Después de un desayuno-almuerzo en el pueblo nuevo, mejoré mis excursiones de compras alimentarias para confirmar que se trataba de un barrio más que interesante para habitar en él, pero que no llevaba más de unas horas conocerlo completamente.
Pues debía ampliar horizontes y me acordé que no muy lejos existía un mercadillo del que me habían hablado muy bien.
Caminando por la Diagonal llegué a
No sé que es lo que encierra ese horroroso tambor pero tuve la suerte de conocer algo de lo que lo rodea. Allí, por ejemplo, se encuentra enclavada la famosa torre Agbar (esa que seguramente vieron todos los que alguna vez visitaron Barcelona después del 2005, aunque no tuvieran ni idea de cómo se llama, ni de dónde se encuentra). Yo ya la había visto varias veces, apagada y prendida, pero siempre inmensa y fálica.

Y si no vale la pena ir hasta allá para ver de cerca ese pene enorme y de a ratos colorido; si lo vale, para, siguiendo la circularidad, llegar al Els Encants Vells.
Pues ya saben mi debilidad por esos sitios donde todo está allí armónicamente desordenado… y si encuentras una maravilla, tendrás que rescatarla del caos y del interés de los que te rodean. Muebles, objetos decorativos, ropa usada, libros y curiosidades de varios ramos (todo eso que descarta otra gente en situaciones particulares). Mmmm, si yo viviera por aquí…
Volví a mi habitación un poco compungida por llevar una maleta tan pequeña... tuve que dormir un rato para que se me pasaran las penas.
Después de dos días de descanso de sol a cuerpo completo, la playa me faltaba. Y como me debía el baño salado lunar me puse la muda típica de la mañana, me colgué la llave de la habitación al cuello, dejé la cartera e hice las poquitas cuadras que me separaban de
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