Nos fuimos al hotel para recoger nuestras maletas, desayunar y pagar la cuenta, no sin antes despedirnos y sincronizar con Flavia el lugar del encuentro. Ella también tenía que marchar a la capital, ese mismo día viajaba para Irlanda.
Al mediodía teníamos todo listo, nos despedimos de Tony con algo de nostalgia y llegamos a la estación de tren a la hora señalada.
Jovanotti giraba en el stereo y eso era indicio suficiente de que nuestro rodado avanzaba… esta vez éramos tres las que tomábamos la carretera.
Con una sola parada para cargar combustible, pasar por el toilette y tomar un refrigerio llegamos a Roma a las cinco de
A cinco cuadras de allí y a la sombra pudimos reclinar nuestros asientos, el descanso fue breve pero reparador. El descenso de pasajeros se completó a las seis y media de la tarde.
Fuimos por un café a donde siempre que estábamos por estos pagos. Después hicimos una visita al supermercado para saludar a Carlos y a Flavio. Ya estábamos en condiciones de tomar el metro para ir acercándonos al lugar oficial de las despedidas… la última noche de Adriana en Roma lo ameritaba.
La cena en el Ecce Bombo fue exquisita y Massimo como siempre encantador.
Para terminar justo en el mismo lugar donde habíamos arrancado, el cafecito y el postre lo hicimos en Piazza Navona.
A una cuadra de allí tomaríamos el taxi que nos reencontraría con nuestras pertenencias.
A las dos de la mañana volvió a sonar Jovanotti y eso indicaba que experimentaríamos el camino hacia el aeropuerto Leonardo Da Vinci.
Sin ninguna de las dificultades que había imaginado para el arribo, llegamos rápidamente para encontrarnos con otro tipo de problemas. Todavía quedaban tres horas para comenzar los trámites que le permitirían a Adriana subirse al avión y algo teníamos que hacer, pero no iba a poder ser allí mismo porque no había donde detener el vehículo sin que no te rompieran la cabeza (la maldición de los aeropuertos en todo el mundo).
Pues sin más volvimos a
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