francés y además estaba herido de guerra (todos diagnosticaron intoxicación, la causa: ingerir alguna cosa en mal estado).

La cuarta parada prometía… llegábamos a Ait Benhaddou. Después de atravesar el pueblo nuevo con su oferta de albergues, restaurantes y tiendas de souvenirs (en las que dos de los nuestros adquirieron sus pañuelos bereberes), se impuso frente a nosotros la primera kasbah. Arquitectura milenaria… fortificación de adobe de techos planos, construida hace muchísimos años, donde todavía viven algunas familias. Después del paseito, todos nos sentamos en la misma mesa a disfrutar del whisky bereber, té a la menta muchachos… lo que sucede es que entrando en la zona del Atlas esta adjetivación irrumpe como carta de presentación en casi todos lados y para casi todas las cosas. De más está decir que la fortaleza de la cultura amazigh no tiene nada que ver con esta muletilla, pero me falta circuito aún para poder hablar de esto ahora.

En ese descanso comenzaron las buenas migas con los alemanes, sobre todo con el que hablaba un poco de francés, aunque finalmente fue otro el que invitó la ronda y logró caerme igual de simpático.

No mucho más allá tuvimos la posibilidad de estirar nuevamente las patas, otro de los germanos había demandado una escala técnica, le urgía meter unas cuantas postales en un buzón. Sin saberlo, había tenido un gesto de misericordia, había alguien con verdaderas urgencias que por timidez no había dicho ni una sola palabra… el intoxicado no podía con su alma. Aproveché esa oportunidad para profundizar un poco con Abdul.

El siguiente destino era Ouarzazate pero, como allí estaba pautado el almuerzo, vimos poco y nada de la ciudad. La kasbah de Taourirt nos volvió a quedar de frente y los estudios cinematográficos, girando 180 grados. Foto, foto y a lastrar (la linda y adorada vida de tour).

Por lo demás, el grupo se estaba consolidando y los trayectos en la furgo comenzaban a ser más animados. No había prevista ninguna otra parada antes de llegar al lugar donde pasaríamos la noche, sin embargo el cambio abrupto de paisaje que se colaba por las ventanas nos obligó a exigir la posibilidad de unas cuantas panorámicas.

Finalmente, llegamos al Viuex Chateau du Dadès, muy bonito! Los cuerpos flojos de los europeos se metieron a toda velocidad en la recepción del hotel, yo me quedé disfrutando de la vista mientras fumaba un cigarrillo. Pero no había dado dos pitadas que ya me estaban convocando… había problemas y no lograban entender del todo de que tipo! Entré para saber que, en todo caso, los problemas eran míos y del japonés… el gerente del establecimiento aseguraba que no podía darnos dos habitaciones simples. A ducharse mis niños, que yo me arreglo (a esa altura ya había confirmado que, como casi siempre, era la más vejeta y el grupo me lo hacía sentir). “Japo” (así lo llamaba Abdul y no hay motivo para que yo me abstenga) se quedó al lado mío con cara de circunstancia, y entonces comencé con mi representación… para empezar muchas sonrisas – A ver, que yo puedo dormir realmente en cualquier lado pero resulta… que cuando yo contraté el tour en Marrakech me dijeron que tendría mi cuarto con agua caliente y bla, bla, bla. El señor intentó justificarse pero para seguir con la misma tesitura y entonces continué: -Claro que Marrakech está bien lejos, y quizás alguien se esté aprovechando de esta situación para decirle a los posibles clientes cosas que no son… Creo que vos deberías hablar con la agencia… este ya no es un asunto mío. El oriental quería intervenir, pero tenía tal cara de susto, que interrumpí sus chapuceos mientras le hacía un gesto de “todo está bajo control” (ya había advertido el cambio de ánimo de mi interlocutor). – Además, convengamos que si tengo que pasar la noche con alguien, sería bueno que tuviera la posibilidad de elegir, ja ja ja. Abdul, que no había perdido detalle del espectáculo, aprovechó la boleada para ofrecerse como voluntario y entonces el responsable de la asignación de camas me extendió la llave de una linda habitación con balcón a la calle.

Me di una ducha rápida y salí a aerearme. En su tiempo Julieta encontró a Romeo… a mi me esperaba el elenco estable de los aficionados a acarrear extranjeros. En una terraza incrustada en la montaña, al otro lado del camino y a la altura de mis ojos, los guías tenían su momento de esparcimiento y al verme no se demoraron en participarme. Pues allí me la pasé bien, me invitaron con té y mahia (un etílico que se elabora con higos), comí de su tajine y fumé de su shisha, conversamos y nos reímos un montón (empezaba a darme cuenta que marroquíes y argentinos compartimos el mismo sentido del humor).

Por un momento había conseguido evadirme del cronograma de actividades, pero no quedaba bien que faltara justo para la cena, así que me despedí de mis nuevos amigos para ir al salón a reencontrarme con el grupo. Para mi sorpresa, también etaban allí los italianos que había conocido unos días antes (mi popularidad estaba al cien por ciento). Nos sirvieron sopa, cous cous y helado, y todo sabía realmente bien.

Después llegaron los percusionistas y ya saben que siempre que hay un poco de música yo comienzo a bailar. Lógicamente se necesita algo de tiempo para habituarse al ritmo regional y sacar los pasitos, pero por ser la primera experiencia digamos que me fui a dormir muy contenta.

18 de Agosto

domingo, 17 de agosto de 2008

Más de la perla...

Sabía que para tener una idea más acabada de Marrakech tenía que traspasar las murallas de la medina y de ser posible burlar la custodia del alminar de la gran mezquita. Con ese objetivo encaré travesías en varias direcciones.

