24 de junio
Karim se tomaba su segundo día de asueto llevando a Siete a la playa, los pequeños eran los únicos que no habían cambiado de actitud con el tío después de
Aquí es muy común, sobre todo en ocasión de alguna fiesta familiar o religiosa, que las mujeres se realicen dibujos decorativos con henna en las manos y los pies. Y yo, unas horas antes de que empiecen los primeros rituales del casamiento, tendría el mío propio en la mano derecha.
La mujer responsable de aquello era muy mayor, y apenas si se le veían los ojos entre la piel arrugada, pero todos decían que era una artista y yo confiaba, además el fingido tatuaje desaparecería solo en aproximadamente quince días (no había de qué preocuparse). Lo cierto es que tenía talento para imprimir en la piel lindos arabescos y símbolos, por lo menos a mi me gustó su trabajo.
De camino a casa hablé bastante con Rebha y recién en ese momento supe que si Karim no iba a trabajar era porque su hermano mayor no quería verlo ni en figurita. Ella me dijo que tampoco quería aflojar porque la única manera de que él anduviera derechito era si ella estaba enojada.
Entonces, como definitivamente la madre seguía en guardia con él y a mi no me parecía correcto acceder a la rica comida casera dejándolo afuera, lo invité a almorzar a una fonda. Además, creía que en un ambiente neutral, y alejados de sobrinos que (como habían empezado las vacaciones) entraban y salían todo el tiempo, hablaríamos más tranquilamente.
-¿Qué es lo que tenés planeado hacer con tu vida? Con esa pregunta es que comenzaron nuevamente los temas escabrosos, pero esta vez parecíamos estar más de acuerdo en todo, probablemente no era puro entendimiento sino que la otra parte sabía que estaba en la cuerda floja y no podía darse el lujo de seguir estropeando vínculos.
Quizás también por eso pasamos una tarde encantadora. Dimos un lindo paseo por la ciudad, me llevó a tomar un rico té de menta al Café Saf
Saf, el lugar más conocido de La Marsa porque en su interior hay un camello dando vueltas, y volvimos para la hora de la entrega de los regalos de la boda.
Pues si, la gente se reúne en la calle para ver como van llegando los familiares con cestas llenas de vajilla y otros enseres (parecen los reyes magos). La casa recibe los obsequios pulcra por fuera y por dentro. Es el hombre de la pareja, con algunos ayudantes, que se encargará de que todo quede en su sitio, hasta el último detalle, antes de que entre la esposa.
Luego apareció la limonada y comenzaron a tocar los músicos (que como después confirmaría estaban contratados para todo los eventos de la semana). A mí por supuesto enseguida me hicieron bailar.
Cuando se acabó la fiesta, fuimos a por un bocadillo a la avenida y terminamos la noche con un refresco en el bar de la placita, a mi a esta altura no se me hubiera ocurrido pedirme una cerveza. Esa misma noche, además, encontré un video club con Wi Fi, mi posibilidad de conectarme con el mundo al día siguiente después de tanto tiempo.
25 de junio
Apareció nuevamente mi desayuno en la mesita… pero aunque desperté en soledad, pude tomar mi infusión a una temperatura ideal. Eso quería decir que Karim seguía de vacaciones. Problema de él, yo salí a por mi mundo virtual para acercarme un poco a mis costumbres…
Es increíble como con el correr de los días el barrio empezó a naturalizar mi presencia. Podía disfrutar de caminatas en soledad, aminorando la marcha sólo para saludar en árabe a los conocidos (lo único que aprendí a la perfección en esa lengua), pero además podía hacer compras sin que me subieran el precio por ser extranjera, una extraña experiencia para mi.
Cuando regresé me di cuenta que Rebha estaba aflojando un poco con Karim, al menos le había dirigido la palabra para mandarlo en busca de verdura, luego con una mirada cómplice me dijo: “hoy les voy a dar de comer a los dos, pero lo hago por vos, nada más”. Karim regresaba con papas, cebollas y ajos en abundancia, pero además traía unas peras chiquitísimas para hacerme probar. Las dejé para después de un riquísimo guisado.
También llegaba Sena con obsequios para mi, traía un vestido y unos zapatos con los que no tuve suerte en el número. El vestido era un poco grande para mi gusto, pero todos me decían que me quedaba bonito y no tuve el coraje para rechazarlo (después de todo, la tela era linda y en algún momento podría hacerle alguna modificación).
