... EL GUSTO ES MIO

Mis memorias se tomaron vacaciones... y después del descanso qué difícil es retomar...

martes, 8 de julio de 2008

La reconstrucción de los hechos de los últimos días en Túnez… (Primera Parte)

Lo más gráfico posible de una experiencia muy generosa…

…lamentando no haber escrito en el mientras tanto, porque irremediablemente el tiempo apacigua las sensaciones, define los contornos y emprolija los desenlaces.

De todas formas tengo buena memoria…

¿o es que la tengo porque hago ejercicios como el que me propongo en este momento?

…pues si lo hice tantas veces ¿por qué no hacerlo ahora?

Los sucesos no tienen desperdicio…

Lamentablemente no existe mucho material fotográfico, es que cuando uno vive de ordinario no lleva la cámara colgada al cuello. Y yo no quería modificar demasiado las rutinas de la casa y el barrio, bastante ya con mi sola presencia allí. Las veces que tomé fotografías fue porque ellos me lo pidieron.


20 de junio

Cuando llegué a La Marsa me enteré de que el casamiento por el que había apresurado mi vuelta se había pospuesto para la semana siguiente. En realidad, después pude comprobar que no se trataba de una mala noticia ya que el evento para el día de la fecha, según el plan suspendido, correspondía cronológicamente al cuarto de los rituales que conforman una verdadera ceremonia de bodas tunecina. Así que gracias a este cambio de planes iba a tener la posibilidad de presenciar el espectáculo completo. (Y tampoco… porque aquí no solo las despedidas de solteros se hacen por separado o, en todo caso, se trata de una despedida de solteros más larga y mucho más original). A mi me tocó estar en los acontecimientos que involucraron al novio. Pero esto será más adelante.

Fue larga mi estadía en aquel barrio de la ciudad balnearia… un barrio que por la noche era merodeado por la policía y que muchos capitalinos señalaban como especialmente peligroso. Si yo alguna vez sentí miedo no fue necesariamente caminando por sus calles. Los primeros días anduve siempre acompañada y cuando empecé a moverme sola ya casi todos sabían de mi existencia. Podría decir que me respetaban (al menos eso era lo que yo sentía), algunos me observaban con curiosidad pero nadie se dirigía a mi si no era yo primero la que me acercaba, habían acabado los acosos mercantiles y sexuales.

Imposible recordar los nombres de todas las personas que me permitieron conocer algo de sus vidas, pero Maryam lo recuerdo bien. No se si es porque es un nombre relativamente fácil o porque fue la primera persona que, sin pertenecer a la familia que me tutelaba, me recibió en su hogar.

Maryam vivía con su marido y su hijita de pocos meses en una casa bastante mejor equipada que en la que yo paraba y creo que, en principio, esa fue la única razón por la que me llevaron hasta allí (querían que la visitante se sintiera a gusto).

Sin importar la hora del día, siempre que uno atraviesa el portal de una morada tunecina lo convidan con algo. En este caso comenzaron con gaseosa, pero luego de las preguntas fundamentales sobre la identidad y el estado civil, la dueña de casa se dirigió a la cocina para preparar unos cuantos manjares.

Una vez que entendí que no debía despreciar el agasajo, entre bocado y bocado comenzó la charla femenina. La joven mujer se despachó sobre cuanto tema traje a colación. Hablamos sobre derechos, deberes, infidelidades, pasado, presente y futuro. Sobre biberones, joyas, religión y tragedias familiares, que para ella no eran tales (porque ya lo saben… Dios lo quiso así).

Terminado el día sabía bastante más sobre el sexo débil por estos pagos. Pero además me daba cuenta de que la carencia de espacios para el diálogo, el ocio y el esparcimiento femeninos, me ubicaba en un lugar inmejorable para hacerme amigas y oficiar de confidente.

21 de junio

Me desperté en la soledad del cuarto iluminado por un sol radiante. Después de desperezarme descubrí que en la mesa ratona estaba mi desayuno (la temperatura de la taza evidenciaba que tenía un buen rato allí). Comí los panes dulces y disimuladamente me deshice del café helado.

Después del aseo personal me topé con la jefa del hogar. Rebha era madre de seis hijos ya todos mayores de edad, solamente dos todavía vivían con ella, pero ambos trabajaban y entonces en ese momento estábamos solas. Me ofreció té y lo acepté con gusto, me invitó a sentarme junto a ella y consentí, me llenó de halagos y no pude evitar enrojecer. Por último, me dijo que debía sentirme como en casa, porque ya todos me consideraban parte de la familia.

