Bueno algo más hice y algo bien importante… di con unas sandalias a tres euros y medio (viva las rebajas). Mi nuevo calzado parece bien cómodo, motivo por el cual ya no necesito que siga lloviendo…
¿Por qué la obsesión con los pies? Una opción es que, como soy paseandera, les rinda culto porque me permiten andar.
Me gusta andar descalza… me gusta María Bethania porque, además de cantar de maravilla y tener el don de hacerme llorar de alegría, sale en patas al escenario. Me gusta que Rafa y Vero tengan a sus extremidades inferiores como imagen identificatoria en el MSN. Me encanta que haya que descalzarse para entrar a las mezquitas y algunos hogares donde se profesa el Islam. Me conmueve poder identificarme con la mujer tunecina respecto a su impulso por reconocer las superficies con las plantas de los pies y al mismo tiempo tener adoración por el calzado.
Yo también tuve devoción por los zapatos, en realidad sigo teniendo, lo que me falta ahora es ganas de gastar dinero en ellos. En cambio, las zapatillas nunca me gustaron y ahora las aborrezco. No se si saben, pero el mayor enemigo de las habitaciones compartidas, en los albergues juveniles, son las zapatillas robóticas que, generalmente, usan los angloparlantes menores de 25 años.
Lo que me gustan son los zapatos, las sandalias, las botas, todo aquello que se ha ideado para cubrir los pies (menos las zapatillas). Y los pies cubiertos se accidentan menos…
Pero yo, que no tuve sarampión, ni varicela (como la pobrecita de Lara y toda la familia que este año tuvieron que soportar la cuarentena), que jamás lucí un yeso, que casi nunca tomo medicamentos, yo, con frecuencia me lastimo los pies.
Ya les conté las averías que sufrió mi pie izquierdo en Turquía, pero me quedé tranquila porque no es como el de la película que hace maravillas. Pues para no estar renguita, después de unas semanas, una tortuga se metió en el camino de mi pie derecho. Fue en el jardín de
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