Durante la comida les anuncié que había quedado en encontrarme con algunos de mis viejos compañeros de albergue en la capital y que cuando termináramos de almorzar tomaría el tren. Hubo algunas caras de desconcierto. Bueno, no se si esa es la palabra correcta, digamos que hubo caras raras y miradas entre ellos que a mi si me desconcertaron. Pero después, cuando me pareció que entendieron que regresaría al atardecer, se disiparon sus “no se qué” y yo hice un esfuerzo con mis dudas. Karim estaba invitado si quería venir, pero prefirió quedarse cuidando a Siete. Antes de irme le dije que no sería una mala idea que aprovechara para hablar con Moaz, el siempre pasaba a visitar a su madre por la tarde… que al menos lo intentara. Me dijo que lo haría.
Me tomé un taxi hasta la estación y, cosa rara, el conductor se comportaba como si también supiera quien era, en fin…
El grupito de la capital terminó siendo un poco magro, solo asistieron dos de los cinco originales, pero no nos importó demasiado. Charlamos un rato, se sorprendieron bastante con mis relatos e hicieron todo tipo de recomendaciones y comentarios que subrayaban los aspectos negativos de
No me olvido de la boda que se estaba celebrando… pero hoy tocaba reunión de muchachos solamente. Por supuesto que cuando me vieron llegar, por ser quien era (¿?) me permitieron participar del evento, pero esta vez no había público y después de unas cuantas piezas de baile con los más revoltosos y una, pedida especialmente por todos, con Karim, decidí retirarme para que tuvieran la fiesta de la forma tradicional.
Entonces me fui al video club amigo, pero esta vez para alquilar, mejor dicho, comprar una película (creo que esto ya lo comenté en otro lado). Necesitaba un film de lengua francesa que tuviera subtítulos en español y el dueño del lugar, con el que conversé largamente, lo encontró.
De allí derechito para la casa… a comer y comer. Es que esta gente tiene una obsesión, quizás me veían poco vigorosa o creían que como bailaba tanto (las voces corren rápido por estos pueblos) tenía que recobrar energías, pues no lo sé. Esta vez me expresé al respecto y conseguí que ellos se rieran de la situación conmigo. Después acepté la invitación de Sena y su marido para tomar un té en su casa.
Lo primero que hicieron cuando llegamos fue mostrarme con orgullo cada rinconcito de su hogar, incluida la terraza que estaba en construcción. Sena me explicó que esa sería la casa de Siete en el futuro, que costaba mucho, pero poco a poco… Las construcciones permanentes se veían por todo el barrio, es que los padres se preocupan por el futuro de los hijos (eso debe ser mundial), el asunto es que aquí los hijos varones tendrán más posibilidades de casarse y formar una familia si tienen su propia vivienda. Con las hijas mujeres las preocupaciones son otras, nadie construye ni una cucha para ellas, de eso se tendrá que encargar el marido.
Con el té vinieron los diplomas, los boletines de calificaciones y los videos de artes marciales del niño. Después un prólogo de Sena que buscaba cierta confidencialidad para contarme que por la mañana había hablado con Karim. Que ella estaba muy preocupada por su hermano porque era muy pesimista, que le había dicho que debía cambiar de actitud, hablar con Moaz y pensar para adelante. Nuevamente salió a relucir la historia de la novia muerta y esta vez el relato fue acompañado por fotos. Recorrimos toda la caja de los recuerdos, pero hubo algo que me llamó particularmente
Yo conocía el camino de vuelta pero sin embargo le pidieron a Siete que me acompañara. El trayecto era corto, sin embargo fueron muchos los que se dirigieron al pequeño, por supuesto yo sin entender ni una palabra (aunque me daba toda la sensación, que todos los comentarios me involucraban de alguna manera). Había muchas cosas que me hacían ruido, de repente aparecían en escena personajes de lo más extraños, muchas veces los que ya no eran extraños para mi se comportaban como si lo fueran… con seguridad estaba paranoica y lo confirmé cuando me sorprendí revisando si mi pasaporte y mi dinero se encontraban en el lugar donde los había dejado. Cuando Karin volvió yo, que ya había confirmado que todo estaba en su sitio, ahora me dedicaba a intentar hacer funcionar la lectora de cds.
-¿Cómo te fue con tu hermano? –No quiero hablar de eso. Además, en lo único que pienso ahora es que pronto te vas. Pero olvidate de lo que digo porque ya se lo que vas a decir. Es que yo te amo bien, Carla… y yo siempre pierdo las cosas que amo en la vida.
