... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

miércoles, 7 de mayo de 2008

Celebrando despedidas...

Salimos velozmente del hotel rumbo a nuestro centro de operaciones. Luego de desayunar en el lugar de costumbre, nos mudamos a un banco de un espacio verde, en las inmediaciones de la estación, para ver si lográbamos conectarnos a Internet (días antes había visto allí a una chica muy concentrada en su ordenador). El resultado fue positivo y gracias a ello teníamos cita para la tarde. Por último, llamamos a Buenos Aires para despedir a mi señor padre que estaba a punto de embarcar en el Tequila con el objetivo de llegar a Brasil. Mientras todo aquello se desarrollaba recibíamos saludos de la gente que nos reconocía… ya nos sentíamos realmente como en casa.

Después de otro café, nos subimos al metro con nuestro pase en su último día. Para ir al Vaticano teníamos que cambiar a la línea A en Termini. Bajamos en la estación precisa, pero no hicimos transferencia. Creímos que no tenía nada de malo si, aprovechando que estábamos allí, buscábamos la disquería que nos habían sugerido para que Adriana comprara música italiana.

Difícil tarea, pero por suerte recibimos asesoramiento de un vendedor y consejos de una simpática cliente y no se demoró tanto la cosa. Así fue que llegamos a Lorenzo Jovanotti y a una voz femenina de la que no recuerdo el nombre. Contenta con las nuevas adquisiciones, Adriana accedió finalmente a ir para la città del Vaticano.

Llegamos a San Pietro por la vía di Porta Angélica, eso quiere decir que el tumulto nos tomó por sorpresa. Observé la cola una y otra vez, me pregunté si realmente quería freírme al sol por unas cuantas horas antes de entrar a la Basílica y me contesté casi inmediatamente que NO! Entonces mientras pensaba si tenía que obedecerle al deseo o a la razón descubrí que Adriana estaba en la misma diatriba. No necesitamos decirnos mucho, miradas cómplices mediante, nos alejamos del lugar por vía della Conciliazione, qué curioso!

Era tardísimo para almorzar con todas las letras, pero teníamos hambre así que, cuando llegamos a Campo dè Fiori, nos comimos unos panini en Il Nolano. Sentadas en las mesitas de la calle (el sitio preferido de los fumadores que ya no son aceptados casi en ningún lugar) vimos como una cuadrilla de operarios trabajaba para que no quedaran rastros de la feria que había estado montada allí hace apenas unos minutos.

El postrecito, torta de pistacho, lo comimos en un bar enfrente del Panteón, que era donde nos encontrábamos con Caro y Horacio. Mientras esperábamos estuvimos de gran conversación con la chica que nos atendía, era una hermosa cubana. Igual que la niña que, momentos antes, en el supermercado nos había cobrado y que el moreno buen mozo que pagaba adelante nuestro.

Roma recibe una cantidad importantísima de inmigrantes de todas las nacionalidades y yo estaba convencida de que, en poco tiempo, conocería al menos un representante de cada una. De lo que no estaba muy segura era de poder tomar contacto con algún romano, los italianos más accesibles habían resultado todos sureños. Del sur venían nuestros amigos y llegaban con más noticias sobre el asunto, noticias que nosotras queríamos escuchar con todos los detalles porque para allí íbamos también.

Era, para los cuatro, la última noche en Roma y deseábamos despedirnos a lo grande. Caminando, sin darnos cuenta, aparecimos en el mismo lugar en donde nos habíamos encontrado por primera vez. Muy cerca de allí nos esperaba Ecce Bombo, el restaurante que atiende Omar Sharif en persona. Ese dato no lo teníamos de antemano, así que no pudo ser el motivo de nuestra elección. Lo que yo creo es que, en realidad, no existió motivo alguno, si hasta las Lita’s olvidaron escudriñar el menú. Pienso que fue sólo una buena vibración, y esa suerte que digo que me acompaña, porque realmente no me imagino un marco mejor para la correspondiente celebración.

Nos tomamos tres botellas de Pontormo (entiéndase aprox. 2250 mililitros de vino chianti), comimos riquísimo y Omar, que rápidamente se convirtió en Mássimo sin generar ninguna decepción, nos trató de maravilla. La buena onda era de ida y vuelta, las sinceras declaraciones sobre lo a gusto que estábamos lo llenaban de orgullo y mis declaraciones de amor lo hacían matar de risa, sin dudas éramos su mesa preferida… Terminamos como chanchos tomando chupitos de lemonchelo que regalaba la casa y fumándonos sus cigarrillos. La simpatía y la personalidad siciliana se imponían… un hombre realmente encantador que curiosamente nació en lo más al sur que se puede nacer si uno quiere ser italiano.

Lo estábamos pasando tan bien que se nos olvidó la hora, el último metro, las enormes distancias que nos separaban de nuestros albergues, se nos olvidó todo, todo. Y aunque era casi evidente que ya la habíamos cagado, de todas formas decidimos creer en los milagros y pagamos, nos sacamos fotos, juntamos todas nuestras cosas que estaban desparramadas, nos aguantamos las ganas de hacer pis y empezamos a correr. Llegamos a la estación de metro más cercana a las 11:35, CERRADA. Pues ya no había forma de zafar del taxi hasta S. Paolo y mejor no dar demasiadas vueltas porque si no también perderíamos el autobús.

Pues no fue para nada grave, el taxista cumplió con el precio pautado antes de nuestro ascenso, nos dejó al lado del 128 que parecía estar esperándonos y llegamos al hotel algo entonaditas pero ilesas y super contentas. Eso si, yo con las tripas por estallar, la posibilidad de baño había tardado mucho en llegar.

7 de mayo

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