El primer impulso me llevó hasta el Ménara, un gran predio repleto de olivares en el que se destaca una inmensa cuenca del siglo XII y un pabellón un poco más moderno donde antes solían darse sita los sultanes y ahora se recrea la plebe. Para llegar hasta allí había caminado varios kilómetros, sin embargo, el minarete de La Koutoubia seguía custodiando todos mis movimientos.

Sólo la intención de terminar con ese acoso originó el segundo impulso… y entonces, sin saberlo, comencé un paseo hacia la nada misma que tuvo que ser desandado después de reconocer que la progresiva desurbanización del paisaje estaba empezando a inquietarme.

Sin inconvenientes recuperé posiciones pero, ni bien sucedió esto tuve que asimilar la existencia de otro adversario… El sofocante calor me impedía continuar la marcha. Podía desanimarme pero me pareció más inteligente encontrarle el lado bueno al asunto: era una excelente oportunidad para empezar a testear los medios de transporte que ofrece la ciudad.

Previa negociación del precio me monté a una calèche. Lamentablemente, todo lo mejor que me sentí, apoyando el trasero en un mullido asiento a la sombra de gruesas telas sostenidas por un herrumbroso armazón metálico, fue en perjuicio del equino que tenía que soportar la sobrecarga mientras era azotado por un implacable hombre de sombrero que le indicaba el camino. 50 dirham fue lo máximo que pagué para hacer el traslado de un cuerpo desfortalecido por las altas temperaturas que me indicaban además que las primeras dunas del desierto no podían quedar lejos y que debía considerar la idea de gastar un poco más para llegar hasta ellas. Así, al menos, la novedad justificaba la deshidratación y el desastre cutáneo. (Te juro vieja que si hubiera tenido una botella de cocinero a la mano habría imitado tus caseros métodos para no desescamarse).

Con la lección aprendida, el segundo circuito lo encaré en colectivo. Llegué hasta Guéliz, la ciudad nueva, utilizando la línea N° 1 y pagando sólo tres dirham (el costo mínimo). Para describir esta opción de transporte público no tengo más que decir que se parece demasiado al argentino cuando todavía no contaba con el desgraciado invento de la máquina expendedora de billetes.

Probablemente no me crean si les digo que lo más ruidoso de toda esta jornada fue el Hospital público. Será prudente que aclare que no llegué hasta allí porque me aquejara algún mal, simplemente me topé con el coloso y entré por pura curiosidad. La contracara de los pasillos atestados de gente bulliciosa clamando por su salud fueron las pasarelas del jardín Majorelle. Se trata de un bellísimo espacio con tupida vegetación y destellos de un azul furioso, en el que, rodeado de una absoluta calma y disfrutando del fresco, uno se olvida que está afrontando el intenso verano marroquí. Claro que no podía quedarme allí todo el día y poca gracia tenía repetir la visita en los días sucesivos, por lo que fue necesario idear otra estrategia para contrarrestar el sofocón.

Más de una vez había escuchado hablar sobre unas cascadas que no quedaban lejos (de hecho me habían propuesto el paseo y rechacé la invitación aduciendo que no me gustaba viajar en moto). Finalmente, terminé yendo al Vallée de l’Ourika en minibús y en compañía de El Hadi, un muchacho que se me había adosado la noche anterior y que esa mañana se me apareció en el albergue (con bolsito y todo) mientras yo desayunaba.

De ida viajamos, en primera clase, sentados al lado del conductor, eso significa que el auténtico espíritu de este rodado de precio intermedio (20 dirham) lo descubrí recién de regreso. Si uno busca un verdadero contacto con los locales… nada mejor que ir en la cabina de la furgo. Antes de que el vehículo se ponga en marcha las lógicas 14 plazas se convierten asombrosamente en 20 y luego, una vez en la carretera, como no recoger a los pobres desahuciados que van marchando, (probablemente sigan de pie pero eso no importa si ganan en tiempo y distancia). Sólo en la parte trasera y sin contar al hombre que se encarga de cobrar por el servicio prestado (que, por otra parte, lleva casi todo el tiempo medio cuerpo afuera), en un momento llegamos a ser 25 personas. Puedo aceptar que el reemplazo de las butacas originales por tablones cubriendo el perímetro colabora bastante para lograr la hazaña, pero de ninguna manera es suficiente, nadie me va a sacar de la cabeza que detrás de todo esto hay algo milagroso… algo maravilloso que, además de dejar sin efecto la prohibición de rozamientos entre dos personas de diferente sexo, hace que todo el mundo ponga buena voluntad, resigne en comodidad y sea especialmente generoso. En general, los niños están más libres para ganar en espacio, sobre todo si encuentran refugio en la falda de algún grande. A mi me tocó cobijar a un nene de unos ocho o nueve años que desde un principio se dejó sostener sin ningún recelo para quedarse profundamente dormido en mis brazos antes de que pasaran diez minutos y entonces entendí como gobierna la fuerza poderosa en materia de minoridad… el privilegio se retribuye con confianza, dulzura y entrega.

En lo que cabe a la cascada, sin ser todo lo grande que había imaginado, tiene su encanto. Pero lo mejor es el caminito que hay que echarse para llegar hasta el salto. Como la superficie es rocosa no hay huella y eso multiplica las posibilidades, sin embargo, no podrá evitar comenzar en un pueblito minúsculo por demás pintoresco, e ir dejando atrás una gran cantidad de “recreos” que hacen equilibrio a ambos costados de la gran depresión que hizo el paso del agua a lo largo del tiempo. Con seguridad, después de haber avistado el chorrete y haberse remojado un poco en la “piscina pública” volverá a por uno de ellos para despatarrarse en una esterilla, beber té y fumar shisha a la sombra de algún árbol frondoso. No importa cuál elija en todos encontrará un agradable ambiente familiar.