Sin palabras… se tomó algunas copitas, era mejor que viéramos el film. Pero se trataba de un perfecto bodrio y eso no ayudaba para nada… Por suerte él no tenía la necesidad, que yo si tengo, de ver todas las películas hasta el final y mucho antes se quedó dormido.
26 de junio
Siete apareció bien temprano y Karim propuso que fuéramos los tres a
Yo no sé quién cuidaba a quién, pero lo cierto es que, en ese momento, sentí la responsabilidad de que además de que al niño lo le pasara nada se divirtiera. Por suerte la arena y el agua ofrecen muchas variantes de juegos y si aparece una pelota, entonces ni hablar. Cuando Karim regresó encontró una colonia de vacaciones ampliada por un amiguito de su sobrino y dos mayores a cargo.
Tres muchachos se asoleaban muy cerca de la chica blanca que hacía castillos de arena con dos infantes locales (a uno de ellos lo conocían bien). La situación era un tanto extraña y se tomaron un tiempo para
Si existió algún momento de tensión se disipó rápidamente para darle paso a los relatos de las partes: -Nos re divertimos (no había mucho más para agregar de este lado). –Fui a buscar a un fulano para que me prestara su bote, quería llevarte a dar un paseo, pero resulta que la guardia costera está bastante hincha pelotas y está pidiendo los papeles, y si no los tienes te sacan el bote, y entonces este fulano no me lo quiso dar porque claro imaginate que él trabaja con el bote y si se lo sacaran… y bla, bla, bla, porque no había bote, ni paseo en bote y habían pasado algo así como dos horas y además llegaba con un tigre en su espalda –y me encontré con un amigo, que dibuja de mil maravillas y entonces me dijo que quería hacerme un tatuaje y como es mi amigo y me gustan los tatuajes entonces… bla, bla, bla. (Los diálogos no son los originales pero ejemplifican bastante bien la escena).
Pues nadie reclama a nadie nada y todos contentos nos volvemos a la casa para almorzar.
Por la tarde tenía planeado lavar ropa y en tren de disponer de los elementos para realizar la tarea quedé atrapada en la tertulia femenina más intensa de mi estadía en esta residencia. Karima había vuelto antes de su trabajo porque habían cortado la luz en la fábrica, después en forma confidencial me enteré que había tenido un problema con el capataz y que tampoco la esperaban al día siguiente, estaba suspendida. La presencia en la casa de la menor de la familia a la hora de la siesta modificó la rutina diaria. Después de unas horas todos los muebles tendrían un nuevo emplazamiento pero para eso nadie tenía que ocupar un espacio fijo (no había sitio para mi fuentón con jabón en polvo). Ya había notado en varias oportunidades que las cosas cambiaban de lugar con bastante frecuencia, la incógnita se resolvía, se trataba de un acto compulsivo y sin ninguna razón de ser. Ese día, y sólo pudiendo ayudarla cuando para lograr objetivos se requería un poco más de fuerza, tuve mi primer larga conversación con Karima. Hasta ese momento ella se había dirigido a mi casi con señas o pidiéndole a alguien que tradujera sus dichos al francés, fórmula que seguiría repitiendo de aquí en más siempre que hubiera testigos, era como si no quisiera que otras personas supieran que ella podía hablar las dos lenguas.
Por suerte hasta que asomó la primera vecina de la cuadra ya había trascurrido el tiempo necesario para generar un vínculo estrecho entre nosotras. –Karma, ¿té? Ni siquiera decía bien mi nombre si había terceros rondando.
Su simulación comenzaba nuevamente y después de chantarme un té que yo le había dicho que no quería porque iba a lavar mi ropa, haciendo de cuenta que no entendía ni una palabra comenzó a hacerlo ella misma. Mientras tanto seguía llegando gente al baile, era el día dedicado al embellecimiento femenino y yo no me iba a escapar. Con anterioridad había demostrado mi curiosidad por la técnica de la depilación con azúcar y eso les hizo creer que aceptaría una demostración contundente. Después de mucho insistir en el asunto les hice entender que con una demostración prudente alcanzaría. Me dejé sacar el bello de las piernas, axilas y bozo, el cavado lo eliminé de las posibilidades porque corría el riesgo de que no me hubieran entendido del todo bien y terminara como un bebé (o como una mujer magrebí antes de entregarse a su flamante esposo). Un pequeño bollito de una pasta elástica recorrió las partes no censuradas de mi cuerpo con minuciosidad, mientras tanto las otras mujeres se hacían unas a otras la tintura y se mostraban las nuevas adquisiciones de perfumería para lograr un perfecto maquillaje (demasiado recargado para nuestros gustos occidentales).
