... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

domingo, 20 de julio de 2008

Todo por llegar a La Tour de Carol... ¿Y esa quién es?

De los 407 alberguistas, por decir, fui la primera en desayunar… Es que tenía que tomar un tren y, antes, comprar el billete que me permitiera hacerlo. Llegué a tiempo para las dos cosas y para enterarme en la taquilla que el día anterior no me lo habían dicho todo. Se olvidaron de decirme, por ejemplo, que en dirección a La Tour de Carol había un tramo en reparación y que, más o menos a mitad de camino, había que cambiar a un bus.

Hasta allí nada demasiado problemático… pero siempre hay un punto negro en estas historias de trayectos, ¿se puede confiar en el horario de arribo legal de un autobús? (quiero decir, ¿cuántas posibilidades existen para que el horario anunciado por la compañía no coincida con la hora de llegada real?) Aún cumpliéndose el presagio, el tiempo disponible para hacer el siguiente trasbordo (cambiando a ferrocarriles franceses) era realmente escaso (14 minutos)… o demasiado holgado (cuatro horas y media). Había que rezar.

El convoy tenía las mismas características que el que me llevó a Sitges, cercanías, le dicen, nosotros le llamaríamos lechero porque para en todos los pueblos. De todas formas, tuve un viaje apacible y con algún que otro intercambio de palabras con una española sureña. Lo que sé de ella es que se instalaría en la montaña catalana para ganar algo de pasta aprovechando la temporada (o ¿me lo habré inventado? Pero, ¿para qué inventarme un dato tan banal? Y si es banal, entonces aunque sea cierto, ¿para qué lo escribo? En fin... espero que le vaya bien!).

Cuando llevaba siete minutos sentada en la butaca del bus (que había elegido porque creía que era desde donde vería mejor el paisaje) y en mi ventana seguía encuadrada la vieja estación de Ribes de Freser supe que el punto negro se empezaba a ensanchar.

El problema tenía nombre de perro y de dueña de perro que no concebía que su cachorro viajara en la baulera. Con intervención de supervisor (lo dice el reglamento) y todo ese rollo empezaron a pasar los minutos de ventaja.

Al fin arrancamos… pero no habíamos hecho más de unos cuantos kilómetros cuando me di cuenta de que, como siempre, había elegido mal el asiento (los bellísimos paisajes empezaban a aparecer y lo hacían por el lado contrario al que yo estaba) pero además, que cuanto más linda era la vista (más montañosa), más le costaba al bólido seguir andando.

La otra cuestión que hacía peligrar nuestro arribo en tiempo y forma era que existían tres paradas previas y en el caso de que hubiera gente para bajar en cada una de ellas, el descenso de pasajeros y la extracción del equipaje (o perro) de las bauleras, harían que nos demoráramos cada vez más.

Yo, que ya a esta altura, me había desplazado hacia la banda izquierda para verlo todo mejor, logré concentrarme en los techos negros, los bosques de pinos y una carretera que zigzagueaba más abajo… pero el regocijo de contemplar los Pirineos se terminó cuando empecé a percibir la ansiedad de otra pasajera.

Y claro, faltaban veinte minutos para la hora señalada y no nos daban los números. Cuando sólo quedábamos cinco en el bus, Natalie (una francesa que había vivido dos años en España), un mexicano y otra francesa que viajaba con un menor, empezamos a planear la estrategia a realizar si llegábamos justo en el último segundo. El chofer ya estaba amenazado: -Como no te apures te quedarás con nosotros jugando a los naipes hasta las cuatro y media de la tarde. –Voy a tomar un atajo y llegaremos, lo prometo. -Yo que domino las dos lenguas correré para que sepan que hemos llegado, tu y tu se encargan del equipaje y tu… con tu hijo ¿no? Que como se nos pierda, si que la cagamos. Por los billetes tendrán que entender… lo importante es subir, después le daremos pelea, yo les echo una mano, si después de todo yo tampoco tendré tiempo para marcarlo. Faltó el uno para todos y todos para uno. ¿Qué somos? Ganadores!!

Fuimos un equipo extraordinario… logramos pillar el bendito tren y el guardia ni siquiera especuló con la posibilidad de multarnos (se me ocurre que pensó que ya habíamos sufrido demasiado).

Después del ajetreo, el segundo tramo fue especialmente confortable, Natalie compartió su almuerzo conmigo y me alertó de la parada que nos daba el tiempo para fumarnos un cigarrillo; además, las ventanillas se habían convertido en ventanales que lo dejaban ver todo desde cualquier lado. Llegamos a Toulouse Matabiau a las tres y media de la tarde.

Un rato después estaba viendo fotos y conversando sobre la vida en familia. Cuando nos dimos cuenta que no era necesario contárnoslo todo el primer día, salimos a dar un paseito por la ciudad rosa.

Las primeras cuadras me confundieron un poco… los puntos de interés fueron el lugar de las mejores empanadas, la tienda donde se consigue yerba y… -Basta, prima!! No me hice tantos quilómetros para jugar a que estoy en San Telmo). Seguimos hablando en castellano pero, al menos, “a la izquierda…” y “a la derecha…” empezaron a aparecer la place du Capitole, le fleuve La Garonne, le pont Saint-Michel

Por último el Monoprix, allí compraríamos todo lo necesario para seguir de charla pero con el estómago lleno y la garganta húmeda.

La bebida que protagonizó el brindis de bienvenida fue la caipirinha, sin embargo eso no lo objeté.

19 de julio

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