Nosotros mudamos para almorzar… y no se si fue la suerte de alguien que sabe o simplemente estar lejos de la gran ciudad, pero el punto es que comimos un tajine de carne buenísimo, pan casero, casero y fruta “de la huerta”.

Aparte de esta experiencia, gastronómicamente hablando, lo mejor fueron los jugos con helado del café Argana y los dulces de casi todos lados… esto se llama: reviviendo la panzada de breuats y shbaquiah que me di en casa de Zaka el año pasado mmmmmmm.

sábado, 16 de agosto de 2008

Por algo la llaman la perla del sur…

Marrakech se metió por mis ojos, mis oídos y mi nariz sin ningún esfuerzo… para reconocerla al tacto y al gusto tuve que poner algo más de mí; pero finalmente, mis cinco sentidos se mostraron ampliamente complacidos por la experiencia.

Restablecí la rutina de las largas caminatas y, sin brújula ni mapa, hice camino al andar. Comenzando en la gran plaza, utilicé todas las entradas posibles al laberinto de la ciudad vieja. De esa manera me fui topando con mezquitas, fuentes, mulas y ejemplares humanos de lo más variados. Los comercios agrupados por rubros (característica que permite trazar las fronteras de una zona de mercadeo conocida como souk) son visualmente todo lo atractivo que se necesita para que, aunque no hubiera nada más a un kilómetro a la redonda, el primero de los sentidos se diera por satisfecho.

Aunque territorialmente la actividad comercial (con todos sus rumores típicos) tiene la batalla ganada, también tuve la suerte de transitar algunos tramos donde el ruido de las ventas y el regateo se acalla para darle espacio a las voces de los chicos jugando a la pelota. Es formidable escuchar con nitidez el despliegue de frases que origina el simple encuentro entre dos vecinos. La acción de saludar a alguien medianamente conocido, implica necesariamente tomarse unos cuantos minutos. Supuse que si yo utilizaba la misma fórmula, aunque de momento fuera en francés, me ganaría la simpatía de los locales y como enseguida descubrí que el ejercicio era efectivo al tercer día ya estaba experimentando con formas de salutación originarias.

-Salaam alaikoum (Que la paz sea contigo) que debe ser cambiado por un Alaikoum salaam si fue el otro el que lo dijo primero.

-Sbah el kheir, por la mañana y Msa el kheir para la tarde, haciendo en los dos casos que la kh suene como una j.

-Y como las reglas de la cortesía no se van a dormir (al menos sin antes saludar) por la noche hay que ensayar con un lila saïda.

-Kidaïr?, âch khbârek? ó lèbes? No hay necesidad de descartar ninguna de las opciones, lo importante es que el otro sepa que uno tiene un verdadero interés por saber cómo se encuentra.

-Y como todo concluye al fin, un simpático bslâma (chau) autoriza a seguir la marcha.

Un ir y venir constante entre el árabe y el francés (ambos defectuosos) me permitieron completar la perorata inicial en cada nuevo contacto y todos contentos… si de todas formas la hibridación de lenguas no es un artilugio exclusivo de los extranjeros. ¿Cuántas veces había respondido al escuchar La Gazelle sin tener la mínima idea de lo que significaba, de dónde venía, ni por qué sabía que se trataba de un apelativo amigable? A esta altura ya estoy en condiciones de revelar la incógnita: en árabe ghozel significa lindo y (coincidencia) su femenino ghazala corresponde también con el nombre del animal que nosotros conocemos como gacela y que en francés se escribe así como todos los marroquíes llaman a las señoritas que llegan desde lejos para hacer un paseito por estas tierras. Fiesta para nuestros oídos cuando empezamos a reconocer los acordes… desde en el momento que podemos tararear sabemos que no falta mucho para que llegue “una que sepamos todos”.

Olfativamente hablando la ciudad es igualmente penetrante. Para adentrarme en el territorio de los curtidores fue indispensable tener un ramito bastante generoso de menta fresca en la mano. Si logré escuchar toda la explicación sobre el proceso por el que pasan los cueros antes de ser utilizados para la confección de algún adminículo con posibilidades de ser comercializado, fue porque intermitentemente llevé el ramillete hacia mi cara procurando que estuviera lo más cerca posible de mi nariz. Pues no hubiera sido mala idea usar el mismo artilugio para visitar los mercados en los que hay puestos de venta de carne pero, la menta quedó sobre la mesa del establecimiento donde, abracadabra mediante (que hizo desaparecer el paso correspondiente con la hechura), “me ofrecieron la oportunidad” de ver y tocar (ya a bastantes metros de los males hedores) hermosos puf, carteras, monederos y babuchas de todos los colores (ese calzado particularmente puntiagudo que se parece mucho a las chinelas, pero que por aquí hombres y mujeres usan a toda hora del día). Por supuesto que no compré nada y encima me tomé el té que me dieron, dejar la menta era lo mínimo que podía hacer. Si es que además no perdía nada, iba a reencontrarme con ese aroma de inmediato.

