Llegué al 23 de
Con sor Giannina no tenía la misma suerte, pero mientras me hacía recorrer la escuela yo me esforzaba por hacerme entender. Ella habló poco pero nunca dejó de sonreír. A mitad del trayecto nos cruzamos con otra hermanita y entonces se explayó, le dijo como me llamaba, de dónde venía, que estaba haciendo por allí y le pidió si podía buscar a Maddelena para que conversara conmigo en español. Esta situación prueba dos cosas, primero que cuando otros hablan en italiano yo comprendo bastante y segundo que cuando soy yo la que lo intento no me sale tan mal después de todo.
Muy llena de hojas mecanografiadas y escritas de puño y letra, de besos de niños y palabras gratas hacia mí, de agua y caramelos llegué otra vez al albergue. Por suerte no había nadie más que mis tutores o encargados. María todavía estaba haciendo la limpieza pero no parecía molestarle mi arribo. Les conté de mi experiencia, me convidaron una cervecita y luego de recoger toda mi ropa sucia me fui al lavadero de la vuelta.
Durante la hora que tardaba el procedimiento (con secado y todo) tomé café en lo de Sena. Yo no había almorzado y tenía bastante hambre, pero sin embargo me limité a la bebida porque sabía que no me iba a dejar pagar.
Con dos bolsas grandes y un paquete de galletitas que compré el mercadito de la esquina regresé para armar mi valija de cero. Ya tenía nuevos compañeros de cuarto, Andrea y Pedro eran de Victoria, Brasil, estaban casados y venían viajando desde hace algún tiempo ya. Conocían Buenos Aires y eran sumamente agradables. No tardamos en caernos bien y nos entretuvimos largo rato charlando, entre otras cosas de cine. Yo les comenté de mi Misión Roma Gratuita y de uno de los hallazgos que me convocaba para la noche y que los incluía si así lo deseaban.
Se trataba de ir al Cinema Teatro Farnese donde proyectaban una película española de Fernando Fernán Gómez. El evento comenzaba a las 22 horas, todavía había tiempo hasta de comer la pasta de Julio.
Mientras cenábamos lo pensarían… pero yo ya sabía que la copiosa lluvia, la ausencia de transporte público para ir desde allí hasta el campo Di Fiore y la pereza ya habían provocado un “No” bemol.
El primer plato de fideos fue abundante, pero lo terminé tan rápidamente y con tanta felicidad que me obligaron a repetir. Todos apostaban que yo no me movería de allí, pero pipona como estaba a las nueve y veinte estaba en la calle.
Bajo la lluvia, que a cada cuadra se intensificaba un poco más, llegué andando al auditorio. No fuimos muchos los valientes, con sólo ocho personas en la sala comenzó “Un viaje a ninguna parte” con la actuación estelar de José Sacristán.
Éramos nueve cuando terminó… poquitos pero contentos. Todos recibimos un regalito que consistía en un kit para lustrar los zapatos.
La caja entró al albergue desecha por el agua, pero todavía conservo todos los elementos que venían en su interior (como no tengo con que usarlos, estoy esperando encontrar a alguien a quién regalárselos).
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