... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

viernes, 6 de junio de 2008

Buena dupla la de Carmelo y Pedro Juan…

Pues después de una noche más tranquila, un desayuno amigable y con el sol de testigo fui hasta el viejo mercado que ha ganado prestigio en la región por la venta de pescado fresco. El bullicio y el ajetreo me entretuvieron hasta la hora de empezar los preparativos para regresar a Palermo.

Parece existir una regla social que estipula que la gente que anda sola, en todas las situaciones donde es necesario elegir un lugar para acomodar los traseros por una cantidad considerable de tiempo, debe optar (siempre que pueda) por un emplazamiento que no tenga vecinos próximos. Pues el autobús es uno de esos lugares y yo que viajo sola me comporté muy disciplinadamente. Sin embargo, cuando en la parada del aeropuerto subió gente (que no iba sola) mi instinto de amabilidad afloró y decidí mudarme de butaca. Por esa simple razón fue que conocí a Carmelo, un personaje muy particular.

Lector del cubano Pedro Juan Gutiérrez en su idioma original, se presentó como un trabajador bancario, nacido en el centro de la Sicilia y estudiante principiante del español. Había viajado a la isla de Fidel en tres oportunidades y a España unas cuantas veces más; tenía una novia y un perro; vivía en la Vucciria y por la noche cocinaría panelle para algunos amigos. La conversación duró lo que el trayecto y fue notablemente colorida, entre las banalidades propias de ese tipo de encuentros se intercalaron comentarios sobre el paisaje recordando la niñez, disgregaciones filosóficas y repasos sobre algunos fragmentos de su libro (que tenía todo tipo de anotaciones y subrayados).

Cuando llegamos a destino la novia, el perro y el vehículo (que luego me acercaría hasta el albergue) se revelaron ante mí como la prueba de que en este viaje no había pegado un ojo y que toda esa pintoresca charla no era parte de un sueño.

No acepté la oferta de pasar la noche en su casa, me pareció demasiado, pero ¿por qué estúpida razón iba a rechazar la invitación gastronómica? Prometí que asistiría pero creo que les quedó la duda.

En mi querido Palazzo Savona al parecer no había plazas disponibles, pero encontraron la solución al problema y nuevamente me asignaron una habitación simple (por algún motivo que desconozco tenía coronita). Me recosté solo por un momento y me quedé profundamente dormida, cuando desperté tuve que tomar carrera para poder cumplir con mi palabra.

Toqué el citófono (timbre) un poco después de la hora de la cita, pero lo que más me avergonzaba era llegar con las manos vacías. Sin embargo el estruendo de la bienvenida me hizo olvidar de la falta bastante rápido. Carmelo abrió la puerta de su morada segundos después de haberme contestado por el portero –Carla, Carla, arriba, arriba. Recién faltando cuatro escalones para terminar el ascenso lo vi enfundado en un impecable delantal. La escalera caracol era estrecha y su aspecto correspondía con la estética del barrio pero no con la del lugar en el que desembocaba.

Entré a un prolijo y bien decorado salón, generoso en cuanto a sus dimensiones, muy bien iluminado y con la cocina integrada. Del mobiliario se destacaban un sillón, una pequeña biblioteca, un gran baúl y la mesa, por estar ubicada en el centro del ambiente. Que las sillas eran siete quedó al descubierto sólo después del comentario del dueño de casa sobre la cantidad máxima de invitados que podía recibir. El anfitrión no podía estar mas a sus anchas, había completado el cupo con un elenco memorable.

En la novela de la vida de Carmelo el papel protagónico femenino le tocaba a Fabiana, una joven afectuosa y algo alocada que, aunque por momentos lo introdujera en un huracán de dudas, hacía que sus días sean simpáticos. Continuando con las figuras estables hay que mencionar a Tony, el profesor de español del Instituto Cervantes: de la provincia de La Rioja, España, un servidor… y a Cristiana que, no estoy muy segura pero creo haber entendido, era otra alumna del profesor y la compañera de estudios de Carmelo.

El capítulo de la fecha contaba con tres participaciones especiales. Salvo Cristiana todo el elenco estable aportaba su figura estelar. Alberto era un amigo de Fabiana, Cocu un amigo del profesor que venía de San Sebastián, y yo una argentina caída de la palmera que andaba viajando por el mundo y que a último momento Carmelo encontró en el bus que salió de Catania rumbo a Palermo.

Las primeras charlas giraron en torno a las presentaciones generales, mitad en español, mitad en italiano y con un 80 por ciento de humor ibérico infiltrado por doquier. Recién cuando Carmelo terminó con sus frituras todos comparecimos ante la mesa servida improvisadamente (detalle profundamente hospitalario a mi modo de ver las cosas).

Existieron unos instantes en donde todos esperaban alguna indicación para sentarse sin modificar los hábitos de la casa, pero ningún mensaje llegaba y yo decidí manifestar oralmente el titubeo general. Donde quieran da igual. Pues no se si fue el azar o una reacción inconciente pero cada una de las figuras protagónicas quedó posicionada a la izquierda de su convidado correspondiente. Por un momento, se instaló en mi cabeza que la tertulia podía tratarse de un experimento semejante al narrado en la película francesa La cena de los idiotas y se me escapó una sonrisa que por suerte coincidió con la llegaba a mis manos de una bandeja con espárragos.

El menú se completaba con otros vegetales, pan, queso, aceite de oliva y las típicas panelle (que no es otra cosa que nuestra querida fainá pero frita). Mi tutor se encargó de que mi plato estuviera lo suficientemente lleno y organizado a la usanza de la región. Dos grandes tortillas de harina de garbanzos se cobijaron entre dos trozos de pan embadurnados con aceite de oliva y (hasta que mi boca comenzó con el ataque) juntos reposaron en un fértil valle de vegetales frescos. Bebí agua y más tarde me animé con el vinito riojano que había traído Cocu. Después vino el tecito de menta de Cristiana y los dulces con abundante pistachio traídos desde Catania.

Todo eso acompañado de una amigable conversación que por momentos se bifurcaba pero que pronto volvía a involucrar al grupo de los siete en su totalidad.

Cuando todos nos sentimos satisfechos y se nos veía en la cara, Carmelo ofreció sus puros y yo, que no quería participar de la fumata en la que no se traga el humo, sin dejar de participar en la charla levanté la mesa y lavé los platos.

Después hice balconazo con Fabiana y Alberto, fumadores como yo de tabaco ordinario. Los más jóvenes del mitin logramos cierto grado de complicidad apreciando los movimientos callejeros del viernes por la noche.

Al momento de las despedidas todos alentamos un próximo encuentro, la habíamos pasado de puta madre…

6 de junio

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