No sería descabellado decir que en general la ciudad huele a una mezcla de menta, haschisch, miel, bosta de animal cuadrúpedo y comino, pero… mejor es que siga con los concentrados más amigables. Si por casualidad entra a un pasillo donde dos shishas están burbujeando al mismo tiempo, entonces, algunos metros antes de reconocer a las personas que disfrutan de su rato de parcimonia y por otros cuantos metros después, usted sentirá un rico olor a manzanas. Si sigue un poco más, no tardará en toparse con uno de esos puestos en donde sólo cabe de pie una persona que quedará rodeada por una gran plataforma oblicua que de frente le cae a la altura de la cintura y por detrás supera ampliamente su estatura. Tranquilo que a usted le tocará estar del lado de afuera, es el vendedor el que ocupará esa posición carcelaria para tener acceso a los quichicientos polvos que las señoras usan en la cocina. Yo particularmente siempre me contenté con sentir la composición de aromas desde una distancia prudencial… es que a la vista, la escenografía compuesta por al menos una treintena de perfectas pirámides coloridas parece bastante endeble. La verdad es que no creo que un estornudo alérgico repentino pueda hacer lo que no consigue la cuchara dosificadora, pero de todas formas, la posibilidad de hacer que todo se venga abajo mete miedo. Definitivamente detrás de toda pirámide hay algo de magia.

Tarde o temprano usted caerá nuevamente en la plaza Jamaa El Fna y entonces le sugiero que comience caminando por el corredor que delimitan los carromatos de venta de zumos exprimidos al instante. Si quiere no beba nada pero aspire con fuerza y llévese consigo el olor de las naranjas… después, a menos que se siente en un banco y le pida al camarero algún plato, sus papilas olfativas no reconocerán más que fritanga. Yo hice las dos cosas (me permito un insert que corresponde al área del gusto porque no quiero volver sobre esto más tarde), lo de beberme un juguito lo repetí unas cuantas veces, son realmente muy buenos y el calor lo amerita (aquí también me estoy bandeando, porque esto tiene íntima relación con el tacto… la piel en franca decadencia, pero sobre esto sí tendré que volver más adelante, pucha).

¿Dónde me quedé? Ah si, que, aprovechando la compañía de una simpática pareja de italianos, también cené en la plaza. Simplemente por hacer la experiencia claro, porque como imaginaba los resultados fueron mejores para la vista y el oído que para el gusto… nunca mejor que en casa de familia, pero siempre mejor que en Jamaa El Fna.

Otro hueco aromático que no puede dejar de visitar es el souk de las especias. Aunque no parezca le estoy ofreciendo un plan novedoso, primero porque tendrá que encontrar la plaza Rahba-Kedima, en donde hasta 1920 se comercializaba con esclavos (un datito histórico no viene nada mal), segundo porque existe allí un buen espacio para beber algo, observar con tranquilidad la panorámica y, si de casualidad llevó consigo su ordenador portable, conectarse a Internet (El hallazgo de una área WiFi no es nada despreciable). Pero fundamentalmente porque aún queda por zambullirse en el mundo de los productos de baño, de los ungüentos para recuperarse de las dolencias corporales y de las pociones que mejoran los estado de ánimo. No será necesario que haga preguntas, se lo contarán todo aunque usted no quiera saber y, sin gastar ni un solo dirham se terminará llevando más de lo que piensa. A mi me tocó caer en las garras de Abdul, al que no le alcanzaron mi frente y mis dos brazos para mostrar todas sus alquimias. Quizás por esa razón sigo llevando en mi pequeño bolsito de la higiene un trozo bastante grande de una sustancia amarilla que huele muy bien. Lamentablemente, el exceso de información hizo que me olvidara prácticamente de todo, motivo por el cual tendré que mostrar la pieza a un buen entendido si quiero utilizarla aprovechando al máximo sus beneficios.

Continuará…

Notas sobre algo de lo transcurrido entre el 12 y el 16 de Agosto

miércoles, 13 de agosto de 2008

Marahbabek... la bienvenida...

Después de unas horitas de vuelo, que aproveché casi completamente para dormir, desembarqué en un aeropuerto silencioso, de marcha lenta y prácticamente solitario. Ambiente muy propicio para continuar con la modorra pero muy poco favorable como puerta de entrada a Marrakech… porque cuando uno se da cuenta ya es tarde para espabilarse.

Con toda la simpatía del mundo, y sin ningún apuro, un tachero me convenció para que no siguiera esperando el bondi (“… puede tardar demasiado y no te va a salir mucho más barato, conmigo tenés asegurado el mejor precio”). Era el único ser en la parada del transporte público, ya eran las 19:45 y una parejita de suizos ocupaba el asiento trasero del destartalado taxi que por cinco euros (precio pactado de antemano) prometía dejarme a la entrada de la médina. Contenta ocupé la plaza libre al lado del conductor que no paró de hablar y hacer chistes todo el trayecto.

Mis compañeros de viaje bajaron antes y arreglaron (no muy rápidamente) las cuestiones monetarias fuera del vehículo, yo seguí unas cuantas cuadras más y al momento de pagar tuve que lamentar no tener a mano la divisa extranjera. Muchas sonrisas… pero me estaba timando con el cambio considerablemente. Yo sabía que las cuentas que hacía no estaban bien, pero no estaba todo lo lúcida que necesitaba para saber que tan mal y mucho menos para poner los puntos sobre las ies de la ráfaga de frases que salieron de la boca del hombre, con el único propósito de embarullar las cosas. No quería ponerme de mal humor e hice caso a sus explicaciones aunque la jodita me terminara saliendo casi el doble.

Lo bueno del asunto es que ya con mis dos pies sobre la tierra y mi mano derecha arrastrando la valija, el repaso fotográfico del episodio que acababa de protagonizar y el olor a bosta de caballo que inundaba la calle de acceso a la plaza Jamaa El Fna hicieron que todos mis sentidos se pusieran en funcionamiento inmediatamente.