Composición de mi familia en La Marsa:

El rojo funciona aquí como llamado de atención… es que en Túnez la soltería no está bien vista. El matrimonio es el único contexto que se considera apropiado para las relaciones sexuales y la reproducción, razón por la cual se comprende que la presión social ejercida sobre los jóvenes que todavía no están casados sea enorme. Aún para aquellos que sucumben al sexo extramarital (haram, entiéndase lo prohibido), la boda es un objetivo a ser alcanzado con cierta urgencia ya que es el paso crucial para formar una familia (una institución fundamental para esta sociedad).

Con unas cuantas cosas en la cabeza para reflexionar, bajé a la playa para ver la subasta de pescado. Terminé el circuito junto con los pescadores conocidos en la avenida principal del pueblo donde intentarían vender la mercadería que les quedaba.

Cuando concluyeron las tareas, me tocaba conocer otra casa, la del hijo mayor de Rebha. Presenciar el enojo de Sonia con su marido (creo que el plan era que mi presencia mejorara la situación de disputa que ya tenía un tiempito), jugar a la Play con los hermanitos más grandes, acostumbrarme a la idea de que la bebé de la familia llorara cada vez que intentaba acercarme y enterarme de una de las aficiones de Moaz. Cuidaba de un animal muy bravo y con importantes astas para hacerlo pelear con otros de su especie los días 15 de cada mes. Lamentablemente me había perdido el maldito entretenimiento.

A mi regreso, como era lógico, me empaché con una rica variedad de peces a las brasas de la que se estaba encargando el propio Karim.

A la noche me esperaba una declaración de amor… El pretendiente portaría su mejor atuendo y llevaría a la chica a un hermoso Resort ideado para el turismo más engalanado y acaudalado. Pasar la barrera de seguridad costaría un gran esfuerzo y habría que valerse de una mentirita piadosa (un nativo solo tiene derecho de entrar a estos sitios, en calidad de visitante, si es el compañero legal de un turista). Luego de una larga discusión de portones, adentro habría amigos trabajadores contentos de que alguien como ellos pudiera transgredir las puñeteras reglas de la casa.

Pileta olímpica rodeada de palmeras y reposeras, bar, restaurante, sala para eventos y discoteque… ese era el entorno.

Después de los tragos, los jazmines, las tímidas palabras del corazón y mis prudentes evasivas, presenciamos un espectáculo decadente con todos los lugares comunes de los sultanatos, las princesas, los malos y los buenos, el chico pobre elegido por la doncella y las odaliscas, claro.

Luego en la pista, 46 animadores no lograron hacerme sombra. Pero el baile, en esta oportunidad, era la vía de escape para salir del ruedo, para no hacerme cargo de la confesión, para no convertirme en uno de los personajes protagónicos de un cuento de hadas.

Mientras tanto Karim, habilitado por un soporte magnético que ostentaba en su muñeca, se refugiaba en la bebida. Pero la cerveza lo envalentonaba aún más… y el mensaje cada vez era más concreto: yo te elijo como mi mujer y como futura madre de mis hijos. Voy a hacer cuanto pueda para ganar tu corazón

El romanticismo supremo y la irrupción del amor tan apresuradamente me dieron pavura, vértigo y desconfianza. Empecé a considerar que podía tratarse de una patraña con objetivos más ruines… este sentimiento aparecería con frecuencia en los días siguientes pero todas las veces hice un esfuerzo por mitigarlo, simplemente porque la desconfianza de mi parte me parecía desconsiderada.

22 de junio

Durante la mañana, y mientras Karim cumplía con su jornada laboral, hice lo poco que me permitieron para colaborar con las tareas domésticas y todo lo que Rebha me indicaba para ayudarla con la elaboración del cuscús.

Después del almuerzo, como buen domingo, fuimos a la playa. No era mal plan para aminorar las desilusiones de la noche anterior… y todo empezó muy bien: hallamos un buen hueco, instalamos la sombrilla, siestita al sol, lectura (para mí), fulbito (para él), pelota paleta y chapuzón (para los dos), y conversación, de la buena (entre ambos). Hasta allí todo de maravillas…

Sin embargo, a pesar de la charla y aunque decía entender mis argumentos de porque no podíamos estar “juntos para toda la vida”, de repente tomó distancia. Y mientras yo creía que me dejaba sola para castigarme por no corresponderle, en realidad estaba ahogando sus penas de derrota en el tintillo que le proveían unos amigos tres sombrillas más allá.