Una vez terminada la ceremonia femenina tuve la oportunidad de apreciar su equivalente masculino acompañando a Karim al barbero. Una profesión para nada desdeñable considerando que todos los hombres requieren de sus servicios con bastante asiduidad. Los caballeros emprolijan sus barbas una vez por semana y recortan su pelo al menos cada quince días en un ambiente de charla estruendosa donde circula el té y se permite el tabaco. Las barberías son otro lugar de reunión para el sexo fuerte y las mujeres tienen la entrada restringida, yo era una privilegiada.
Cuando hubieron terminado las tareas de cuidado de la imagen para ambos, Karim me obligó a atravesar un bosque frondoso para encontrarnos con un amigo a la salida de su trabajo. Sólo a la vuelta y en compañía de un grupo numeroso de obreros que salían de la fábrica pude apreciar lo bello del paisaje. Lamentablemente el recorrido era muy corto y yo había desperdiciado la ida sumida en un estado de alerta innecesario que me había engañado incluso en la percepción de las distancias. El miedo alarga los tiempos.
El trío llegó a la cuadra de los festejos en el mismo instante que empezaba el ritual de dar muerte a la vaquillona que se convertiría en el alimento del próximo día para los festejantes. El animal fue sacrificado respetando la ley islámica… de cara a La Meca y en nombre de Alá el creyente matador pronunciando unas cuantas palabras acertó a la vena yugular en un solo corte. Yo, de cara a los personajes centrales y por ende en dirección exactamente contraria a La Meca, mantuve mis palmas y mis diez dedos cubriendo mis ojos casi el 80 por ciento del tiempo que llevó el asunto. Sólo por eso pude integrarme casi de inmediato al grupo danzante.
Entre dos de los segmentos del baile callejero, me invitaron a conocer la vivienda y hasta me mostraron que había tacho de basura, luego abrieron el vino tunecino (que yo ya conocía bien) para brindar. Las copas no habían sido tantas, simplemente porque éramos cinco los escondidos en esa cocina y porque rechacé que destaparan la segunda botella, por lo tanto una vez de vuelta en casa pudimos ver Casino Royale (la segunda película comprada en el vio club amigo) en total calma.
27 de junio
Cuando terminé de recibir las noticias de los míos, me fui al bar donde suponía que encontraría a Karim conversando con un vecino. Me había dicho que intentaría convencer a un fulano para que lo aceptara en su barco, su hermano era el único de la familia que seguía enemistado con él. Cuando entré lo vi de gran partido de barajas y tomando cervezas de lo más pancho. Yo, en calidad de etnógrafa, pedí un café en la barra y me acerqué a la mesa muy interesada por conocer las reglas del juego en cuestión. Él, cuando se dio cuenta de mi presencia, y en calidad de hombre conciente de haber faltado a su palabra, comenzó a justificarse desordenadamente. Tratando de que no pasara un mal rato delante de sus camaradas, terminé mi bebida y me fui saludando amablemente.
De camino compré gaseosas y dulces, ya estaba organizando mi despedida y no quería que faltara nada para que tuviéramos todos un lindo momento. Como Karim no volvió de inmediato, también me alcanzó el tiempo para aceptar la comida de Rebha, en devolución ayudarla a lavar su cabello y hacerle un masaje (la artrosis nuevamente se había ensañado con ella), ducharme y hacer
Entré a la cocina para servir Fanta en unos cuantos vasos, disponer las golosinas en varios platos y poner a calentar agua pensando en el té. Recién cuando intentaba salir por la puerta con una mesa pequeña, los que ya estaban por allí se dieron cuenta de que algo raro estaba pasando, entonces tuve que emitir mis primeras palabras sobre el asunto. Acto seguido comenzaron los operativos para hacer que aparecieran por allí los que faltaban. Después de escasos quince minutos se había formado una herradura de sillas en torno a la mesita y yo me senté en la calle justo en el medio de la recta imaginaria que unía sus dos puntas. Volví a decir, esta vez para todos, que ya había llegado la hora de irme y mientras completaba con algunas frases de agradecimiento lo vi aparecer a Karim. Era la primera vez, en una semana, que veía a toda la familia reunida e hice un comentario al respecto, no pude evitar que se me escaparan unas cuantas lágrimas. Las mujeres más jóvenes me acompañaron con el llanto y fueron las primeras en manifestarse en contra de mi decisión, pero luego siguieron los hombres. Todos querían convencerme de que no me fuera y para ello utilizaron todas las estrategias que tuvieron a su alcance, los únicos que no dijeron nada fueron Karim (que había hecho un pacto conmigo) y su madre. Los que no me habían hecho regalos hasta el momento se apresuraron por ponerse en las mismas circunstancias que el resto. No supe como detener la catarata de cariños y mucho menos continuar con la fortaleza necesaria para retirarme. Y entonces me tocó pedir que me escucharan atentamente y di el mejor discurso de mi vida. Lo dije todo y de un tirón… terminé pidiéndoles que prometieran que cuando al fin llegara el momento no iba a ver ni una sola cara de tristeza.