Dado el tumulto de gente que tenía frente a mis ojos supuse que mi llegada había coincidido con alguna fiesta local (las manifestaciones estaban descartadas). Una densa nube de humo blanco separaba a la masa de cuerpos de un cielo que todavía quería ser rojizo. Sabía que mi objetivo quedaba justo detrás de todo ese abarrotamiento humano pero carecía por completo de otro tipo de referencias así que me acerqué a un grupo de canas apostados a un costado.

Saludé amablemente y les extendí un papelito bastante deteriorado en el que, haciendo algún esfuerzo, todavía podía leerse la dirección donde tenía una cama reservada.

Riad Rahba
53, rue Rahba – Lakdima, biy

Realmente no creo que fueran los bigotes los causantes de no entenderles ni una palabra. Se debatían entre ellos y de cuando en cuando me miraban de reojo. En segundos comprendí que no iba a encontrar allí la ayuda que esperaba y entonces dije que no tenía importancia, agradecí de todas formas y de todas las formas… pero no querían soltar mi papelito. Una mano en mi hombro, propiedad del más corpulento (entiéndase panzón) y una mirada que, esta vez, se dirigía directamente a mis ojos, me conminaron a manotear de prepo el trozo de papel que guardaba la única pista para encontrar el tesoro.

Canas, bondis con retraso y tacheros me ofrecieron un entorno mucho más familiar de lo que estaba esperando. Si desempolvaba las estrategias y recursos adquiridos desde la infancia para abordar las lógicas de mi querido tercer mundo todo marcharía sobre ruedas (viniendo de donde venía, no había motivos para preocuparme).

Finalmente, fue un muchacho enfundado en una camiseta de Boca Juniors el que me guió hasta el albergue. Entré a un hermoso riad (nombre que se le da a las casas de la burguesía tradicional construidas alrededor de un patio central) pero solo me tuve que contentar sabiendo que allí desayunaría por las mañanas... para dormir me esperaba una cama en otro edificio, mucho más modesto, custodiado por un hombre joven que sólo sabía decir en francés bonjour y je t’aime pero que no escatimaba en sonrisas y gesticulaciones varias para compensar.

Una vez que estuve instalada volví a la plaza para perderme en el gentío y constatar que no se trataba de un día conmemorativo de nada. Era así todas las noches… Alrededor de innumerables puestos de comida que montaban tablones para servir a los comensales de turno, tatuadoras, artistas callejeros (tanto músicos, bailarines, como comediantes) y vendedores de todo tipo de bagatelas, se distribuían el espacio restante. Los encantadores de serpientes y adiestradores de monos trabajan sólo de día.

Sin detener la marcha ya había conseguido hacerme un nuevo amiguito… era improbable que pudiera lograr que mi perseguidor cambiara de actividad y como había algo en su mirada que me decía que era un tipo confiable empecé a prestar más atención a su oratoria. Fouad me hizo desistir del popular patio de comidas argumentando que lo que allí se vendía no era de buena calidad y además era caro. Me ofrecía a cambio enseñarme un lugar donde comen los locales, bueno y barato.

Fue adentro de una galería donde probé mi primer tajine de pollo. Mientras yo comía (el niño ya había cenado) charlamos largo y tendido. Lo cierto era que me había topado con un personaje muy agradable, que para sus escasos 20 años tenía unas cuantas cosas interesantes para decir. Pero él perseguía segundas intenciones y yo definitivamente no me acuesto con pequeños. Se divirtió escuchando los motivos por los cuales rechazaba lo que, con seguridad, sería una deliciosa noche de lujuria. Sólo dejó de reírse para decir: -Además de linda, simpática e inteligente! Hatar! (No se si quiso decir peligrosa o peligro pero la idea se entiende igual).

Pues con todo conversado, luego de una ronda que no dejó afuera ninguno de los emplazamientos recreativos del gran predio, no tenía razones para negarme a que me invitara un vaso de té. Nos sentamos en un banco improvisado de cara al puesto ambulante, yo quedé justo en frente de una montaña de pasta marrón muy dulce que era erosionada de cuando en cuando por una cuchara sopera y Fouad en línea recta hacia una inmensa olla que se iba vaciando a fuerza de cucharones.

Con un cucharón y dos cucharas estuve servida… el aroma que emanaba de mi té no se parecía en nada al que había sentido cuando tomé el que me invitaron en la recepción del hotel mientras chequeaban mi pasaporte. Era evidente que no se trataba del típico té a la menta y antes de dar el primer sorbo pregunté por los ingredientes del brebaje. -¿Qué, tenés miedo? –La verdad que no. Y para demostrarlo hice que buena parte del líquido pasara por mi garganta. –Pues, deberías tener miedo. Acabás de tomar el viagra marroquí. Ja ja ja. 64 especias trabajando para mí –Si, si, claro, sabés las veces que escuché el cantito de los afrodisíacos. Es verdad que pica, pero a ver… que los muchachos magrebíes deberían saber que todo lo que pica no calienta. Con una sonrisita pícara agregó –Ya veremos cuando termines.

No sólo lo terminé sino que me animé con un segundo vaso y sin embargo volví a la habitación en la que había dejado mis cosas para ocupar la cama, por la que había pagado, en completa soledad. Es cierto que hubo algunos besos, pero la poción no tiene mérito porque me fueron robados. La verdad es que el pendejo era guapo y besaba rico pero la cagó… Si no me hubiera contado el cuentito de los efectos colaterales quizás hasta me arriesgaba a amanecer mojada, pero existiendo la mínima posibilidad de que estuvieran operando en mí sustancias extrañas no podía permitirme cambiar de parecer.