Pero dejarme sola complicó aún más las cosas, porque la playa los domingos no era como las calles del barrio, las reglas cambiaban y yo volvía a ser carne para el asador. Siempre hay algún cargoso despistado y, como era de esperarse, apareció para importunarme con insistencia. La noticia no tardó en llegar a oídos del despechado que de inmediato regresó para confirmar los hechos y descubrir al infractor. Como yo en ese momento había logrado evadirme del nuevo pretendiente y además percibí que mi interlocutor ya se había tomado unas copas, solamente con la intención de esquivar nuevos contratiempos, mentí. Dije que nadie me había molestado y agregué que sería bueno que dejara de creer que bebiendo la vida era menos triste. Con seño fruncido se volvió a marchar y yo, cansada de tanto mal rollo, me fui a caminar.

En ese momento no lo sentí así, pero ahora sé que, en esa oportunidad, Karim no se fue para alejarse de mí y entregarse a una borrachera loca sin que nadie lo moleste. En todo caso, antes de eso tenía la obligación de poner las cosas en su lugar y si se marchó fue para arreglar cuentas con el moscardón de turno que resultó ser un vecino, un pobre infeliz que no se había enterado de quién era yo. Después de una guapeada, para que el colgado de la palmera se arrepintiera de lo que había hecho y, a partir de ese momento, se mantuviera a raya, volvió a por mi… pero yo no estaba. Lo de la aplicación del correctivo lo supe bastante después (yo también tenía mis informantes), lo demás lo vi con mis propios ojos desde una terraza veraniega muy cool.

Queriéndome escapar, aunque sea por algunos momentos, de lo que parecía ser un ejercicio de observación participante en el que yo asumía el rol de etnógrafa en el medio de la selva, me refugié en el único restaurante con vista al mar de la zona. Y mientras me tomaba un café divisé a Karim de pie, en nuestro puesto playero, mirando para todos lados como buscándome. No apresuré mi bebida y además le dediqué algo de tiempo a la contemplación del paisaje. Después fui a su encuentro y entonces escuché un guionado “¿Dónde te habías metido?” A lo que contesté con un orgulloso “fui a dar un paseo”. Su segunda pregunta fue “¿Por qué sos así conmigo” y sin esperar que le respondiera agregó “Gracias Carla, Gracias” y salió de la escena… Se baja el telón. Ahora si se iba para tomarse todo lo que encontrara en su camino.

Me quedé allí solita y pensando… Así ¿cómo? ¿Por qué tengo que bancarme ese merci irónico? ¿Porque está un poco tomado? La verdad que ponerse a chupar vino tinto con este solcito… Se va, viene, vuelve a desaparecer, hace lo que quiere ¿y encima se enoja? Y esa escenita del “¿dónde te habías metido?” ¿A ver si se cree que yo le tengo que rendir cuentas? Pero ¿y la escenita del “Fui a dar un paseo”? peor todavía, toda esa soberbia ¿para qué, por qué? ¿Porque en realidad me molesta que me deje sola? Aunque es mejor un poco de tranquilidad. Pero ¿que tranquilidad? Si no se puede estar sola ni un minuto, porque cuando todo el tiempo te miran, aunque no te hablen... imposible sentirse sola. ¿Y ese qué mira? Ay, por favor, que nadie venga a hablarme porque… nuevo quilombo. Y será que me gustan los quilombos, porque que yo sepa nadie me puso un revólver en la cabeza para que me quedara en La Marsa. ¿Qué es lo que hago acá? Es que ¿sólo quiero conocer mejor a esta gente, o hay más? Quizás lo que consiga es conocerme un poco más a mi misma. Es que ¿me gustó que Karim se inquietara por mi ausencia? Si, definitivamente lo había disfrutado y encima fue un disfrute a partir de la contemplación desde otra altura… menuda mierda. Quiere decir que en los momentos de estrés mental yo también elijo meterme en burbujas protectoras… y a ésta burbuja, especialmente arrogante, LA DETESTO! (La cadena de pensamientos no se terminó allí, pero con esto alcanza para que se den cuenta por dónde andaba mi cabeza).