A todo esto, Siete ya había vuelto a subir mi valija a la habitación, Karima preparaba una segunda vuelta de té de menta, Rebha repartía las golosinas que ninguno de los niños se había animado a agarrar hasta el momento y Moaz prendía la radio de la camioneta para musicalizar un poco la reunión.
La coronación de la gran ceremonia fue que Karim me llevara a dar un paseo por Sidi Bou Said, un poblado a diez kilómetros de allí que aunque enclavado en la montaña no dejaba de estar a orillas del Mediterráneo.
De camino alguien grita Carla, es Karim el que lo advierte y me avisa. La insistencia del llamado me obligó a mirar en dirección al asiento trasero de un auto aparcado. –Hola –Hola ¿Te conozco? –Soy Wael, el chico de 19 años. Su forma de hacerme saber quien era me hizo reír, pero no podía negar que había sido muy efectiva. Se trataba de un muchachito que, el día que llegué a la capital, me había seguido hasta conseguir que aceptara su número de teléfono aunque le dijera repetidas veces que era un niño para mi y que no lo pensaba llamar. Esta situación puso un poco celoso a Karim pero intentó disimularlo, por suerte la duración del viaje hasta nuestro destino final alcanzó para que recuperara la hermosa sonrisa que llevaba antes del encuentro inesperado.
somatisiv euq ragul led ebará ne erbmon le se
!OSOMREH¡...
Estuvimos un rato bastante largo allí, aunque yo hubiera podido quedarme cinco días más. Si volvimos a La Marsa fue porque no podía perderme la jornada casi más importante de la boda que tenía en vilo al vecindario. Esta vez, los curiosos si que eran muchos. La gente contemplaba el escenario desde terrazas y balcones, y no me refiero al pequeño tarimado que se armó especialmente para la ocasión, sino a la calle en general.
Los que no tenían amigos en la cuadra y habían llegado relativamente temprano, tuvieron la suerte de sentarse en las sillas plásticas que la familia, bien predispuesta, sacó a
La fiesta estuvo compuesta por varios rituales importantes. La realización del primero estuvo a cargo de la madre del novio que pintó con henna el dedo meñique de su hijo. Mientras tanto, se daba comienzo a una colecta de dinero que acabaría en una canasta muy ornamentada. En este caso fue el hermano mayor que, con micrófono en mano, anunció los nombres y la cantidad de los aportes a
En ese recreo de actividades pautadas, algunos bailaron, otros comieron, la mayoría bebió (de entre ellos un grupito pequeño lo hizo clandestinamente) y unos pocos solamente observaron. Retirando el solamente del final y la cuestión de la clandestinidad yo puedo decir que hice las cuatro cosas y además entretuve a los pequeños tomándoles fotografías y permitiéndoles que ellos también lo hicieran. Entre las cosas que observé, dejando aparte las que me animaron a hacer esta primera enumeración de actividades, me llamó especialmente la atención la variedad en los atuendos de las mujeres. Muchas llevaban hiyab, el pañuelo que tapa el cabello, pero cada una con su estilo propio (existen numerosas formas de ponérselo, es casi un arte). Sólo una lucía burka, una túnica que la cubría desde la cabeza hasta los pies, con una abertura a la altura de los ojos. Por lo demás, el negro furioso podía ser vecino inmediato de una remera de Dolce Gabana con todos sus brillos.