La noche siguiente el niñato me volvió a encontrar (cómo son las cosas, en ese caos a mi me hubiera resultado difícil dar con alguien aún habiendo estipulado hora y lugar). Por supuesto que no se perdió la oportunidad de arremeter nuevamente, pero mis recorridos diurnos esta vez me habían hecho probar sustancias psicotrópicas y si quería ser coherente con mis pensamientos no debía sucumbir a la tentación. No sé si por temor a la “acción prolongada” o porque estaba atravesando la semana femenina, pero lo cierto es que rechacé a unos cuantos cuasi adolescentes con propuestas amatorias muy diversas. En mi caso, las emociones más fuertes en la perla del sur se dieron todas puertas afuera y por lo general a la luz del día.

12 de Agosto

martes, 12 de agosto de 2008

De todo como en botica…

Muchos estímulos pero sin grandes recorridos. En lo que a la ciudad respecta fueron cuatro o cinco los circuitos oficiales. El primero me hizo desembocar en Lavapiés cuando el barrio estaba de fiesta. Desde el interior de un carromato de venta de comida rápida, un auténtico andaluz con todo su salero llamó mi atención para ponerme al corriente, procurarme cerveza y convencerme de que la quermese era digna de algunas horitas. Pues no se confundía, las calles estaban iluminadas y decoradas especialmente y mucha gente llegaba hasta allí para embeberse de licores, ruido, juegos y contagiarse el entusiasmo. Lo mejor fue encontrarme con un grupo de músicos chilenos en plena actuación desopilante.

A la Plaza Mayor caí por sorpresa una vez y volví especialmente para escuchar a la Orquesta West-Eastern Divan, concebida en 1999 por el maestro Daniel Barenboim y el filósofo Edward Said como un espacio para la reflexión en torno al conflicto palestino-israelí. Mi caminata previa por las inmediaciones y la condición de gratuidad del concierto hicieron que no pudiera acceder a ninguna de las 3500 sillas dispuestas por el ayuntamiento, pero eso no me hacía una persona especial… Entre otros miles escuché la Sinfonía Corcentante en si bemol de Haydn y La Walkiria de Wagner por fuera de las vayas de seguridad. Sin buscarlo especialmente, otro día completé el homenaje en recuerdo del desastre del 11M con una expedición que me llevó a la puerta norte de la Estación de Atocha.

Hasta Cuatro Caminos me tocó ir dos veces, el punto clave era el Hospital Cruz Roja. La primera vez llegué hasta allí acompañada por un muchacho dispuesto a pegarle a “un moro” porque me había mirado demasiado. La segunda vez llegué solita (y si algún “moro” me miró no me di cuenta) pero, iba en busca del muchacho que había pasado la noche internado para recuperarse de los efectos de la anestesia y, de regreso (maldito sea) las muletas no fueron razón suficiente para que deje de hacerle frente a otro “moro” que supuestamente me miró el culo sin el mínimo respeto por su presencia. Pues, me quedaba claro que hacer que el lisiadito no moviera mucho la pierna iba a ser una tarea bastante complicada.

Salvo por algunas discusiones acaloradas sobre política o, mejor dicho, sobre “los malos y los buenos” (categorización bipartita a la que no adhiero bajo ningún punto de vista, aunque medien pretendidos buenos argumentos), mi estadía en la maison de la calle San Pol de Mar coincidió con vientos apacibles (que no significa, en absoluto, silenciosos).

La casa expedía música a cualquier hora del día y para todos los gustos. A capricho y voluntad de las buenas manos de Rubén, casi todas las tertulias fueron acompañadas, en algún momento, por la guitarra o el sitar. Claro que entre el flamenco y la música indú, también hubo espacio para que el joven Álvaro impusiera con su voz el ritmo rapero. Como si esto fuera poco, después de unos días, se sumó la música árabe para que dos amigas brasileñas, bailarinas de la danza del vientre, pudieran hacer sus demostraciones. El festival se desarrollaba puertas adentro…

Además, conmigo (y mi buena suerte) llegaron dos nuevos inquilinos, Francho y Ricardo, que le aportaron a la casa una nueva veta artística… eran actores y con un currículum bastante diverso que se hizo notar al momento de sugerir actividades recreativas. Tuvimos instantes gloriosos de representaciones libres, imitaciones y prácticas de globología.

Tardecitas de calimocho (mezcla de vino tinto y refresco) y múltiples entradas al you tube dosificaron los debates literarios y cinematográficos. La velocidad con la que leí Las pequeñas memorias de Saramago (libro que escogí de una biblioteca de lo más variada) y la cantidad de horas que pasé frente a mi ordenador sumida en la tarea de un nuevo proyecto escriturario (del que prefiero no hablar), me convirtieron en una buena partenaire para las charlas de la madrugada. Especialmente con Francho descubrí a algunos autores que en el futuro debería indagar: a Guy Debord porque después de hojear un librito que habla sobre “La sociedad del espectáculo” me debo ir directamente a la fuente y a Sarah Kane porque (aunque sospecho que su poesía trágica no terminará de convencerme) existe tal parecido entre la foto que vi de ella y mi aspecto actual que se me ocurre que leyéndola podría encontrarme frente a frente con mi versión pesimista.


...¿ustedes qué creen?