Y en el mejor momento de mi mareo mental apareció nuevamente Karim hecho una cuba y entonces decidí llevarlo a casa. Cargué mochila y sombrilla, caminé al lado de él corrigiendo su paso, paré un taxi, pagué y, muerta de la vergüenza por entrar al barrio del brazo de una persona en un estado deplorable, me enfrenté con parte de su familia y los vecinos inmediatos.

La sorpresa fue que, en principio, todos optaron por hacerse los tontos, Rebha por lo pronto no hacía más que repetirme que comiera, cosa que Karim hizo desaforadamente inmediatamente después de haber llegado. Entonces, mi vergüenza pronto se convirtió en enojo y mi actitud se modificó para que entendieran que no iba a hacerme cargo sóla de ese paquetito. Creo que comprendieron porque me ayudaron a sacarme de encima los abrazos que no quería recibir -vete a dar un baño. Para ellos con el agua se eliminan las cosas malas y yo en ese momento quería creerlo también.

Duchada y cambiada volví a la escena, Karim no estaba, pero los que estaban se comportaban extrañamente… por supuesto, yo no lograba entender que pasaba. Pregunté donde se encontrba el niño ausente, a lo que respondieron que estaba, tan sólo a dos puertas más allá, en la casa de un vecino con el que se entiende muy bien, lo que omitieron fue que era otro chupandín. Una de dos, o lo estaban cubriendo o intentaban que no me preocupara, ellos no podían imaginarse lo que sucedería después.

De repente se escucharon gritos… dos puertas más allá y adentro, había gente discutiendo, peleando, dándose piñas y tirándose con objetos contundentes. Yo no lo vi, ni me lo contaron, pero a juzgar por el revuelo de los que pasaron la puerta y las intervenciones de los que empezaron a conocer el cuento, simplemente porque entendían árabe, el asunto era delicado.

A mi me obligaron a subir y a quedarme en la habitación, pero antes de obedecer exigí que alguien me explicara que es lo que estaba sucediendo. Mientras llamaba a su hermano mayor para que viniera con urgencia, Karima me dijo que adentro de esa casa había una persona más que habló de su madre como si fuera una puta y que por ese motivo Karim se habría enfrentado con él. La madre ofendida daba alaridos (y seguramente rezaba para que no apareciera la policía), pero no estaba enojada precisamente con el forastero. Yo desde mi ventana vi a Karim trepar por los techos buscando una manera de acceder al lugar donde imaginé estaría escondido el sujeto en cuestión, también vi llegar la camioneta de Moaz y lo inútil que fueron sus regaños (que venían acompañados de algunos golpes). Ahora era la cuadra la que gritaba, en esas condiciones nadie podía oír el llanto de la extranjera. El rodado que había arribado para el salvataje se fue sin haber cumplido la misión y llevándose también a Rebha en su interior.

De un momento a otro irrumpió una tensa calma que me obligó a secarme las lágrimas y a ponerme en alerta. Un frío silencio de segundos marcó el final del ruido confuso y le dio paso a sonidos más nítidos: sillas estrellándose contra la baranda de la escalera y la voz de Karim (que ya no exhibía los bemoles propios de la lengua pastosa y tardía de los borrachos) reprochándole a los suyos que intentaran frenarlo cuando en realidad estaba defendiendo el honor de su madre. Después ya no se escuchó más…

Me acosté en la cama-sofá y miré al techo para encontrar una respuesta al “¿qué tengo que hacer?” que me martillaba la cabeza. Al rato bajé las escaleras, pero no fue ni el techo ni la cabeza los que me lo indicaron, solo fue por impulso. Allí en la calle la encontré a Rebha con una cara que supuse parecida a la mía pero que intentó modificar cuando me vio aparecer. Yo necesitaba hablar con alguien sobre los sucesos, necesitaba los epígrafes de las fotos que había visto. Sin embargo no encontré lo que buscaba y en cambio recibí el pedido desesperado de que fuera a buscar a Karim (que estaba en la esquina hablando con otra persona) e intentara meterlo adentro de la casa. Pues no se bien por qué, pero con algo de miedo, accedí a hacer el intento.