Cuando el novio estuvo de regreso, salió a la escena un hombre vestido de mujer que danzó para el deleite de los allí presentes con y sin el homenajeado, y sin y con un montón de cosas arriba de la cabeza haciendo equilibrio. El momento del espectáculo que generó más expectativas en el público fue cuando la bailarina, valiéndose únicamente de movimientos corporales al ritmo de la música, hizo caer de a uno, cuatro de los objetos que paseaban por los aires para que el protagonista de la fiesta los atrapara. Si conseguía que ninguno se estrellara contra el suelo sería señal de buena suerte. No fue exactamente lo que sucedió, una de las botellitas de Coca-Cola se rompió en mil pedazos, quizás alguien me cuente algún día que fue de esa pareja…
28 de junio
Para todo lo que había movido el cuerpo la noche anterior me desperté demasiado temprano. Toda la familia había estado allí viéndome bailar y para ellos era la prueba de que lo había pasado de mil maravillas y que por ende, hoy estaría sumamente contenta. Pues lejos de la realidad, yo estaba bastante enfadada conmigo misma por no haberme ido el día anterior, Karim se había pasado nuevamente con las copas y no fue simplemente por estar de festejo. Mi intuición me decía que las cosas no iban a terminar bien pero, no había nada para hacer, no podía montarme otra vez el show de
Sin decir ni una palabra sobre el asunto acepté el café que trajo Karim para mi y le pedí que me llevara a la escuela, todos los niños del barrio recibirían sus calificaciones de fin de curso y era un acto que no me quería perder. Las noticias fueron buenas para la familia, los tres pequeñitos en edad escolar habían pasado de grado.
Ya de regreso en la casa nos seguimos enterando de las buenas nuevas del barrio, detrás de cada uno de los sonidos guturales prolongados que se escuchaban, había una mujer contenta por un resultado. Yo me dispuse a ayudar a Rebha en la elaboración del cuscús (me quería perfeccionar en la materia). Mientras tanto Karim iba y venía impaciente, varias veces pretendió que subiera hasta donde él estaba, otras tantas me rodeo para llamar mi atención y durante el almuerzo apenas pudo estarse quieto. Todos conversábamos pero de él no salió ni una palabra, quizás por eso no fue fácil darse cuenta que en un momento se esfumó.
Cuando la comida estaba llegando a su fin pedí permiso a los mayores para llevar a los varoncitos pequeños de la familia a
De camino a la avenida principal para pillar un taxi me encuentro con uno de los íntimos amigos de Karim Obviamente lo primero que hizo fue preguntar por él y yo –…que en mi mochila no lo llevo. Y alguna cara de circunstancia para acompañar la frase. –Diviértanse y tengan cuidado!
Pues nos divertimos y mucho. Lo que empezó siendo un tranquilo ida y vuelta de pelota se convirtió en un campeonato olímpico entre todos los chicos, que ese sábado habían bajado a ese pedazo de playa, para ver quién jugaba más tiempo conmigo. Cuando me di cuenta que ninguno quería tomar mi lugar (ni siquiera los que todavía no habían tocado ninguna de las paletas), tuve que poner algunas reglas para que nadie quedara afuera del torneo. –Segunda bola al suelo y cambio. Todos aceptaban lo que yo decía sin caras largas. Algunos no hablaban francés, pero existen gestos para más cosas de las que imaginamos y además estaba Siete, mi intérprete oficial y mi alumnito de español… Es que yo contaba los acertados golpes y a veces (sobre todo cuando superaban los 30 seguidos y no porque no sepa contar hasta más lejos en francés) lo hacía en mi propia lengua. Cuando la pelota rodaba por la arena o se hundía en el agua Siete preguntaba –Quiere decir? -Quarante cinq. Hasta que en una vuelta logró dejarme con la boca abierta. –U-no, dos, trees, quatro, chinco, seich… Después de descubrir esa facilidad en el pequeño acepté continuar con algunas lecciones más.
Pero la escuelita no solo era de castellano y los primos, después de varios intentos, consiguieron hacer la plancha y algunas piruetas acuáticas. Abandonando las técnicas más modernas del aprendizaje en relación con el juego, después de comer almendra y cacahuates, aprendieron que había que cuidar el entorno, que no era bueno dejar la basura desparramada y mucho menos si se trataba de bolsas plásticas porque son de un material que tarda muchísimos años en degradarse. Joder, si me hubieran dicho que iba a estar en una situación parecida… no lo creía. Pero lo que me resultaba más extraño aún era que me lo había pasado especialmente bien.
Estábamos mojados y llenos de arena, no era posible montarnos a un coche en esas condiciones, así que cuando se hizo la hora de volver a la casa (siguiendo las instrucciones de padres, tutores y encargados al pie de la letra) lo hicimos caminando.