Todos los días había alguna razón para acostarse tarde, incluso existieron jornadas en que algunos seguimos de continuado hasta el desayuno. Fueron diez días en los que dormí realmente poco pero me doy cuenta ahora que estoy haciendo el repaso, porque en el mientras tanto no hubo espacio para este tipo de reflexiones…

Salvo por la degustación de un bocadillo de tortilla a la salida del metro de La Latina, un pincho moruno en la calle donde alguna vez vivió Goya y unas tapitas que acompañaron la borrachera de la que fueron responsables unos irlandeses que encontré por allí, todas mis ingestas sólidas fueron caseras. La cocina estuvo a cargo absolutamente de todas las manos que tocaron el territorio.


Lo único que ameritó un cambio de hábito drástico fue mi despedida… y entonces, la postergada sidrería Mingo se encargó de alimentarme por fin. El clásico pollito tiernísimo de la casa, chorizos, jamón serrano y otros tantos platos igual de suculentos para cinco. Sidra de la mejor para el brindis, que se repetiría varias veces hasta que nos sorprendiera el alba. Entre copa y copa hubo baile, insistencias para que después de mi aventura africana regresara a Príncipe Pío y la promesa de que si así lo hacía no tardaría en saber lo que es una auténtica queimada. El conjuro que acompaña el brebaje ya lo sé y lo comparto para que me ayuden a pensar si me conviene volver o no...

Mouchos, coruxas, sapos e bruxas.
Demos, trasnos e dianhos, espritos das nevoadas veigas.
Corvos, pintigas e meigas, feitizos das mencinheiras.
Pobres canhotas furadas, fogar dos vermes e alimanhas.
Lume das Santas Companhas, mal de ollo, negros meigallos, cheiro dos mortos, tronos e raios.
Oubeo do can, pregon da morte, foucinho do satiro e pe do coello.
Pecadora lingua da mala muller casada cun home vello.
Averno de Satan e Belcebu, lume dos cadavres ardentes, corpos mutilados dos indecentes, peidos dos infernales cus, muxido da mar embravescida.
Barriga inutil da muller solteira, falar dos gatos que andan a xaneira, guedella porra da cabra mal parida.
Con este fol levantarei as chamas deste lume que asemella ao do inferno, e fuxiran as bruxas acabalo das sas escobas, indose ba
ñar na praia das areas gordas.
¡Oide, oide! os ruxidos que dan as que non poden deixar de queimarse no agoardente, quedando asi purificadas.
E cando este brebaxe baixe polas nosas gorxas, quedaremos libres dos males da nosa ialma e de todo embruxamento.

Forzas do ar, terra, mar e lume, a vos fago esta chamada: si e verdade que tendes mais poder que a humana xente, eiqui e agora, facede cos espritos dos amigos que estan fora, participen con nos desta queimada.


Desde el 4 y hasta el almuerzo del 12 de agosto

lunes, 4 de agosto de 2008

2 y 3 de agosto...

Ni bien pisé suelo madrileño tuve la sensación de estar llegando a casa después de un largo viaje. No tenía mapa pero tampoco tenía ningún apuro por conseguirlo. Mi buen humor se acopló perfectamente al de los locales y mi primer café negro con churros estuvo de lo más concurrido.

Cuando mi celular marcó una hora decente para tocar a la puerta de un amigo, saqué mi pase de metro y llegué a Príncipe Pío en lo que canta un gallo.

Abrazos y besos, entre lagañas y cara inflamada, me convencieron de que sería una buena idea aceptar hacer una siestita antes de ponernos on line.

Al despertar comenzaría un fin de semana de reactualizaciones, de ponernos al día, de incorporar la dinámica del anfitrión de tal forma que mi presencia allí importunara lo menos posible y al mismo tiempo fuera disfrutable.

Además de una rodilla lesionada, producto de la práctica abusiva del Jiu-jitsu, por la que el dueño de casa debía entrar a quirófano la semana entrante (situación que yo conocía a la perfección), me encontré con una persona poseída por el dolor de muelas y estresada por conseguir dos inquilinos con urgencia.

Pues así fue que remplazamos el deambuleo en pos del tapeo tradicional, por la guardia inmobiliaria con comidita casera (de la rica) para que los antibióticos no cayeran mal. Lo cierto, es que esto que puede sonar decepcionante para los lectores, a mi cuerpo y a mi cabeza les vino regio. Estaba necesitando el mimo gastronómico y la calma de puertas adentro, aunque eso implicara poner algunas cosas en orden (o lo que algunos llaman que se note la presencia femenina en el hogar).

Fui tan felicitada por mis labores que voy a pasar un chivito…

Te ordeno la vida…

No se trata de un slogan de libros de auto ayuda… se trata de un don. A los 34 años de edad (que casi son de experiencia en la materia) confirmo que nací para poner las cosas en orden. Definitivamente soy buena en estas artes y por eso me animo a publicitarme. Soy de esas personas que, sin ningún temor de frustrarse en el intento, saben donde ir a buscar las banditas elásticas, los cueritos y el vestido que ya queda chico para regalar a la prima menor.

  • Ordeno archivos, fotos, herramientas, habitaciones, bauleras, oficinas y garajes completos. Organizo armarios y los aparadores de la vajilla.
  • Ayudo en las mudanzas. Sacar las cosas de su sitio también tiene sus complicaciones. Ideal para aquellas personas que se abruman antes de empezar a desmontar y que consideran que la tarea es irrealizable si no se cuenta para ello con varios meses por delante. Lo que no podré hacer es darte una mano para el descarte, no soy buena para eso. Para mi no existen los trastos viejos e inservibles, yo lo guardo todo y ordenadamente.
  • Ensancho espacios. Existe la posibilidad de diseñar muebles o artefactos para mejores emplazamientos. No voy a engañarte, no soy yo quien tiene esas virtudes, pero tengo una madre que es sensacional para eso. Bienvenida la empresa familiar siempre que no sea a tiempo completo.

