Habíamos quedado con Flavia en pasarla a buscar para que venga con nosotras a Positano, pero la demora en alistarnos, tomar el desayuno y encontrar la dirección de la casa nos llevó más tiempo del que ella estaba dispuesta a esperar, sobre todo después del plantón del día anterior.
Tomamos la carretera y paramos todas las veces que pudimos para capturar algunos de los infinitos bellos paisajes que aparecían frente a nosotras.
En cada curva una nueva emoción. En uno de esos stop compramos peras y duraznos, sin embargo en la bolsa había también cerezas… una gentileza del frutero amico.
A pesar de las complicaciones de la geografía para el aparcamiento, nosotras tuvimos suerte y conseguimos un buen lugar para dejar nuestro vehículo.
El pueblo está emplazado en la montaña, tiene salida al mar pero no son más
El descenso fue especialmente embriagador…
flores, ventanas, balcones, huecos entre casa y casa por los que se asomaba el agua y el sol. Nos había tocado un día increíble para hacer el paseito.
Llegamos a la playa sabiendo que nos tomaríamos un buen rato. Ya estábamos acostumbradas a las piedras y al agua fría así que sabíamos disfrutar a pleno de ambas cosas.
En esta oportunidad pasé un rato más largo en contacto con el agua y la naturaleza me hizo un regalo hermoso. Recostada en la orilla boca a bajo me dediqué a jugar con las olas, agarraba puñaditos de canto rodado para desorganizar a la espuma y de repente llegó hasta mis manos una piedrita diminuta que se distinguía del resto. Era verde y al estar mojada brillaba, la separé y descubrí un corazón perfecto… (todavía la conservo, espero en algún momento encontrar un mejor sitio para ella porque no me gusta verla opaca).
Volví hasta nuestro emplazamiento para mostrarle a Adriana mi tesoro, quería saber si se trataba de belleza natural o estaba poniendo mucho de fantasía en el descubrimiento. Al confirmar que se trataba de una pieza preciosa no perdí oportunidad para hacer gala de ella. El primer admirador desconocido fue un marinero que esperaba gente que quisiera embarcarse para ir a Capri. Al parecer era un día perfecto para estar en la playa pero no para estar arriba de un gomón porque el mar estaba picadito algo que no era muy habitual (igual que la espuma… evidentemente lo que es bueno para unos no es bueno para otros).
El marinero nos abandonó porque no faltaba mucho para que empezara el partido de fútbol entre el Nápoli y el Milán, en realidad fuimos nosotras que lo abandonamos a él al no aceptar la invitación a tomar unos tragos en el bar donde existía una pantalla enorme para ver el espectáculo. Ya no nos quedaba mucho tiempo de parquímetro y queríamos llegar hasta Amalfi.
La vuelta se hizo un poco más complicada, subimos 343 escalones hasta llegar a la strada principal y encontrar nuestro medio de transporte.
De camino a la ciudad que le da el nombre a la hermosa bahía que se extiende entre Sorrento y Salerno tomamos unos cafecitos en la terraza del albergo
Se empezaba a nublar, el pronóstico venía difícil para los próximos días, pero en lo único que pensábamos ahora era que la lluvia nos diera unas horitas más… Pues así fue y pudimos andar por Amalfi hasta que consideramos que era suficiente.
Al ratito de haber llegado al hotel se nos aparece Antonino, el pobre se quedó comiendo solito, nosotras ya habíamos quedado en ir a Sorrento para encontrarnos con Flavia y
El punto de reunión fue un bar irlandés que quedaba casi enfrentado al que nosotras habíamos visitado días antes. Después de un rato de estar allí empezaron a aparecer muchos de los personajes que habíamos conocido, guardaespaldas incluido. Ninguno se olvidó de saludarnos.
Lo cierto era que en la competencia había mucho más movimiento, así que todos estuvimos de acuerdo en mover para allá. Nuevamente el bailongo y algunas caras nuevas, esta vez la policía no se molestó en aparecer así que tuvimos la fiesta en paz.
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