Me acerqué con bastante cautela y entendí que Karim estaba atravesando la etapa de intentar explicarse con los que lo conocían bien y no estaban tan involucrados como para estar enojadísimos con él, el escenario parecía más tranquilo de lo que había imaginado. No interrumpí lo que se suponía era una conversación y mientras tanto me percaté de que la persona a la que quería llevar de regreso a casa estaba delicadamente lastimado, a simple vista alcancé a ver dos heridas profundas, bastante sangre y algunos rasguños menores, además de que se agarraba el codo como si le doliera especialmente.

Terminada la patraña de la justificación y del “te entiendo, te entiendo”, dejando solo para el plano del pensamiento el “eso te pasa por emborracharte”, tomamos la dirección exactamente contraria a lo que había planeado.

En la enfermería del barrio, por la actitud del joven que atendía, me di cuenta que este tipo de episodios era bastante frecuente en la zona, se notaba, incluso, que no era la primera vez que Karim estaba allí en calidad de paciente. Con las curaciones hechas y un montón de parches blancos en el cuerpo ahora si intentaría cumplir con el deseo de su madre. Además de meterlo puertas adentro logré que bajara 25 cambios y al fin se durmiera. Y como la imagen no era precisamente la de un angelito no me quedé para la contemplación. Salí de esa habitación con una acumulación de nervios en el cuerpo que me hacían daño, necesitaba tranquilizarme, ordenarme y desahogarme…

Las mujeres de la casa me recibieron en sus aposentos, me sirvieron te, e incluso me permitieron fumar. Allí lloré más que en la soledad anterior, dije todo cuanto pude (descargarse en otra lengua es bastante complicado) y también las escuché. Primero intentaron cubrirlo nuevamente contando el cuento más bonito de lo que era y entonces tuve la necesidad de aclararles que si bien no entendía su idioma no era tonta. Comprendiendo perfectamente de lo que estaba hablando y dándose cuenta que, en todo caso, yo también estaba intentando encontrar las justificaciones del caso, se permitieron mostrarse todo lo enojadas que realmente estaban. Luego me contaron una historia que yo ya conocía bien: “El año pasado Karim iba a contraer matrimonio con su novia de siete años, pero una semana antes del casamiento y mientras repartían en moto las invitaciones para la boda tuvieron un accidente. Él estuvo tres meses en coma y, en total, seis en el hospital; ella murió en el acto.” La información novedosa era que desde aquel episodio hasta ahora nunca habían visto a Karim acompañado de una mujer, que muchas noches lo habían escuchado llorar, que antes de todo aquello él no era así. Y entre líneas, que creían que yo era la salvación para ese muchacho. No volví a llorar pero ganas no me faltaban, había entrado a esa habitación para relajarme y ahora estaba viviendo una situación igual de incómoda que la anterior. Toda una familia pretendía demasiado de mí, era muy fuerte. Creo que se dieron cuenta de mi inquietud y entonces cambiaron de tema, así me enteré de toda la desafortunada experiencia marital de Karima hasta llegar al divorcio y para que no todo fuera tan triste (o para ir de a poco volviendo al tema) me contaron casi todo sobre el ritual de bodas del lado de la novia. Después comenzaron a hacerme regalos (vestidos, collares), fue inútil negarme a aceptarlos. La duda era si ese gesto era compensatorio por el mal rato que había pasado o porque intentaban comprarme (pero ya saben con cual de las opciones me quedé).

Las dejé descansar sabiendo que para mi la noche no estaba concluida, tenía mucho que pensar y además me tocaría ser testigo de lo difícil que es dormir la mona.

23 de junio

En esa noche infernal, de maquinita funcionando sin parar que no me permitía conciliar el sueño, concluí que tocaba hacer la valija y retirarme antes de pasar a mayores. Pero el alba me venció y, después de escuchar el canto del gallo y las primeras llamadas del día al rezo, mis párpados se cerraron. Cuando se volvieron a abrir me encontraba sola, sabía que Karim no había ido a trabajar porque no estaba en condiciones para hacerlo pero además porque a la hora de comienzo de sus tareas yo todavía estaba despierta. Era la primera vez que faltaba mi desayuno en la mesa ratona y con esa tranquilidad que me daba la soledad y la no necesidad de salir a escondidas para tirar el café en la pileta de la cocina, me dispuse a armar mi equipaje.

