... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

sábado, 3 de mayo de 2008

Bienvenutti a Roma...

El viaje en tren duró más de lo previsto y fue en condiciones calamitosas aunque para mi muy divertidas, llegamos a Roma realmente muy cansadas. Estábamos en las afueras de la ciudad y debíamos ir al centro para volver a alejarnos pero en dirección totalmente opuesta (claro que eso no lo sabíamos todavía). Fue recién en Termini y después de esperar a que se hicieran las ocho de la mañana, que en la oficina de información turística ubicaron la dirección del Marriott y nos dijeron como llegar.

Teníamos que tomarnos la línea B del Metro en dirección a Laurentina y bajarnos en la estación Basílica San Pablo. Una vez allí esperar a que llegara el colectivo 128, subirnos… y bajarnos cuando terminara el recorrido (fermata Masala). Un viaje considerablemente largo para todas las horas que habíamos pasado sin dormir.

El tedioso recorrido, empeorado por la portación de equipaje y la confirmación de que nuestro hospedaje quedaba realmente de contramano, descompensó el frágil humor de mi compañera de viaje, que un rato antes había intentado apuntalarlo con un gran café, cornetos (medialunas) y varios cigarrillos.

Para colmo al bajarnos del bus los rayos del sol ya pegaba de punta y nosotras todavía teníamos que caminar un largo trecho. Una gran puteada salió de las entrañas de Andriana, se acordaba de la señorita que nos había hecho las reservaciones del hotel e imaginaba que habría pasado meses sin un feliz revolcón.

Si bien es verdad que yo en general veo el lado positivo de las cosas, en este caso no podía descalificar las razones de este enojo. Si no hice nada para estimular los argumentos que escuchaba era con la única intención de no meter más leña al fuego.

Pues nuestra entrada al hotel no fue todo lo espléndida que esperábamos, pero mejoramos el papel al ingresar a nuestra habitación. Se terminaba al fin la peregrinación de dos bellas señoritas, teníamos frente a nuestros ojos dos gigantes camas y un baño a disposición por tiempo ilimitado… la sonrisa se nos dibujó en el rostro.

Nuestros cuerpos no reaccionaron al deseo máximo de librarnos de la mugre que llevaban encima y se entregaron al sueño (probablemente a las pesadillas) por algunas horitas. Cuando desperté hice todo, cuanto estaba a mi alcance, para emular lo máximo posible la experiencia del baño turco. Salvando las enormes distancias, logré una limpieza profunda, también me depilé y hasta me corté el pelo.

Después de tanto trabajo (y no precisamente en honor al feriado que descubro universal), como Dios me trajo al mundo, me quedé nuevamente dormida. Me desperté al rato porque golpearon a la puerta, entonces me envolví en una toalla y me ocupé de recibir el regalo de bienvenida del hotel: un vinito rosso de la Toscaza, llamado “Giuggiolo”. Tante grazie!

Era Adriana la que ocupaba el baño ahora y pensé que una copa con etílico era un excelente complemento para el ritual de la higiene. Me anuncié e hice que la bebida ingresara al recinto, fue entonces que escuché –Estuve pensando muchas cosas! Luego comenzó un recitado de opciones diversas para mejorar nuestra situación habitacional. Yo pensaba que unas horas en contacto con sábanas limpias y una buena almohada aplacarían un poco la bronca, pero evidentemente hacían falta muchos más espejitos de colores. El tintillo free resultó ser uno bastante bueno, pero hubo que esperar hasta que se diera cuenta que lo estaba bebiendo. La dejé entusiasmada por el descubrimiento y me fui a la terraza a disfrutar de mi copa y de un cigarrillo.

Mientras meditaba sobre el violento cambio de escenario y la necesidad de adaptar de súbito la testa, una amiga que recordaba un pacto hizo sonar el teléfono. Del otro lado del auricular la voz de Caro me daba la bienvenida y me conminaba a que armemos plan.

La cita quedó establecida para las 7:30 en la Piazza Navona, frente a la embajada de brasil.


Nos pusimos lo más lindas que pudimos y para acercarnos al centro (por primera y última vez) tomamos el bus del hotel. Un hombre muy simpático llamado Adolfo, que no era responsable del hurto de los 10 euros per cápita, nos conduciría hasta la plaza Cavaour y nos regresaría siempre y cuando estuviéramos en el mismo sitio a las 23 horas.

La belleza urbana hizo que desaparecieran los últimos vestigios del malestar acumulado. Es verdad que faltaban sonrisas en los rostros que deambulaban por allí, pero yo me encargué de acreditárselo a la sobrepoblación turística del largo puente y confiaron en mis argumentos.

Con cámara fotográfica y mapa en mano llegamos algo adelantadas al lugar del encuentro, hasta que Caro y Horacio aparecieron nos entretuvimos mirando espectáculos callejeros de excelentísimo nivel.

Luego de los abrazos y el fuego cruzado de la información más urgente sobre nuestras experiencias recientes, decidimos por unanimidad que no tenía nada de malo asumir una postura bien europea y cenar bien tempranito.

Optamos por el restaurante Navona Note, ya frecuentado en varias oportunidades por nuestros amigos. No era un día para privarse de nada, por lo tanto hicimos primer y segundo plato. Todo acompañado por un chianti elegido por el caballero de la mesa. El sabor amargo de la velada fue que no logramos que nos trajeran la garrafa de agua!!

La ilusión de terminar con un postre bien regional guió los primeros pasos de nuestra caminata nocturna, teníamos que encontrar una heladería. Pues no fue una misión muy complicada y además la recompensa fue espectacular.

El dulce nos acompañó solo algunas cuadras, y tengo la intuición que el resto del trayecto hasta la piazza di Spagna se hizo pensando en el café, que por supuesto tomamos en sus inmediaciones.

El reloj marcaba la despedida con cierto apuro, así que pagamos, pautamos lugar y hora para el próximo encuentro, nos besamos y a correr.

Adolfo nos estaba esperando con todo un contingente de personas a bordo… fueron sólo tres minutos de retraso pero fue una gentileza porque, aunque Italia se parezca mucho a la argentina, en los medios de trasporte aquí los minutos cuentan.

1 de mayo

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