Solo con la excusa de NECESITAR tomar una ducha pude evadirme de PlayStation y Frontón. Pensaba que, por ese día, de niños había estado bien, pero más tarde cambiaría de opinión. Eso sucedió inmediatamente después del baño. Un baño que fue interrumpido varias veces con golpes a la puerta que pretendían que terminara con el asunto lo antes posible. Ya se imaginarán de quién se trataba y bajo los efectos de que sustancias!!
Se estaba empezando a acabar mi paciencia, me vestí y fui derechito hasta donde habían quedado las paletas, le di una a Siete y uno, dos, tres, cuatro, cinco… hasta un millón… un millón y medio. Y contar cada vez más fuerte para tener menos posibilidades de escuchar lo que Karim estaba diciendo. Estaba intentando (aunque realmente no creo que lo estuviera logrando) adoptar las maneras del resto, hacerme la boluda, hacer de cuenta que nada pasaba. ¿Pero cómo se puede recibir un abrazo con agrado de alguien que no se puede mantener en pie? ¿Cómo se le puede prestar atención siquiera? Una y otra vez rechacé sus demostraciones de cariño e hice oídos sordos a todas sus palabras. Hasta que no lo resistí más.
Es que después de no encontrar ningún tipo de devolución de mi parte cambió de objetivo. La hijita más pequeña de Sonia y Moaz que siempre había estado tan a gusto con su tío, ese día, y cada vez que Karim se le acercaba, lloraba desconsoladamente. Las primeras reacciones de la madre de la niña coincidían con la intención de que, con movimientos típicos para acompañar las canciones de cuna, se calmara (¿pero quién debía calmarse?). Solo porque no dio resultado y la nena seguía a moco tendido, Sonia comenzó tímidamente a decirle al borracho que ya estaba bien (¿pero qué vendría a ser lo que había estado bien en algún momento?). ACABOSE MI PACIENCIA!
Lo que conseguí con el estruendo no fue mucho, a decir verdad, sólo alcanzó para que deje de molestar a
-¿Se puede saber de qué te reís? A mi no me parece gracioso…
Y mientras estaba intentando sacarle alguna respuesta, Karim se interpone en mi campo visual
–No te das cuenta que estoy hablando con Sonia? Andate, por favor!
-Andate vos, si de todas formas te vas a ir, andate ahora!
-Sabés que Karim, tenés razón!
El mismísimo demonio de Tasmania se apoderó de mí y subí las escaleras con una velocidad de la que no me consideraba capaz. Empaqué mis cosas olvidando sólo la pollerita playera (indumentaria del Jockey de Ibiza) que me regaló Naty el año pasado cuando estuve de paso por
Pero la maleta, al no haber podido franquear el obstáculo, quedó sumida en los forcejeos. Tuvo que intervenir Sonia para ayudarme a liberarla, recién entonces pude escapar. Bajé la escalera escuchando gritos de mujer y de hombre. Me acerqué a Rebha, que conservaba la misma posición que la última vez que había reparado en ella, dije su nombre para que levantara la cabeza y así poder saludarla. Agradecí, pedí unas sinceras disculpas, la besé cuatro veces y me fui. Caminé las cuadras hasta la avenida de prisa y sin pausa, imaginando que en cualquier momento vendrían por mi. No me animé a girar la cabeza siquiera.
Por esas cosas de la vida… los dos primeros taxis libres que pasaron no se detuvieron ante mis señas, situación que colaboró para que piense que estaba atrapada en un film, presa de una confabulación. Que el tercer coche parara me alivió bastante, pero bastó que me subiera en él para que el chofer comenzara a hablar, y no hubo palabra emitida por aquel sujeto que no me supiera a “gato encerrado”. Ni siquiera cuando frenó en la estación logré relajarme, todavía estaba mi maleta en el baúl (y adentro de ella el documento que acreditaba mi identidad). Bajé del auto tomando la precaución de no cerrar la puerta… Había enloquecido, los nervios acumulados no me dejaban ver claro. Antes de prenderme el cigarrillo que necesitaba imperiosamente, compré el billete y atravesé los molinetes… Parada en el andén junto a mi maleta, fumando esperé con ansiedad al tren.