Cuando tuve todo listo todavía no me había topado con ningún ser viviente, pero como pocas veces me he ido de algún sitio sin despedirme, salí de la cueva para ver con quién me encontraba que pudiera dar con el paradero del mayor interesado.

No tardé en decirle a Rebha cuales eran mis planes y entonces me di cuenta que mientras me preparaba té sin hacerme ningún comentario al respecto, impartía órdenes a terceros para que, fueran a comprar dulces y cigarrillos para mi y, comenzaran el operativo búsqueda del desaparecido.

Sentadas, como tantas veces, en dos sillas dispuestas en la calle, las dos lo vimos llegar al mismo tiempo y entonces Rebha desapareció sin esconder su mal humor. –Karim, me voy. Puso cara de sorpresa pero no dijo nada. Claro que no era producto del shock, sino porque estábamos en la vía pública. Una vez arriba (yo subí a buscar mis cosas y el me siguió) no le alcanzaba el tiempo que le daba para expresar todos los argumentos que tenía para ofrecerme.

Creo que no fueron sus argumentos los que me hicieron cambiar de opinión (de hecho había algunos que me atemorizaban aún más). En realidad no me convenció de nada, creo que si me quedé fue porque quería saber exactamente cual era mi resistencia y descubrir mis capacidades de entender mejor a mi nueva familia.

A decir verdad, se lo veía bastante afligido, y no necesariamente por mi, en pocas horas se había dado cuenta que tenía a toda la familia en contra y que no sería fácil que lo perdonaran. No recordaba ni la mitad de las cosas que había hecho, ni dicho, pero sabía que todo lo que había pasado era grave. Entre otras cosas, me juró que no tomaría más y, no importa si le creí o no, lo único que le dije es que eso no se lo tenía que prometer a nadie, que lo tenía que hacer por él mismo… y ya. Que empezara por pedir las disculpas necesarias a su madre que era la persona que tenía más a la mano (y que además era la que más se lo haría sentir, se acababa la comida, la ropa limpia, el aseo del cuarto, etc, etc, etc), para después continuar con los demás.

Aceptó la sugerencia y fue a hablar con su madre, pero esta lo sacó carpiendo. Yo sabía que el enojo no era extensivo hacia mi. Por el contrario, en lo sucesivo, una de las maneras que encontraron, unos y otros, para castigarlo, fue demandando todo el tiempo mi compañía, dándome de comer, llevándome a dar paseos. Empecé a sentirme tironeada por todo el mundo, grandes y chicos.

Por la tarde, en ese contexto de guerra silenciosa, Karim empezó a levantar temperatura, era obvio que estaba somatizando, pero igual el termómetro marcaba mucha fiebre. Le puse paños de agua fría y aproveché la siesta de Rebha para salir a comprar algunas cosas para que comiera algo. Lo tuve que obligar a darse un baño, se ve que se sentía verdaderamente mal y con mucho frío porque es algo que en los días ordinarios hacía como seis veces al día. Pues allí me quedé cuidando al enfermo, yo ya tengo ganado el cielo…

Como todos los días, a eso de las cinco de la tarde, empezaron a caer Sonia y Moaz (con la bebé), Sena y, un poco más tarde, Karima. –Caaarrrrlaaaa, vení a tomar el té. Una y otra vez, la única voz que no se escuchó fue la masculina. No sabía, exactamente, que era lo que tenía que hacer y entonces Karim dijo muy despacito –Andá. Pues allí si que me pareció que estaba haciendo un poquito de teatro, así que bajé con gusto.

Esa noche Rebha cocinó solo por mi y para mi, no me permitió llevarle nada, de nada al malherido e insistió mucho para que fuera con Karima y una vecina a dar un paseo. Yo fui pensando que a la vuelta traería algún masticable para el acuartelado.

La ronda no fue larga, si nos demoramos fue porque, aunque Sayef estaba trabajando, pasamos por su casa… mal momento para conocer a su mujer. El asunto es que volví con las manos vacías y tuve que esperar a que la casa se durmiera para poder ver que podía improvisar. La tarea no era fácil considerando que la heladera estaba en la habitación de las mujeres y la cocina que se utilizaba estaba bajando las escaleras, esto significaba salir a la calle, habiendo agarrado previamente la llave que habilitaba la entrada al cuarto. Lo único que encontré fueron huevos, que hice fritos, y pan un poco duro ya. Pero lo importante era llenar el estómago!!

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