Con el pase de transporte público semanal en nuestro poder nos aventuramos hacia el centro de la ciudad de forma independiente. La escala obligada en Basílica San Pablo, para desayunar lo antes posible, nos permitió descubrir un barrio muy interesante en cuanto a los servicios ofrecidos y fundamentalmente por sus precios. Dos cafés americanos, dos pedazos de torta y una factura a 5,2 era realmente un regalo comparado con lo que pasaba dentro del autoritario perímetro convalidado en el mapa de Roma, ofrecido en casi todos lados.
Con esas fronteras era mucho más fácil cruzar la ciudad de punta a punta y así lo hicimos. Comenzamos en el Circo Massimo, atravesamos el Arco di Constantino y evadimos largas colas en el Palatino y en el Colosseo (para hacer esas visitas obligadas esperaríamos a que la ciudad se vaciara un poco). Recorrimos la vía dei Fori Imperiali de ambos lados, nos impresionamos con el monumento a Vittorio Emanuele II y lamentamos que
A esa altura ya nos picaba el sol en la piel y teníamos sed, por lo que decidimos comprar dos botellitas de agua mineral. Sabíamos que Roma tiene agua potable y fresca brotando de mil fuentes, pero no teníamos envases, así que en vez de considerarlo un gasto tonto piensen que fue una buena inversión.
Retomamos la marcha hacia el Pantheon y luego de la apiñada visita, nos detuvimos para comer unas ensaladitas en la Hostaria dé Pastini, no muy lejos de allí. El final de almuerzo lo hicimos en un clásico: La Caffettiera, en Piazza di Pietra.
Seguimos recorriendo la Roma monumental y cristiana hasta que se hizo la hora de asistir a la cita del otro lado del Tevere. Muy cerca del Largo di Torre Argentina encontramos un supermercado y entramos para comprar las provisiones para nuestro desayuno del día siguiente. Andando media cuadra más, la parada del autobús con el que cruzaríamos el fiume. Entramos al Trastevere por el puente Garibaldi con el tiempo justo para llegar a pie a Santa María.
Suponía que mis amigos no serían tan puntuales y decidí entrar a
Cuando llegaron yo ya estaba afuera, la misa me había sacado rápidamente de la casa de Dios.
Después de un lindo paseo por las callecitas que, en algún momento, fueron centro de la bohemia romana, las Lita’s de Lazari del grupo dieron el visto bueno a los precios de La Scaletta y entonces fue allí donde cenamos. La comida no era mala, pero la atención dejaba bastante que desear, Horacito se encabronó con el camarero y yo seguía insistiendo en que era un fin de semana difícil para aquellos que trabajaban con el turismo (ya llevaban casi dos días de no parar ni un minuto lidiando con la extranjería). Una vez servidos, el vinito y la buena charla nos hizo olvidar un poco del asunto.
De camino hacia Termini se escucharon algunas quejas y las réplicas que intentaban hacer entender que, aunque pasáramos por la Isola y la Plaza de la República, estábamos haciendo el camino más directo. El cafecito lo tomamos frente a la plaza del Cinquecento y con la estación de tren ante nuestros ojos.
No faltaba mucho para que dejara de funcionar el transporte público así que nos despedimos de nuestros amigos en la expendedora electrónica de billetes, prometiendo reencontrarnos a su regreso de Sorrento.
Cuando bajamos del 128 apareció el bus del hotel. Al reconocernos, Adolfo se detuvo e hizo que subiéramos, el pasaje no pudo evitar reírse y nosotras con más ganas… por todo el dinerito que nos habíamos ahorrado. Entramos a la habitación minutos antes de la medianoche por lo que tuve tiempo de servir dos copas con el vino que había quedado. El brindis de Feliz Cumpleaños se hizo en tiempo y forma…
2 de mayo
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