Me bajé en La Goulette sólo porque de allí salía mi barco al día siguiente. Atravesé las vías y me metí en el primer bar que encontré. Pedí un café fuerte, pero largo, a una mujercita que poco me comprendía y aún así me atreví a preguntarle además por algún hotel no muy caro donde pudiera pasar
Cansada, más mental que corporalmente, me eché en una silla a beber mi café y a fumarme unos cuantos cigarrillos más. En pleno ejercicio de repaso de los hechos, con el único objetivo de mortificarme, la misma mujercita que me había atendido apareció de este lado de la barra para conversarme, la acompañaba su hermanito mejor. Con ellos enfrente practiqué unas cuantas sonrisas y me esmeré por avanzar en una plática bastante enrevesada. La madre de los niños, la dueña y señora del boliche, desde el fondo nos observaba también sonriente. Me dirigí a ella haciendo un comentario sobre sus simpáticos críos, pero enseguida me di cuenta que la única manera de integrarla a la reunión era si no pretendía ningún tipo de devolución discursiva, entonces la convidé con un Mars y le ofrecí mi encendedor.
En tan grata compañía empecé a sentirme mejor y me pedí otro café. Mientras Oussama, queriendo demostrarme que conocía algo de mi país, cantaba la formación de la selección de fútbol (seguramente de otros tiempos), Homdar regresaba con mi infusión y la propuesta (ideada o al menos aceptada por la madre) de que me quedara a pasar la noche con ellos.
Como pudieron me explicaron que todos los hermanitos (faltaban dos por conocer) dormían en colchones que tiraban en el suelo allí mismo, que madre y padre lo hacían en la habitación contigua y que a la mañana siguiente, a la hora de abrir el local, todos se mudaban para atrás para dejar el salón libre.
Tuve mis dudas claro, pero para todo lo que había vivido en los últimos días, fueron bastante pocas y acepté la oferta casi sin darme cuenta. Supongo que lo que funcionó en mi cabeza inconcientemente fue la necesidad de confirmar que la gente de por aquí tiene un corazón que se encariña fácilmente y lo ofrece todo rápidamente.
Cuando llegó Ghomaur, el hombre de la casa, con Wafa y Meryam (las dos niñas que faltaban) yo ya había decidido no moverme de allí. Wafa hablaba francés extraordinariamente bien (naturalmente mucho mejor que yo, que lo hablo sólo moderadamente) y se convirtió en mi aliada para ir a comprar la cena para todos. El paseo por el poblado con aquella criatura fue increíble, esa nena era una polvorita que me recordaba mucho a mi misma cuando niña… simpática, desinhibida y totalmente parlanchina.
Cuando regresamos nos esperaba un plato caliente de mujaia (no les aseguro que si lo leen así alguien les comprenda pero es la manera en que yo lo escuché). Después vinieron los retos por haber gastado dinero en bocadillos que de todas formas desaparecieron de la fuente con rapidez. Después, después una sesión de fotos desmesurada. Y después, después, después todos revueltos a los colchones. Los cuchicheos y las expresiones de cariño continuaron hasta bastante después de que se apagara la luz.
29 de junio
Creo que no pegué un ojo en toda la noche… las patadas y los movimientos compulsivos de los críos me lo impidieron. Por suerte, a las cinco de la mañana, el padre de familia se hizo presente en el salón. Empezaban las operaciones de logística para el efectivo traslado de los bellos durmientes al cuarto trasero… yo dije solamente que había descansado suficiente.
Me encargué de repasar las mesas y barrer al estilo tunecino (todo se arrastra hacia fuera, la tarea se termina cuando la inmundicia baja el cordón). Después me bebí el café que Ghomaur había preparado para mi.
Cuando llegó el primer cliente consideré que me podía ir tranquila a hacer un paseito ya que el cantinero tenía con que entretenerse. Caminando llegué hasta la playa y me percaté de que mucha gente había pasado la noche allí (quizás alguno, como yo, se había escapado de algún lado).
Cuando regresé Oussama y Wafa ya habían despertado y ayudaban a su padre con una clientela un poco más numerosa. Un hombre sentado a una mesa de la vereda se hizo cargo de mi segundo café de
Cuando llegó el momento todos, algunos restregándose los ojos, me despidieron con grandes abrazos. A las nueve de la mañana, exactamente dos horas antes de la hora de partida que anunciaba el billete (como me habían dicho que hiciera), estaba en el puerto. Es que soy tan obediente, tan correcta… lástima que aquí sea al divino cuete. Tuve el tiempo necesario (y mucho más, el barco terminaría saliendo con dos horas de retraso) para comunicarme con la familia de
tuu, tuu, tuu, tuu
Ahora espero que mi amiga Natalia me cuente que otra cosa me podía pasar en Túnez…
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