Experiencia:

En muchas oportunidades hice todo esto y más, ayudando a los que quiero en sus despiojes, derrumbamientos emocionales y cambios de morada. Siempre lo hice con mucha generosidad, hoy pretendo que sea mi profesión lucrativa.

Aficiones que tienen íntima relación con el servicio que ofrezco:

  • Armo rompecabezas.
  • Colecciono monedas.
  • Y sorprendo a mis amigos recordándoles momentos de sus vidas que habían olvidado. Guardarlo todo y en orden, también ejercita la memoria.

Para poner a prueba mi confianza, mi destreza y mis recursos, podés empezar contratándome para líos pequeños, para poner en orden cosas que no tengan especial importancia para vos (o de las que tengas copia de seguridad). Si el trabajo lo puedo hacer desde mi lugar de residencia no te saldrá caro.

No cobro los presupuestos, así que podés ponerte en contacto conmigo solo por impulso, a raíz de un desvarío mental o una idea loca. Me gustan los desafíos. Solo tendrás que charlar un rato conmigo y disparar tu ocurrencia.

Si considero que la hazaña es practicable, será necesario que me muestres cuales son los objetos a los que querés encontrarles su lugar. No soy pudorosa y puedo ser muy reservada.

Tenés que saber expresar qué es exactamente lo que querés, a menos que no tengas ni idea, entonces yo me encargo de todo.

Puedo escuchar sugerencias sobre la marcha salvo que desbanden por completo el proyecto originario. Me conozco e intentaré convencerte de mejores opciones (probablemente lo logre), pero, en mi defensa, tengo que decir que comprendo perfectamente la fórmula el cliente siempre tiene la razón.

Si te llegara a perturbar lo coloquial de este anuncio, desde ya te digo… No soy la persona idónea para resolver tu problema, evitate el llamado. Es que siempre trabajé mejor, y con más esmero, en los lugares donde se podían decir las cosas por su nombre y se hablaba sin tapujos.

sábado, 2 de agosto de 2008

Chocha con los chiches y chuches... Chau Barcelona!!

Una vez que mis cosas quedaron perfectamente ordenadas en el salón que custodiaba Jonás, salí a la calle.

Me encontraba con Edu en Drassanes y pensaba ir caminando como de costumbre, pero tuve que cambiar de planes… Es que fui por tabaco y me quedé charloteando demasiado con el vendedor. Entre otras cosas, volví a escuchar sobre las ventajas del tabaco 100% natural, sin aditivos, y entonces me cambié a Pueblo.

Aunque tomé el metro llegué tarde… Mil, mil, mil disculpas!

Fui disculpada y, en una de las tantas placitas de por ahí, empezamos mojando con unas Voll-Damm. Continuamos almorzando un rico arroz ennegrecido por la tinta de calamares en la Fonda Escudellers. No sé si habíamos caminado las cuadras suficientes para tener la excusa de parar y tomarnos un helado, pero evidentemente no nos importó, porque fue lo que hicimos.

Desde unas escalinatas descubrimos a la familia perfecta (y sin comillas). Era tan placentero verlos felices sin hacer ningún caso de las pautas de la sociedad de consumo. No existía ningún comportamiento que evidenciara que pudieran estar influidos por los lugares comunes del vestir, comer, divertirse, relacionarse entre pares, etc, etc, etc.. No fue poco el tiempo que le dedicamos a las fabulaciones para intentar reconstruir sus vidas. Creo que en el fondo estábamos esperando que en algún momento alguno pisara el palito, que alguien gritara “corten” o “es una jodita para Tinelli”. Pero como después de un tiempo considerable nada de eso sucedió tuvimos que asumir que podía ser cierto y entonces nos empezamos a aburrir de tanta perfección. Circunstancia que aproveché para reclamar mi cafecito.

Empezaban a aparecer las cosquillitas en el estómago que yo ya conocía de memoria, algo que me ocurre invariablemente horas antes de dejar un territorio en el que me siento cómoda y a gusto. Creo que intentando quitarles espacio acepté ir por algunos chuches, golosinas sin envoltorios de fábrica, dulces sueltos. Qué geniales son esas tiendas repletas de tiritas de colores azucaradas, nosotros optamos por las de melocotón y nata, las de regaliz, y algunas otras que ya no recuerdo.

Acompañados de una bolsita, que no tenía nada que envidiarle a las de fin de cumpleaños infantiles, recorrimos otros comercios igual de pintorescos, una casa de cotillón, una colchonería, un negocio de zapatos artesanales y una condonería.

El guía un lujo, era una lástima que ya no hubiera más tiempo, tenía el tiempo justo para recuperar mi equipaje y llegar a la estación Norte.

-¿Este va a Almería?

-Y qué tengo que hacer yo en Almería. Si tengo mi mujer en Madrid y en algún momento tengo que verla sino corro el riesgo de que me la roben.”

Un chofer de la empresa ALSA intentando ponerle un poco de humor al apelmazamiento de pasajeros, el congestionamiento de ómnibus y las demoras del 1° de agosto. Y un pobre flaco que se fue más liado de lo que había llegado y sin saber bien para dónde. Lo que el no sabe es que colaboró para que una muchacha saliera de dudas y por fin dejara de moverse de acá para allá con una carga que era difícil de maniobrar entre tanta gente.


Que lo sepan:

Pablo y Gerard volveré por mi cucha.
Mati volveré por mi asado.
Edu volveré por más chuches.
Isaac volveré para saber si estás mejor.


1° de agosto