... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

viernes, 9 de mayo de 2008

Playa y fiesta...

Nos levantamos tempranito para disfrutar del ostentoso desayuno que estaba a nuestra disposición a 18 pasos de la cama de dos plazas que supimos compartir Adriana y yo porque, por suerte, ninguna de las dos se mueve mucho.

Fuimos a buscar el auto, nos despedimos de nuestros nuevos amigos, y salimos para Sorrento. Comenzaba para nosotras la ruta del sol y de las playas. Entrábamos a la costa Amalfitana con sendos pies derechos. Sabíamos que los caminos que andaríamos serían sinuosos pero por eso mismo completamente atractivos, situación que no tardó en hacerse evidente.

No queríamos perder mucho tiempo en buscar donde dormir así que fuimos derechito al lugar que nos habían recomendado Caro y Horacio. Lamentablemente estaba lleno, pero allí supieron decirnos de otro sitio igual de confortable. Nos terminamos hospedando en el hotel Soleluna en Piano di Sorrento.

Mientras Tony, el encargado del albergue, subía nuestras maletas al primer piso, nosotras casi sincronizadamente reflexionábamos sobre la posibilidad de quedarnos allí algunos días más. Estaríamos estratégicamente ubicadas para conocer toda la zona sin tener que mover más que nuestros cuerpitos. Bastó el tiempo que tardamos en encontrar nuestras mallas para cerrar el tema. Ya podíamos ir a tirarnos panza arriba sobre la arena… mejor dicho sobre las piedras (las playas de la zona tienen esta característica).

Cantando bajamos hasta Meta, el balneario más cercano, pero elegimos el cuartito de costa que han dejado sin concesionar para que los pobres también puedan disfrutar del mar. Allí pasaban el rato laburantes que, como Francesco, aprovechaban sus horas de descanso para comer y hacer ejercicio en contacto con la naturaleza; y vagos que apenas si conocían el significado de la palabra trabajar pero que sabían pasárselo bien, este sin duda era el caso de Vittorio. A pesar de las diferencias todos compartían el sentido de la simpatía y la amabilidad y por eso nos entretuvimos un buen rato charlando con ellos.

El sol en su plenitud nos animó para que el primer chapuzón fuera sin contemplaciones. El agua estaba realmente helada pero a la vez deliciosa así que no pudimos resistirnos a la segunda vuelta aunque esta vez implicó algo más de meditación.

A las seis de la tarde nos invadió un hambre voraz y nos acordamos de que no habíamos almorzado. La urgencia no nos dejaba esperar a que el sol nos secara así que utilizamos el recurso me cubro con la toallita. Con ropa seca llegamos a un bar de las inmediaciones e hicimos que se apiaden de nosotras. Nos alimentamos con rapidez, pero tuvimos una sobremesa lunga. Nos invitaron lemonchelo (el elixir de la región) y nos hicieron reír con ganas.

Volvíamos al hotel sólo para darnos una ducha, cambiarnos y salir a descubrir la noche de Sorrento.

El hecho de tener vehículo propio nos brindó comodidad para embobarnos con los paisajes urbanos, pero cuando decidimos que era el momento de apreciar más de cerca las costumbres locales se convirtió en un estorbo. El parcheggio está jodido en Sorrento!!
La primera parada fue especialmente corta porque a pesar de todas las contravenciones en las que incursioné, no había forma de que fueran duraderas y no precisamente por el llamado de atención de los agentes. Por aquí, y en cuanto a las reglas de aparcamiento, la única ley que parece regir es la de la selva. Callejas en las que se permite ir en las dos direcciones, aunque apenas haya espacio para un auto, abundan. El escenario se complica aún más cuando vías, afortunadamente un poco más anchas, se convierten caprichosamente en area pedonale. Pues guidare la macchina por estos lados no es nada fácil.

Bue, como decía, la accidentada paradita en la bahía de pescadores alcanzó para sacar algunas fotos e intercambiar algunas palabras con unos franceses que ya se habían bebido sus buenas copas durante la cena y que nos decían que no encontraríamos demasiado para hacer en aquella bella ciudad.

No lograron bajonearnos, seguimos andando hasta que finalmente pudimos estacionar. Empezamos así la ronda y no paramos hasta encontrar un sitio donde pasaran algo de música y nos dieran algo con lo que pudiéramos brindar.

Finalmente dimos con Chaplins’s, un bar tipo irlandés, donde había muchos marineros nativos y otros tantos turistas chupandines. Mucho ruido y teníamos que llegar nosotras para que se armara el bailongo.

Al rato cayó la policía, existía una denuncia por disturbios (seguramente realizada por la misma vieja bruja que antes había dejado caer agua desde su balcón). Con la promesa de cerrar las puertas del local, los dueños del local hicieron que las autoridades se retiraran y así poder seguir con el jolgorio.

En poco tiempo nos convertimos en el centro de la fiesta… A juzgar por los flashes podría decirse que, junto a un alemán llamado Christian (el mejor compañero de baile que pude conseguir), funcionábamos como una atracción turística más. Y como la fama tiene sus bemoles tuve que procurarme un guardaespaldas… Cataldo era un oso que ponía cara de malo pero en el fundo era un personaje tierno, en realidad a él solo se le ocurrió que debía cuidar de mí y protegerme de todos aquellos que querían propasarse conmigo. Muy divertido!

9 de mayo

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